1. La muerte de un escritor representa la liberación de su obra: la figura se emborrona en el espacio reservado para lo que ya es sólo anecdótico y su escritura se organiza en un cuerpo por fin coherente, testimonial de todo su tiempo y no sólo de las facciones en que militó, perfecto en su no poder ampliarse más. De Monsiváis podíamos decir misa cuando estaba vivo, pero ahora que sus esfuerzos están concluidos, se afirma lo que probablemente le hubiera gustado más que dijéramos de él: era escritor. El duelo y sus lutos son para los que no pudieron ser lo que querían.
2. México va a ser menos divertido sin Monsiváis evidenciando la estulticia de la clase política, el gusto atronador –por decir lo menos– de los millonarios, el resentimiento pueril de las clases medias. Fue nuestro contemporáneo con más capacidad para envenenar un dardo: en muchas ocasiones una sola línea suya decía más sobre el día anterior en México que la suma de todos los periódicos de la república.
3. Los jaloneos con el cadáver de Monsiváis durante su velación en Bellas Artes hubieran sido dignos sólo de una crónica de Monsiváis. Alguien dijo –juro que lo leí por ahí– sobre la negativa de su familia a bajar el féretro en el Zócalo: “Queríamos que pasara un ratito con los compañeros en huelga del Sindicato de Electricistas.”
4. Cuando un autor desaparece, nuestros plagios se convierten en intertextos, nuestros saqueos en influencias. Mientras escribo, siento que ya puedo dejar el frío de los incisos para hundirme en el gozo de los cabezales.
5. Hay una característica que Monsiváis compartía con Gutiérrez Nájera –fundador de su estirpe. Sus trabajos son tan vastos y curiosos de todas las manifestaciones de la cultura que se van a necesitar muchos años, innumerables profesores gringos y cantidad de editores argentinos para darles unidad. Sus obras completas van a ser como las del Duque Job: tan largas que llevan toda mi vida siendo compiladas en un cubículo de la unam y no se ve para cuándo terminen –el último tomo que vi y ya no compré era de un grado de especialización inquietante: Crítica de teatro iv. El tomo de las de Monsiváis que me gustaría compilar sería Panistas del Bajío.
6. Hace algunas semanas Fernando Serrano hacía notar en un artículo publicado en Excelsior que en los años ochenta temíamos que el español de México fuera avasallado por el inglés de Estados Unidos. Hubo un tiempo en que, efectivamente, las estaciones de fm tenían casi todas nombres en inglés. La hegemonía de la cultura popular estadounidense era tan absoluta que preferir a las bandas británicas era un gesto de izquierdistas. En los años noventa se invirtió la ecuación primero entre los intelectuales y luego masivamente. Ya nadie se ha de acordar, pero de pronto la clase media transitó de bailar a Gloria Gaynor a recuperar a Acerina, de conmoverse con Queen a servir de postre a Chavela Vargas. Ser mexicano podía ser duro, pero ya no daba vergüenza. Tengo la certeza indemostrable de que el motor de esa pequeña corrección en la autoestima nacional fue Monsiváis. A través de su escritura una producción popular que parecía impresentable se puso en conversación con los fenómenos del pop global y resultó que era competitiva, adquirió estatura literaria, reveló una complejidad que nadie había tenido la gentileza de notar.
7. Carlos Monsiváis se murió durante el solsticio de verano. La noche más corta y el día más largo como augurio para la obra de una figura tan extendida e imprescindible que nos resulta inimaginable que deje de ser leída. ¿Va a durar? ¿Qué les va a decir Amor perdido o Aires de familia a los mexicanos que nacieron el día de su muerte? Creo que conforme pasen los años y vayan desapareciendo los sujetos de sus alusiones, lo que hoy nos parece su trabajo más propiamente literario –los estudios sobre poesía, los innumerables prólogos, las genealogías a que era tan afecto– irá volviéndose material de especialistas, mientras sus crónicas periodísticas parecerán cada vez más complejas, cada vez más inteligentes en su disposición metafórica, cada vez más voluptuosas en su relación con el idioma. Tal vez le suceda lo que a Gutiérrez Nájera: sus contemporáneos lo leían como un poeta romántico que cada tanto tenía un desplante lírico más bien inexplicable, y nosotros lo vemos como el inventor de la prosa modernista.
8. A mí me gustaría que Monsiváis fuera el precursor de algo que todavía no tiene nombre y nosotros confundimos con el periodismo sólo porque entendemos sus referentes. ~