Pasear, mirar, construir

Colin Ward, autor de "Arquitecturas del disenso", fue un arquitecto y estudioso anarquista inglés que aprendió el oficio colaborando en la reconstrucción de edificios destruidos por los bombardeos y en la reubicación de quienes habían perdido sus casas en la segunda guerra mundial.
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Qué historia tan fascinante la de los ingenios que ha desarrollado el ser humano para construirse un lugar cómodo en el que vivir. Una minúscula pero reveladora fracción de esa historia la podemos leer en un libro que ha publicado recientemente en España la editorial Gallo Nero: Arquitectura del disenso, de Colin Ward (con fluidísima traducción de Blanca Gago). La figura de Colin Ward, arquitecto y estudioso anarquista inglés que aprendió el oficio trabajando desde adolescente en el estudio de Sidney Caulfield y colaborando en la reconstrucción de edificios destruidos por los bombardeos y, lo que quizá acabaría siendo más importante en el desarrollo de su carrera, en la reubicación de quienes habían perdido sus casas en la segunda guerra mundial, se nos presenta en una estimulante introducción a cargo de su colega Giacomo Borella. 

Allí se nos cuentan los primeros contactos de Ward con el anarquismo cuando se trasladó, recién alistado en el ejército, a la ciudad de Glasgow, y se nos habla de la influencia que ejercieron en su pensamiento precursores como Kropotkin, Ebenezer Howard, Ruskin o William Morris o contemporáneos como Lewis Mumford, Bernard Rudofsky, Paul Goodman o Giancarlo De Carlo. Y se explica que las investigaciones de Ward a propósito de la arquitectura y del urbanismo pretenden ahondar en “la historia social que surge a partir del habitar, enfocada sobre todo hacia las formas populares y no oficiales de construcción y la transformación de los lugares”.  Leemos también un repaso a algunos libros de Ward y a sus trabajos de campo, investigaciones sobre toda clase de asentamientos espontáneos, autoorganizados, de espaldas a los contratistas y a los cauces oficiales. 

Siguen a la introducción diez capítulos que son tanto conferencias como capítulos de otros libros de Ward (dos de ellos coescritos con Dennis Hardy y otro con David Crouch). La antología es una invitación estupenda, muy entretenida, a conocer no solo el trabajo del autor sino también parte de la historia de los urbanismos marginales. “Creo que no hay nadie aquí que no crea que estamos rodeados de una arquitectura de la alienación: la alienación entre el diseñador, el constructor, el producto y el consumidor”, comienza el primero de los capítulos, una conferencia de 1996 en la que se pregunta hasta dónde han llegado las fuerzas del estilo internacional y qué alternativas son viables. Una de ellas es la vernácula (“muerta en los países desarrollados”), la segunda está basada en “el impulso ecológico”, una tercera es la adaptativa, otra la contracultural con raíces en la obra de Kropotkin (por ejemplo, en Campos, fábricas y talleres), una quinta la teoría de las piezas sueltas de Simon Nicholson Ward y una sexta basada en el ejercicio del control. Ward expone las corrientes de pensamiento que han apuntalado unas y otras vías y utiliza ejemplos acumulados a lo largo de su carrera. Lo interesante aquí, más allá de la taxonomía, es la certidumbre de la antigüedad y la variedad de modalidades de arquitectura extraoficial, y supone una buena base para los capítulos siguientes.

En otro conocemos las tensiones entre las iniciativas urbanísticas de las autoridades municipales y la actividad constructiva casi espontánea de los habitantes, a quienes les urge tener un sitio para vivir ¡ya!. El terreno que conoce Ward es el británico, y para explicarlo bien se remonta a la época victoriana. Algo de entrada sorprendente es que el arquitecto con el que comenzó a trabajar cuando tenía dieciséis años había sido discípulo a su vez de John Loughborough Pearson, arquitecto neogótico cuya primera iglesia se había erigido nada menos que en 1843, lo que nos da una idea de lo cerca que estamos en realidad de tiempos y costumbres que nos parecen muy antiguas. Ward llegó a conocer muchos edificios del extrarradio o de barrios populares de Londres que se habían levantado para alojar a las clases trabajadoras y que más tarde acabaron demoliéndose con los planes higienistas: algunos de esos edificios aparecen en las novelas de Dickens. Esto quiere decir que su conocimiento de la historia es muy vivo, que en las superposiciones de las construcciones es capaz de ver las capas de los años y los cambios de costumbres. La suya es una historia de la arquitectura que tiene mucho que ver con la pulsión del paseo. 

Dedica un capítulo fascinante a la época de entreguerras en la que mucha gente se montó una casita para vereanear a partir de vagones de tren o de autobuses retirados, plantados en mitad de un prado (un lote). Recoge los testimonios de algunos de aquellos pioneros, y de pronto el libro se transforma en la evocación de una felicidad, al aire libre, muy vinculada con la construcción de la propia casa, como una capacidad reconquistada de las manos de los intermediarios que habían ido surgiendo con el desarrollo de las sociedades. Existieron pueblos enteros, sobre todo en las costas de Essex, conformados a base de esos vagones o de casitas de mil leches, construidas con variedad de materiales reciclados, que a algunos les despertaban espanto y a otros admiración, y que luego en gran parte han sido sustituidos por pueblos de veraneo más convencionales. 

También el capítulo dedicado a los huertos urbanos o de las periferias es interesantísimo y se fija en los chamizos que se construye cada dueño con cosas cogidas de aquí y de allá, un abanico tan variado como los propios cultivadores de los huertos, muy lejos de pertenecer a un solo tipo humano, pero que coinciden en encontrar en su pequeña superficie de tierra una clase de felicidad difícilmente hallable en otro sitio. Ward insiste en la diferencia que marcaba el propio Proudhon entre “la propiedad como explotación y la propiedad como posesión”. Es la primera la que sería un robo; la segunda supone la libertad. 

Todos los capítulos son interesantísimos y estimulantes, y entre las claras exposiciones de Ward es posible distinguir su personalidad curiosa y vital, su respeto y su atención, aparte de comprender muchos mecanismos sociales que hacen que las ciudades en las que vivimos sean como son, pero encuentro especialmente sugestivo el dedicado al también arquitecto Walter Segal, de extraordinaria personalidad, con un aire quizá más narrativo al estar hablando de la vida de una persona, y en el que se apuntan nociones muy inspiradoras sobre temas muy variados como el papel social, a menudo tramposo, de los arquitectos o el funcionamiento de la colonia situada en Monte Verità, donde recalaron personas como Hesse, Jung, Isadora Duncan y tantos otros. Este es un libro que da ganas de seguir leyendo sobre arquitectura, pero también de salir a pasear por las ciudades en busca de los signos que dejan en ellas quienes las han levantado.

Arquitectura del disenso
Colin Ward
Traducción de Blanca Gago
Gallo Nero, 2023
170 páginas

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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