El trabajador yace en la cama con los ojos semiabiertos, la garganta lastimada por el tubo del ventilador que desciende por su tráquea y lo sujeta con brusquedad a la vida. En el hospital está solo, apenas unas flores y una foto en el buró que le ha enviado su familia. Nadie puede venir, nadie lo puede acompañar en este viaje sin retorno. Por momentos recobra la conciencia y recuerda a su esposa, a sus hijos y nietos, el jardín donde quería plantar tomates, como los que crecen en su país, El Salvador. Recuerda a sus compañeros de la planta empacadora de pollo, varios también caídos por la enfermedad. Otros con más miedo por perder su trabajo que por contagiarse.
Abre los ojos y mira hacia la ventana, los últimos minutos del ocaso en Springdale, Arkansas. Hace unas horas, mientras yacía inconsciente, un iPad le fue colocado en la mesilla para que su esposa lo viera por videollamada. La enfermera decidió que era importante hacerlo; quizá sería la última vez.
Él sigue mirando a la ventana, trata de borrar recuerdos, pero no puede, las imágenes regresan: los días trabajando en la planta, codo a codo, compañeros con malestar, otros con la certeza de que estaban enfermos. ¿Por qué le habían obligado a tomar esos riesgos en la empacadora? De pronto le llega un olor dulce y vegetal, le hace cerrar los ojos un momento: tomates. En unos minutos morirá, trabajador durante veinte años de la misma empresa –Tyson–, en su cuerpo lleva las marcas de la labor. Un accidente diez años atrás le dañó un pulmón por estar expuesto al gas de cloro que se utiliza para desinfectar la carne de pollo. Morirá solo. Atrás quedarán su esposa, sus siete hijos y dieciséis nietos. Atrás quedarán sus guantes, su uniforme, sus botas. Así como las deudas médicas que nadie en su familia podrá pagar.
La historia de Plácido Leopoldo Arrue habría sido sepultada en el olvido de no ser por el esfuerzo de una persona. En abril de 2020, la periodista Alice Driver empezó a entrevistar a trabajadores de la industria empacadora de carne en Arkansas y averiguó lo que muchos empresarios y políticos, incluido Donald Trump, querían minimizar: las condiciones a las que los trabajadores estaban expuestos en las procesadoras de carne eran de alto riesgo. En la primavera de ese año, en plena pandemia de covid-19, el gobierno de Trump declaró que los rastros y las empacadoras de carne eran “cruciales” para la economía y por tanto los trabajadores fueron catalogados como “esenciales”.
En julio, Driver recibió una beca de ocho mil dólares de National Geographic para que hiciera el reportaje en Arkansas. Se entrevistó con mucha gente que enfermó, conoció a sus familiares, los vio empeorar e ir al hospital. Varios de ellos murieron. Driver recibió llamadas del área de relaciones públicas de Tyson y la amedrentaron, la llamaron creadora de fake news. Los trabajadores no querían dar su nombre por miedo a las represalias de la empresa. No fue un periodo fácil. Por ese entonces, enfermó de covid-19.
–Al recuperarme empecé a proponer el reportaje a docenas de medios. Todos me ignoraron –me cuenta en un restaurante en la Ciudad de México.
Driver no se dio por vencida, siguió intentando. La historia tenía que ser contada. Después de dos meses de trabajo, un reconocido periódico que había aceptado la propuesta se retractó. El reportaje parecía destinado a quedar en el silencio. Driver dejó de dormir.
–Pensé que había defraudado a los trabajadores. Fue la época de insomnio más larga de mi vida.
Finalmente, en abril de 2021, el editor de The New York Review of Books aceptó la propuesta y el artículo fue publicado el 30 de ese mes. Muchos de los trabajadores hablan poco o nada de inglés, pero con el apoyo de National Geographic el artículo fue publicado también en español; de esa forma lo han podido leer.
