Quiero jugar contigo

Lo que tiene que ver con el trabajo, el amor, las amistades, lo que hacemos a diario, las costumbres y las obligaciones, es un juego. Un juego es algo serio.
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A pesar de llevarse cincuenta años, T y M se llevaban muy bien desde que ella era muy pequeña. Esto pasó una tarde: él estaba encerrado estudiando, y ella entraba de vez en cuando en el cuarto y le hacía alguna monería o le contaba alguna historieta, y él le contaba otra cosa. Así varias veces, hasta que él le dijo “bueno, ya está bien, que estoy estudiando”. Entonces ella salió sin decir nada. Al cabo de unos minutos, muy seria, la niña volvió a abrir la puerta, asomó la cabeza, que apenas llegaba al picaporte, informó escuetamente “ya no juego más contigo”, y volvió a cerrar.

La mayor parte de lo que hacemos es un juego. O es mejor considerarlo así. Lo que tiene que ver con el trabajo, el amor, las amistades, lo que hacemos a diario, las costumbres y las obligaciones, es un juego, no necesariamente social. Un juego es algo serio, no es que lo tengamos que tomar con frivolidad. Pero la actitud tendría que ser la de José Bergamín (“con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más allá”). En el juego hay un acuerdo, casi siempre tácito y a menudo inconsciente, que es crucial. A veces nos damos cuenta de que estábamos jugando solo cuando se acaba el juego.

Me aprovecho del armatoste social para mis tonterías.

En inglés, y también en francés, se usa el mismo verbo para jugar, para interpretar (un papel, una partitura) y para tocar un instrumento, para hacer música. El violinista improvisador Stephen Nachmanovitch, en su libro Free Play, compara las palabras play y game. Game se refiere a un juego cerrado, hay que cumplir unas reglas dadas y repetidas, dura un tiempo determinado y la figura del árbitro ronda (enigmático poema de William Blake: “If you play a Game of Chance know before you begin / If you are benevolent you will never win”). El juego libre se genera a sí mismo, es irreproducible, cambia en función de los jugadores.

Creer que somos el personaje es una forma de locura. Representarlo puede ser una diversión, una manera de ponernos en contacto con los demás, de invitarnos mutuamente a la obra. ¡Ese maldito yo! El hinduismo cree que hay un juego divino que sostiene la realidad, y lo llama lila. Juan Ramón Jiménez, que tradujo a Rabindranath Tagore, acabó así su poema Yo no soy yo: “el que quedará en pie cuando yo muera”. ¿Será ese el que juega?

La primera vez que un miembro de una pareja, que hasta entonces se lo estaba pasando muy bien, le mete un corte al otro desbarata el juego. Todo ha cambiado ahí. La crisis tiene que ver con la incertidumbre de qué hacemos a partir de entonces con nuestro papel. Y el desconcierto viene de no saber qué se creía el otro que estaba haciendo. También puede pasar en el trabajo o con nuestros amigos.

Todas las trolas que cuento son verdad. Catedral de Amiens de nuestras trolas.

La familia o el grupo social adjudican un papel al individuo. O el individuo, neurotizado, cree que se lo han adjudicado. Servir a ese papel o tratar de zafarse de él pueden consumir la vida entera. Celda par o celda impar. A menudo se nos insta a liberarnos de esas cadenas. Misteriosa liberación de cumplir paso por paso lo esperado. Un Pierre Menard de la personalidad.

Un aforismo de Hofmannsthal: “Cuando un hombre muere, se lleva consigo a la tumba un secreto: cómo logró él, precisamente él, vivir en un sentido espiritual”.

A la sombra de tus trolas en flor me senté y lloré.

Do ut des. Todos los niños que juegan en el recreo son romanos. También está el juego solitario, la concentración de quien, cercando un terreno, se le ocurre decir “esto es mío”, y da con gente bastante simple para creerle.

Ese juego es la civilización, y allí donde miremos, en la cocina por ejemplo, podemos encontrar una imagen que nos ayude a comprenderla. Comprender es asimilar. ¡Ya sabemos que lo que alimenta es la proteína, la vitamina, nosequé! Pero quién va a comerse los nutrientes pelados. Uno hace una tortilla, otro un tocinillo de cielo, un esencialista cuece el huevo.

No creer del todo pero hacer como si lo creyésemos, y en ese juego compartido maravillarnos de haber encontrado al otro, y sin interrumpirnos hacérselo entender de medio lado.

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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