Entre plumas, obsidianas y certezas

Reducir la Conquista a un choque entre España y los mexicas borra la complejidad del conflicto. Marco Antonio Cervera Obregón lo plantea en el libro “Entre plumas y obsidianas” como una guerra entre pueblos mesoamericanos, con Europa como un actor más.
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Marco Antonio Cervera Obregón es un arqueólogo mexicano especialista en historia y arqueología militar, interesado particularmente en la antigüedad. Y aunque su formación ha sido, en mayor parte, como estudioso de pueblos protohistóricos europeos –es doctor en arqueología clásica por la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona–, nunca ha abandonado la investigación de su país natal. Por ello, no es extraño que Cervera haya publicado Entre plumas y obsidianas. Historia militar de la antigua Mesoamérica, un libro que se suma a los escasos estudios que se han escrito sobre el México anterior a 1521.

Aunque se trata de un libro breve, el recorrido de Cervera es extenso y está redactado con claridad, algo que se agradece en un académico, por lo visto, ajeno a retóricas abstrusas. Marcha a paso ligero desde el Neolítico hasta los mexicas. Se detiene en cada uno de los grupos protagonistas que van desde el Preclásico hasta el Posclásico, y ofrece una mirada general del espacio y el tiempo que habitaron, así como también de los principales estudios sobre milicia que hay sobre cada región.

Para iniciar su recorrido, Cervera recurre a Jean Guilaine y Jean Zammit, autores de El camino de la guerra. La violencia en la prehistoria (2003), para quienes la violencia del hombre tendría su origen en los conflictos tribales. Estos antropólogos han llegado a identificar por lo menos tres formas diferentes de conflicto: un individuo contra su propia tribu; una tribu enfrentada a un grupo similar, o bien una tribu contra grupos de otra especie.

Cervera aclara al lector –por si aún no se ha enterado– que los mayas lejos estaban de ser aquellos sabios astrónomos por los que se les tenía hasta la década de los cuarenta. Además, se muestra dubitativo ante el uso de la poliorcética que, como nos recuerda, es el “término que dentro de la historia militar se refiere a la ciencia de la defensa y el asedio de los sitios urbanizados”. Señala que, en ocasiones, se han querido aplicar conceptos desde una lógica moderna: por ejemplo, al interpretar ciertos vestigios arqueológicos como “murallas” o fortificaciones, sin que exista un sustento claro para ello.

Uno de los capítulos que más llama la atención en este libro es el cuarto: está dedicado al ejército teotihuacano, tema que ha levantado ámpula entre los investigadores por la poca información –por no decir casi inexistente– que hay al respecto. La tesis de Cervera tiene su mérito, pues acepta, en primer lugar, la teoría de Linda Manzanilla según la cual Teotihuacan era una ciudad con habitantes provenientes de lugares diferentes que residían en los distintos barrios y que eran gobernados por un sistema corporativo que competía entre sí. Pero Cervera se declara un seguidor del modelo militarista –con Ross Hassig a la cabeza–, aunque con un matiz: duda de que los teotihuacanos llegaran al extremo ideológico de los mexicas. Por ello, concluye:

[…] tratando de conciliar el modelo político de Manzanilla con el concepto de la guerra compleja, propongo la posibilidad de que, cuando fuera necesario, cada barrio podría proporcionar tropas al gobierno teotihuacano, pasando de simples tropas de barrio a un verdadero ejército estatal, ya que parece inconcebible que el poder de un gran estado antiguo, como el que nos ocupa, no estuviera de la mano del poder militar como una herramienta sustancial de las políticas del poder.

Una presencia constante en la obra de Cervera es la de Alfredo López Austin. En un artículo de 2003 titulado “El núcleo duro”, posteriormente publicado en Juego de tiempos (2018), López Austin defendía la idea de la continuidad de algunas costumbres de aquel México prehispánico, y dejaba en claro de una vez por todas la idea de que la historia “mesoamericana” o indígena no terminaba con la derrota de los mexicas y sus aliados, sino que seguía viva hasta nuestros días.

Descree Cervera de ideas como las de Caso, de Duverger en La flor letal. Economía del sacrificio azteca (1983) o de algunos otros antropólogos e historiadores de la escuela francesa, quienes han insistido en leer la guerra exclusivamente desde su función ritual o sacrificial. Si bien reconoce que esos elementos existieron, insiste en que la guerra mesoamericana fue también política, estratégica y territorial, y que sus formas no pueden entenderse sin considerar la enorme diversidad de actores y escenarios que confluyen en Mesoamérica. Aunque, debe decirse, Cervera es un admirador de la obra de ese gran conocedor del “alma” mesoamericana, Jacques Soustelle. Particularmente interesante es, por cierto, su propuesta de las “artes marciales” o de “sometimiento” mesoamericanas, que los guerreros habrían puesto en práctica durante las cuestionables –Cervera dixit– guerras floridas.

Sería justo recordar que desde 1976, con la publicación de El rostro de la batalla del historiador inglés John Keegan, el estudio de la guerra ha adquirido nuevos enfoques. Keegan comenzó a buscar el lado humano o individual en la guerra, además de hacer énfasis en que no era un conflicto meramente militar, sino que afectaba a una sociedad entera. Por ello, a nadie pueden sorprender los párrafos que Cervera dedica a contextualizar las formas de vida de estas sociedades.

Mención aparte se merece el último capítulo del libro dedicado a la conquista de México, pues Cervera se aleja para ver mejor y, al igual que muchos de quienes le precedieron, llega a la conclusión de que la guerra entre los mexicas y los españoles fue, en realidad, una guerra mesoamericana más en la que los pueblos indígenas desempeñaron un papel activo como aliados, enemigos y supervivientes. Este enfoque desromantiza la imagen de un México homogéneo y la de una conquista puramente europea, al tiempo que, de alguna forma, sigue el camino trazado previamente por León-Portilla.

Al igual que el Paz de Posdata (1970) que analiza la composición del Museo Nacional de Antropología, Cervera es un critico del “aztequismo” y, por ello, en lugar de perpetuar una visión centralista y casi teleológica que coloca a los mexicas como el clímax inevitable de la historia mesoamericana, Cervera defiende una lectura plural donde cada cultura tiene su especificidad, su ritmo y sus formas propias de militarización. La suya es una crítica implícita a los relatos que uniforman la violencia ritual y la organización bélica bajo un solo modelo, casi siempre el mexica. En este sentido, su libro no solo desmonta lugares comunes: también descentra el foco, reparte las luces y obliga al lector a pensar en clave de diversidad, no de hegemonía.

Entre plumas y obsidianas. Historia militar de la antigua Mesoamérica es un gran complemento de uno que otro libro clásico como El pasado indígena (1996) de Alfredo López Austin y Leonardo López Luján. Más que una simple síntesis, el libro se deja leer como el credo intelectual de Marco Antonio Cervera Obregón: una apuesta por la claridad frente al mito, por la continuidad frente a la ruptura y por una arqueología que no renuncie ni al rigor ni a la imaginación. ~


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