La temporada electoral de 2015 ha sido un espectáculo descorazonador. Difícil rescatar algo del lodazal que nos han dejado la reticencia del INE, la miseria de las propuestas, el pretendido boicot electoral, las campañas vulgares, la violencia, la intimidación y los candidatos mal preparados.
Recupero, sin embargo, un par de narrativas interesantes. La primera es la presencia, efímera pero productiva, de Felipe Calderón en el escenario político. Nunca he entendido la regla tácita que sugiere que los ex presidentes mexicanos deben retirarse a una suerte de convento a ejercer un voto de silencio. La costumbre remite más a los métodos vaticanos que a los de una democracia sana. La pluralidad es siempre benéfica, aún más cuando se trata de voces que suman experiencia, aunque no nos gusten sus conclusiones. La riqueza del debate que despertó la presencia de Calderón es el ejemplo perfecto. Lo mismo ha sucedido cuando quien alza la voz es Carlos Salinas (aunque sea en beneficio único de su megalomanía) o Vicente Fox, con toda su locuacidad. Ernesto Zedillo debería hacer lo propio; él que ha sido, por mucho, el ex presidente de mayor templanza. En otras latitudes, los ex presidentes tienen no solo un papel respetado sino plenamente activo en el debate político (véase: Clinton, Bill). México no tiene por qué ser diferente.
El otro asunto tiene que ver con el futuro de la izquierda mexicana y, en particular, con las aspiraciones de Andrés Manuel López Obrador. Desde que comenzó la crisis del gobierno, se ha puesto de moda calcular sus posibilidades de éxito en la carrera presidencial. A juzgar por las opiniones en la prensa nacional, parecería que López Obrador monta en caballo de hacienda. Ya lo explicaba aquí mismo Ciro Gómez Leyva en un par de magnificas columnas: un candidato “antisistema” como López Obrador encontraría tierra fértil en el desánimo que probablemente dejará tras de sí el presidente Peña Nieto. Frente a un PRI desprestigiado y un PAN hundido en sus propias batallas, López Obrador saldría ganando.
El análisis tiene elementos convincentes. En efecto: el PRI será vulnerable si no logra repuntar y, dado el caso, insiste en elegir a un candidato cercano al círculo del presidente. En el mismo sentido, el PAN se habrá condenado si no consigue superar su discordia interna y no opta por una candidatura que sea, cuando menos, más fuerte que la de Josefina Vázquez Mota en el 2012. En ambos escenarios, López Obrador podría ganar.
Aun así, hay una condición previa que, para mi sorpresa, ha quedado ausente del debate. Antes que ninguna otra cosa, López Obrador necesita ser candidato único de la izquierda mexicana. En 2012, a pesar de tener enfrente a Marcelo Ebrard (un jefe de Gobierno con buena aprobación), López Obrador logró convencer al perredismo de entregarle las riendas de la izquierda. Ese ya no es el panorama. En Miguel Ángel Mancera, el PRD tiene un candidato digno que opera desde un escenario envidiable. Además, después de años de simulación, la relación entre López Obrador y el PRD finalmente se ha deshecho. ¿Cuál es, entonces, el incentivo para que el PRD cancele su propio proyecto y se ponga en manos de López Obrador? ¿Qué animaría al PRD a entregar su estructura entera a un hombre que se ha dedicado por años a canibalizarlo? ¿Por qué habría de claudicar? No se ve justificación alguna.
El PRD debe saber que su batalla en el 2018 será doble: por supuesto, aspirará a la presidencia, pero también contenderá por la hegemonía de izquierda en el país. Podrá perder Los Pinos, pero derrotar a López Obrador implicaría poner en entredicho el proyecto entero de Morena, partido de un solo hombre (por admisión propia de su caudillo). De ser así, para el PRD habría vida política después de 2018; para Morena, el horizonte se nublaría.
En cualquier caso, sin la izquierda unida, las posibilidades de un triunfo lopezobradorista disminuyen notablemente. A la presidencia no se llega con un 25% de los votos. A menos de que el PRD opte por rendirse ante quien tanto daño le ha hecho, lo más probable sea que, contra los pronósticos de moda, la tercera no sea la vencida para Andrés Manuel López Obrador.
(El Universal, 18 mayo 2015)
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.