Con la publicación de Orientalismo en 1978, Edward Said se convertiría en uno de los académicos más influyentes de nuestra era. El libro transformó el estudio de la historia del mundo moderno: ofrecía una visión de cómo los discursos racistas crearon y mantuvieron los imperios europeos. En la misma medida que sus actividades políticas, Said y su obra atrajeron a numerosos críticos de la derecha, entre los que quizá destaca particularmente Bernard Lewis. Menos conocido en Occidente es Samir Amin, el economista egipcio que acuñó el término “eurocentrismo” en su libro El eurocentrismo (1988). Criticaba la visión del imperio de Said desde la izquierda y ofrecía una visión alternativa que no se basaba en la cultura o el discurso sino en una interpretación materialista del capitalismo y el imperialismo.
Said pasó la mayor parte de su carrera en el Norte global, en Nueva York, mientras que Amin pasó la mayor parte del tiempo en África, intentando construir instituciones académicas y políticas africanas para desafiar las dependencias creadas por el imperialismo. Cuando me reuní con Amin para una entrevista en 2016, tenía 85 años y seguía participando vigorosamente en la construcción de instituciones alternativas y desafiando la teoría social eurocéntrica. Aunque murió en 2018, su legado sigue siendo muy relevante.
En El eurocentrismo, Amin argumentaba que las afirmaciones sobre cómo se desarrolló el capitalismo en Europa eran erróneas. Sostenía que la historia del capitalismo que surge de las características endógenas europeas de racionalidad y triunfo –que sigue dominando la teoría social– distorsiona la realidad. Disimula la verdadera naturaleza del sistema capitalista, incluido el papel del imperialismo y el racismo en su historia. En lugar de una explicación científica objetiva, Amin veía una ideología eurocéntrica. Para él, suponer que el capitalismo puede desarrollarse en la periferia del modo en que supuestamente lo hizo en Europa es una imposibilidad lógica. Amin también señala que el fundamento de la unidad cultural europea es racista, dado que crea una falsa oposición entre lenguas y falsas dicotomías históricas (por ejemplo, Grecia se considera “europea” y no está conectada con Oriente; el cristianismo también se considera europeo). Por ello, Amin fue un crítico temprano y sofisticado de las explicaciones culturalistas en las ciencias sociales.
La crítica de Amin al eurocentrismo difiere de la de Said, que se enfocaba más en cómo las representaciones culturales de lo no occidental son racistas y perjudiciales. De hecho, Said y Amin representan en muchos sentidos el contraste entre las visiones poscolonial y marxista del imperialismo en las ciencias sociales: el orientalismo en un caso y el eurocentrismo en el otro. Amin, un neomarxista, estaba menos interesado en las actitudes y la cultura, que preocupan a los poscoloniales, y más en el eurocentrismo como proyecto global polarizador e ideológico que reforzaba el imperialismo y las desigualdades sistémicas al legitimar un sistema global que expropiaba los recursos y explotaba a la población del Sur global. Por ejemplo, Amin demostró que las ciencias sociales eurocéntricas contribuían a legitimar las depredaciones irrestrictas del capital, que tuvieron impactos materiales reales. Mientras que para Said cuestionar las actitudes y la cultura podría ser suficiente para desafiar al imperialismo, para Amin oponerse al imperialismo siempre implicaba regresar a la cuestión del capitalismo.
Amin pensaba que la crítica de Said era demasiado general y transhistórica, porque no distinguía entre las diferentes visiones europeas del Oriente islámico. El planteamiento de Said forzó a Amin a advertir del peligro de aplicar el concepto de eurocentrismo con demasiada libertad. Para Amin, el eurocentrismo era un concepto desarrollado en un momento histórico concreto. También criticaba que Said se limitara a denunciar los prejuicios europeos –o el orientalismo– sin “proponer de manera positiva otro sistema de explicación de los hechos”. Esto es precisamente lo que Amin quiso hacer en su obra. Al exponer una visión más completa del desarrollo del capitalismo sin prejuicios eurocéntricos, Amin propone perseguir un proyecto universal libre de particularismo europeo, una “modernidad crítica con la modernidad”. Por supuesto, esta aspiración también puede cuestionarse desde el punto de vista de la ciencia social crítica: puede argumentarse que es imposible que cualquier teoría de las ciencias sociales capte completamente la realidad de forma imparcial.
