Recuerdo de Dubravka Ugrešić

En sus libros, divertidos y con ritmo, describe el deslizamiento del mundo en una pista de perniciosas imbecilidades. Su escritura distingue en lo cotidiano los contornos de lo mítico.
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La escritora croata −o más bien postyugoslava, como decía ella misma− Dubravka Ugrešić murió hace unos días en Ámsterdam, sin llegar a la primavera en la que hubiera cumplido los 74 años (el 27 de marzo).  Llevaba treinta fuera de su país, coincidiendo con que a ese país hace treinta años que ya no se puede volver. Desde el comienzo de la guerra en Yugoslavia estaba señalada como traidora a la patria por su oposición al nacionalismo y a la guerra, que a lo largo de sus libros también se ha desarrollado como oposición explícita a la estupidez en todas sus manifestaciones. El acoso mediático (azuzado por la revista Globus, que acusó a Ugrešić y a sus colegas Slavenka Drakulić, Rada Iveković, Jelena Lovrić y Vesna Kesić de “brujas” cuando ellas solicitaron en la reunión del PEN Club de 1992 que la siguiente reunión se celebrase en un lugar distinto de Dubrovnik, dado que en Croacia se impedía el trabajo de los observadores internacionales −derivado del hecho de que bueno, ¡había una guerra!−) y las inquietantes amenazas que, también en su caso como en tantos otros, llevó aparejados esa consideración de mala ciudadana la convencieron de abandonar Zagreb para establecerse en Ámsterdam después de una estancia en Berlín. La historia es vieja y las ciudades también, pero por alguna razón de vez en cuando se repite.

Para cuando se convirtió en exiliada, la carrera de Ugrešić como escritora y también como académica estaba ya, si no consolidada, al menos bien apuntalada. Su novela de 1981 Štefica Cvek u raljama života (algo así como Štefica Cvek en las fauces de la vida, nunca traducida al español) fue adaptada al cine tres años más tarde, se distribuyó internacionalmente y fue premiada en varios festivales. Cualquier sinopsis desastrada que se encuentre por ahí provoca unas vivas ganas de leerla (también de ver la película). En 1988 ganó el premio de la revista NIN −que se fallaba desde 1954 y hasta entonces no lo había conseguido ninguna mujer− a la mejor novela del año por Forsiranje romana reke (¿Vadeando la novela río?). Mientras tanto daba clases de literatura en la Academia de Bellas Artes de la Universidad de Zagreb. Tenía más de cuarenta años cuando dio ese vuelco a su vida, pero en cuanto al dinero distintas universidades europeas y estadounidenses requirieron sus servicios, y los escritores pueden llevarse consigo su oficio, aunque a veces se ven obligados a cambiar de lengua (no es el caso, pero sí habría que pensar aquí, una vez más, en la literatura en lenguas con pocos hablantes). La cuestión es cómo se cuelan en la obra, desde un cambio así, las razones que lo han impulsado, y cómo se asimila, en medio del camino de nuestra vida, que ahora empieza algo nuevo y desconocido que va a ser tan definitorio como deudor de lo que nos ha traído hasta aquí.

Tenía sus armas: en sus libros echa mano tanto de un profundo conocimiento de la tradición literaria eslava como de la experiencia directa de los rollos cotidianos (bajar a por una lata de tomate que se echa en falta en mitad de la preparación de la cena, los anuncios grotescos que te asaltan al abrir una web, la conversación con el fontanero que viene a desatascarte el desagüe y te cobra en negro), tanto de la exposición académica en el sentido más claro del término como de la disposición a dejarse llevar por un arranque de subjetividad. Y siempre es posible detectar en sus textos al menos dos actitudes muy vitales que se superponen sin dificultad, aunque se den de vez en cuando algún codazo: un gran sentido del humor y un gran cabreo. Sobre el cabreo, es ejemplar cómo lo maneja, pues nunca parece nublarle el entendimiento, como si alimentase la templanza precisamente con el enfado. Copio aquí un fragmento de su ensayo breve Por qué nos gustan las películas de simios, incluido en La edad de la piel (Impedimenta, 2021), que me hace pensar que el cielo al que ha ido tras la ejecución es Ámsterdam, o al menos el exilio: “Os doy las gracias mil veces por haberme ejecutado y enviado al cielo porque, si no lo hubierais hecho, tendría que seguir mirando vuestras jetas depravadas que han poblado todas las regiones y paisajes […] tendría que mirar vuestros rostros emergiendo de todos lados, de las pantallas, de los periódicos, de los escaparates de las librerías […] tendría que leer informes sobre lo que vosotros leéis este verano, dónde veraneáis, qué yates tenéis, qué pensáis de esto o aquello, cómo vais a solucionar estos o aquellos problemas…”. Esta letanía iracunda me hace pensar en Masters of War, la canción de Bob Dylan, escupida entre dientes e inspirada por un tipo de noble dignidad que en la mayor parte de los casos se pierde al salir de la adolescencia.

La lectura de Ugrešić es fácil y agradecida, por el ritmo que maneja y por cómo combina las imágenes, y porque es muy entretenida, pero a veces resulta también dificultosa porque no funciona con el sistema binario al que nos hemos acostumbrado, a saber desde cuándo y cómo podemos advertir con aprensión. No se dedica a quejarse de la extinción de Yugoslavia sino del deslizamiento del mundo en una pista de perniciosas imbecilidades. Todo lo suyo lo leemos con fascinación gracias a su dominio de los registros y a una especie de sorna ligera. La parte central de Baba Yagá puso un huevo (Impedimenta, 2020), la que corresponde a la estancia en un balneario praguense de tres viejas amigas, es una de las cosas más divertidas que he leído en mi vida. Todo el libro es un prodigio de inteligencia y asombra cómo puede pasar de un registro a otro con tanto swing y en él se puede encontrar, como en el resto de su obra, una escritura que distingue en lo cotidiano los contornos de lo mítico y a una mujer que en el exilio consiguió mantener la energía para hablar con coraje y gracia de lo que no cambia a través de lo que cambia, lo que por supuesto nos lleva a la literatura austrohúngara.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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