Monterroso en movimiento

Hay muchas maneras de recordar a Monterroso: a travรฉs de las historias de sus amigos, de sus consejos sobre la literatura, de su propia obra. Entre el recuerdo y la lectura atenta de sus cuentos, Vila-Matas explica por quรฉ el autor de Movimiento perpetuo, que este mes cumplirรญa cien aรฑos, es mรกs vigente que nunca.
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1

En aquellos dรญas no tenรญa yo ni idea de que el escritor de textos breves en realidad nada desea mรกs en el mundo que escribir incesantemente largos textos en los que la imaginaciรณn no tenga que trabajar, en los que los hechos, las cosas, los animales y los hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeciรณn al punto y coma, al punto.

Y a tal grado creรญa en esto que pensaba que lo correcto era ser breve y no molestar, narrar historias rรกpidas de finales fulminantes, tan cerrados como definitivos, y que no prolongaran el a veces fingido semblante de expectaciรณn del compaรฑero de mesa o interlocutor, es decir, ser muy educadamente sintรฉtico y diรกfano con quien, a mi lado, simulaba que escuchaba, o me escuchaba realmente, aunque en ese caso siempre a la espera de que fuera yo rรกpido en mi exposiciรณn.

โ€“Tuve un sueรฑo. Volvรญa a conocer a Monterroso โ€“le dije a Monterroso parodiando el tono de su cuento โ€œLa cenaโ€, el dรญa en que lo vi por segunda vez en Barcelonaโ€“. Las circunstancias eran las mismas del dรญa en que lo habรญa conocido. Cambiaban algunas cosas, pero, por lo general, casi todo era idรฉntico. Por ejemplo, al igual que el dรญa en que lo habรญa conocido, estรกbamos en la parte alta de Barcelona, en el jardรญn de un bar del barrio de Tres Torres. Presentaban una novela de Sergio Pitol. El escenario era semejante al que, meses antes, ignorando que se trataba nada menos que de Monterroso, habรญa entablado distraรญdamente conversaciรณn con รฉl. Todo era pues muy parecido, pero en esta nueva ocasiรณn, al descubrir que aquel agudo conversador era el mismรญsimo Monterroso, en vez de ruborizarme como en aquella otra ocasiรณn, tartamudear de pronto y citarle de memoria, con grandรญsima torpeza, el cuento del dinosaurio, me mostraba algo mรกs seguro de mรญ mismo y mejor conocedor de su obra que los que solo conocรญan de รฉl su cuento del dinosaurio y le decรญa a bocajarro: โ€œAmo a las sirvientas por irreales.โ€ โ€œMe gustan las criadasโ€, me respondรญa รฉl inmediatamente cazando al vuelo mi nota erudita, โ€œestรก usted muy en lo cierto, caballero. Y tambiรฉn Kafka me agrada, aunque, puestos a comparar, me gusta aรบn mรกs el padre de Kafka. Y tambiรฉn el tรญo del escritor, el tรญo que tenรญa Kafka en Madrid. Sรญ, el mismo del que ahora dicen algunos que era el tรญo de Dios. ยฟNo lo oyรณ decir? Al parecer, el tรญo de Kafka era el tรญo de Dios, pero Kafka no era el sobrino de Diosโ€.

Me veรญa desbordado por aquella noticia sobre el tรญo de Madrid, el de Kafka, pero sabรญa que el escritor checo, ya solo con la fuerza de su apellido, me daba una oportunidad para, por muy moderadamente que fuera, lucirme. Porque me sabรญa de memoria algo que sobre una criada habรญa escrito Kafka en su diario. Me disponรญa a recitarlo cuando Monterroso sorprendentemente se adelantaba y lo hacรญa por mรญ, robรกndome la idea, la cita, todo. Era como si me hubiera robado la cartera. โ€œTome ustedโ€, le decรญa, โ€œme ha robado la cartera, pero no importa porque soy un gran admirador suyo. Quรฉdese con ella. Dentro encontrarรก dos enormes minuciasโ€.

