Rosario Castellanos en tercera persona

La breve incursión en este género de la autora de Balún Canán permite apreciarla desde una óptica desfachatada.
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Para ciertos autores de renombre, como es el caso de Rosario Castellanos, el teatro aparece dentro del grueso de su obra como un curioso apéndice. Sin embargo, la breve incursión en este género de la autora de Balún Canán permite apreciarla desde una óptica desfachatada. Lejos del rigor de la academia, de su prestigio como poeta o ensayista o del reconocimiento que obtuvo en otros ámbitos, Castellanos se permite accionar desde la conveniente y lúdica distancia que requiere el ejercicio dramático, sin dejar de mostrar las preocupaciones sociales y políticas que atraviesan el conjunto de su obra.

Las motivaciones de cada una de las obras teatrales que realizó fueron muy distintas. Poco se sabe sobre los orígenes de Tablero de damas, su primera obra teatral publicada en 1952 en la revista América, pero el escándalo que la siguió cobró cierta relevancia: causó polémica por estar basada en personajes del mundo literario de la época sobre quienes ejerció una crítica mordaz. La obra gira alrededor de un grupo de escritoras consagradas y aspirantes que atienden la visita al puerto de Acapulco de la poeta recién laureada con el Nobel, Matilde Casanova. La situación evidencia de manera fidedigna la petulancia, la subordinación y las reverencias vacías que rodean al gremio en un conjunto de caracteres esbozados desde sus defectos y aspiraciones. Los diálogos de Castellanos sorprenden con su sagaz ironía, pero –como neófita del género– deja que sus personajes expresen en exceso sus intenciones y les implanta una innecesaria trama policiaca para provocar un conflicto dramático forzado. Pese a ello, la obra sobrevive al fulgor de esa crítica feroz que denuncia las prácticas de quien busca ascender por medio de la aniquilación o el sometimiento a una figura de autoridad literaria. Más allá de ser considerada un atrevido ejercicio de demostración de los vicios del medio, es vista por las estudiosas de su obra como un vaso comunicante a la incesante labor periodística de Castellanos, en donde logró expandir las reflexiones e inquietudes que rodearon sus comprometidas posturas sociales e intelectuales. Tablero de damas exhibe el malestar de la autora ante el vicio común de todos aquellos creadores que anteponen sus intereses personales sobre un actuar frente a la realidad y las injusticias; muestra, pues, la importancia del compromiso que el artista debe a su sociedad. Este tema, que permeó la creación de la autora y continúa siendo motivo de debate en el ámbito artístico, pasó por encima de la obra teatral: la atención se centró en la injuria y amenaza de quienes se sintieron aludidas al no encontrar “en su retrato ningún estímulo a la vanidad”, como declaró la autora en una entrevista.

Más tarde, Castellanos se aventuró en los terrenos del poema dramático con Salomé Judith, publicados de manera conjunta en 1959, en donde intenta retomar la denuncia sobre las injusticias vividas por las comunidades indígenas; por ello, emplaza ambos mitos dentro de este contexto. Las heroínas elegidas se desenvuelven a través de la solidez y el vigor de la creación poética de Castellanos, apuntalando atisbos de interesantes conflictos: ese es el caso del diálogo entre Salomé y su madre que, desafortunadamente, no logra concretarse en la requerida cabalidad de lo dramático dado que no conduce la trama a un objetivo concreto ni integra el contexto cultural más allá del paisaje. Judith resulta aún más desdibujada y no permite reconocer las intenciones de la autora. Eso demuestra que, aun para los más diestros, el mito no siempre es una materia maleable. Reconocidos como ejercicios fallidos por la propia Castellanos, se puede conjeturar que el motivo de su impericia fue el peso de la reverencia a sus colegas dramaturgos –a quienes dedica cada una de sus obras– o, quizá, la falta de un conocimiento adecuado de la composición dramática. Aunque no por ello deja de extrañar el resultado. Más si se piensa que las tramas y conflictos dramáticos presentados en su obra narrativa no carecen de fortaleza.

El eterno femenino surgió gracias a la propuesta de la actriz Emma Teresa Armendáriz y su esposo el director Rafael López Miarnau: para ambos, la labor periodística de Castellanos les mostró que su pensamiento y humor eran dignos de las tablas. La autora aceptó la provocación de llevar a escena sus disquisiciones sobre el férreo debate de la condición femenina en México, además de continuar con “el secreto anhelo de dominar el lenguaje dramático como medio de expresión”, como afirma Raúl Ortiz y Ortiz, escritor y albacea literario de la autora.

Publicada en 1975, El eterno femenino le permite a Castellanos planear estratégicamente una zona en donde el teatro pueda funcionar como un ágora de pensamiento. Recurre al género de la farsa para travesear –con el humor y absurdo que este tono le permite– visiones proverbiales sobre la condición social y cultural de la mujer a través de un artilugio implantado en un secador de pelo de un salón de belleza. La obra se desarrolla en cuadros chuscos impregnados de una familiaridad que parece, efectivamente, eterna: nos muestra la historia de una joven próxima a casarse, así como la inconsciente subordinación del rol de la mujer en la sociedad dentro de un cerco inoperante que valida su identidad y existencia. Más que proponer una puerta de salida, Castellanos prosigue el desarrollo de su tesis al convocar la presencia de personajes históricos para dar cuenta de aquellas audaces féminas que lucharon a contracorriente en el cauce de la historia mexicana. La obra se extiende indefinidamente, revelando su cualidad práctica de ejercicio libre, e introduce un último mecanismo: la colocación de pelucas en el mismo salón para explorar el rol de la mujer en diversos ámbitos. Llama la atención el abrupto final que detiene el juego, el cual consiste en una curiosa autocrítica a la obra y a la propia personalidad de la autora, a modo de una especie de abjuración burlesca que coloca al espectador en una situación paradójica frente a este tema que, aún en nuestros días, resulta innecesariamente escabroso.

Ante una lectura contemporánea algunos aspectos de El eterno femenino parecen conteneruna visión atrapada en otro siglo, ya que su tono fársico ha padecido el paso del tiempo y se ha decantado en algo más próximo a la literalidad de una comedia, lo cual debilita su intención crítica. No obstante, persiste en su trasfondo ese clamor de urgencia contenido en el poema “Meditación en el umbral” que se cuestiona por ese “otro modo de ser humano y libre” para las mujeres, mismo que convoca a considerar la obra como una discusión trágicamente interrumpida por la prematura muerte de Rosario Castellanos en 1974.

Queda al tiempo presente establecer un diálogo imaginario (y también práctico) con sus escritos para así trasvasar sus incursiones en lo teatral como extensión del pensamiento de esta brillante mujer con la cual, definitivamente, se puede sostener un debate imperecedero. ~

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es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.


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