El eurocentrismo de Amin, publicado originalmente en francés en 1988, fue, entre otras cosas, una respuesta a las críticas poscoloniales que rechazaban los análisis marxistas, casi a priori, por ser eurocéntricos. Amin concedía que algunos aspectos del marxismo eran eurocéntricos, como la presunción teleológica de que los países en desarrollo se encuentran simplemente en una “etapa” anterior del desarrollo capitalista y que, con el tiempo, alcanzarán a Europa. Pero también defendía que los conceptos marxistas y el materialismo histórico podían aportar fuertes críticas al eurocentrismo.
Entonces, ¿cuál era su alternativa a la ciencia eurocéntrica? Desde el punto de vista de la periferia, Amin proporcionó un marco para descubrir las estructuras desiguales de la economía mundial, algo que las teorías eurocéntricas no pueden proporcionar.
Hay dos maneras de pensar en la contribución de Amin al campo de la economía del desarrollo. La primera es considerar los conceptos específicos que propuso y cómo se han ampliado de diversas maneras para interpretar el mundo. La otra es su forma de enfocar las ciencias sociales, que es la que más posibilidades tiene de reestructurar la economía del desarrollo como campo.
{{Como se explica en mi artículo conjunto “Samir Amin and beyond: the enduring relevance of Amin’s approach to political economy”, publicado en la Review of African Political Economy.}}
Empecemos por su enfoque de la economía política.
El concepto de economía política de Amin nos empuja a pensar de forma estructural, temporal, política y creativa sobre los problemas económicos globales. Desafía los límites disciplinarios. Consideremos primero su atención a la estructura. En una época en la que gran parte de la economía se ha basado en el individualismo metodológico o en el nacionalismo metodológico –enfoques que sitúan al individuo o la nación como la unidad de análisis más relevante–, Amin comienza insistiendo en que pensemos estructuralmente. Dirige la atención a las estructuras globales que sustentan un sistema internacional de explotación. Pensar en la estructura de la economía global fue, de hecho, lo que llevó a Amin a realizar importantes contribuciones a la teoría de la dependencia, una tradición centrada en el Sur que toma como punto de partida la tendencia polarizadora del capitalismo y las limitaciones que impone al mundo poscolonial. Amin exploró cómo el intercambio desigual –las desigualdades inscritas en el comercio internacional– era una característica crucial de la economía capitalista global, que era un legado del colonialismo y que seguía colocando a los países del Sur global en una situación de desventaja estructural.
Amin también insistía en la necesidad de pensar temporalmente. Se identificaba como un miembro de la escuela del materialismo histórico global, donde la extensión histórica del capitalismo global es la clave para entender la polarización entre el núcleo y la periferia. El enfoque de Amin era también fundamentalmente político. Nunca negó que su objetivo final fuera mejorar el mundo. Esto lo distingue de los economistas que trabajan en la tradición eurocéntrica y afirman que la ciencia social es neutral, apolítica.
Por último, por su manera de utilizar conceptos desarrollados en el núcleo metropolitano para entender el mundo desde los márgenes, Amin fue un pensador creativo. Se denominaba “marxista creativo” y subrayaba que partía de Karl Marx en lugar de detenerse en él. Partir de Marx da prioridad a la lucha de clases, la explotación y el desarrollo capitalista desigual; Amin ampliaba estos conceptos para analizar el imperialismo, el intercambio desigual y las tendencias polarizadoras entre el centro y la periferia.
