Una leche voladora

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Entre 1950 y 1965 la mamรก fue una explosiรณn demogrรกfica de una sola persona: pariรณ seis hembras y cuatro varones. Su habilidad para dar a luz era a tal grado perita que en dos ocasiones supo dar a luz dos veces en el mismo aรฑo: en enero y en diciembre. Alguien opinรณ que cuando la mamรก salรญa del hospital luego de tener un bebรฉ, ya iba embarazada del siguiente. Con un gesto coqueto, autoexculpatorio, la mamรก solรญa decir: “Es que cuando estaba embarazada me sentรญa muy contenta.” Menos mal.

Yo, que fui el obviamente primogรฉnito, me pasรฉ los primeros quince aรฑos de vida azorado ante esa fertilidad incontinente. Y tambiรฉn mirando a los sucesivos contenidos de esa incontinencia, cada tantos meses, apoderarse de la tribuna y exigir respeto a sus derechos humanos. Quince aรฑos de observar a esa mamรก siempre voluminosa, siempre viva por partida doble, en trance de preรฑez, de pariciรณn o de lactancia. Su precioso rostro, siempre sostenido por el pedestal adventicio de la gravidez, el vientre y las mamas henchidas; siempre la mamรก, arrojando criaturas a diestra y siniestra, como una diosa mesopotรกmica elemental.

Cada tantos meses, cuando llegaba un nuevo alumbramiento, se me exiliaba a la casa de algรบn pariente comprensivo mientras la mamรก era llevada al Hospital Francรฉs a efectuar su trรกmite (en alguna ocasiรณn precipitada, ella misma llegรณ sola, manejando). Al dรญa siguiente me llevaban a verla, ahรญ, encantada de la vida (lato sensu), con la nueva crรญa ya abrochada al pecho, atragantรกndose de inmunoglobulina, como si nada. Lo รบnico que me interesaba de todo eso era que me permitieran girar la palanca que subรญa y bajaba el respaldo de su cama y, despuรฉs, que me dejaran empujar la silla de ruedas de madera y mimbre, con la mamรก cubierta de chalinas, hacia la terraza y los jardines, donde la paseaba un rato. (Esto debe ser simbรณlico de algo sobre lo que me da flojera especular.)

La casa era una eterna sala de maternidad llena de nanas urgentes, bebรฉs con la ambulancia incluida, botellas y chupones hirviendo en la estufa, hileras de mamilas en baรฑomarรญa, montaรฑas de paรฑales untados de meconio hirviendo en cubetas, o ya limpios secรกndose al sol para, restaรฑadas sus heridas, volver albeantes al desigual combate con la potente caca o los regurgitones propulsiรณn a chorro con que el nuevo invasor manifestaba su opiniรณn sobre la calidad del servicio.

Me acostumbrรฉ a observar, con creciente resignaciรณn, que el nuevo bebรฉ apenas llevaba un par de meses berreando en la cuna cuando la mamรก habรญa comenzado a inflarse de nuevo, cante y cante. Era capaz de amamantar al bebรฉ 4, digamos, apoyรกndolo sobre el vientre donde el astuto bebรฉ 5 ya preparaba el golpe de estado. Y ahรญ estaba yo, desposeรญdo, convertido en un dรญgito, cada vez mรกs diluido en su mirada, obligado ademรกs por mi primogenitura a la humillaciรณn de mecer la cuna del extraรฑo enemigo que solo cambiarรญa sus alaridos por la ipsofacta teta.

Y aquรญ es donde –renuente a la unรกnime gravedad de la autobiografรญa– voy a explicar por quรฉ evoco esto: por culpa de san Bernardo.

En pos de algรบn dato sobre las diosas lactantes, de Isis en delante, fui a dar a san Bernardo en la escena aquella en que, conmovido ante una efigie de la Virgen Parida, le suplica “Monstra te esse matrem” (muestra que eres madre). Y la imagen de la Deรญpara lo complaciรณ oprimiรฉndose el pecho con la mano –el รญndice sobre el pezรณn; los otros dedos debajo– y lanzando un luminoso chorro de leche con celestial punterรญa a la boca del monje. (Esta variante del tema iconogrรกfico y teolรณgico de la Maria lactans abunda en el arte, como en un magnรญfico Murillo que se mira en El Prado.)

Estudiando mรกs este asunto acabรฉ leyendo un curiosรญsimo estudio del iconografista y comparatista Thomas Peter Kunesh (http://www.darkfiber.com/pz/middle.html) que analiza muy a fondo el “signo” que suele hacer la mano de la virgen que amamanta. Se llama el signo pseudo-zigodรกctilo,  y Kunesh postula sus mรบltiples caracterรญsticas, una de ellas como seรฑal entre iniciados devotos de la Virgen/Diosa, como “El caballero de la mano al pecho” de El Greco, que protagoniza su retrato con el signo.

Bueno. Pues ese pseudo-zigodรกctilo era exactamente el signo que hacรญa la mamรก cuando daba el pecho. Mรกs allรก de que pueda ser tanto un signo como un imperativo ergonรณmico –y a pesar de que yo jamรกs habrรญa pedido que lo mostrase a quien era evidencia misma de la maternidad–, sucediรณ un dรญa que yo, el dรญgito 1, el postergado, merecรญ la piedad de ese signo. En su mecedora, con el bebรฉ 3 o 4 en el pecho, canturreรกndole y haciรฉndole pucheritos, me mirรณ mirarla. Me ordenรณ acercarme. Me preguntรณ si me gustaba la nueva hermanita. Dije que no. Entonces le sacรณ el pezรณn de la boca, apuntรณ hacia mรญ el mamelo y, con un poco de risa y un poco de lรกstima, lanzรณ un chorro de leche voladora que atrapรฉ, a fe mรญa, con necesaria humildad.

Y me quedรฉ, desde luego, con la boca abierta.~

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Es un escritor, editorialista y acadรฉmico, especialista en poesรญa mexicana moderna.


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