“Las ideas de Spinoza sembraron la Ilustración europea que iba a llegar unos cien años más tarde.” Entrevista con Rebecca Newberger Goldstein

Una plática con la autora de Betraying Spinoza. The renegade Jew who gave us modernity.
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En Betraying Spinoza. The renegade Jew who gave us modernity, la ensayista Rebecca Newberger Goldstein cuenta que su educación y formación en filosofía analítica estaban muy lejos de Spinoza. Pero le atraía, en parte porque Einstein lo citaba como influencia. Empezó a leerlo en profundidad para enseñarlo en clase.

“Mientras intentaba entender sus deducciones me di cuenta de que había colado una premisa decisiva”, explica. “La llamo presunción de la razón: por cada hecho que es verdaderamente un hecho existe una razón para que lo sea. Spinoza trata esta presunción como un principio lógico. Nunca lo afirma explícitamente sino que lo utiliza en sus deducciones como si fuera tan trivialmente cierta como la ley de no contradicción. En eso se equivocaba. La presunción puede ser cierta, pero puede no serlo. No está a la par de un principio lógico.”

¿Qué es la presunción de la razón?

La presunción de la razón equivale a creer que existe, en principio, una teoría final que puede explicarlo todo, incluso a sí misma. Si fuéramos a conocer esta teoría final, comprenderíamos por qué el mundo tenía que existir, y por qué debía ser caracterizado exactamente por las mismas leyes que tiene. Muchos físicos han adoptado esta creencia, incluyendo a Einstein. También aparece en los párrafos finales de Breve historia del tiempo de Stephen Hawking. Hawking conecta con Einstein, y al hacerlo también conecta con Spinoza.

Afirmar que existe, en principio, una teoría final autoexplicatoria no es afirmar que podemos conocer esta teoría. De hecho, Spinoza opina que nuestras mentes finitas no pueden conocerla. Sostiene que, utilizando la presunción de la razón, podemos saber que existe esa teoría final, mientras que al mismo tiempo argumenta que no podemos conocerla en toda la vastedad de su infinitud. La teoría final es a lo que se refiere cuando habla de Dios. Cuando a Einstein le preguntaban si creía en Dios, respondía que creía en el Dios de Spinoza.

¿En qué sentido traiciona usted a Spinoza y por qué cree que nos dio la modernidad?

Para Spinoza los detalles puramente personales de la existencia de alguien no merecen mucha atención. En el gran esquema de las cosas (que es otra forma de designar al Dios de Spinoza) los detalles autobiográficos de la historia personal no importan demasiado. Eso incluye tu identidad de grupo, que engloba el grupo religioso en que naciste: en el siglo XVII, se consideraba la esencia de la identidad personal. Spinoza sostiene que, con el progreso de nuestro entendimiento, esos detalles se vuelven intrascendentes. Nuestra mera salvación consiste en esa transformación hacia la intrascendencia.

Para Spinoza, no recibimos pasivamente nuestra identidad a través de los accidentes de nuestro nacimiento sino que, si seguimos el camino que recomienda, forjamos activamente nuestra identidad a través de la lucha por el entendimiento. En la medida en que somos racionales, todos compartimos la misma identidad.

Es un poderoso presagio de ideas que serían importantes en la Ilustración europea. Es uno de los sentidos en los que nos da la modernidad.

Y, sin embargo, al traicionar a Spinoza, presto atención en mi libro a los detalles puramente personales de su vida, y me centro en particular en el grupo en el que había nacido, refugiados judeoportugueses de la Inquisición ibérica que habían encontrado cobijo en Ámsterdam. Portugal, siguiendo a España, había declarado el judaísmo ilegal al final del siglo XV, y había obligado a todos los judíos a convertirse al catolicismo. Cualquiera que fuera sospechoso de practicar el judaísmo en secreto era sometido a los infernales terrores de la Inquisición.

La comunidad de Spinoza, en cuya escuela había estudiado, se componía de aquellos que habían sido antes católicos y que ahora reclamaban su judaísmo cuando vivían en la ciudad más tolerante de Europa. La mayoría de ellos tenían parientes que seguían en Portugal. Había mucha controversia en la comunidad con respecto a quién era judío, sobre si aquellos que permanecían en Portugal y de cara al exterior actuaban como “cristianos nuevos” podían seguir considerándose judíos. El sistema de Spinoza lleva a la conclusión de que todas esas cuestiones son intrascendentes. Nuestra identidad religiosa heredada no nos da más información sobre quiénes somos y quién deberíamos ser que el color de nuestros ojos o nuestra altura.

Esta idea todavía es algo radical, y mucho más en el siglo XVII.

Usted también habla de la importancia de la memoria del exilio y la persecución. Escribe: “Spinoza había renunciado al amor del judío por su historia. Ese era el amor que resultaba demasiado doloroso soportar. Su determinación de pensar la tragedia de su comunidad lo llevó a crear un sistema único de pensamiento.” ¿Cuáles son los aspectos esenciales de ese sistema?

Ya he hablado de la presunción de la razón que lo lleva a su idea de un Dios muy distinta a la idea del Dios de las religiones convencionales (que Spinoza llama peligrosamente “las religiones supersticiosas”). A diferencia del Dios de la religión, el Dios de Spinoza no existe fuera de la naturaleza y escoge crear un universo de acuerdo a leyes que también puede elegir. Para Spinoza, no puede haber elección divina, porque eso violaría la presunción de la razón.