Si tenemos en cuenta el enfoque histórico de la economía política, era lógico que Amin ampliara la teoría del valor de Marx para comprender mejor el imperialismo. En La acumulación a escala mundial (1974), mostró que los mecanismos a través de los cuales el valor seguía fluyendo de la periferia al centro, reproduciendo una división internacional del trabajo y una distribución geográficamente desigual de la riqueza, procedían de la colonización y sus estructuras. Amin se basó en el libro seminal El capital monopolista (1966) de los economistas neomarxistas Paul Baran y Paul Sweezy, en su conceptualización de la “renta imperialista”. Para Amin, la renta imperialista se deriva de la plusvalía adicional. En otras palabras, se podía extraer más valor de los trabajadores a través de la producción en la periferia, generando una renta adicional para el capitalista, en comparación con los trabajadores del centro que realizaban trabajos similares. Amin argumentaba que, aunque los trabajadores mal pagados de la periferia no son menos productivos que sus homólogos del centro, el valor que crean es menos recompensado, y esto es lo que crea esa renta (imperialista). Andy Higginbottom y otros estudiosos han ampliado desde entonces la visión de Amin, aplicando el concepto para demostrar cómo las multinacionales británicas y españolas fueron capaces de aprovechar el boom de las materias primas; también puede consultarse el ensayo de Maria Dyveke Styve sobre “El imperio informal de Londres” (2017).
El colonialismo configuró las economías poscoloniales de tal manera que la acumulación se produjo de forma especialmente desigual. En Imperialismo y comercio internacional. El intercambio desigual (1976), Amin distinguía entre dos tipos diferentes de acumulación. A una la denominó “acumulación autocéntrica”, la que tenía lugar en el núcleo y promovía la reproducción ampliada del capital. La periferia, en cambio, se caracterizaba por lo que denominaba “acumulación extravertida”, que no se prestaba a la reproducción del capital. Sostenía que el desarrollo desigual evolucionó históricamente creando estructuras de explotación, que se manifestaron en la época contemporánea como un intercambio desigual. Esto, a su vez, condujo a una polarización continuada y a un aumento de la desigualdad.
El “intercambio desigual” de Amin era un intento de explicar la no igualación del precio de los factores a nivel global, donde el precio de los factores se refiere a la remuneración del trabajo u otros factores primarios no producidos. Eso significa que la mano de obra, las materias primas y la tierra son más baratas en la periferia. Llamó a la infravaloración de la mano de obra en la periferia “superexplotación”. Para Amin, el intercambio desigual era el resultado de la extensión del capital monopolista a la periferia en busca de superbeneficios (o renta imperialista).
Amin cambió los términos de los debates sobre el intercambio desigual. Anteriormente, la ortodoxia entre los economistas postulaba que los trabajadores de la periferia son simplemente menos productivos que los del centro. Es importante señalar que la idea del intercambio desigual y de la “superexplotación” sigue siendo controvertida entre los marxistas. En El capital (1867), el propio Marx discute la inutilidad de las comparaciones entre diferentes grados de explotación en diferentes naciones, y los importantes problemas metodológicos que surgen. Muchos marxistas sostienen que los neomarxistas como Amin se centraban excesivamente en las relaciones de mercado a expensas de la explotación del trabajo.
Además de participar en estos debates teóricos, Amin fue uno de los primeros en intentar medir empíricamente el intercambio desigual. Muchos han seguido sus pasos desde entonces, como Jason Hickel, Dylan Sullivan y Huzaifa Zoomkawala, cuya investigación de 2021 señalaba que el Norte global se apropió de alrededor de 62 billones de dólares del Sur global entre 1960 y 2018 (dólares estadounidenses constantes de 2011). Explorando una serie de métodos diferentes para calcular el intercambio desigual, Hickel et al. muestran que, independientemente del método, la intensidad de la explotación y la escala del intercambio desigual han aumentado significativamente desde los años ochenta y noventa.
