El 17 de diciembre de 2010 Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante tunecino, se inmoló como protesta por el decomiso de sus mercancías a manos de la policía. Ello desató la revuelta popular conocida como la “Primavera árabe”, primero en Túnez, al poco tiempo en otros países árabes como Egipto, Libia, Yemen, Siria, Bahréin, Argelia, Irak, Marruecos y algunos más. La gente salió a las calles protestando por la falta de derechos sociales y democráticos, exigiendo en algunos casos un cambio de régimen. Las consecuencias de las revueltas fueron muy distintas en cada país: en algunos casos fueron efectivas, en otras desastrosas. Lo sorprendente es que varios de estos gobiernos jamás pensaron que la inmolación de Bouazizi cambiaría para bien o para mal el curso de la historia en sus países. No puedo imaginar el grado de desesperación de alguien dispuesto a actuar de manera tan drástica. Imposible saber qué pasaría por su mente. Se trató de una acción espontánea, quizás irreflexiva, inesperada para los demás. La escena me vino a la cabeza a partir de la lectura del libro de Humberto Beck, un ensayo dedicado a explorar la “instantaneidad” entendida como la experiencia de una ruptura repentina en el curso de los acontecimientos históricos. La noción de “instante” indica, en efecto, un punto temporal inesperado que súbitamente abre la posibilidad para un cambio radical.
No es el primer libro de Beck dedicado al “tiempo instantáneo”. En The moment of rupture. Historical consciousness in interwar German thought (2019), ya se había ocupado de los discursos de la instantaneidad en el periodo de entreguerras (1918-1940) en Europa. Este nuevo libro trata acerca del papel que el “presente instantáneo” ha desempeñado en el imaginario sobre el cambio político radical de la modernidad. El libro es una contribución importante para el mundo hispanohablante. Hasta donde sé no existía literatura en español al respecto. Es un tema tratado por algunos historiadores y filósofos de la historia alemanes y sajones y aun entre ellos no es tan frecuente. Por ello, Beck se ha propuesto, en sus propias palabras, una “tarea de rectificación política”. Afirma que se ha pasado por alto en las reflexiones sobre el pensamiento moderno el lugar tan determinante de la temporalidad instantánea en las ideas políticas.
La “instantaneidad” no es en realidad un concepto nuevo. Filosóficamente refiere a un acontecimiento único y singular centrado en el ahora y que resulta un punto de inflexión. En este sentido, como lo hace ver Beck, la instantaneidad en términos históricos se opone a una visión de la historia entendida como una cadena causal continua o evolutiva. El “instante” ha sido explorado por varios filósofos. Kierkegaard, por ejemplo, lo entiende como una experiencia existencial en la que un individuo debe tomar una decisión crucial que puede llevarle a la autenticidad o la desesperación. Para Heidegger es un momento revelador y decisivo en el que se abre la posibilidad para que el Dasein se apropie de su existencia. Walter Benjamin lo ve como un momento cargado de significado capaz de romper con la continuidad del tiempo histórico. El concepto de “instante” o “instantaneidad” está por muchos lados. Lo novedoso de este libro es la conexión de una noción proveniente de la filosofía de la historia con las transformaciones políticas. Beck construye lo que denomina una “retórica del tiempo instantáneo” a través de la exploración de lo que considera tres figuras representativas de la noción de ruptura repentina en el pensamiento político moderno: insurrección, anarquía y revolución. Lo que estas tres figuras tienen en común es que detonan cambios políticos.
En su larga introducción al libro, Beck dedica algunas líneas a discutir las distintas definiciones de “instante” e “instantaneidad”. Su disquisición es valiosa. Hace ver, por ejemplo, que el instante carece de duración, es tan fugaz que parece atemporal. En efecto, si recordamos de nuevo la inmolación de Bouazizi, podremos darnos cuenta de que aquello sucede en un abrir y cerrar de ojos. El instante parece alterar nuestra percepción del tiempo precisamente porque irrumpe en la continuidad. El instantaneísmo rechaza las visiones teleológicas o providencialistas de la historia y confía en que la espontaneidad de las masas, grupos e individuos puede en cualquier momento y de manera inesperada generar un cambio rotundo.
Una de las varias propuestas de Beck a lo largo del libro es asimilar la instantaneidad como un “motivo” de la historia de las ideas manifestándose en tres niveles: como concepto, discurso y régimen de historicidad. El concepto tiene su origen en ideas filosóficas y teológicas identificables desde Platón y san Pablo. Los discursos muestran el modo en que se articuló la concepción instantánea de la experiencia temporal. La autoconciencia histórica de la Revolución francesa sería, por ejemplo, según Beck, un ejemplo discursivo. El régimen de historicidad se refiere a periodos históricos en los que el instante se volvió una forma primordial de experimentar el tiempo a nivel colectivo. Explica Beck que los discursos sobre la instantaneidad pueden surgir bajo cualquier régimen de historicidad moderno.
Los discursos sobre la instantaneidad de los que él se ocupa abarcan el insurreccionismo de Jean-Paul Marat y Gracchus Babeuf, el voluntarismo revolucionario de Louis-Auguste Blanqui, el anarquismo de Bakunin, el sindicalismo revolucionario de Sorel, el espontaneísmo de Rosa Luxemburgo y el activismo decisionista de Lenin. De la mano de estos autores, ubicados en el periodo histórico que abarca de la Revolución francesa a la sofocación del levantamiento espartaquista en Berlín, Beck dibuja a lo largo de tres capítulos la anatomía política del instante desde la insurrección, la anarquía y la revolución. La insurrección se manifiesta en momentos de revuelta, muy a menudo cargados de violencia simbólica o física, que pueden generar cambios en las estructuras sociales y políticas, pero también en la forma de concebir la historia. La insurrección abre la posibilidad de un cambio. Pero es eso, mera potencialidad. En algunos casos acelera los cambios de manera exitosa, en otros los retrasa. Puede ser que en algunos casos resulte en un estancamiento. De cualquier forma, lo importante es que rompe con el pasado, altera el presente y abre posibilidades futuras. El anarquismo, en términos generales, rechaza la idea de progreso lineal y la autoridad inherente al Estado. A cambio, apuesta por la libertad individual y la organización colectiva. Bakunin, por ejemplo, piensa que la acción directa, la insurrección, la revolución, han de irrumpir en el curso de la historia detonando no solo un cambio político, sino derribando el determinismo histórico marxista. La revolución, por último, es también un quiebre con la concepción lineal de la historia. Se entiende como un momento transformativo que, si bien implica violencia, sustituye un régimen político. Veo que cada una de estas figuras abre futuros inciertos. Por ello, al dar paso a lo repentino, lo inesperado, lo indeterminado, descomponen las visiones historicistas y su idea de un proceso temporal continuo.
El libro es muy estimulante para repensar tanto nuestra idea general de la historia como nuestras concepciones y experiencias de la temporalidad. Beck añade, después de las conclusiones, un epílogo en donde sostiene que en la actualidad la intersección entre política y tecnología ha ocasionado un retorno a la instantaneidad en la esfera pública: la vuelta a la amenaza nuclear, la “singularidad” y la IA, los desafíos de la desigualdad económica, la crisis climática, han ido dando lugar a movimientos cuya retórica incita a una acción radical en el ahora. ~