El primer día de diciembre salió el nuevo disco de Peter Gabriel, titulado i/o (abreviación de input/output, entrada/salida), y su característica más saliente –que no puede ser ni la voz de Gabriel ni su calidad como compositor, ambas extraordinarias en este disco pero presentes en toda su obra– es la influencia de músicos y bandas que si no fuera por Peter Gabriel no habrían existido (o no como los conocemos). El último disco con canciones originales de Gabriel anterior a este, Up, salió en 2002. En estos veintiún años, Coldplay sacó siete de sus ocho discos. TV on the Radio sacó su primer disco en 2004. Bon Iver, en 2007. Algunas bandas anteriores que estuvieron activas en estos años también se dejan oír en los arreglos del nuevo disco de Gabriel: pienso en particular en Radiohead y Massive Attack, que sacó Heligoland, su último disco, en 2010.
Todos estos grupos son deudores, algunos más y otros menos, de Gabriel. Difícilmente TV on the Radio sonaría como suena si las canciones “Not one of us” (Peter Gabriel 3, 1982) y “My head sounds like that” (Up, 2002) no sonaran como suenan. Lo mismo vale para Massive Attack y canciones como “Exposure” (Peter Gabriel 2) y “Lead a normal life” (Peter Gabriel 3). En Up, Peter Gabriel ya estaba recogiendo la influencia de bandas sobre las que él había sido determinante, como los propios Massive Attack, Tricky y Portishead (respecto de estos últimos, escuchar, por ejemplo, “No way out”).
Las idas y vueltas de influencias entre distintos compositores o corrientes musicales son siempre un fenómeno interesante en la historia de la música, y a veces dan lugar a paradojas. Por ejemplo, George Gerswhin le preguntó a Maurice Ravel si podía tomar clases con él y el francés se rehusó en estos términos: “Le conviene ser un Gerswhin de primera en lugar de un Ravel de segunda”. Sin embargo, unos años más tarde el propio Ravel estaba mostrando las influencias de Gershwin en su música y es difícil imaginar una obra más parecida a “Rhapsody in Blue” (1924) del otro lado del Atlántico que el “Concierto en Sol” (1931) de Ravel. El mecanismo ahora tiñe casi todas las canciones de i/o, un disco que suena a Peter Gabriel pero filtrado por la música de personas que se pasaron la vida escuchando a Peter Gabriel.
El título del álbum puede entenderse, entonces, no solo como una alusión a la conectividad de la vida contemporánea –un tema que ciertamente recorre varias de sus letras–, sino como la anunciación de un programa estético. Así dice en la canción que da nombre al disco:
Stuff coming out, stuff going in
I’m just a part of everything
i/o, i/o
I’m coming out, I’m going in[Cosas que salen, cosas que entran / Soy parte de todo / i/o, i/o / Estoy saliendo, estoy entrando]
El disco está integrado por doce canciones presentadas en dos mezclas distintas: una es el bright-side (el lado claro, a cargo de Mark “Spike” Stent, ingeniero de TV on The Radio, entre otras bandas) y otra es el dark-side (el lado oscuro, a cargo de Tchad Blake, colaborador de Fiona Apple y otros). Las canciones son las mismas y los arreglos también. Difieren las mezclas (los outputs): los mismos ingredientes pero con las proporciones cambiadas (aquí sonará más fuerte un violín, allá la voz, un coro, el piano, etcétera). No siempre las canciones del “lado oscuro” suenan más oscuras, y viceversa.