Para el reportaje, Driver se entrevistó con Angelina Pacheco, la viuda de Plácido Leopoldo Arrue. Pacheco no fue a la escuela; nunca aprendió a leer ni a escribir, ni tampoco a hablar inglés. Cuando Arrue se infectó, en mayo de 2020, su esposa e hijos lo cuidaron. En total, diez familiares enfermaron, Pacheco incluida.
–Todavía pienso mucho en Angelina Pacheco y su esposo –dice–. Leopoldo Arrue murió después de casi dos décadas de trabajo en la empacadora. Dediqué el artículo a la memoria de los trabajadores que han muerto de covid-19.
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En el restaurante, Driver pide una limonada con jengibre y le ofrece una moneda al guitarrista callejero. En la colonia Juárez de la Ciudad de México se siente como en su segunda casa. Habla español con fluidez, conoce bien la cultura, no solo de México sino de varios países de Centroamérica. Ha pasado largas temporadas en El Salvador, Honduras y Guatemala, en la zona fronteriza con México, y ha seguido el movimiento de los migrantes hasta la frontera con Estados Unidos.
–¿Por qué haces esto?
–Creo que migrar es lo más humano, somos todos migrantes. Lo que me gusta de escribir sobre el tema es que no tiene límite. Con la migración se pueden abordar asuntos de equidad de género, cambio climático, dictaduras, inseguridad. Siempre hay muchas historias.
Algo que disfruta de su trabajo como periodista es hacer entrevistas. “No con políticos ni con presidentes, sino con la gente en la calle.” Le gusta el proceso de investigar algo que no conoce, el que las historias se le vayan revelando un poco al azar. En el periodismo todo el tiempo hay sorpresas y confiesa que ha aprendido a vivir con incertidumbre.
–A veces empiezo algo y no sé adónde va, tal vez lo publico mucho después. Es muy intuitivo.
Driver creció en Oark, un poblado en el noroeste de Arkansas. Sus padres formaban parte de Back-to-the-land, un movimiento que rechazaba la vida consumista y fomentaba ideales como comprar un terreno y construir una casa, cultivar un huerto. No había televisión así que ella pasaba mucho tiempo leyendo. Era un ambiente con gran libertad, pero poca diversidad, algo que Driver anhelaba. Al llegar a Berea College, en Kentucky, se inscribió en cursos de latín, francés y español. Se enamoró de la literatura hispanoamericana e incluso se fue a vivir unos meses a Morelia.
Desde muy joven, la lectura le permitió comprender el mundo a través de la palabra escrita. Además de la migración, se ha interesado en temas como la igualdad, los derechos reproductivos y la violencia de genero. En el 2015 publicó More or less dead: Feminicide, haunting, and the ethics of representation in Mexico (University of Arizona Press), el cual terminó durante su periodo posdoctoral en la unam.
–¿Para ti la escritura es una forma de buscar justicia?
–Sigo creyendo en el poder de contar historias. Nunca sabes si tu trabajo va a tener un impacto o no en el momento. A lo mejor en cinco años o en diez. Es un acto de fe.
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En la pared marrón cuelga un espejo con marco de plata, apenas unos centímetros arriba de un pequeño armario sobre el que descansan algunos libros, revistas, algunas de las cosas que Driver ha podido traer al pequeño cuarto que renta desde hace unas semanas. En 2020, a mitad de la pandemia, se vio obligada a mudarse con sus padres en Arkansas. Donde ellos viven es una zona rural y hay mucho espacio para caminar con tranquilidad, sin tener que cruzarse con nadie más; en la propiedad hay espacio para aislarse de ser necesario. En una época en que no había vacunas y la incertidumbre crecía, era normal que mucha gente buscara un lugar en el campo, un espacio donde pasar de mejor manera el encierro. En el caso de Driver, sin embargo, la razón por cual regresó a vivir con sus padres fue otra.
–La época en que el New York Times desechó mi artículo ha sido una de las más difíciles de mi vida. No solo retuvieron mi artículo por meses, sino que al final no me pagaron nada. Ni siquiera una indemnización por las horas trabajadas. Nada. Si no les gusta lo que escribo no hay problema. Que me lo digan y llevo mi artículo a otra parte. Pero me dejaron en espera por muchos meses. Me quedé sin dinero y por eso tuve que mudarme con mis padres. Así de simple, así de severo es que un periódico le haga eso a un periodista freelance.