La cartera contenรญa una declaraciรณn ante notario por la cual en el conflicto entre Kafka y su padre, yo, al igual que en su momento Monterroso, estaba de parte del padre. Junto a la confesiรณn firmada, la cartera contenรญa tambiรฉn una segunda enorme minucia, esta perteneciente a Chesterton y que me habรญa sido facilitada por un antiguo compaรฑero de colegio en otro atardecer, ya lejano, tambiรฉn en aquel barrio barcelonรฉs de Tres Torres. Yo estaba convencido de que habรญa que divertir a toda costa a Monterroso: โ€œSi un hombre no puede amar a su barbero, al que ha visto, ยฟcรณmo podrรก amar a los japoneses, a los que no ha visto?โ€

Monterroso se reรญa. โ€œGracias por la cita, me la guardoโ€, me decรญa. Este hombre se lo guarda todo, pensaba yo. Y comenzaba a sospechar si no serรญa el secretario cleptรณmano de Apollinaire, que era un aristรณcrata que vivรญa en la misma buhardilla del poeta y frecuentaba el Museo del Louvre envuelto en una amplia capa y, en cuanto el celador se daba media vuelta, agarraba el primer objeto que encontraba a mano y desaparecรญa con รฉl. Sin que Apollinaire lo supiera, el trastero del barรณn se habรญa ido convirtiendo en un espectacular depรณsito de tanagras, idolejos egipcios, vasijas de la Creta minoica, collares de Sidรณn.

Viendo que Monterroso deseaba seguir riendo, le preguntaba yo, asรญ de sopetรณn, quรฉ escondรญa del Louvre entre sus ropas, quรฉ objeto habรญa robado aquel dรญa. โ€œEsta tortugaโ€, me decรญa y, echando mano al bolsillo de su gabรกn, sacaba la tortuga que Kafka querรญa regalarle a Monterroso en el genial cuento La cena.

Cuando despertรฉ, la tortuga todavรญa estaba allรญ.

โ€“Serรฉ breve โ€“me dijo Monterrosoโ€“. Era una vez una cucaracha llamada Gregor Samsa que soรฑaba que era una cucaracha llamada Franz Kafka que soรฑaba que era un escritor que escribรญa acerca de un empleado llamado Gregor Samsa que soรฑaba que era una cucaracha.

Y solo entonces descubrรญ la verdad, solo entonces comprendรญ que, contrariamente a lo que muchos creรญan, Monterroso no era un escritor de brevedades, sino, todo lo contrario, era un descomunal narrador de las historias mรกs infinitas.

2

Oรญ decir en Ciudad de Mรฉxico que para conseguir que hablara el difรญcil Juan Rulfo habรญa que escarbar mucho, โ€œcomo para buscar la raรญz del chinchayoteโ€. Y es que, por lo que parece, Rulfo no crecรญa hacรญa arriba, sino hacia adentro. No habรญa que escarbar mucho en cambio en Monterroso si le preguntaban por su amigo Rulfo, fuente constante para รฉl de historias, anรฉcdotas, recuerdos extraรฑos, divertidos y gloriosos. A Monterroso el gran Rulfo le daba mucho juego. O eso nos pareciรณ ver en Barcelona el dรญa en que, tras haber presentado su libro La vaca, cenรณ con nosotros en Casa Calvet, el restaurante situado en los bajos de un edificio diseรฑado por Gaudรญ, en el 48 de la calle Caspe, a dos pasos de la Plaza de Cataluรฑa. Es una de las cenas de mi vida que mรกs recuerdo, tal vez porque me he dedicado a contarla en todas partes. Una cena con un Monterroso tรญmido y locuaz a la vez.

Una cena que empezรณ en esa hora, que decรญa Rulfo en Pedro Pรกramo, โ€œen que los niรฑos juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando aรบn las paredes negras reflejan la luz del solโ€. A esa misma hora, aunque mรกs bien alejados de los oscuros pรกramos sombrรญos de Rulfo, en un iluminado restaurante barcelonรฉs pensado para las conversaciones mรกs animadas, Monterroso invocรณ de pronto el nombre de Rulfo y se hizo el silencio. Que yo recuerde, no hablรณ Monterroso como se habla en Pedro Pรกramo, donde habla todo un pueblo, y las voces se revuelven una con otra y ya no se sabe quiรฉn es quiรฉn. No, no hablรณ Monterroso como en Pedro Pรกramo, hablรณ por รฉl mismo y empezรณ por recuperar de su memoria recuerdos de la presencia, normalmente fantasmal, de Rulfo en Barcelona.

