Si atendemos a la posición estructural y los incentivos para acercarse o enfrentarse a la administración de Donald Trump, el movimiento sindical estadounidense tiene tres grandes segmentos. De las interacciones entre ellos dependerá la respuesta laboral a las políticas del nuevo presidente.
En primer lugar están los sindicatos de la construcción (albañiles, carpinteros, herreros, soldadores, electricistas, etcétera). Estos sindicatos funcionan como los gremios medievales, controlando los procesos de certificación de habilidades en cada oficio y el acceso al empleo. El tamaño de su membresía y resultante poder político depende de los ciclos económicos: a mayor dinamismo en el ramo de la construcción y la inversión en infraestructura, mayor poder sindical. La mayoría de los miembros de estos sindicatos son trabajadores nativos y, en muchas áreas del país, principalmente blancos. Tienen todos los incentivos del mundo para apoyar las políticas de Trump.
En el extremo opuesto están los sindicatos de servicios, como SEIU y UNITE HERE, y los sindicatos del sector público como AFSCME, AFGE y AFT(magisterio). Los dos primeros han estado entre los sindicatos con mayor potencial de expansión durante más de tres décadas debido a la tercerización de la economía. Sin embargo, este potencial se ve limitado por los obstáculos patronales a la sindicalización y la negociación colectiva, por un lado, y por la precaria situación laboral, salarial y migratoria de buena parte de los trabajadores que forman su base, por el otro. La mayor oposición a Trump, dirigida sobre todo contra sus políticas migratorias, provendrá de este sector sindical.
En medio están los grandes sindicatos de industria (automotores, metalúrgicos, confección). Este sector ha demandado el abandono de las políticas y tratados de libre comercio y ha resistido el debilitamiento de la contratación colectiva. Asimismo, en muchos lugares del país, los sindicatos de este ramo son auténticos laboratorios de socialización obrera por encima de barreras raciales, étnicas, lingüísticas y de estatus migratorio. Las corrientes más progresistas de este sector sindical se han unido a las campañas por la legalización de los trabajadores indocumentados; las más nacionalistas exigen un retorno al proteccionismo comercial.
La política laboral de Trump será una mezcla de las tendencias populistas del presidente y su ofrecimiento de cancelar pactos comerciales, llevar la manufactura de vuelta a las grandes áreas desindustrializadas del Medio Oeste e invertir en infraestructura, combinada con la agenda republicana de desmantelar las protecciones legales a la contratación colectiva (iniciativas conocidas genéricamente como right to work o derecho al trabajo) y la sindicalización. El presidente ofrecerá a los trabajadores y sus organizaciones un pacto suicida a la larga: la promesa de crear empleos a cambio de su capacidad de sobrevivir y crecer.
Se requerirá un esfuerzo enorme de educación y organización sindical para resistir esta doble embestida trumpista, pero hay elementos muy alentadores. Miembros de sindicatos de servicios en todo Estados Unidos están encabezando las movilizaciones contra las restricciones antimusulmanas y la retórica antiinmigrante de Trump, con no poca participación de los sindicatos de industria. Incluso en los sindicatos de la construcción empiezan a surgir corrientes –en su mayoría encabezadas por trabajadores afroamericanos y latinos– que critican la visión cortoplacista de sus líderes al apoyar a Trump.
Desde los años noventa muchos organizadores sindicales entendieron que no basta con una agenda económica para movilizar a la base trabajadora, sino que había que crear una identidad más sólida como agentes del cambio social. En la encrucijada actual, esa renovada identidad sindical puede ser la base para resistir la agenda autoritaria y antisindical del presidente y hacer avanzar la visión alternativa de justicia económica para todos. ~
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.