Una gran morgue invisible
Casi un millón de muertos, y sin foto. Cuando la pandemia apocalíptica de la Covid-19 alcanza los 20 millones de casos en el mundo, con casi 800.000 muertos, apenas hemos visto a nuestros muertos. Menos aún en España, que lidera el ranking europeo por exceso de muertes, un dato irrefutable que compara la media de mortalidad de años anteriores con el actual. Este nuevo récord viene a sumarse a haber encabezado durante semanas la ratio de muertes por coronavirus por 100.000 habitantes. Y ahora también, en pleno verano, cuenta con el mayor número de rebrotes en la Unión Europea. Sin embargo, en la prensa española, apenas hemos visto cadáveres.
“Hay imágenes históricas que se han perdido para siempre”, explica Emilio Morenatti (Zaragoza, 1969). El fotógrafo jefe de la agencia Associated Press (ap) para España y Portugal ha cubierto durante treinta años conflictos y crisis en Oriente Medio, retratado dolor y muerte, y recibido galardones entre los que se cuentan el World Press Photo, el Ortega y Gasset o el National Press Association of America. Pero en su país solo ha encontrado impedimentos para hacer su trabajo.
“Es como si en una guerra solamente me dejaran contar lo que hacen los soldados, y no me permitieran fotografiar los daños colaterales, que es lo que realmente tiene que hacer un periodista”, prosigue este jerezano de adopción. “Aquí ha pasado eso, que no nos han dejado fotografiar lo que es importante en esta pandemia, la parte más vulnerable, no necesariamente el muerto, sino todo lo que engloba la tragedia.”
Y enumera lo invisible: gente apelotonada en cuidados intensivos (UCI) que esperaba camas sin opciones, personas que morían sin respiradores, los muertos en las residencias de ancianos, los cementerios y tanatorios acumulando ataúdes.
“Nosotros lo que queríamos era poder documentar un funeral sin gente. Nos costó muchísimo conseguir esos permisos, hemos enviado cientos de mails a todos los hospitales de Barcelona, y no contestaban. En el Cementerio de Poble Nou, donde yo intentaba entrar, antes tenían de 5 a 7 funerales diarios de media, y llegó a haber hasta 40 funerales. Esto es lo que nos han impedido fotografiar, las pilas de muertos en sus féretros sin ningún familiar que los despida, que les dé el último adiós. Esas imágenes se han perdido.”
La cantidad de muertos era tal que Madrid tuvo que habilitar la pista de patinaje del Palacio de Hielo para acoger a centenares de cadáveres, la mayor morgue de la historia reciente de España. Ningún fotógrafo logró acceder al recinto. Pero una imagen filtrada de los féretros “a los que nadie vela” fue publicada por el diario El Mundo el 8 de abril.
Mientras Morenatti y el resto de periodistas pedían permisos para fotografiar el recinto y las UCI, se filtraban fotografías realizadas por amateurs, empleados, freelancers o gabinetes de prensa. Las filtraciones son una cosa delicada, porque pueden ir cargadas de una agenda política. “Nos han ofrecido tantas fotos. Yo les decía: Déjame hacerlo a mí de forma profesional, no pienso hacerte propaganda”, comenta al respecto el corresponsal de un medio extranjero que también solicitó infructuosamente acceso al Palacio de Hielo.
“A mí me dolió mucho que esa fotografía se filtrara bajo mano, porque esa foto no reflejaba la realidad, es falso que los féretros estuvieran solos”, se lamenta Alberto Di Lolli (Valencia, 1976), fotoperiodista de El Mundo. Cosas que suceden en un diario. Al tiempo que él intentaba entrar en el recinto, Fernando Lázaro, periodista de su mismo medio, conseguía la foto filtrada, cuyo autor se desconoce, así como las circunstancias en las que fue tomada.
“Yo estaba intentando hacer esa foto, pero a mí no me interesaba la foto de los ataúdes. El reportaje que yo me he quedado sin hacer era el trabajo que estaban haciendo los militares en el Palacio de Hielo, que a mí me lo contaron y era impresionante. Como las familias no podían estar velando a los muertos, los militares establecieron una guardia de 24 horas y velaban los cuerpos constantemente, con muchísimo trabajo, teniendo un cuidado extremo en la custodia de los restos para que no se confundieran los ataúdes. Y eso ni se ha visto ni se ha enseñado”, explica el fotoperiodista.
Como el resto, Di Lolli nunca recibió respuesta a sus peticiones de acceso al Palacio de Hielo. Galardones como el Ortega y Gasset, entre otros méritos, avalan la calidad profesional del valenciano, en activo desde 1998 para otros medios como AP y AFP. Sin embargo, y en entrevistas separadas, coincide con Morenatti en que las limitaciones para documentar los muertos por la pandemia son intencionadas. Rechazan usar la palabra censura.