No todo el mundo sabe, dijo Monterroso (y todos nosotros de pronto quedamos muy expectantes), que el bar preferido de Rulfo en Barcelona era el Treno, un horrible local muy estrecho de la Rambla de Cataluรฑa, que imitaba un vagรณn de tren y por el que pasaron todos los niรฑos de la burguesรญa catalana cuando a principios de los sesenta se estrenรณ con la etiqueta ultramoderna de โ€œcafeterรญa americanaโ€. Pues bien, en el horrible Treno, dijo Monterroso, pasรณ Rulfo horas y horas de su vida, y algunos amigos que le veรญan allรญ sentado, solo, y no se atrevรญan a molestarlo, pensaban que en cualquier momento Rulfo se pondrรญa a hablar por su cuenta y dirรญa: โ€œVine al Treno porque me dijeron que acรก vivรญa mi padre, un tal Pedro Pรกramo.โ€ Como al parecer Rulfo vivรญa eternamente deprimido, a nadie habrรก de extraรฑar que diga que otro de los lugares que le encantaban de Barcelona era el Navarra, restaurante del paseo de Grร cia esquina Caspe, mรกs tarde, con el paso de los aรฑos y de tantos turistas por la ciudad, convertido en algo aรบn mรกs deprimente, como si hubieran querido rizar el rizo de la tristeza de Rulfo: un Burger King.

En fin, a cuatro pasos del Navarra, en Casa Calvet la noche de la cena dedicada a historias vividas con Rulfo, Monterroso evocรณ la tarde en Barcelona en la que, hallรกndose con Bรกrbara Jacobs hojeando un libro expuesto en el quiosco de revistas y periรณdicos del paseo de Grร cia esquina Caspe, estaban comentando la cantidad de imitadores que le habรญan ido saliendo a Rulfo, y en eso, sin saber que Rulfo estaba de paso por Barcelona, oyeron a sus espaldas la voz inconfundible y temblorosa del autor de Pedro Pรกramo:

โ€“Ayรบdenme.

Pudieron ahรญ confirmar que, como sus personajes, Rulfo podรญa aparecer, cual fantasma, en cualquier parte. Quizรก por eso no se extraรฑaron demasiado (aunque se extraรฑaron) de tenerlo allรญ mismo detrรกs de ellos, como alma en pena, pidiendo angustiosamente ayuda.

Le preguntaron quรฉ clase de ayuda necesitaba.

Era urgente que lo liberaran de un fanรกtico de su obra, de un hombre que le habรญa cortado el paso frente al Navarra y lo habรญa retenido largo rato sin que Rulfo pronunciara palabra alguna, ni siquiera la palabra que le habrรญa servido para dejar atrรกs a aquel pesado.

Hombre deprimido y tรญmido, Rulfo padecรญa infernales insomnios, nos dijo de pronto Monterroso, allรญ en Casa Calvet. Y nos pidiรณ que nos situรกramos en la Varsovia a la que รฉl con Rulfo habรญan llegado una tarde de otros tiempos, en medio mismo de una gira de promociรณn por Europa de Pedro Pรกramo.

Crecรญan como setas las traducciones de aquel libro por toda Europa y Rulfo se veรญa obligado a promocionarlo. Pero una gira comercial y Juan Rulfo, dijo Monterroso, eran lo mรกs opuesto que uno podรญa encontrarse en la vida. Y si encima la gira transcurrรญa por tierras polacas, esta podรญa alcanzar ciertos momentos surrealistas. En el hotel de Varsovia, a las cuatro de la madrugada, Rulfo, incรณmodo de estar lejos de Comala o simplemente de estar en Polonia, golpeรณ la puerta de la habitaciรณn de Monterroso para decirle que ya era hora de levantarse. Monterroso le hizo ver que eran las cuatro de la madrugada. โ€œSรญ, pero vamos a quedar muy mal si nos levantamos tan tardeโ€, dijo un Rulfo completamente insomne y que en el fondo lo que pedรญa era compaรฑรญa. โ€œยฟA quedar muy mal?โ€, preguntรณ Monterroso. Como vio que su amigo esperaba el amanecer, fiel en el fondo a su origen campesino, lo dejรณ pasar al cuarto, pero pidiรฉndole que se quedara sentado en una silla en la oscuridad mientras รฉl seguรญa durmiendo un poco mรกs.

Muchas veces me he preguntado cรณmo serรญa dormir en Varsovia con Juan Rulfo en el mismo cuarto, sentado en una dura silla polaca frente a nosotros, alma en pena, aguardando el amanecer.