–¿Y cómo fue tu trato con el editor?
–Terrible. Por mucho tiempo dejé de dormir. La forma en que me trató rayaba en el abuso.
El 4 de noviembre de 2021, Driver decidió hacer pública su desafortunada interacción con el diario a través de sus redes sociales. “Leí un artículo en el New York Times en el que se elogiaba a Tyson como ‘líder’ y me pareció escalofriante lo mucho que parece que estuviera dictado por las relaciones públicas de Tyson”, se lee en su cuenta de Twitter y boletín de noticias.
–Antes no estaba segura de querer hacerlo público. La verdad no quería entrar en conflicto. Además, el New York Times es muy grande y hay departamentos donde hacen un trabajo excelente. Todo mundo sueña con publicar ahí. Pero si pudiera regresar en el tiempo les habría dicho “no, gracias” desde el primer correo que recibí y que era de un tono muy abusivo. Mi trabajo es bueno. Lo sé. No tengo por qué soportar eso. Mejor me llevo mi trabajo a otra parte.
La publicación del artículo donde se adula a Tyson trae a la superficie otro de los temas que ha afectado al periodismo en los últimos años: la falta de presupuesto. Muchos medios han visto una caída estrepitosa en el número de suscriptores, por lo que la urgencia para aceptar ciertos patrocinios crece. La relación que existía entre los medios informativos y el público se ha visto afectada por el auge de las redes sociales, donde mucha gente puede al mismo tiempo publicar y recibir información de manera inmediata. Además de gratuita (sin considerar el uso que las corporaciones dan a la actividad en línea de los usuarios), la entrega del contenido es instantánea, aparece en la pantalla del celular o computadora. El único requisito es una conexión a internet. Qué tan confiable puede ser ese contenido es un tema que, en un mundo saturado de información, ha pasado a segundo término.
–Para mí una de las causas de la desinformación es esa falta de dinero. Los medios buscan clics, poner títulos llamativos, noticias rápidas y hechas por teléfono. No me interesa ese tipo de trabajo.
Para financiar sus proyectos a largo plazo, Driver ha tenido que buscar fondos por su cuenta. Ningún periódico ha querido o ha tenido la posibilidad de ofrecerle un pago por su investigación. A la fecha ha ganado cuatro becas: de la National Geographic Society, del Economic Hardship Reporting Project, del Pulitzer Center y del Overseas Press Club.
–Me doy cuenta de que las únicas personas que pueden hacer este tipo de trabajo son personas que tienen apoyo de su familia, de una pareja, de un fideicomiso. No he logrado comprar una casa. Ganarse la vida escribiendo es un reto.
A la vez, la inseguridad se ha vuelto un tema urgente en el día a día de un periodista, y más en México. El 17 de enero, el fotoperiodista Margarito Martínez Esquivel murió balaceado en Tijuana; una semana antes, José Luis Gamboa falleció apuñalado en Veracruz. De acuerdo con el periódico The Guardian, los asesinatos podrían estar ligados a los esfuerzos de ambos periodistas por mostrar las ligas de corrupción entre el Estado y el crimen organizado. “La tragedia de México es que lo que está sometiendo al país por municipios es el narcotráfico, a la inversa de combatirlo, toda la estructura de poderes gubernamentales está vinculada en una gran asociación delictuosa. La población mexicana aún no entiende lo grave que es esto”, escribió Gamboa el 30 de diciembre en su cuenta de Twitter.
Driver relata que en Reynosa, Tamaulipas, casi todos los fotoperiodistas son extranjeros y pasan la noche en Estados Unidos.
–Todos los fotógrafos que conozco en la ciudad se dedican a las bodas. Trabajan para la página social. No pueden dedicarse a otra cosa por el riesgo que corren.