Responsabilidad diluida y censura sofisticada
Las responsabilidades se diluyen en un entresijo de ministerios, administraciones centrales y autonómicas, municipales, gabinetes de prensa de hospitales, cementerios y otras instituciones. Esta compleja y pesada burocracia favorece que cada institución delegue en las otras para conceder accesos a la prensa o a la hora de asumir responsabilidades, una cultura que se ha implantado tácitamente en los gabinetes españoles en las últimas décadas.
“Hasta el punto de que determinadas cuestiones que son de interés público y de gran notoriedad se cubren en régimen de pool (grupo reducido de periodistas), argumentando a veces una cuestión de falta de espacio, o de facilitar la logística, cuando en realidad lo que se está haciendo es limitar el acceso”, explica Di Lolli. Las instituciones se han arrogado, así, el derecho a decidir lo que se puede o no contar y cómo, aprovechando como excusa las malas prácticas de cierto periodismo amarillista y morboso, que no es atribuible a medios y profesionales con una ética y estándares periodísticos probados a lo largo de los años.
A esto hay que añadir la evidente incomodidad de tener una cámara en una UCI cuando está desbordada y en precario, el pudor, el derecho a la privacidad. Por parte de las personas a cargo, nadie quiere asumir responsabilidades. Aluden al temor a que el abultado saldo de muertos se entienda como producto de una mala gestión. Y el miedo a crear “alarma social”. Como si la alarma social no hubiera salvado vidas en Alemania, Corea del Sur o Nueva Zelanda. El miedo salva vidas.
Volviendo a los permisos. La misma respuesta ha recibido esta periodista cuando ha preguntado al Ministerio de Defensa, a la Comunidad Autónoma de Madrid y al Ayuntamiento de la capital por qué ningún fotoperiodista tuvo acceso al Palacio de Hielo cuando se habilitó como morgue en primavera.
Defensa respondió en un mail que la competencia corresponde al gobierno autonómico y al ayuntamiento. El Ayuntamiento de Madrid contestó diciendo que el Palacio de Hielo era responsabilidad de la Comunidad de Madrid, y la Comunidad de Madrid no ha respondido. Ustedes mismos pueden hacer la prueba. Los correos de estos gabinetes de prensa son públicos.
Sin embargo, sí consta que ha habido una voluntad de ocultar a los fallecidos. “No queremos mostrar el Palacio de Hielo convertido en una morgue. No vamos a enseñar a nuestros muertos.” Esta fue la respuesta que obtuvo el corresponsal de un medio extranjero por parte de la jefa de prensa del Ministerio de Defensa tras reiteradas peticiones para acceder al Palacio de Hielo.
“Los equipos de comunicación nos han tratado de forma infantil, son paternalistas con los periodistas. Y, como periodistas, hemos fallado en contar la historia real”, explica este profesional, que pide anonimato para hablar con mayor libertad.
La censura se sofistica en las democracias perezosas. Es de conocimiento público que Moncloa empezó seleccionando preguntas benevolentes en ruedas de prensa sin derecho a réplica. Tras las quejas de los medios, Moncloa decidió permitir que cientos de medios, nacionales y locales, entraran en el sorteo de un reducido número de preguntas, lo que muchos periodistas, entre ellos José Macca, han entendido como un bloqueo para limitar las preguntas incisivas de los treinta especializados en Moncloa. La situación no es nueva. El expresidente Mariano Rajoy ya implementó ruedas de prensa mediante pantallas de plasma.
Si esto sucede en China, Turquía o en Estados Unidos, no hay duda de que el titular incluirá la palabra censura. Nadie tiene problema en decir que EEUU censura sus muertos desde Vietnam y que también lo hizo en los atentados de las Torres Gemelas. Pero aquí no hay censura, por mucho que no hayamos visto muertos y que las cifras comparativas de los tanatorios con años anteriores arrojen un exceso de casi 45.000 muertos, mientras el Gobierno de España ha mantenido durante semanas la cifra oficial y no actualizada de 28.432 fallecidos por coronavirus.
Además, la discrepancia entre los sistemas de recuento y las cifras que arrojan el gobierno central, las comunidades autónomas y el Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (momo) es tal que más de un analista de datos ha salido corriendo cuando se le ha encargado poner orden en el caos.
En lugar de muertos, en esta democracia europea hemos visto a dirigentes tuiteros monologando durante horas sobre lo bien que estaban haciendo las cosas, mientras los muertos se acumulaban en los cementerios. Y en los momentos más lamentables, a oposición y gobierno lanzándose insultos y culpas desde sus diversas administraciones.
Sí hemos visto los muertos de Indonesia, Perú, Bolivia, Italia, Brasil. En algunos de estos países la ciudadanía está acostumbrada a convivir con la realidad de la muerte. Incluso hemos visto los de Nueva York, a pesar de que el New York Times puso el dedo en la llaga sobre la invisibilidad de los muertos también en Estados Unidos. Los cadáveres de otros importan poco, ya sea Siria, Yemen o Líbano.
