Durante tres siglos Nueva España fue colonia de España. Sin embargo, el término “colonia” puede resultar insuficiente para describir la realidad social, política, cultural y económica que se vivió durante ese periodo. Le pedimos a cuatro investigadores –Rodrigo Martínez Baracs, Pilar Gonzalbo Aizpuru, Rafael Rojas y Martha Lilia Tenorio– que brevemente nos explicaran si la palabra “colonia” es útil para describir al virreinato de la Nueva España, los desafíos intelectuales de estudiar esa época sin caer en polarizaciones ni estigmas y los vasos comunicantes que aún hay entre esa etapa, muchas veces sumida en las sombras, y la actualidad. ~
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¿De qué manera las teorías contemporáneas han influido o afectado la comprensión e interpretación de obras literarias novohispanas?
La poesía novohispana, y toda la poesía de la época, no es, como la romántica o la moderna, el soliloquio del infeliz que sufre, sino conversación civil, diálogo de la interioridad con el mundo. Es poesía de circunstancia: por encargo, para ceremonias oficiales religiosas o civiles. A lo largo de los tres siglos de la colonia, la poesía fue –como dice Amado Alonso– “un modo de vida social”: la palabra viva ejerció cierto encanto en el mundo hispánico de entonces. No solo la lírica tradicional, sino también buena parte de la poesía culta fue, además de letra escrita (que pudiera no llegar a ningún lector), voz recitada en las reuniones de los cultos, en las academias, escuelas y universidades, durante las diversas festividades, o en los certámenes públicos que fomentaban, y premiaban, no solo la escritura de poesía, sino su lectura en voz alta y su declamación. Leerla fuera de esas circunstancias y encasillarla en nuestros parámetros literarios actuales es una práctica anacrónica que únicamente va en menoscabo de su sentido y de su importancia. Al contrario, hacer el ejercicio de leerla con los ojos no solo de un letrado, sino del público lector de la época, puede depararnos descubrimientos inesperados y agradables sorpresas.
En primer lugar, la producción literaria del virreinato se cobija dentro de una linajuda tradición que conformaba su marco de legitimidad. El compromiso con el trabajo formal exigía del poeta oficio, aplicación, conocimientos varios y pericia métrica. Por ello, la única manera de entender esa literatura es dentro de su propio marco de expectativas estéticas e ideológicas. En segundo lugar, en una lírica tan codificada, the medium is the message: la presentación formal, por complicada o retorcida que fuera, traza una muy racional red de analogías y correspondencias. Si logramos descifrarla (cosa que solamente puede hacerse, insisto, leída en su propia circunstancia), podemos ser testigos de una epifanía, de cómo un trozo de historia, de realidad, se nos pone ante los ojos.
¿Qué opina de las lecturas que aplican el giro decolonial o neofeminista a la obra de sor Juana Inés de la Cruz y de otros escritores novohispanos?
La llamada aproximación “decolonial” insiste en ver a los autores novohispanos como ventrílocuos que repiten las modas peninsulares, no por ser (y querer ser) parte de una tradición, sino como una imposición de la metrópoli. Esta perspectiva tiene como base la noción del colonialismo del siglo XIX, que no tiene nada que ver con la concepción de los virreinatos españoles. Como letrados y artistas, los autores de este lado del Atlántico no se sentían parte de una “colonia”, sino de una república letrada de linaje, y como parte de ella querían ser reconocidos. Al contrario de lo que esta aproximación supone, seguir el canon no era una forma de opresión, sino de liberación. No les interesaba –como se ha supuesto–singularizarse, sino ser parte de la gran literatura española de los Siglos de Oro, con los mismos méritos y dignidad que los autores españoles. Pretender de ellos “originalidad” o reivindicaciones “nacionalistas” es un anacronismo absoluto: ellos eran súbditos de la corona española, no ciudadanos “colonizados” de segunda. Leerlos desde el marco teórico de lo “decolonial” es no solamente anacrónico, sino ahistórico: frustra y pervierte cualquier posibilidad de comprensión y valoración de su obra.
