¿Una economía robusta es suficiente para la reelección?

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La presidencia de Donald Trump ha polarizado severamente a los estadounidenses. Pero el robusto desempeño de la economía, sea o no atribuible a él, le ha dado un respiro.

Hasta antes de la pandemia, la economía estadounidense venía del periodo más largo de expansión en su historia. Creció de manera ininterrumpida por ciento veintiocho meses consecutivos. Aun cuando la recuperación económica después de la Gran Recesión de 2008 se encuentra entre las más débiles en la historia (el PIB creció 2.3% en promedio anual durante el segundo mandato de Obama y 2.4% en el de Trump, hasta antes de que llegara la covid-19) bastó para alcanzar la menor tasa de desempleo desde 1969: 3.5%.

En materia económica, la reacción del gobierno estadounidense al brutal daño provocado por la pandemia ha sido sustancialmente mejor que su fallida respuesta en materia sanitaria. El mérito es atribuible a los acuerdos alcanzados por ambos partidos en el legislativo y a la acción de la Reserva Federal. Esto permitió que simultáneamente se desplegaran abundantes recursos fiscales y monetarios. En lo fiscal se implementaron programas que tenían como objetivo compensar la pérdida de ingreso para quienes se quedaron sin empleo, o para aquellos que tuvieron que permanecer en casa por la cuarentena. Se inyectaron cuantiosos recursos para evitar que la crisis de liquidez de las empresas y pequeños negocios –provocada por una economía forzada a detenerse en seco– se convirtiera en una crisis de solvencia. La finalidad es lograr que, pasada la pandemia, haya una base suficiente de entidades viables que provean empleos conforme la situación se normalice.

En lo monetario, la Reserva Federal inyectó más de tres billones de dólares de liquidez entre el final de febrero y mediados de junio, un monto equivalente a 14% del PIB, algo sin precedente. Las tasas de interés se redujeron a mínimos históricos, como resultado de la determinante acción del banco central. Como consecuencia de todo lo anterior, la tasa de desempleo que llegó a 14.7% en el mes de abril, para el mes de agosto se había recuperado a 8.4%.

Hacia adelante el panorama es más incierto. La economía ha hecho lo que se podría esperar después de una inyección de adrenalina de tal magnitud. Ahora veremos cuánto del daño provocado por la pandemia fue temporal y cuánto será permanente. La crisis del coronavirus aceleró la digitalización de las transacciones financieras, las compras en línea, la robotización de las manufacturas, etcétera. Pero también ha provocado pérdidas sin precedente en industrias que emplean a un gran número de estadounidenses –hoteles, restaurantes, transporte, entretenimiento– y que difícilmente podrán empezar un proceso de recuperación mientras no se haya inoculado a una porción importante de la población con una vacuna que aún está en desarrollo.

Los retos para el próximo presidente serán directamente proporcionales al tiempo que tome que la economía estadounidense recupere niveles normales de actividad. A pesar de la ayuda gubernamental, muchos pequeños negocios están cerrando. Al hacerlo, los dueños de locales comerciales dejan de percibir rentas, lo cual provocará que estos no tengan con qué cubrir hipotecas bancarias, además de que ciudades y municipalidades se quedarán sin recaudar impuestos prediales y muchas podrán quebrar. Conforme se prolongue esta situación, también será mayor el impacto sobre el sector financiero.

Por otra parte, el colosal esfuerzo fiscal también dejará secuela. Trump ya había roto con una, al menos teórica, tradición republicana de disciplina fiscal cuando las finanzas públicas estadounidenses mostraron un déficit que casi alcanzó el billón de dólares en el cuarto trimestre de 2019 (4.6% del PIB, y 26% más que en 2018). En 2020, esa cifra podría alcanzar 3.3 billones, o 16% del PIB, el déficit más alto desde 1945, cuando Estados Unidos pagaba por la intervención militar en la Segunda Guerra Mundial.

La deuda pública también supera ya al tamaño total de la economía. Esto es totalmente manejable mientras las tasas de interés permanezcan cercanas a cero. Al menos por los próximos dos años, la Reserva Federal espera que esta condición prevalezca, pero cuando las tasas de interés se normalicen, el servicio de la deuda se volverá el principal renglón del gasto público federal. Por ello, uno de los grandes retos para la próxima administración será cómo incrementar la recaudación fiscal sin matar la recuperación económica. Si Joe Biden gana la elección, buscará además financiar un gran programa de infraestructura.

Otros cambios que se darían con la llegada del demócrata a la Casa Blanca serían una menor confrontación con China y el término de la disputa comercial con Europa. A su vez, la administración demócrata más “ambientalista” en la historia exigiría a México que cumpla con los compromisos adquiridos con la firma del T-MEC, lo cual haría imposible que López Obrador continúe con sus planes para incrementar la capacidad de refinación y para generar energía eléctrica a partir de carbón y combustóleo.

Quizá lo único que hoy podemos afirmar es que el 46º presidente de Estados Unidos tendrá que enfrentar un entorno económico internacional cuya complejidad solo lograremos determinar una vez que la pandemia haya sido superada. ~
 

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Es columnista en el periódico Reforma.


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