Si al lector no le gusta el boxeo, difícilmente podrá creer en el título de este artículo. Por lo menos, dirá que ha habido en el siglo anterior a este esa otra pelea que se abraza a la categoría de la gloria máxima, y pensará que los líos seguirán llamándose así hasta que el calentamiento global nos sumerja en las aguas del deshielo. El 8 de marzo de 1971, Joe Frazier y Muhammed Ali se liaron a golpes en el combate llamado “Fight of the Century”. Boxrec, la página de los datos duros puede dar mayores referencias estadísticas acerca de los los números de esta primera pelea, para decir que fue hasta 1975, con el nombre de “The Thrilla in Manila”, cuando se cumplió la intención real del apelativo: la tercera pelea entre Ali y Frazier fue la “pelea del siglo” XX. Además, este lío fue calificado por la revista The Ring (La Biblia del boxeo) como la “pelea del año”, y el paso del tiempo la colocó en el imaginario universal, efectivamente, como esa “Fight of the Century” solo que bajo el nombre de una estrategia publicitaria efectiva.
Si ponemos las cosas en la balanza no hay varias peleas nombradas tan espectacularmente solo porque sí, hay motivos -y de sobra- para imaginar que algo grandioso sucederá en ellas. Si el boxeo moderno ha cambiado es porque se ajusta a un modelo de negocio por completo lucrativo. Nadie pierde. Cinturones y campeones a destajo, empresarios que bisnean, promotores con intereses mercenarios, mercadólogos estudiando hábitos de consumo de aficionados desinformados, etcétera. Y dentro de este mundo de lobos hay dos hombres arriba del encordado enfrentándose entre ellos con sus puños y recursos sólo para vencer al otro. Esta imagen tiene ya en sí misma un halo de inocencia y de brutalidad absoluta. La dulce ciencia comienza cuando los pies de esos hombres tocan el piso del encordado y termina cuando tenga que terminar, será lo que tenga que ser en doce rounds, o en menos de treinta y seis minutos, muchas veces en el primer episodio, muchas otras en las tarjetas de los jueces. Pero antes, no. El boxeo se da justo arriba del encordado, entre las cuerdas, en los timings, en los consejos de la esquina, en la cabeza de cada uno de los peleadores.
Quizá muchos lo saben, Floyd Mayweather Jr. (47-0 (26KO) aplazó este combate para no irse una pelea abajo del histórico Rocky Marciano. Y solo como acotación “Money” declaró hace unos días que él es mejor que Muhammed Ali, a lo que Ali le respondió con un tuit hermoso: “Don´t you forget, i am the greatest!". Pero dejando detrás el purismo del boxeo, la taquilla es “Money Mayweather", el hombre multimillonario de la multimillonaria promotora (TMT), que de cada chicle que vende en el evento se lleva la mitad del porcentaje. Además será él quien use un protector bucal fabricado con diamantes, escamas de oro y billetes (pedazos) de cien dólares valuado en 23 mil verdes. Una exageración para un hombre que solo tendrá que subirse al encordado a dar y a intentar en lo posible no recibir, a aburrirnos con su lógica estratégica, con su contraataque eficiente. Por su parte, Manny Pacquiao (57-5-2 (38KO), el filipino de estatura más baja y de menor alcance que Floyd, veloz como nadie en su declive, será quien aumente el rating de lo que los aficionados buscan de esta pelea, ese llamado “corazón” que se cargan los sentimentales es mucho de lo que los espectadores abogan para tener un buen espectáculo; ¿si lo habrá?, es casi seguro. El boxeo en su ser opone a dos contrarios idénticos, transforma la realidad en crueldad y detona el dolor como elemento de la tragedia. Y Mayweather Jr. y Manny Pacquiao, aunque no están concentrados necesariamente en Eurípides, subirán al ring a dar respuestas a un público cautivo del bofe. Esas respuestas son necesarias hoy para volver a ver al boxeo con ojos de credibilidad, para razonar que los números que se juegan esta noche ya están garantizados, y que la suma de los intereses de unos cuantos pueden ensancharse en una nueva relación que dé certezas a los seguidores de este hermoso deporte. Certezas donde las metáforas se anulan y el espectáculo queda latente en una efervescente llamarada de datos para la estadística.
Si la historia del boxeo se reescribe esta noche desde la perspectiva del arte de fistiana, del deporte en sí mismo, reducirá con amplitud la idea que los aficionados tenemos acerca de una práctica que solo responde a intereses económicos. Si el boxeo gana, gana también el negocio. Es un axioma básico. Si el boxeo pierde esta noche en el MGM Grand de Las Vegas, estamos seguros que el declive no sólo será el de los dos mejores libra por libra (primero y segundo) sino del deporte de las orejas de coliflor que se secan, irremediablemente, bajo el peso del dinero.
***
Un dato importante sobre el dinero en esta pelea lo da Carlos Acevedo:
“But because the amount of money Mayweather has generated throughout his career has more to do with technological advances (the streamlined operation of pay-per-view made it far easier for fights to reach audiences than the old closed-circuit model of the ’50s, ’60s, ’70s and early-’80s did) than it does with popularity, even his claim as a human ATM seems decontextualized. Take as an example the Evander Holyfield-George Foreman blockbuster from 1991. It garnered over 1.4 million orders but, more important, it achieved a buy rate of eight percent of the available pay-per-view market at the time. Today, there are over 90 million homes wired for pay-per-view. In order for Mayweather-Pacquiao to hit a buy rate of eight percent, it would have to sell more than seven million pay-per-views (as for recognition, when Muhammad Ali fought Richard Dunn in 1976, nearly 60 million people tuned in to NBC to watch).”
Es editor de La Dulce Ciencia Ediciones www.dulceciencia.com, el único sello dedicado al mundo del boxeo en el mundo.