En el siglo XVII Deborah Moody fue una de las mujeres más poderosas del Nuevo Mundo. Nació en Londres en 1586 en una familia adinerada, se casó con Henry Moody, quien murió cuando ella tenía cuarenta y tres años, y heredó sus riquezas. Su participación en el movimiento anabaptista despertó la persecución de la Iglesia de Inglaterra y sus seguidores, razón por la cual tomó su dinero y se embarcó a América. Al llegar a Swampscott, a las afueras de Salem, Massachusetts, empezó a invertir su dinero en tierras y se convirtió en la primera terrateniente del Nuevo Mundo. Sin embargo, no gozó de la libertad religiosa que buscaba. Su deseo de que la misa se convirtiera en un acto festivo con cánticos provocó que fuera llevada a los tribunales. Como castigo se le ordenó cambiar sus creencias o ser excomulgada y desterrada. Moody aceptó la segunda opción. En Nueva Ámsterdam, actualmente Nueva York, fundó Gravesend, la primera colonia establecida por una mujer. Su liderazgo, sus riquezas, su influencia y sus habilidades de negociación hicieron de ella una “mujer peligrosa” para el orden político y eclesiástico de su tiempo.
Otra que recibió una etiqueta similar fue la líder religiosa Anne Hutchinson, considerada una de las primeras feministas por cuestionar la autoridad de los hombres y los roles de género aceptados. Con su esposo y doce hijos, Hutchinson también partió de Inglaterra a América para practicar su fe de manera libre y seguir las enseñanzas del reverendo John Cotton. Vivió en Swampscott, donde empezó a predicar y comentar los sermones de Cotton con otras mujeres y hombres de la comunidad. Su popularidad fue tal que se volvió una amenaza para los líderes puritanos, quienes la acusaron de hereje por predicar. De manera que en 1638, dos años antes de que Moody llegara a la comunidad, fue excomulgada y expulsada. En 1643 Hutchinson y once de sus hijos fueron asesinados aparentemente a manos de los nativos. No obstante, algunas tesis indican que la masacre fue organizada por los puritanos.
Todo este preámbulo es para hablar de Cauterio, la primera novela de Lucía Lijtmaer (Buenos Aires, 1977). Sin ser ficción histórica, las vidas de Hutchinson y Moody dan pie para que la escritora reflexione sobre lo poco que han cambiado los roles de género en cuatro siglos. Las historias de estas mujeres corren de manera paralela a la de una mujer sin nombre que vive en el año 2014 en Barcelona y que se muda a Madrid tras una ruptura amorosa. Así, realidad y ficción se entremezclan con el propósito de exponer las estructuras que han permitido que los hombres dominen las esferas políticas, religiosas y afectivas por centurias.
Lijtmaer inicia su novela con la mujer contemporánea caminando por las calles de Barcelona fantaseando con su muerte y culpando a su cobardía por no suicidarse, mientras que Deborah Moody, del otro lado del mundo y cuatro siglos atrás, descubre que está muerta y ha sido enterrada de manera vertical por hereje. A primera vista parece que estos dos personajes no tienen nada en común, pero posteriormente se revela que comparten el motivo de su dolor. A la mujer de nuestro siglo su pareja la abandonó de la noche a la mañana y la corrió del departamento que rentaban juntos, en tanto a Deborah su esposo dejó de desearla y se acostó con otras mujeres y, cuando ella se dedicó en cuerpo y alma a Dios, este también la abandonó: “Señor todopoderoso, Dios bendito, no te has apiadado de mi suerte. Tus ojos eran alhajas que adoré pese a todo y no he merecido nada.” Traicionadas y dolidas, ambas recuerdan cómo llegaron hasta esos momentos en un afán de expiar sus culpas y alcanzar la venganza.
A pesar de haberse hecho conocida por sus obras de no ficción, Lijtmaer logra hilar en esta primera novela dos tramas de manera excepcional. Las narraciones de las mujeres se pueden diferenciar por el tono con el que están escritas, a Deborah y a la mujer sin nombre les da una voz que concuerda con las preocupaciones de sus tiempos. Por ejemplo, los principales temores de Deborah son ofender a Dios y envejecer, pero eso no impide que tenga deseos y reclamos: “Otra cosa que no me contaron es que después de yacer con un hombre, el hombre se ausenta. Nadie me explicó eso del matrimonio. Te casas y te atas a un territorio y a un hombre.” Por su parte, la protagonista de este siglo espera que el cambio climático provoque la inundación de las ciudades, se preocupa por el incremento de los precios y tiene una relación conflictiva con su cuerpo a causa de los estándares de belleza que los medios han impuesto. Sus cavilaciones pueden ser las de cualquier mujer en la treintena que, como ella, encuentra consuelo al entrar a una tienda de Zara: “Cuando voy a una lo primero que me golpea es el aire acondicionado que, en vez de repelerme, me hace sentir segura.” Aunque las separan la distancia y el tiempo, las voces y temores de ambas se complementan y reflejan.
Si bien las fuentes bibliográficas no muestran que en la realidad Hutchinson y Moody se hayan conocido e intercambiado ideas, en su novela Lijtmaer las vuelve amigas y cómplices. Deborah y Anne organizan reuniones para comentar las Escrituras con otras mujeres de Salem, pero estas empiezan a ser mal vistas por los hombres del pueblo, lo que las pone a las dos en peligro. Las amigas se distancian porque Anne, a pesar de su magnetismo y capacidad de predicar la palabra de Dios, permite que los hombres participen en las reuniones y cede el poder al reverendo John Cotton. La renuncia de Anne la llevó a la desgracia porque poco después fue arrestada por herejía, condenada al destierro y asesinada por una tribu de indígenas. Sin posibilidad de ayudarla, Deborah se marcha de Salem en busca de un nuevo hogar y renegando de Dios: “porque tú no existes, porque nosotras hablamos solas y en realidad nadie nos salva”.
Aunque por momentos podría sentirse que el peso de la narración recae en lo que sucede con Deborah y Anne, los capítulos ambientados en el siglo XVII funcionan como antecedentes a las críticas al machismo en la actualidad. El exnovio de la protagonista contemporánea es un hombre de izquierda que compite en las elecciones locales. Pese a sus ideas progresistas, no se involucra en las actividades domésticas, le habla a su pareja en un tono condescendiente y paternal, se burla de ella y la considera frívola. A lo largo de su relación el amor se transforma en abuso: “a veces me equivoco y te decepciono, y cuando eso pasa, tu mirada tan distinta del arrobamiento de cuando nos conocimos me genera un miedo enorme y mi agujero interior crece y crece y lo llena todo y yo acabo hueca”. La presencia de la segunda persona del singular es una apelación directa a un hombre que se valió de su poder para lastimar. Este recurso se repite en voz de Deborah para referirse a su marido o al propio Dios. Con ese tú los personajes de Lijtmaer denuncian lo que muchas mujeres a lo largo de la historia han callado.
El machismo es un tema que Lijtmaer ha criticado en sus ensayos, pero ahora la ficción le da la oportunidad de crear mundos con sus propias reglas, sin necesidad de buscar explicaciones ni proponer respuestas. La ficción también le permite darles otro final a las mujeres y quitarles la etiqueta de víctimas. Deborah y la mujer contemporánea, con todo y su dolor, al final logran escapar de aquello que las ataba. Como el cauterio al que hace referencia el título, la narración abre y cura las heridas. ~
estudió literatura latinoamericana en la Universidad Iberoamericana, es editora y swiftie.