Amin también dedicó mucho tiempo a pensar en formas de cambiar un sistema injusto. Estuvo muy involucrado en el activismo y desarrolló algunos conceptos teóricos para lograr el cambio político. El más conocido es la idea de Amin de la “desvinculación”, sobre la que publicó un libro. La desconexión. Hacia un sistema mundial policéntrico (1990) ofrece una evaluación de los posibles caminos que puede seguir un Estado soberano en la periferia. Amin sostiene que las condiciones específicas que permitieron el avance del capitalismo en Europa Occidental en el siglo XIX no pueden reproducirse en otros lugares. Por ello, propone un nuevo modelo de industrialización configurado por la renovación de formas no capitalistas de agricultura campesina, lo que, a su juicio, implicaría desvincularse de los imperativos del capitalismo globalizado.
Es importante señalar que la desvinculación suele entenderse erróneamente como una autarquía, o un sistema de autosuficiencia y comercio limitado. Pero eso es una tergiversación. La desvinculación no requiere cortar todos los lazos con el resto de la economía mundial, sino rechazar someter las estrategias de desarrollo nacional a los imperativos de la globalización. Su objetivo es imponer una economía política adaptada a sus necesidades, en lugar de tener que ajustarse unilateralmente a las necesidades del sistema mundial. Con este objetivo de mayor soberanía, un país desarrollaría sus propios sistemas productivos y podría dar prioridad a las necesidades de la población en lugar de a las exigencias del capital internacional.
En la entrevista que le hice antes de morir, Amin subrayó la importancia de la realidad político-económica específica de cualquier país para entender y situar las posibilidades de desvinculación. En aquel momento, con una extraña precisión, Amin estimaba que “si se puede alcanzar el 70% de desvinculación, se habrá hecho un gran trabajo”. Señaló que un país fuerte que, por razones históricas, es relativamente estable y con cierto poder militar y económico tendrá más capacidad para desvincularse. Así, mientras que China puede conseguir un 70% de desvinculación, un país pequeño como Senegal tendrá dificultades para conseguir la misma cantidad de independencia.
La desvinculación implica rechazar los llamamientos a ajustarse a la ventaja comparativa de un país y otras formas de atender a los intereses extranjeros. Esto es, por supuesto, más fácil de decir que de hacer. Amin señalaba que para ese proyecto nacional se necesitaría tanto un fuerte apoyo interno como una fuerte cooperación Sur-Sur, con el objeto de construir una alternativa a las relaciones económicas de explotación entre el centro y la periferia. Otros aspectos de la desvinculación implicarían inversiones en proyectos a largo plazo, como las infraestructuras, con el propósito de mejorar la calidad de vida de la mayoría de la población del país, en lugar de maximizar el consumo o los beneficios a corto plazo.
Varios académicos han estudiado más recientemente las trayectorias históricas de desarrollo en relación con la cuestión de la desvinculación. Por ejemplo, en 2020 Francesco Macheda y Roberto Nadalini aplicaron las consideraciones para tratar de entender la trayectoria del desarrollo de China, mientras que en 2021 Francisco Pérez las aplicó para entender el desarrollo económico de Asia Oriental. Sin embargo, a medida que el mundo está más interconectado, las posibilidades de desvinculación se vuelven más difíciles.
Nos encontramos en un momento en el que se ha puesto de moda que las universidades del Norte global expresen su deseo de “descolonizar la universidad”. Mientras que muchos estudiosos se apresuran a recurrir al orientalismo de Said para entender cómo hacerlo, la obra de Amin y su compromiso con una ciencia social centrada en el Sur pueden ofrecer un enfoque más radical. Después de Said, gran parte del compromiso de descolonizar las ciencias sociales se ha limitado a desafiar los tropos racistas y las representaciones eurocéntricas en el plan de estudios y en el discurso académico. Esto es importante en un momento en que los planes de estudio se han vuelto cada vez más estrechos, eurocéntricos y con una grave falta de diversidad, especialmente en economía. Así pues, ¿qué añadiría una perspectiva aminiana a los debates sobre la descolonización de la economía más allá de la contribución de Said?