Una hora despuรฉs volviรณ a oรญrse la voz de Rulfo, desde la tiniebla mรกs profunda de aquel cuarto, una tiniebla con un vago aire a silla deprimente del Treno y a la que ya solo le faltaba una bandada de cuervos cruzando el cielo vacรญo de las tierras mรกs inhรณspitas. โ€œVamos a quedar muy mal, vamos a hacer el ridรญculoโ€, insistiรณ Rulfo. โ€œยฟEl ridรญculo?โ€, quiso saber Monterroso. โ€œSรญ, claro, los polacos tienen fama de ser muy trabajadores y vamos a hacer el ridรญculo si nos levantamos tan tarde.โ€

3

La tormenta era poderosa y no habรญa modo de encontrar taxi y acabรฉ compartiendo uno con un desconocido โ€“un joven con aire de poetaโ€“ al que dejรฉ en un bar de la Diagonal en Barcelona y luego continuรฉ camino. Durante el trayecto, el joven no parรณ de hablar. Sin haberse ni tan siquiera presentado, empezรณ diciรฉndome que en el mundo todo iba muy mal y que irรญa aรบn mucho peor en las siguientes semanas, meses y aรฑos. Todo fatal, apostillรณ. Y, despuรฉs, no parรณ de pedirme opiniones. Querรญa saber quรฉ pensaba yo sobre esto y aquello, sobre la reciente reconstrucciรณn del big-bang original en Ginebra, sobre tal cosa y tal otra. Preguntando parecรญa un tipo incansable. Pero en un momento determinado se parรณ en seco, y quedรณ completamente callado. Afuera, diluviaba cada vez mรกs fuerte. Fue un momento poรฉtico casi digno de aplauso porque consiguiรณ que me concentrara y pudiera por fin pensar en el ojo central, en el ojo mismo de aquella tempestad que asolaba Barcelona. Pero tambiรฉn es cierto que solo conocรญ la verdadera quietud cuando por fin el poeta se bajรณ del taxi.

Habรญa ya recuperado la calma cuando el taxista me dijo de repente: โ€œEse joven hablaba muy bien, ยฟno lo ha notado? Hablaba y contaba las cosas, pero que muy bien. Y, ademรกs, sabรญa preguntar.โ€ Me pareciรณ una escena ya vivida, pero no sabรญa dรณnde ni cuรกndo. โ€œA mรญ tambiรฉn me gusta preguntarโ€, aรฑadiรณ el taxista. Y quiso saber si no pensaba que raramente tratamos con personas razonables y no sรฉ cuรกntas otras cosas mรกs, y se fue haciendo palpable que se le habรญa adherido el tono del joven poeta que habรญa dejado el taxi.

Estรก naciendo un sentido, pensรฉ, y quiรฉn sabe, tal vez el primer sentido tambiรฉn surgiรณ asรญ: alguien, en la noche de los tiempos, se contagiรณ del tono narrativo de otra persona y en medio del caos naciรณ un sentido, tal como lo he visto hoy nacer tambiรฉn aquรญ en este taxi… Y no mucho despuรฉs, me acordรฉ de por quรฉ aquella escena de contagio me habรญa parecido ya vivida anteriormente. Un dรญa de hacรญa ya aรฑos, Monterroso habรญa contado a los amigos un viaje de noche en taxi con Juan Rulfo por la Ciudad de Mรฉxico. Como todo el mundo sabe, en df el mรกs corto trayecto en coche puede durar mรกs de una hora, y ese dรญa, acompaรฑando a Rulfo a su casa, el viaje para Monterroso se fue haciendo interminable mientras su amigo, tocado por los tequilas, trataba de contarle cรณmo era la descomunal novela en la que trabajaba y con la que, aseguraba, iba a romper su silencio de tantos aรฑos despuรฉs de Pedro Pรกramo. A medida que la contaba, la novela se iba volviendo cada vez mรกs y mรกs extraรฑa y caรณtica, tambiรฉn hipnรณtica. Tras hora y media de viaje y de novela muy compleja, tremendamente enredada, Monterroso pudo dejar por fin en su casa a Rulfo. Bajรณ del coche y lo acompaรฑรณ hasta la puerta y se despidiรณ y, al volver al taxi, creyรณ que iba a quedarse tranquilo por un rato.

โ€œEse hombre sabรญa contar historias…โ€, oyรณ entonces con cierta alarma que le decรญa de pronto el taxista. Y el tono empleado por este comenzรณ a sonar semejante al de Rulfo, como si se le hubiera contagiado la cantinela del caos y hubiera quedado tocado por el encanto de un relato adhesivo.