Esas consecuencias se explican en buena medida en la primera parte de su obra magna, la Ética. Pero hay cuatro partes más, y cada una se construye sobre lo que ha llegado antes. Y la culminación, como anuncia el título de la obra, es una ética racionalista, que nos da unas directrices sobre cómo deberíamos conducirnos a la luz de lo que realmente importa. Incluso deduce su versión de la regla dorada: “El bien que cada hombre, que sigue tras la virtud, desea para sí que también desea para otros hombres, y más en proporción al conocimiento que tiene de Dios.”

Al aportar una base para una ética que evita toda referencia a la voluntad de Dios y los mandamientos, Spinoza estaba, de nuevo, escandalizando a la religión. Porque, si hay alguna afirmación con la que están comprometidas todas las religiones abrahámicas, es la necesidad de la voluntad de Dios para explicar tanto la existencia del universo como la base de la ética. Para Spinoza, toda la noción de la voluntad de Dios es inconsistente con el ser de Dios.

“Era determinista pero no fatalista”, escribe. ¿Puede explicarlo?

Siguiendo las implicaciones de su presunción de la razón, Spinoza pensaba que todo lo que sucede está estrictamente determinado; el mundo está gobernado por la estricta necesidad.

Sin embargo, este determinismo estricto no implica fatalismo. El fatalismo es la idea de que nuestras acciones no suponen ninguna diferencia para el curso de los acontecimientos. Las cosas serán las mismas si realizamos una acción y si no. El fatalismo es falso. Nuestras acciones, como todo lo que ocurre, no solo son causadas sino que también son causas. Determinados o no, nuestros actos suponen una diferencia.

Así, por ejemplo, que Spinoza escribiera la Ética estaba determinado. Pero su escritura del libro produjo otros acontecimientos. Afectó a mucha gente. Algunos reaccionaron escandalizados, y lo declararon el emisario de Satán sobre la tierra, mientras que otros se sintieron profundamente influidos o inspirados por su idea de que podemos reconstruirnos a través de la razón. Sus ideas sembraron la Ilustración europea que iba a llegar unos cien años más tarde. Goethe señaló que había años en los que nunca se iba de casa sin un ejemplar de la Ética metido en el bolsillo, y Hegel se refirió a él como “nuestro santo laico”.

Si Spinoza hubiera creído que el determinismo implica fatalismo, nunca habría escrito la Ética, y el curso de la historia habría sido otro.

¿Cómo describiría el “racionalismo extático”?

Es otra forma de referirnos a la versión de Spinoza de la salvación, una reformulación de la identidad personal que te permite sentir una alegre unidad con la vasta complejidad de la existencia que revela el arduo trabajo de la razón.

La etimología de la palabra “éxtasis” sugiere estar fuera de uno mismo, como si hubieras abandonado tu ser habitual, una masa de respuestas irreflexivas y egocéntricas al mundo. Esta sensación de éxtasis está en armonía con el estado de trascendencia al que Spinoza pretende liberarnos en las páginas finales de la Ética.

Spinoza era en todos los sentidos un antidualista. Del mismo modo que se oponía a la dualidad entre Dios y la naturaleza y entre el cuerpo y el alma, se oponía a la dualidad entre la razón y las emociones. Seguir el camino de la razón es llegar a un estado de comprensión que es en sí gozoso; cuanto mayor es el entendimiento, mayor es el gozo. Es un gozo que nos permite sentirnos reconciliados hasta con el hecho de nuestra mortalidad. Spinoza no puede prometernos el cielo de la religión para paliar nuestro medio instinto de la muerte. Lo que nos ofrece es el racionalismo extático.

Christopher Hitchens decía: No se puede ser solo un poco hereje. ¿Está de acuerdo?

No. Tomemos la opinión que se conoce como deísmo, que sostiene que hay un Dios que creó el mundo y determinó las leyes de la naturaleza pero que, tras hacerlo, deja que las cosas sigan su rumbo natural. El Dios deísta no entra en la historia realizando milagros. No entregó los diez mandamientos, no mandó a su hijo para que muriese por nuestros pecados. Somos nosotros quienes tenemos que resolver la ética. Una de las ventajas del Dios deísta es que no podemos culparlo de permitir todo el mal y sufrimiento del mundo. Este no es su departamento. El Dios deísta evita lo que los filósofos llaman el problema del mal. Pero desde el punto de vista de las religiones de Abraham, el deísta es herético, aunque no tanto como el ateo total.

Pero quizá Hitchens no hablaba psicológicamente sino más bien prácticamente. Quizá lo que quería decir es que la religión es tal fuente de desgracias en el mundo que debemos oponernos a ella con todo lo que tenemos. Después de todo, el subtítulo de su famoso libro Dios no es bueno era Cómo la religión lo envenena todo. Si es así, de nuevo estoy respetuosamente en desacuerdo. Aunque soy atea, reconozco que la religión tiene muchas formas y no necesita ser venenosamente intolerante. Respeto a aquellos que son lo bastante honestos en sus actitudes religiosas como para defenderlas con un sentido adecuado de modestia epistemológica. La modestia epistemológica nos sienta bien a todos. ~

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