En primer lugar, la atención que Amin prestaba al modo en que los legados coloniales han configurado las estructuras económicas y sociales de la economía mundial de diversas maneras abrió la puerta a una gran cantidad de estudios sobre los legados coloniales, el imperialismo y el intercambio desigual. En la perspectiva de la descolonización de las universidades, Amin podría aportar la necesidad de promover una comprensión del mundo centrada en el Sur, así como una comprensión alternativa del capitalismo. Esto es importante porque los estudios que adoptan un enfoque crítico del capitalismo han sido en gran medida marginados de los planes de estudio de economía en todo el mundo.
Cuando Amin defendió su tesis doctoral en Sciences Po de París en 1957, era una época en la que era posible obtener un doctorado en economía ampliando los conceptos marxistas en instituciones de élite. Solo unos años antes, en 1951, Baran, un economista marxista, había sido ascendido a profesor titular en la Universidad de Stanford, en California, poco después de que Sweezy, otro economista marxista, se retirara de la Universidad de Harvard, en Massachusetts, en 1947. En ese momento, los académicos radicales de todo el mundo estaban proponiendo explicaciones nuevas y competitivas sobre las tendencias polarizadoras del capitalismo. Había un interés particular en reinterpretar a Marx desde una perspectiva del mundo poscolonial, desde los estudiosos de la India hasta los de Brasil. También era una época en la que la conferencia de Bandung –una reunión en Indonesia en 1955 de representantes de veintinueve países asiáticos y africanos recién independizados para crear alianzas en torno al desarrollo económico y la descolonización– ofrecía optimismo a quienes se oponían al colonialismo y al neocolonialismo.
Los debates de mediados del siglo XX sobre el eurocentrismo evolucionaron a partir de luchas materiales reales contra las relaciones coloniales y neocoloniales, que contrastan con el campo contemporáneo de la economía, donde el análisis se ha reducido a lo que puede estudiarse en el marco de la economía neoclásica y con ciertos métodos econométricos aceptados. Desde una perspectiva aminiana, la descolonización de la universidad tendría que dar cabida a los estudios radicales –que analizan críticamente el papel del propio sistema capitalista en la producción de desigualdades e injusticias globales– que fueron posibles a mediados del siglo XX.
En segundo lugar, Amin puede ayudarnos a ver los fundamentos ideológicos de la economía dominante, así como de la teorización de las ciencias sociales en general. En este sentido, nos da el punto de partida necesario para cuestionar un campo que sigue siendo eurocéntrico. En tercer lugar, también podemos aprender importantes lecciones de Amin en lo que respecta a la estrategia. No se comprometió mucho con las universidades de élite del centro. Era un panafricanista y un ciudadano del mundo en desarrollo, y centró su vida en la construcción de instituciones políticas e intelectuales en África. Esto contrasta con muchas iniciativas de las universidades no periféricas que intentan incorporar a académicos de la periferia a sus instituciones (a menudo eurocéntricas), en lugar de apoyar a las instituciones y epistemologías del Sur.
Por último, Amin siempre vinculó su trabajo a las luchas materiales reales: la necesidad de oponerse a la ciencia social eurocéntrica era importante porque expondría la dimensión colonial del sistema económico mundial. Eso es importante en el contexto de los llamamientos a la descolonización de la universidad que a menudo se llevan a cabo de forma separada de las luchas sociales más amplias relacionadas con la descolonización. El trabajo de Amin, por lo tanto, sirve como un recordatorio crucial de que la colonización tenía que ver con los recursos materiales, y la descolonización, por lo tanto, no se puede lograr a través de meros cambios en la epistemología. ~
Traducción del inglés de Daniel Gascón.
Publicado originalmente en Aeon.
es profesora de desarrollo
internacional en el King’s College de Londres. Es la editora fundadora
del blog Developing Economics y miembro del grupo directivo
fundador de la red Diversifying and Decolonising Economics