Difícil entrar a la exposición de Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, que se presenta actualmente en el MUAC, y no hacerme algunas preguntas: ¿Quiero yo maternar?, ¿qué significa eso para mí, personal y políticamente?, ¿cómo inevitablemente nos atraviesa la decisión de la maternidad a las mujeres y personas con capacidad de gestar, aunque maternar no debería reducirse solo a nosotras?
A mis 35 años y habitando un cuerpo que se deja atravesar por la escucha del deseo propio respecto al tema, pero también consciente de mis privilegios y convencida de la desobediencia de los mandatos sociales, entro al museo con ganas de ver y escuchar esta conversación colectiva. Dejarme interpelar, resonar o disentir, y, sobre todo, hacer el recorrido sabiendo que esta muestra es un motivo para invitar a otras personas a formar parte de esta reflexión. La maternidad es trama que nos toca a todos como sociedad y presentar el tema en diferentes espacios para visibilizar las problemáticas que la envuelven es un esfuerzo pertinente, necesario y, además en estos tiempos pandémicos, urgente –aun cuando los museos tengan sus propias limitaciones.
La muestra reúne a 37 artistas de diferentes territorios, realidades geopolíticas y tradiciones creativas. En las salas 1 y 2 se presentan obras realizadas en los últimos veinte años que recorren distintas perspectivas de la maternidad. La abordan como un núcleo de disputa donde se juegan los cuerpos, el trabajo y la sostenibilidad de estructuras económicas, políticas y sociales, así como desde la intimidad y lo emotivo de quienes crean las piezas. La curaduría estuvo a cargo de Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida, ambas convocadas por sus propias experiencias de ser madres y de vivirse desde ese lugar en el mundo del arte. Esta realidad las condujo a problematizar la representación de la maternidad, su compatibilidad con la práctica artística, y también una cuestión fundamental: la desigualdad en la distribución del trabajo y los cuidados que producen y reproducen la maquinaria del sistema en el que vivimos.
La exposición es consecuencia de ese desafío, que abre diálogos y experiencias diversas para seguir saliendo de lo privado y colocarse en la mirada pública. Resultado de años de luchas, las nuevas narrativas son cada vez más enunciadas y, en cierta medida, más visibles –aquí, algunas de ellas ocupan las salas–. De esta manera, la exhibición aspira a romper con tabúes, arquetipos y estereotipos sobre las madres; destruir la óptica masculina y patriarcal que históricamente ha colocado ideas romantizadas, sacrificiales, de amor y locura tan ajenas a las propias vivencias de quienes maternan; y dar espacio a relatos que nombren, entre otros aspectos, la ambivalencia, la angustia, la ternura, el quiebre identitario, asimismo, las violencias que envuelven esta experiencia.
De las primeras propuestas con las que interactúo y que me impresiona profundamente es Vientre global (2021) de Flinn Works. Una obra compuesta por performances registrados en videos que nos sumergen en el mundo de la industria de la fertilidad y la gestación subrogada. Miramos a una mujer hablar sobre sus motivaciones y requisitos para utilizar su vientre y gestar al bebé de una pareja que no puede hacerlo. Observamos a una médica india dar instrucciones a otras mujeres de su misma nacionalidad que se embarazan reiteradamente y gestan a bebés de familias suizas y alemanas a cambio de dinero para cuidar a sus propias familias. Presenciamos también el anuncio de un hombre europeo homosexual que comparte con sus parientes el proceso que él y su pareja atravesaron para contratar a una mujer que gestará a su futuro bebé y dará vida a su profundo anhelo.
Se trata pues de una pieza que nos sumerge en las complejidades de lo legal, la medicina moderna, el uso de las biotecnologías, la ética, los derechos humanos, la agencia de las personas involucradas, las contradicciones de las realidades que se muestran y las supuestas maternidades deseadas y elegidas. Caben entonces las preguntas: ¿se trata de un auténtico deseo por maternar o es, más bien, el mandato social de reproducir la institución-familia?, ¿a qué costo? Además, de alguna u otra forma, se nos invita a cuestionarnos respecto a las implicaciones neocoloniales en estas prácticas. Es decir, un ejercicio de observación y crítica sobre cómo el norte global continúa extrayendo y beneficiándose de la desigualdad y la precarización que viven los cuerpos en el sur global. Así de brutal y contundente.
Entrelazo esto último con la siguiente obra que me estremeció y removió hasta la indignación: Jus sanguinis (2016) de la peruana Daniela Ortiz. Se trata de una denuncia y una provocación. La artista, entonces embarazada y con residencia en Barcelona, hace un performance donde aparece canalizada y conectada a un ciudadano español; las agujas y un tubo conectan la sangre de ambos. Ortiz expone el racismo y clasismo vigentes y promovidos desde España –y que varía poco en otros Estados de la Unión Europea– con leyes y políticas migratorias que dictaminan que solo las hijas e hijos que portan sangre española son reconocidos como sujetos de derechos a la nacionalidad desde su nacimiento. Las hijas e hijos de personas migrantes heredan la nacionalidad de sus padres y su estatus migratorio, condenándolos de este modo a la Ley de Extranjería al momento de nacer. La pieza hace evidente la violencia que esta realidad conlleva: en este mundo hay sangres que valen más, cuerpos que importan más, y los regímenes se encargan de sostener este sistema y perpetuarlo aun cuando sus discursos aludan al progreso y avance de derechos.
Las reflexiones no se agotan en estas problemáticas. El recorrido nos lleva por temas que exhiben cómo la maternidad parece estar secuestrada por un sistema que atraviesa desde lo doméstico y lo personal hasta lo más amplio de los aparatos estatales. Un sistema que juzga y castiga las decisiones de quienes maternan e impone condiciones para parir, alimentar, criar y sostener la vida; que promueve las familias heteronormadas y condena otras formas de existencia; que define la falsa inconveniencia de la legalización del aborto y el derecho de las personas gestantes para decidir sobre sus cuerpos; pero, sobre todo, que es aún más despiadado y cruel con aquellas que viven racializadas y en pobreza.
Pienso que esto último describe lo que Adrienne Rich denominó como “institución de la maternidad” (Nacemos de mujer, 1986), una manera de decir que la maternidad está lejos (todavía) de pertenecerle a todas las madres. Pienso también en lo que Alejandra Labastida compartió sobre sus primeras semanas maternando y que da título a esta exposición: sentirse secuestrada por su bebé y amarlo al infinito para llegar después a la claridad de que no era su bebé quien la secuestraba, sino “el sistema patriarcal y capitalista que se nutre de este trabajo no remunerado/esclavo disfrazado de amor”.
Mis preguntas iniciales siguen abiertas y sin responderse por completo, pero transitar este Maternar sintiendo y pensando junto con las voces, historias y experiencias de otras es recordarme que lo personal es político, que yo misma soy otra, tejiendo aquí parte de este entramado colectivo. ~
es historiadora del arte y socióloga feminista. Ha colaborado con los departamentos de educación de instituciones culturales y actualmente trabaja en una organización de la sociedad civil por los derechos de las mujeres.