โ€œYo tambiรฉn tengo una vida muy triste para contar, seรฑor…โ€, dijo el taxista. Y, a lo largo de la hora que aรบn durarรญa el trayecto y que los llevรณ a cruzar la ciudad entera, aquel conductor fue castigando a Monterroso con su gran tragedia personal. โ€œUna vida seca y muy desconsolada, seรฑor…โ€ Una vida surgida del caos mismo y de la que fue naciendo un tono y un sentido. Una vida agria, de tono tristรญsimo, magistral, contada en uno de los muchos taxis en los que cada dรญa se reconstruye la escena del big-bang original.

4

Obviamente, en lugar de escucharlo, uno tambiรฉn podรญa leer a Monterroso, y los ratos dedicados a leerlo tenรญan grandes posibilidades de acabar siendo memorables. Recuerdo que una vez, enย Viaje al centro de la fรกbula, le preguntaron si existรญa realmente una nueva narrativa en los tiempos recientes que corrรญan. Y รฉl dijo que obviamente sรญ existรญa, pero habรญa que saber por quรฉ era nueva, cuรกles eran sus alcances, en quรฉ se diferenciaba de la vieja. Algunos, decรญa Monterroso, no saben en quรฉ consiste que sea nueva porque no conocen la inmediatamente anterior, ni la antigua: โ€œHay una maneraย contemporรกneaย de narrar, de decir las cosas, absolutamente diferente de la que usaron nuestros abuelos, ignorantes de Freud, de la televisiรณn, de Joyce, de las dos guerras mundiales, de la barbarie norteamericana en Vietnam. Tambiรฉn esto hay que recordarlo en los talleres literarios. Algunos aspirantes a narradores no se han dado cuenta de que viven ya en otro mundo y siguen contando sus respuestas a la vida como se hacรญa en el sigloย xix. Aunque la buena literatura es siempre la misma y dice siempre lo mismo cuando refleja la situaciรณn รญntima del individuo (para el cual fue igualmente horrible morir en Lepanto que en Verdรบn), tengo la impresiรณn de que hay algo que sรญ cambia, y de que una vez en el papel, de un siglo a otro,ย las lรกgrimas de Vallejo no pueden ser las mismas que las de Espronceda.โ€

5

Tenรญa una notable inclinaciรณn a corregir sus textos. Recomendaba a los futuros escritores โ€“era, como muchos saben, un extraordinario profesor de taller literarioโ€“ no solo limitarse a escribir, sino tambiรฉn eliminar lรญneas y pulirlas. Segรบn relata en Pรกjaros de Hispanoamรฉrica, su รบltimo libro publicado en vida, conociรณ al peruano Alfredo Bryce Echenique en una situaciรณn incรณmoda, pero que posteriormente fue jocosa. En una conferencia en Canadรก, Bryce Echenique estuvo largo rato diciendo que le gustaba escribir de corrido, casi sin corregir. Pero cuando le tocรณ hablar a Monterroso, dijo (haciรฉndose pasar por mucho mรกs tรญmido de lo que en realidad era): โ€œBueno, yo no escribo, solo corrijoโ€, lo cual hizo reรญr al pรบblico.

Imagino, sospecho, que era un verdadero virtuoso tachando. Sรฉ que pensaba que tres reglones suprimidos valรญan mรกs que uno aรฑadido. Le parecรญa que, si lograba que no se notara afectada, la concisiรณn era algo elegante: โ€œLos adornos y las reiteraciones no son elegantes ni necesarios. Julio Cรฉsar inventรณ el telรฉgrafo dos mil aรฑos antes que Morse con su mensaje: โ€˜Vine, vi, vencรญ.โ€™ Y es seguro que lo escribiรณ asรญ por razones literarias de ritmo. En realidad, las dos primeras palabras sobran; pero Julio Cรฉsar conocรญa su oficio de escritor y no prescindiรณ de ellas en honor del ritmo y la elegancia de la frase. Y es que en esto de la concisiรณn no se trata tan solo de suprimir palabras. Hay que dejar las indispensables para que la cosa, ademรกs de tener sentido, suene bien. En cรณmo suena bien sin afectaciรณn consiste la otra cara de la dificultad.โ€

A todo esto, habrรญa, creo yo, que aรฑadir que Italo Calvino escribiรณ en Seis propuestas para el prรณximo milenio, en el apartado dedicado a la rapidez, que no conocรญa un cuento mรญnimo mรกs perfecto que el de Monterroso. Hablaba ahรญ obviamente del famoso cuento del dinosaurio, que empezรณ a ser tan conocido precisamente porque Calvino tuvo a bien citarlo en su libro de conferencias norteamericanas. Ahรญ comenzรณ a ser famoso globalmente el cuento y hasta el nombre de su autor.