–¿Ha cambiado en algo tu rutina?
–Antes me iba a la frontera y luego veía si podía vender las historias. Ahora solo hago un proyecto si hay buen presupuesto, es decir, un plan de seguridad. No voy a irme a la frontera así porque así. El riesgo para los que reportan a medios fuera de México existe, pero es diferente. En México asesinan a los periodistas que reportan la corrupción para medios mexicanos.
Durante la pandemia, la vida de Driver ha tenido momentos por igual muy bajos, y otros de gran fortuna. El tuit del 4 de noviembre se hizo viral y, en un extraño giro a la mala experiencia que tuvo, la posibilidad de publicar un libro sobre las plantas procesadoras de carne se volvió realidad; varias editoriales han presentado ofertas por su manuscrito. La renombrada revista The New Yorker le ha pedido que escriba un reportaje para la sección Photo Booth. Luego de los meses de crisis en los que su salud mental y sus valores como periodista fueron llevados al límite, su estado anímico y mental están mejor.
–¿Y qué haces para evitar el burnout?
–He vuelto a encontrar el tiempo para correr. Es algo que disfruto y que me ayuda a tener un equilibrio en mi vida. Ahora me siento mucho mejor.
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En 2021, Driver fue colaboradora del libro fotográfico Red flag, fruto del premio FotoEvidence 2021 de World Press Photo. El libro analiza el impacto del coronavirus en América Latina e incluye una introducción de Jon Lee Anderson, así como textos de Marcela Turati y de la misma Driver. A lo largo de su carrera, Driver ha sido testigo de la falta de equidad que existe en el periodismo.
–En Estados Unidos, 70% de los periodistas son hombres. En México es todavía peor. Yo trabajo en Reynosa, en Piedras Negras, lugares peligrosos. Soy una de las pocas mujeres.
Driver recuerda una experiencia que tuvo en 2020 al realizar un reportaje sobre migración en Reynosa con la fotógrafa mexicana Jacky Muniello.
–Los periodistas me preguntaban si estaba de vacaciones, si la fotógrafa era mi novia. Era como si nunca hubieran visto mujeres haciendo reportajes.
En 2019 colaboró con el pintor chino Liu Xiaodong a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. El proyecto fue expuesto en el Museo de Arte Contemporáneo de Dallas en 2021. Driver ha presenciado de cerca los movimientos de población entre países, posee una perspectiva múltiple ante la problemática que acompaña al continente desde hace varios años y que, frente al cambio climático, aumentará.
–Algunos mexicanos se quejan de ser maltratados en Estados Unidos mientras que algo parecido pasa con los centroamericanos en México. ¿Cómo lo explicas? –le pregunto.
–Vivimos en un mundo regido por fuerzas económicas. Es así. Siempre existe ese tipo de actitud hacia la gente que viene del país más pobre.
Por el momento se encuentra trabajando en manuscritos para dos libros. Uno de ellos retoma la investigación que hizo en las empacadoras de carne; el otro aborda una historia un poco más personal. Hace unos meses, su madre le compartió 57 años de cartas que se escribió con el ilustrador Maurice Sendak. Sus abuelos maternos, oriundos de Charleston, eran pintores y tenían amistad con Sendak, incluso vivieron en Coyoacán en los cuarenta y conocieron a Frida Kahlo y Diego Rivera. –Mi abuela anotó una descripción de Diego en esa época. Se quejaba de que era muy borracho –recuerda. Cuando la madre de Driver y el ilustrador se conocieron, él tenía veintiocho, ella siete; las cartas a menudo incluían ilustraciones para la niña que era.
Driver también hizo la traducción de Abecedario de Juárez, un libro por el fotoperiodista Julián Cardona y la ilustradora Alice Leora Briggs. El libro, que este año será publicado por la University of Texas Press, ilustra el vocabulario que la violencia en Ciudad Juárez ha generado y cuenta las historias de las personas de allí. Driver había conocido a Cardona en 2010, mientras hacía la investigación para su tesis de doctorado: la producción de cultura ligada a feminicidios en Juárez, en específico 2666, de Roberto Bolaño.