El comienzo de “Panopticom”, la primera canción, nos hace pensar en la música de inspiración árabe presente en varios temas anteriores de Gabriel y en el disco So en particular, pero esto enseguida deja paso a una canción pop más bien tradicional. De entrada advertimos que la voz de Gabriel está en plena forma. Lo más interesante de la canción, más allá de esta constatación fundamental, es su letra:
Panopticom
Show how much is real
And we pour the medicine down
While we watch the world around us
We got witness on the ground
Takin’ in the evidence
And we reach across the globe
Got all the information flowing[Panopticom / Muestra cuánto es real / Y vertemos la medicina / Mientras observamos el mundo que nos rodea / Tenemos testigos en el territorio / Recogiendo las pruebas / Y llegamos a todo el mundo / Tenemos toda la información fluyendo]
El panóptico –panopticon en inglés, pero “mal” escrito en este caso para darle al título un barniz cibernético–, algo que de Foucault para acá ha adquirido bastante mala prensa, es visto por Gabriel bajo su mejor luz: no se trata ya de un dispositivo de control centralizado y en manos de un poder supremo, sino del resultado del registro constante y compartido de todo lo que pasa en el planeta Tierra por parte de todos sus habitantes. Los artistas en general y los músicos en particular suelen oscilar entre el escepticismo y la paranoia respecto de la tecnología. En Gabriel, sin embargo, a ciertos tics de la izquierda le gana su pasión por la tecnología; o, por decirlo de otro modo, la tecnología le permite a Gabriel darle forma a su compromiso político de un modo productivo. En 1992, fundó Witness, una organización sin fines de lucro que busca que los ciudadanos documenten violaciones a los derechos humanos con los medios que tengan a su disposición. Gabriel se había visto motivado a fundar la organización por el impacto que tuvo un video casero que registró los hechos de brutalidad policial contra Rodney King en Los Ángeles en 1992. La multiplicación astronómica de dispositivos y pantallas desde entonces hasta ahora no ha llevado a Gabriel a reevaluar su posición, y en una entrevista reciente dijo que la canción “se basa en la idea […] de un globo de datos accesible infinitamente ampliable: el Panopticom, […] para permitir que el mundo se vea mejor a sí mismo, y comprenda mejor lo que realmente está ocurriendo”.
La canción siguiente, “The Court”, parece ofrecer una perspectiva contraria acerca de la tecnología. Gabriel es en general un poco enigmático, pero los siguientes versos pueden estar hablando de la “cultura de la cancelación” o, al menos, de cómo todas esas grabaciones que en “Panopticom” podían servir para luchar por los derechos humanos también pueden constituir un sistema de justicia paralelo:
You got the data, don’t control where it goes
But you have left it getting down to the bone
Your only memories on your mobile phoneAnd the court will rise
While the pillars all fall[…]
Out in the market, all our lives are on sale[Tienes los datos, no controlas adónde van / Pero dejaste que se metieran hasta tus huesos / Tus únicos recuerdos en el teléfono móvil / Y el tribunal se levantará / Mientras los pilares caen […] / Fuera en el mercado, todas nuestras vidas están en venta]
La música de esta canción es ejemplar en lo que concierne al programa del disco: su sonido recuerda a “Pray for rain”, de Massive Attack, y “Family tree”, TV on the Radio, dos canciones particularmente gabrielescas no solo por sus arreglos sino porque sus cantantes, Robert del Naja y Tunde Adebimpe, parecen hasta por momentos estar imitándolo a Gabriel (al margen: en el minuto 2:52 de la canción el piano cita “Paranoid android”, de Radiohead).