Como es hoy bien sabido, se trata de un cuento muy tรญmido, brevรญsimo. No tan sabido es, en cambio, que una noche Calvino y Monterroso, grandes tรญmidos recalcitrantes, cenaron juntos en Roma. Acudieron a la cena con sus respectivas esposas. Y segรบn Monterroso no llegaron a cruzar ni dos palabras el uno con el otro; por suerte, sus mujeres fueron las que resolvieron la papeleta hablando entre ellas.

Timidez aparte, ยฟquรฉ pudo suceder para que no llegaran a hablar nada entre los dos? Ocurriรณ que poco antes de sentarse a cenar, seguramente por pura cortesรญa, el tรญmido Calvino le dijo al tรญmido Monterroso: โ€œYo conozco Guatemala.โ€ Monterroso quedรณ pensativo, sin poder evitar la impresiรณn de que la respuesta adecuada a aquella frase solo podรญa ser una: โ€œYo conozco Italia.โ€ Pero aquella no podรญa ser una frase mรกs ridรญcula, pensaba todo el rato Monterroso y no se decidรญa a decirla. Por un momento, pensรณ Monterroso en la posibilidad que tambiรฉn tenรญa de contestar โ€œYo conozco Cubaโ€ (despuรฉs de todo, el muy italiano Calvino habรญa nacido circunstancialmente en Santiago de Las Vegas, en la provincia de La Habana), pero se dio cuenta a tiempo de que para un guatemalteco como รฉl decir โ€œYo conozco Cubaโ€ era aรบn mรกs ridรญculo que decir โ€œYo conozco Italiaโ€. Asรญ que el silencio entre los dos escritores, antes, durante y despuรฉs de la cena, se fue haciendo cada vez mรกs y mรกs profundo.

โ€œLos silenciosโ€, creo recordar que me dijo Monterroso en la fil de Guadalajara en el รบltimo baile al que asistiรณ el aรฑo en que ganรณ el premio Rulfo, โ€œson producto del terror, de la anulaciรณn de la posibilidad de seguir hablando, de seguir diciendo cosas ya dichas. Hay veces en que las palabras llegan a su aniquilaciรณnโ€.

Poco despuรฉs de decirme aquello recuerdo que el ultimo baile llegรณ a su final, como si las palabras lo hubieran aniquilado, ni quรฉ decir tiene que me impresionรณ mucho. En la prosa de Monterroso hay ocasiones en las que sus palabras llegan a esa aniquilaciรณn que creรญ presenciar en aquel รบltimo baile de Guadalajara. Hay en lo que escribe timidez, brevedad, humor y una extraรฑa sรญntesis de pensamiento narrativo, relato filosรณfico y aforismo poรฉtico. En Movimiento perpetuo, por ejemplo (un libro que adoro, una de las cumbres de su obra), hay una deslumbrante y eficaz operaciรณn de disoluciรณn de los gรฉneros. Como resultado de esto, nos encontramos con una especie de tapiz literario que se dispara en muchas direcciones y que estรก compuesto de breves relatos, pensamientos, aforismos y digresiones libres y hasta de una brevรญsima โ€œantologรญa universal de la moscaโ€, insecto que en el universo del autor simboliza el mal y la estupidez genรฉtica de una especie que no evoluciona.

โ€œEl mundo no cambiaโ€, dice Monterroso, artista de ironรญa profunda, cervantina, llevada a veces a los extremos mรกs recรณnditos del ser humano. ยฟPor quรฉ diablos Monterroso no ganรณ el Premio Cervantes? Trazรณ su autorretrato el dรญa en que le preguntaron quรฉ sensaciรณn le producรญa ser visto como un humorista. โ€œAgradable, no por lo de humorista, sino por el hecho de ser clasificado. Me encanta el orden.โ€

Ante el realismo mรกgico de Garcรญa Mรกrquez y compaรฑรญa, se sigue en nuestros dรญas levantando siempre la obra de Monterroso, hombre de orden y representante supremo de lo que podrรญamos llamar el realismo interno. Si los realistas mรกgicos y demรกs zombis del รกrea de los levitantes trataron y siguen tratando de reflejar una realidad externa de orden fantรกstico, Monterroso, por el contrario, sigue ahรญ en pie de guerra contra esa especie de folklore carcamal del terruรฑo y, por supuesto, contra sus eternos y siempre cargantes iguanodontes. ~

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