–Julián me dijo: “tengo un libro, pero no tengo ningún apoyo”. Me preguntó si podía traducir y a cambio él me podía pagar en fotos.
Con el apoyo de la Universidad de Texas, Driver empezó a traducir el texto en 2013. El Abecedario es un texto difícil, lleno de términos forenses, de expresiones utilizadas por sicarios y narcos. Pasó horas por teléfono con Cardona para entender el significado preciso. El proyecto parecía avanzar hasta que en 2015 el editor en turno se jubiló y su reemplazo se desentendió del acuerdo. Años después, a principios de 2020, Cardona le notificó no solo que el interés había revivido en la editorial, sino que el libro sería publicado. El esfuerzo y la paciencia tendrían frutos. En septiembre, sin embargo, Cardona murió de un infarto súbito. Tenía sesenta años. Driver se alegra de que después de tanto tiempo el Abecedario al fin será publicado, aunque el día, quizá, llegó un poco tarde.
–Justo ayer vi la portada –dice, y mira a otro lado. Se moja los labios y traga saliva. Después de un momento, agrega–: Siempre quise trabajar con él, me gustaba mucho su trabajo. Yo sabía que quería formar parte de ese proyecto. Nunca pensé que iba a morir antes de tiempo.
Después de muchos años en que sus propuestas de artículos eran ignoradas, de luchas por poder sobrevivir con el salario de un periodista freelance, Driver comienza a ver los resultados de su trabajo. En 2022, será residente en Mesa Refuge, en California, donde fue nombrada la becaria de investigación periodística Michael Pollan, así como en el Logan Nonfiction Program, en Nueva York, donde también recibió una beca de investigación. Su entusiasmo se ve sin embargo matizado por los retos a los que se enfrenta el periodismo en la segunda década del siglo XXI. Con la guerra en Ucrania, menciona las precariedades y riesgos que muchos periodistas deben correr.
–Conozco periodistas independientes que se pagaron el viaje a Ucrania, que el costo del chaleco antibalas salió de su bolsa porque los medios no asumen esos gastos. Cuando hay un conflicto, los periodistas toman esos riesgos porque saben que estando allá tendrán mucho trabajo.
Driver pudo comprarse un chaleco antibalas gracias a una de las becas que ganó de la International Women’s Media Foundation.
Aun con la propuesta de su libro comprada por una editorial, los retos a los que se enfrenta no se acaban. Ha habido trabajadores de la industria empacadora que después de un par de entrevistas deciden no hablar más con ella por miedo a represalias de Tyson. Hay varios que carecen de papeles; además del riesgo de perder el trabajo, existe el de ser deportado.
–Es un tema muy complicado. Una compañía global como Tyson puede comprar todo. Tienen mucho poder no solo en el estado de Arkansas sino en el país. Todos los políticos, incluido Bill Clinton, han protegido a esas compañías. Y quienes han sufrido son los trabajadores.
En Arkansas existe lo que se conoce como leyes Ag-gag o “mordaza”, las cuales ofrecen un escudo a muchas empresas porque les permiten demandar a cualquier individuo –periodista o trabajador– que tome fotos o revele información sobre los procedimientos internos. Las leyes cubren toda propiedad comercial, no solo instalaciones agropecuarias.
–Con todo y los desafíos a los que se enfrenta el periodismo, ¿por qué es importante seguir tratando de hacerlo?
–Todo tipo de personas, hayan nacido pobres o de clase media, necesitan el periodismo y el periodismo necesita de ellas. Se necesitan muchas perspectivas, diferentes tipos de experiencias. No solo periodismo pagado por empresas o de gente con dinero. Siempre puedes hacer proyectos en tu ciudad, en tu país. Hay proyectos importantes locales que uno puede emprender. Necesitamos cambiar el sistema para conseguir más apoyo a los periodistas. Hay que seguir luchando hasta que se consiga lo que se busca, y eso a veces es la justicia. ~
es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.