En una época en donde el ruido de los discursos populistas vuelve a aturdir al mundo, es un bálsamo curativo poderse refugiar de vez en cuando en el lenguaje del silencio. Por ello, hoy más que nunca vale la pena recordar la obra y el legado de Marcel Marceau, el poeta silencioso que esta primavera celebra su centenario.
Marcel Mangel nació en Estrasburgo, Francia, un 22 de marzo de 1923. Cabría preguntarse hasta qué punto su camino de vida fue marcado por el hecho de haber nacido en el seno de una minoría étnica dentro de una ciudad fronteriza como Estrasburgo, con una larga historia como zona de conflicto. Capital histórica de Alsacia y disputada en la antigüedad por alamanes, francos-merovingios y hordas invasoras de hunos, Estrasburgo integró durante la era feudal la llamada Liga del Rin, hasta que Luis XIV la anexionó a la corona francesa en 1681. Tras la Guerra franco-prusiana en 1871, Alsacia y Lorena quedaron como botín del emergente Imperio alemán, pero en 1919, tras el Tratado de Versalles, las regiones volvieron a ser adjudicadas a Francia.
En semejante escenario de conflicto nace cuatro años después Marcel Mangel, hijo de un carnicero kosher con frustradas ambiciones artísticas. Su infancia transcurre entre las fronterizas Estrasburgo y Lille, hasta que la guerra los sorprende y su familia se ve obligada a refugiarse en el interior del país.
Antes de incursionar en el arte dramático, Marcel dio sus primeros pasos como artista plástico. Empezó dibujando acuarelas en su temprana juventud, y aun cuando ya era famoso mundialmente y recorría los cinco continentes con sus espectáculos, jamás dejó de pintar. Cuando aún se llamaba Marcel Mangel y la guerra no tocaba a las puertas de su casa, ganó un Premio Masson por su gran habilidad en el manejo de los esmaltes. Cuando estalló la guerra y su familia se trasladó a Limoges, se dedicó con ahínco a la pintura manual de la porcelana, histórica especialidad de dicha región. Tomando en cuenta que aún no cumplía 17 años, no era descabellado pensar que el joven Mangel haría carrera como pintor. Sin embargo, fue la mímica la que le daría fama mundial.
Según narra él mismo en su autobiografía, su mayor influencia fue Charles Chaplin, pero el hombre que lo indujo al arte dramático y acabó definiendo su camino de vida fue el actor Etienne Decroux, con quien tomó clases en la escuela de Charles Dullín. Mimo es una palabra del griego antiguo que significa imitador o actor; el arte de la actuación silenciosa se remonta a los teatros atenienses de la Grecia preclásica. Si bien el arte es milenario, Marcel Marceau fue sin duda su mayor y más creativo exponente en el siglo XX, el que marcó un antes y después en la historia de los mimos modernos.
Sin embargo, más allá de su innegable genialidad artística, Marcel Marceau ha trascendido a la posteridad como un héroe de la Resistencia francesa que salvó a decenas de niños judíos de morir en los campos de concentración nazis.
Junto con su hermano Alain, se unió a la Resistencia en Lyon y ambos cambiaron su apellido Mangel por Marceau, en honor a Francois Séverin Marceau-Desgraviers, caudillo militar de la Revolución francesa. Aunque su primera función con la Resistencia fue como falsificador de pasaportes, su labor más entrañable fue la de guiar a cientos de niños judíos a través de los Alpes franceses para ponerlos a salvo de los nazis en la neutral Suiza. A quien por desgracia no pudo salvar fue a su padre, Charles Mangel, quien fue capturado y llevado al campo de concentración de Auschwitz, en donde fue asesinado en 1944.
Una película reciente llamada Resistencia (2020),dirigida por Jonathan Jakubowicz, narra este intenso pasaje de la vida de Marceau. Resistance nos presenta a un joven Marcel, interpretado por el estadounidense Jesse Eisenberg, quien da sus primeros pasos como actor de carpas cabareteras. Impulsado por su hermano mayor e inicialmente movido más por el amor a Emma (Clémence Poésy) que por su compromiso político, Marcel acoge a un grupo de huérfanos judíos en Estrasburgo, cuando la guerra está por estallar. Cuando los nazis invaden Francia y ante el riesgo inminente de que el sanguinario Klaus Barbie los mande matar, Marcel, Emma y Alain se dan a la tarea de llevar a los niños a través de la montaña.
Más allá de las licencias ficcionales de la película, es un hecho comprobado que Marcel Marceau participó activamente en la Resistencia francesa y su labor fue clave para salvarle la vida a por lo menos 350 niños. Como reconocimiento a su heroísmo, fue condecorado con la Legión de Honor francesa. Es justamente en la postguerra, en los campamentos de soldados aliados, donde nace en 1947 el personaje que le daría fama mundial y se transformaría en su imagen icónica: Bip, el mimo vagabundo con un percudido suéter de rayas horizontales y un maltratado sombrero de copa. Según las palabras de Marcel, Bip es una especie de Don Quijote que lucha contra los molinos de viento de la vida. A partir de ese momento todo sería carrera en ascenso
Un día de 1967, se encontró casualmente con su ídolo Charles Chaplin en el aeropuerto de Orly, en París, y compartieron risas y espontáneos elogios mutuos. No deja de ser una paradoja que las armas de un hombre que desafió al nazismo y se rió de él hayan sido el silencio y el sentido del humor, máxime si tomamos en cuenta que Hitler se valió de la verborrea y la rimbombante solemnidad para seducir a un pueblo deprimido y hambriento de encontrar culpables. Un dictador populista requiere micrófono, altavoces y plaza llena para vomitar su palabrería rencorosa. Si al populista le arrebatamos su perorata, es un hombre desnudo y desarmado. Acaso por ello resulta sublime dimensionar a un ser cuya genialidad yacía en el silencio, y que con sus más de 200 gestos fue capaz de decir y comunicar más que una cofradía de merolicos verborreicos. Frente al discurso del odio y el rencor, queda la brutal honestidad de la mímica.
“Si no observara la vida, no conocería al ser humano. Y lo que enseño es la aventura del silencio. Las personas que no nos han visto nunca tienen miedo del silencio”, expresó Marcel Marceu a los 82 años, en una entrevista que le hizo Karmentxu Marín, publicada por el diario El País dos años antes de su muerte.
La omnipresencia del cine sonoro no hizo mella en su arte mudo, y la terca resistencia de su expresivo silencio se mantuvo hasta el último día. Pero si en el escenario no pronunciaba palabra, en privado y en confianza hablaba hasta por los codos. Siguió pintando hasta el final de su vida, escribió su autobiografía con narrativa novelesca y nunca dejó de procurar la enseñanza de las nuevas generaciones.
Murió en 2007 y también en día 22, pero de septiembre, a los 84 años de edad. Sus vecinos en el cementerio Père-Lachaise son Oscar Wilde, Edith Piaf, Frédric Chopin y Jim Morrison. En nuestros tiempos regresivos, es tiempo de volver a buscar refugio en la terca y elegante resistencia del silencio. ~
Ensenada, BC, 21 de marzo 2023.
(Monterrey, Nuevo León, 1974) es periodista y ensayista.