A solo dos años de mandato, el futuro de Boris Johnson pende de un hilo. La incomodidad nacional se refleja en el descenso de su popularidad. Al contrario de la celeridad prometida en campaña, el Reino Unido (RU) sigue detenido en el proceso de separarse de la Unión Europea (UE), en medio de roces arancelarios, desacuerdos, exigencias y brotes de violencia en Belfast. Las ventajas soñadas no se han materializado y la reacción contra su futuro es parte del ajuste de cuentas. Aunque vencedor del Brexit, el primer ministro se ha convertido en un obstáculo para el partido conservador, que teme la próxima elección. El descontento interno amenaza con dividir el partido entre quienes calculan astutamente el paréntesis bélico en Europa y quienes exigen su dimisión.
En invierno, el primer ministro cumplió dos años en el gobierno sin tener nada qué mostrar, excepto por la invasión rusa de Ucrania. La guerra rejuveneció al señor Johnson. Por primera vez, debe enfrentar una crisis que él no provocó, y resolverla con los demás líderes de los países miembros de la UE.
La invasión rusa de Ucrania es la lucha de David contra Goliat, la catástrofe que ha convertido todos los demás problemas en asuntos secundarios. Putin considera que Ucrania es la pequeña Rusia. Como vive ideológicamente en 1848, sueña con el triunfo paneslavo que cautivó la imaginación restauradora de la gran Rusia.
La tragedia exige la movilización de las democracias occidentales, paralizadas ante el peligro de una guerra con Rusia. En nombre de esa precaución se dejó pasar la anexión rusa de Crimea, en el inicio de una guerra fratricida. La resistencia al invasor ha demostrado determinación, pero sin suficiente equipo bélico es imposible detener la guerra. Temerosos de desafiar a Putin, que amenaza con el poder nuclear, la UE y el RU eligen la guerra financiera aislando a la banca rusa. Se espera que el estrangulamiento financiero haga reflexionar a Putin, lo cual no es probable mientras reciba millones de euros a cambio de gas.
En el RU la cuestión rusa ha soltado las señales de alarma a causa de los lazos financieros que unen a Londres con Moscú. La adquisición de bienes raíces en Kensington, Mayfair, Belgravia, Knightsbridge, y también en la campiña, como Surrey, los atrae. Roman Abramovich no solo es dueño del Chelsea sino también de una mansión en Kensington Park Gardens. Y no está solo. Alisher Usmano, Dmytro Firtash, Andrey Guryev, Oleg Deripaska, entre otros, se cuentan entre los inversionistas que han inundado el mercado de lujo inmobiliario. Boris promete limpiar Londongrad del dinero sucio manejado por compañías ubicadas en paraísos fiscales dentro de la Commonwealth, y confiscar las 150 mansiones palaciegas de las amistades de Putin. En el Parlamento se le recuerda que el partido conservador ha aceptado donaciones rusas. Lubov Chernukin, cuyo marido fue ministro de Putin, ha dado a los conservadores más de dos millones de libras. “¡No todo el dinero ruso es mal habido!”, clama Boris.
Los plutócratas rusos hacen donaciones a instituciones educativas y artísticas, aunque como lo señalaron el Guardian y el Financial Times, amenazan la democracia en el RU. Cualquier periodista puede ser víctima de una demanda, lo cual amedrenta. Recientemente Harper Collins debió llegar a un acuerdo con Abramovich, quejoso sobre Putin’s People, de Catherine Belton, donde la periodista expone los lazos entre los plutócratas y Putin. Los interesados están decididos a silenciar a la prensa y especialmente el periodismo de investigación.
Londongrad es el centro más importante de lavado de dinero. Desde hace un cuarto de siglo, la City ha fomentado la entrada de capital ruso, creando servicios bancarios destinados a ocultar la identidad de los individuos. Además, están los agentes de bienes raíces especializados en el mercado plutócrata, el servicio, agentes de relaciones públicas especializadas en imagen de identidad, los colegios, etc. Es Londres transformada por el nuevo arreglo del laborismo de Blair y Brown y continuado por el conservadurismo de Cameron, quien manifestó su deseo de que la ciudad fuera un segundo hogar para estos inversionistas.
Hay compañías registradas en Londres que desde 2010 han aumentado su capital con millones rusos. Un reporte parlamentario señaló que varios políticos ingleses tienen intereses en Rusia y que han trabajado directa o indirectamente en beneficio del entendimiento comercial. En 2018, el gobierno de Theresa May exigió mayor claridad y Boris promete sanear Londongrad. Pero la ley tendría que ir más de prisa. En lugar de avisarles a los plutócratas que el gobierno confiscará sus yates, debería proceder con rapidez, como ha ocurrido en otros puertos europeos.
En el futuro, el RU exigirá que quienes adquieran propiedades declaren su identidad. Las visas Golden que en 2008 recibieron 700 rusos a cambio de invertir en el RU han sido suspendidas, así como tratos comerciales con 36 compañías entre las que figura Gazprom. La respuesta de Occidente a la amenaza rusa es económica. Es otro tipo de guerra cuya intensidad crece conforme Rusia está aislada, el rublo en picada.
La guerra ha tenido otro tipo de consecuencias que han subrayado el rechazo de la Home Office que preside Priti Patel a los inmigrantes. En tiempo de guerra es difícil entender cómo se espera que sean las víctimas quienes descifren los extraños signos de la burocracia inglesa o que soliciten refugio en línea. El único problema es que no funciona. Mientras Polonia ha recibido más de un millón de refugiados, el RU incluso objeta la política que la distingue de la isla vecina, señalando el peligro de que, una vez en Irlanda, las víctimas “entren por la puerta trasera” a la fortaleza del RU.
Los problemas nacionales no han desaparecido. La decadencia del sistema nacional de salud pública, a punto del colapso por falta de recursos económicos y de personal capacitado, la agroindustria amenazada por el tratado bucanero firmado con Australia, el alza en el costo de vida y el problema de la frontera entre el RU y la UE son problemas graves. Al no ver cambios que lo favorezcan, el llamado “muro rojo” que ganaran los conservadores puede volver a su cauce laborista.