En una de las escenas finales de Pacifiction (Francia-España-Alemania-Portugal, 2022), décimo largometraje del cineasta catalán Albert Serra, su protagonista, el Alto Comisionado del Estado francés, Monsieur De Roller (Benoît Magimel), se encuentra oculto en su automóvil a la mitad de la noche. El tipo es la “máxima autoridad” francesa en una anónima isla de los mares del Pacífico Sur, y sería de suponerse que tiene cosas muy importantes que hacer. En realidad, no es así: un día y otro también se la pasa en el mismo bar bebiendo y departiendo con los locales, visita a las bailarinas “exóticas” en sus camerinos y se pasea con aires de importancia, siempre vestido de manera impecable con su traje blanco.
En esa noche en particular, a bordo de su coche, De Roller está en el asiento del conductor. A su lado se encuentra Lois (el habitual actor de Serra, Lluis Serrat), quien lo ha acompañado en una de sus paranoicas y cada vez más habituales escapadas nocturnas. De Roller empieza a hablar sobre lo que le está pasando en ese momento, sobre los enemigos que él tiene, los adversarios del Estado francés que él representa, y cómo tiene pensado engañarlos a todos. Monsieur De Roller habla sin parar, enamorado de su propia voz, perdido en sus elucubraciones sin sentido. Su acompañante no responde nada, no porque esté impresionado por su perorata, sino porque en algún momento se aburrió y se quedó dormido. Bien por él.
Con Pacifiction, Albert Serra ha dirigido su película más convencional hasta la fecha, pero esto no significa que se haya comprometido, por primera vez, a contar una historia coherente. Más preocupado por crear una genuina atmósfera narcoléptica que por una construcción narrativa mínimamente funcional, Serra parte de una premisa digna de algún thriller de espionaje para, luego, desvanecer cualquier tipo de expectativa genérica a golpe de digresiones, redundancias y exasperantes callejones sin salida. Muchos de los diálogos del filme son repetitivos, hay personajes que aparecen y desaparecen sin que hayan cumplido alguna función discernible (por ejemplo, la escritora francesa que interpreta Cécile Guilbert) y, si hay algún elemento potencialmente interesante (digamos, cierto misterioso portugués al que le han robado su pasaporte), será olvidado de un plumazo en las siguientes escenas.
La caprichosa forma se impone sobre cualquier posibilidad de fondo temático político-social a partir del propio estilo creativo aleatorio de Serra, que trabajó aquí sin un guion formalmente escrito, improvisando en cada momento, con varias cámaras a la vez y dejando correr las escenas libremente hasta que sus actores se cansaban, se aburrían o descubrían que, sin querer, habían hecho algo notable. Pacifiction es, pues, el resultado natural de 540 horas de grabación, editadas en solo 165 minutos que, de todas formas, se sienten interminables.
No deja de ser de admirar el radical desafío antinarrativo del siempre inconformista Serra: con esta misma premisa, cualquier otro cineasta habría hecho un thriller de espionaje. Todos los elementos están ahí: un funcionario de una potencia postcolonial estacionado en algún húmedo país tropical, cual personaje salido de la pluma de Graham Greene; ciertos rumores que se empiezan a esparcir sobre unas posibles pruebas nucleares francesas que perturban la tranquilidad de esas islas; un ambiente nocturno de corrupción y decadencia, con mujeres y hombres semidesnudos que sirven tragos a un grupo de personajes oscuros; y hasta una enigmática femme-fatale trans (Pahoa Mahagafanau) que produce genuina fascinación en el burócrata olvidado por su gobierno.
Hay también otro elemento valioso que Serra se niega a desarrollar: como si se tratara de uno de los escépticos espías de las novelas de John le Carré, De Roller está muy consciente de su propia irrelevancia. De hecho, uno se pregunta si esos cansinos monólogos que le suelta a todo mundo, o esas escapadas nocturnas para espiar a quién sabe quién, no son producto tanto de su paranoia como de su aburrimiento. No tiene nada qué hacer, no tiene poder real, no sirve para maldita la cosa.
De cualquier manera, Serra tampoco está interesado en criticar el colonialismo francés –ni, en idealizar a los pobladores locales, por cierto–, ni le podría interesar menos desarrollar cualquiera de las líneas argumentales ya descritas, sean las que provienen del cine de espionaje, sean la que provienen del thriller erótico. Incluso, con todo y que el escenario está listo en más de una ocasión para algún devaneo musical-sensual al estilo de Buen trabajo (Denis, 1999), Serra les niega esta escapada a sus personajes –y de pasada a nosotros, los espectadores, que estamos atrapados con un personaje perpetuamente confundido que no le encuentra sentido a su existencia y que termina contagiándonos de una confusión que, hacia el final, se ha convertido en tedio. O, en todo caso, de eso me contagió a mí, así como al pobre de Lois, que mejor se quedó dormido. ~
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.