“Que nos den chalecos antibalas, que nos den armas. Nosotros nos defendemos. Si tengo que morir, pues ni modo, que al cabo y de todas formas nos vamos a morir un día, ¡pero me llevo a uno de estos! ¡Ya estoy harta de trabajar para estos!”. Estas son las palabras de una mujer de 48 años que vive en Texcaltitlán, Estado de México.
La mujer se refiere a la extorsión de la que es víctima desde hace muchos años y a la reciente respuesta que dio su comunidad, a tiros, palazos y golpes con los que mataron a uno de los líderes criminales, con heridos y muertos de los dos lados.
Estas son las palabras de un joven en Twitter: “Lo que pasó en #Texcaltitlán debe de estar dentro de los momentos más heroicos de la historia del país…. ¡Qué coraje y huevos tiene ese pueblo!”
¿Tiene razón la mujer? ¿Le toca pegar de balazos para defender a sus hijos, a su tierra y a sus pesos? ¿Tiene razón el joven tuitero cuando, como muchos más en redes, elogia la autodefensa de una comunidad sin seguridad?
No son preguntas sencillas, y no lo son porque resultan de una situación límite en la que se acaban las opciones. La mujer no ve salida. El joven se solidariza con el túnel cerrado en el que están ella y los demás pobladores. Si un líder criminal muere y los pobladores se dan cuenta de que pueden defenderse, el túnel parece abrirse.
Sin embargo, déjenme dibujar los escenarios inmediatos. Primero: los pobladores no podrán salir de la violencia porque el grupo criminal buscará represalias y porque han visto que pueden. Se armarán más. Segundo: unos pobladores dejarán el municipio, otros se quedarán a pelear. Habrá unos más fuertes que otros y comenzará a haber más de un grupo organizado. Tercero: los más fuertes (pobladores o criminales) se impondrán sobre los demás (pobladores o criminales) e instalarán un régimen de fuerza muy inestable. Cuarto: irán cambiando los que mandan porque irán cambiando los que matan.
Este es un resumen muy simplificado del clásico dilema entre el derecho a la autodefensa y el monopolio estatal de la violencia. En otras palabras: para qué diablos tener gobierno y por qué este debe ser legítimo y para qué debe ser el único con armas y policías.
Voy a tener que recurrir a un clásico: Thomas Hobbes creía que sin autoridad, la sociedad es un batidillo de peleas violentas y eternas para proteger los bienes y la vida. Con esa premisa, edificó su teoría sobre la necesidad del Estado como agente único para mantener el orden y la seguridad.
La ocasión amerita también apelar a Max Weber. Weber explicó con asombrosa claridad que la autoridad funciona porque hay una aceptación de los gobernados. En una sociedad moderna esa legitimidad se sustenta en la creencia en las normas y en la competencia y legalidad de quienes ostentan el poder. Weber es además el padre de la definición del Estado a partir del monopolio legítimo de la violencia.
Basta de teoría simplificada. La paradoja que emerge es palpable: los ciudadanos, al actuar en defensa propia, desafían el orden establecido, pero al mismo tiempo revelan una grieta en la capacidad del Estado para brindar protección. En otras palabras: el orden establecido no es ya el orden del Estado. No es orden alguno, no hay monopolio de la violencia, la ejercen todos. Ese orden que no es tal, más que permitir la subversión, la produce.
¿Se justifica que los pobladores tomen la ley en sus propias manos cuando no hay autoridad? Me muerdo la lengua mientras escribo mi respuesta: sí. Lo que no se justifica es que no haya autoridad. El acto de los pobladores no es heroico, es desesperado, es peligroso y además es ilegal. Comprensible sí que es, pero el impacto puede ser contraproducente y llevar a ese municipio a una situación con más violencia, con más impunidad, más muertos y más flancos de los cuales defenderse.
Veo con claridad la tensión entre la necesidad humana de autodefensa y la necesidad de tener una autoridad legítima; jamás podré pedirle a una mujer o a un hombre que se haga para atrás ante los abusos del crimen en una zona sin ley. Sin embargo, lo que a todos conviene es que ese episodio se aísle, funcione como grito desesperado y que sea el monopolio de la violencia estatal lo que se preserve. Una sociedad justa y segura necesita que los únicos facultados para disparar y encarcelar sean los policías. Hay que trabajar mucho, pero hay que llegar a eso. ~
es politóloga y analista.