Incluso figuras como sor Juana o Carlos de Sigüenza y Góngora, autores geniales que se adelantaron a su tiempo, están marcados por su época. Sor Juana denuncia la miserable situación de los esclavos en villancicos cantados en la catedral, frente a las autoridades civiles y eclesiásticas; sin embargo, tuvo esclavas. Como su amigo Sigüenza, estaba convencida de la patraña de que los cometas traían malos agüeros; sin embargo, no tuvo empacho alguno en dedicarle al padre Kino, “rival” científico de Sigüenza, un soneto descaradamente lisonjero alabando sus supercherías sobre los cometas. Eusebio Kino era un jesuita muy importante en el mundo intelectual del momento y había que quedar bien con el establishment. Por su parte, la mente científica de Sigüenza y Góngora lo llevó a legar su cuerpo a la ciencia, convencido del empirismo inherente al método científico; pero, al mismo tiempo, dejó una considerable suma de dinero para que se dijeran cientos de misas por el descanso de su alma. Sor Juana y Sigüenza fueron igualmente libres al decidir una cosa o la otra. Eran letrados pertenecientes al mundo hispánico, de mentes “descolonizadas”, ni más libres ni más oprimidos que los peninsulares. Particularmente, sor Juana era tan célebre en América como en España, ¿por qué tendría la necesidad de ser “descolonizada” si no se sentía “colonizada”?
La aproximación feminista es también anacrónica. El feminismo es un movimiento social, ideológico e histórico propio del siglo XX. Como no podemos esperar que la monja jerónima fuera anarquista, comunista, mexicanista (México no existía), cronológicamente, no podía ser feminista. Sabemos que, en sus cartas y sus poesías, defendió el derecho de la mujer al estudio y la cultura, pero no fue la única: varios letrados (Juan de Alavés, por ejemplo) y funcionarios novohispanos lo hicieron (como fray Payo Enríquez de Ribera, primer mecenas de sor Juana). Es tan inconcebible un pensamiento feminista en sor Juana que, en su Respuesta a sor Filotea, cuenta que le pidió a su madre que la vistiera de hombre para poder ir a la universidad, porque ella misma no concebía que las mujeres pudieran ir a la universidad: simplemente, por muy avanzada que fuera, no estaba en su imaginario. Por cierto, tras este “vestirse de hombre” no hay ningún oscuro recoveco freudiano, ni tampoco la muy actual lucha de géneros: no es hombre versus mujer, sino ser humano versus animal.
Soy de la opinión de que leer a un autor como representante de una ideología o de una “escuela teórica” es una tontería que no hace justicia al arte literario. La verdadera sor Juana está en sus versos; para descubrirla habrá que leer más poesía y menos sorjuanistas.
¿Qué aspectos de la literatura novohispana y del periodo colonial aún están presentes en la actualidad? ¿Por qué es importante estudiar este periodo?
Debo confesar que no sé qué aspectos de la literatura novohispana se conservan en la actualidad. La auténtica literatura ahí está y estará siempre y habrá vasos comunicantes porque se comparte el mismo arte. Más bien habría que señalar por qué nosotros, lectores del siglo XXI, espíritus iconoclastas, orgullosa y ostentosamente free-minded, tenemos tantos prejuicios para acercarnos a la literatura novohispana. Nos sentimos forzados a abanderarla con alguna causa moderna, pues, al parecer, de otra manera no le vemos ningún sentido. Está, por ejemplo, el prejuicio de que la mayor parte de la literatura novohispana es de tema religioso. La secularización de la cultura es un fenómeno relativamente reciente, y si vamos a ejercer ese “veto”, cercenamos la tradición. ¿Acaso el hecho de no profesar ninguna fe nos impide apreciar la belleza, la emoción, de estos versos al llanto de san Pedro, arrepentido por haber negado a su Maestro?:
¡Oh Pastor, que has perdido
al que tu pecho adora!
Llora, llora:
y deja, dolorido,
en lágrimas deshecho
el rostro, el corazón, el alma, el pecho.(sor Juana, villancico a san Pedro).
Otro prejuicio tiene que ver con que la literatura novohispana se componía por encargo. Sin embargo, por un lado, el autor que motu proprio se lanza a escribir y puede vivir de su pluma, también es un fenómeno más bien moderno; por otro lado, en los siglos XVI, XVII y XVIII, la poesía era un fenómeno sí personal, pero de alcance social, por lo que el encargo era el detonante de todo un proceso intelectual y artístico que exigía del autor verdadero compromiso, personal y social, con el trabajo. Este “entendido” entre el patrón que encargaba y el poeta que componía era mucho más honesto que los tratos comerciales y de lobbying que practican los escritores en la actualidad. Entonces, había una concepción estética sumamente clara y demandante, con la cual había que cumplir. Ahora, cualquier cosa escrita se considera literatura, porque hay todo un aparato de mercadotecnia que nos vende “autores”, no literatura, y porque hemos prescindido del marco de la tradición, único que nos permite leer, valorar y separar la literatura de la basura. Mientras mejor conozcamos el pasado literario (no solo el nuestro), menos nos darán gato por liebre. ~
es profesora investigadora del Centro de Estudios
Lingüísticos y Literarios de El Colegio
de México, miembro nivel II del Sistema
Nacional de Investigadores y del Consejo
Asesor de la Cátedra Luis de Góngora de la
Universidad de Córdoba.