Esos muertos incómodos
Alberto Di Lolli es el autor de la foto de portada publicada por El Mundo el 15 de abril, donde puede verse el cadáver de una persona, con rostro pixelado, supuestamente muerto por Covid en el interior de un apartamento. En un país donde todo se politiza y con una piel tan fina, causó gran revuelo. El texto es de Rodrigo Terrasa. Parece ser que la decisión de publicarla en portada requirió sesudos debates en el seno del diario. Pero el fotoperiodista tiene la conciencia tranquila porque pasó sus filtros éticos y periodísticos.
Los reporteros se ganaron la confianza de un equipo del samur (Servicio de Asistencia Municipal de Urgencias y Rescates) en Valencia y lo acompañaron en un día de trabajo en plena pandemia. El acuerdo era pedir permiso para fotografiar y proteger la identidad de todos los pacientes.
Una foto periodística tiene que ser fiel al contexto, y ese muerto reunía las circunstancias de muchas otras víctimas por Covid en España. Di Lolli hace inventario: muerto en domicilio, porque mucha gente tenía miedo de ir a los hospitales y no volver a ver a su familia; con un diagnóstico indeterminado por falta de test, es decir, era un posible muerto por Covid sin certificar, lo que deriva en que no hubo diagnóstico ni protocolo de desinfección en ese piso. Además, era un ciudadano de Pakistán que compartía piso con otros inmigrantes en su misma situación de pobreza (el segundo domicilio de inmigrantes que visitaron ese día). Tal y como acordaron con el samur, pidieron permiso al resto de inquilinos y protegieron la identidad del fallecido mediante la pixelación. Y esa semana España era el país con mayor número de muertos por habitantes en todo el mundo, estaba en el centro de la noticia.
“Oiga, perdone, es una pandemia que provoca muertos. Hay otras veces que la guerra se produce en Siria o en África, y ahora la noticia está en España”, recuerda el fotógrafo. La propia doctora Nerea Bueno, que facilitó la cobertura, está sorprendida por el revuelo que causa un muerto en portada. En su guardia anterior tuvo cinco muertos por posible Covid. En sus años de trabajo ha visto muertos a diario.
Mientras tanto, Emilio Morenatti intentaba acceder a los cementerios ante la frustración de no poder documentar las UCI. Fue el primero en acceder al tanatorio de Collserola el 2 de abril. Allí, en el aparcamiento, estaban amontonados las decenas de ataúdes que no veíamos. Días después fotografió la precariedad de los ancianos enfermos confinados en sus pisos de Poble Sec, Barcelona.
Ataquen al mensajero
En un mundo en el que los políticos suben a golpe de tuit, no sorprende que una vez llegan al poder no sepan cómo gestionar. En circunstancias normales, no deja de ser grotesco. En pandemia, es letal. Las redes sociales han desplazado al periodismo como representación de la realidad, el delicado pueblo prefiere la ficción populista a la terquedad de los hechos.
Si alguien fotografía muertos, cadáveres o aglomeraciones en las playas, es sospechoso de amarillista, falsificador, hay que lapidarlo. Para Morenatti es una misión documentar la historia, y como a buen mensajero, le llueven las críticas. En un país en el que todo se politiza, las aglomeraciones en las playas tras el confinamiento y los botellones a medianoche no podían ser reales, por mucho que todos seamos testigos.
Morenatti ha detectado en sus coberturas en España una preocupante deriva en la que tanto los poderes como la ciudadanía consideran que el derecho a la privacidad está, casi siempre, por encima del derecho a la información. Es más, parece que pocos consideran ya la información como un derecho fundamental. Y los derechos que no se usan se pierden.
En este contexto, no resulta paradójico que un vicepresidente youtuber invite a la ciudadanía a insultar a los medios, como si el periodismo no fuera ya la profesión más vilipendiada en este país junto con la política. Es el camino fácil cuando no se sabe cómo solucionar los problemas.
Ojos que no ven, catástrofe garantizada
Malas noticias: la falta de información verídica tiene consecuencias. En un extraño giro darwinista, no haber visto a los muertos está favoreciendo una falsa percepción de inmunidad y un aumento desmesurado de los rebrotes en pleno verano. Es difícil saber si responde también a un mayor número de test, pero España ha vuelto a liderar ese oscuro ranking en el ámbito europeo. En cualquier caso, en España se acaba el malestar político cuando abren los bares. La ebriedad y la censura son la solución a corto plazo en ese difícil equilibrio entre el colapso económico y la muerte.
Tan grande es el riesgo de rebrotes que en los pasillos de Moncloa se preguntan hoy entre susurros si no se les habrá ido la mano ocultando a sus muertos. Una ocultación hecha con las mejores intenciones, de esas que llenan los caminos de los cementerios. ~
Es periodista. Ha cubierto Europa, Asia y Medio Oriente para medios como Associated Press y The Guardian