Todo mito es un palimpsesto al que el tiempo añade su propia contribución. El relato de Medea viaja desde Apolonio de Rodas y pasa por las Metamorfosis de Ovidio en su recuento sobre la expedición de los argonautas por la obtención del vellocino de oro, presea que marca el inicio del trágico periplo de este personaje. Pero es la versión del poeta trágico Eurípides la que dispone un destino para Medea dentro de la historia no solo de la literatura dramática, sino también de las demás artes. Su trama se concentra en el trayecto de pasión y revancha que experimentará Medea tras la traición cometida por su esposo Jasón quien, al ser persuadido por el rey Creonte, contrae nupcias con Glauce –hija de este– en Corinto. Con dicho acto, Jasón sentencia a Medea a ser identificada como una bestia fúrica y temible sobre la que se anticipa, desde los primeros momentos, el acto por el cual será eternamente señalada: el de matar a sus propios hijos en venganza. Versiones más o versiones menos –por las que pasan prominentes figuras de distintos siglos que van de Séneca al dramaturgo francés Jean Anouilh–, el argumento de Medea proseguirá fielmente el mismo destino propuesto por Eurípides, quien extrañamente fue reconocido en su tiempo pese a transgredir las reglas de la tragedia clásica en donde se exige que toda falta cometida tiene que ser condenada en vida. En el desenlace propuesto por el ateniense, Medea huye hacia el cielo en un carro enviado por su abuelo Helio, el dios Sol, aunque queda sobre ella la impronta de una silueta indisoluble sobre la que la maternidad y la pasión amorosa alcanzan su mayor horror y cuestionamiento.
Este desvío del poeta trágico no ha sido considerado de importancia, pero estudiosos de la mitología clásica como Robert Graves han revelado, con su revisión de diversas fuentes históricas, que en el recuento de los hechos quien es señalado como culpable de lapidar a los hijos de Jasón es en realidad el pueblo de los corintios, pues es una reacción directa al crimen cometido contra Glauce y Creonte por las argucias de la maga. Bajo esta revelación se abre una oportunidad sobre la que el mito puede evolucionar bajo nuevas miradas, especialmente las de autoras que asumen la potencia histórica y literaria de esta exégesis bajo el cariz de su propia experiencia.
La escritora alemana Christa Wolf con su novela Medea, voces (1996) es una de las que buscan reivindicar esta figura a través de una óptica que permite ver de cerca a los personajes y el contexto político de la situación. Para Wolf, Medea es una mujer extraordinaria en tanto que su comportamiento no está regido por lo doméstico, sino por la pasión carnal y el conocimiento, aunque vive una condición de desprecio desde su destierro elegido por ser una extranjera proveniente de una tierra considerada como no civilizada. Wolf despliega en el terreno narrativo una óptica intimista que nos permite conocer, a través de distintas voces, diversos ángulos de un panorama situado entre catacumbas y laberintos que esconden los secretos sobre los que Corinto erige su cultura y política. Bajo la trama de Wolf, Medea resulta una víctima de la xenofobia y de las circunstancias, pero queda librada del crimen por el que se le identifica al relatar cómo el pueblo corintio asesina a sus hijos y paga la culpa por medio de un ritual anual.
Si bien la versión de Wolf contó con cierto éxito, no resultó triunfante en su intento por vindicar el mito desde este carácter atemperado y fuera de su crimen contranatural, quizás porque el papel de víctima apacigua el vendaval por el cual ha sido reconocida la figura de Medea. Como anuncia Roberto Calasso: “Era una mujer que solo conocía dos estados: el de la irremediable felicidad, del abandono, de la desgracia solitaria o el de la fuerza deslumbrante y fulmínea.” ¿Será pertinente a estas alturas convertirla en víctima o bien asumir los cuestionamientos que encara?
Nuevamente corresponde a las autoras contemporáneas responder esta pregunta. Como ejemplo a destacar se ha presentado en México Medealand (2009) de la autora sueca Sara Stridsberg, bajo la dirección de Esther André González para Teatro UNAM, en donde toda la radicalidad del personaje es acotada a la condición de una paciente psiquiátrica que vive en una zona entre el sueño y la realidad; la perspectiva de la obra convoca la condición de la mujer desde lo político y hace del mito una figura en llamas que declara como el motor de su funesta combustión interna a la pasión que siente por Jasón, pues considera el amor como “una barbarie pasada, incomprensible y antidemocrática”. En manos de Stridsberg el personaje se convierte en un altavoz que se une al disenso de los feminismos contemporáneos.
A su vez la poeta y filósofa Chantal Maillard ofrece una amplia perspectiva sobre el tema con el ensayo La compasión difícil (2019) y el poema filosófico Medea (2020). La autora española de origen belga elige no redimir al mito del crimen y prefiere confrontar un ejercicio de compasión por Medea que implica no la lástima, sino el padecimiento en compañía de sus cruentas circunstancias. Con ecos de la versión que hizo el cineasta danés Lars von Trier para la televisión en 1988, Maillard se concentra en la escena en la que Mérmero –nombre del hijo de Jasón y Medea que rara vez se menciona– ofrece la soga a la madre consciente de la fatalidad de su destino. Este gesto cala profundamente en la autora y, a partir de él, ubica a Medea como una figura atávica y pétrea en el imaginario colectivo que acude a nuestro tiempo para desnudar una reflexión honda y dolorosa: la maternidad se concibe, en su condición de dar vida, como una causalidad directa del sentido de la existencia misma. Maillard va más allá de la superficie y los hechos puntuales: saca del caldero esa sustancia primigenia que traspasa los hechos e identifica el círculo del hambre, un concepto sobre el cual toda ansia y toda lucha por persistir en la vida tienen su origen y perdición. Como se demostró en la lectura en voz de la autora llevada a cabo en el Teatro de La Abadía (Madrid, 2022), el poema de Chantal Maillard resulta un aporte atípico a la literatura dramática contemporánea por su penetrante reflexión que atraviesa las percepciones sociales e históricas que el personaje carga como representante no solo de un mito, sino del género femenino.
Las distintas apropiaciones hacia la figura de Medea nunca dejarán de existir, pues como definió Alfonso Reyes en su estudio sobre Electra, “no es un ser, sino un contorno de ser, en el cual, […] cabrían una infinidad de seres particulares”. Autores mexicanos como Antonio Zúñiga, Ximena Escalante y Rocío Carrillo han logrado apropiarse de esta efigie y sus complejidades, pues resulta una oportunidad para valorar temas como la maternidad y el deseo femenino, así como el choque político y el desamparo de la extranjería. ~
es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.