La canción siguiente, “Playing for time”, es posiblemente la joya del disco, con el genio melódico de Gabriel en su punto máximo. Es como si hubiera vuelto a Solsbury Hill, la colina homenajeada en la canción del mismo nombre con la que lanzó su carrera solista en 1977, pero esta vez para despedirse:
Oh, all the moments come and go
While the memories ebb and flow
(…)
Oh, there’s a hill that we must climb
Climb through all the mists of time
It’s all in here what we’ve been through[Oh, todos los momentos van y vienen / Mientras los recuerdos fluyen y corren (…) / Oh, hay una colina que debemos escalar / Escalar a través de todas las nieblas del tiempo / Todo lo que hemos pasado está aquí]
La cita apenas disimulada de la marcha fúnebre de Chopin al comienzo de la canción no hace más que fortalecer esa impresión. La música de “Playing for time” sintetiza toda la carrera de Gabriel, pero también en este caso por la vía de las influencias. Los primeros cinco minutos de la canción transcurren bajo la forma de una balada en un estilo identificable con el de Randy Newman, uno de los músicos preferidos de Gabriel. Ya en Peter Gabriel 1 (donde está “Solsbury Hill”) y Peter Gabriel 2 había dos canciones en el estilo de Newman: “Waiting for the big one” y “Home sweet home”. En 2009, Gabriel sacó Scratch my back, un disco con arreglos orquestales propios de canciones de otros que incluye “I think it’s going to rain today”, un clásico de Newman. El “lado B” de ese disco, I’ll scratch yours, se compone de canciones de Gabriel a cargo de algunos de esos artistas, y la versión de “Big time” de Randy Newman es lo mejor de todo.
Lamentablemente, tras cinco minutos de esta feliz síntesis entre Gabriel y Newman, llega Coldplay: “Playing for time” tiene una coda épica, solemne y recargada que nos hace pensar no solo en esta banda, sino en cuán imposible habría sido su existencia si antes no hubieran existido Genesis y el rock progresivo y sus excesos en general. La forma de la canción, una balada a la cual se le suma una coda de grandes proporciones, es la forma de “In your eyes” (So, 1986), pero en ese caso la épica era la world music del canto senegalés de Youssou N’Dour y acá es una épica cinematográfica y acartonada. El tema siguiente, “Four kinds of horses”, se mantiene en la misma tesitura y nos hace pensar que para la próxima película de James Bond quizás le encarguen el tema a Peter Gabriel.
“Road to joy”, el sexto tema del álbum, se emparenta con “Beautiful stranger” de Madonna no solo por su sonido sino por ciertos giros melódicos. Pero además incluye una guitarra que es un homenaje directo a “Fame” de David Bowie –es inconcebible que algo que sigue sonando tan moderno se haya grabado en 1975–. Esto merece una digresión. El primer tema de Scratch my back, el disco con arreglos orquestales de canciones ajenas, es “Heroes”, compuesto y producido por Bowie y Brian Eno. Brian Eno hizo los arreglos de “Road to joy”: es uno de los únicos dos temas en i/o que tiene un segundo productor además de Gabriel. En Scratch my back, el arreglista principal fue el compositor, violista y director de orquesta británico John Metcalfe. Gabriel dijo en ocasión del lanzamiento de ese disco: “Habíamos hablado de compositores como Arvo Pärt y Steve Reich como inspiración, pero cuando John volvió con su primer borrador del arreglo quedé alucinado; creo que es uno de los mejores arreglos para cuerdas de una canción de rock que haya escuchado nunca”. No estoy de acuerdo con Gabriel. Creo que el arreglo de “Heroes” es solemne, reblandencido y aburrido. El arreglo de “Listening wind”, de los Talking Heads, en el mismo disco y también a cargo de Metcalfe, es todavía peor. Pero más allá de las valoraciones que cada uno pueda hacer, lo interesante es la mención a Steve Reich. El espíritu de Reich en particular y del minimalismo en general está presente en Scratch my back y también en i/o. Está presente porque lo fueron a buscar deliberadamente y lo injertaron. Ahora bien, escúchense “Lead a normal life” (Peter Gabriel 3) y, sobre todo, “San Jacinto” (Peter Gabriel 4): allí también estaba Steve Reich, pero de un modo mucho más orgánico, genuino y original. En 1978 Reich compuso su obra maestra Music for 18 musicians y “San Jacinto” es de 1982. No conozco una incorporación más virtuosa del minimalismo en la música pop.
La primera parte de “Olive tree” tiene un sonido oscuro, similar al del resto del álbum. Pero el estribillo, con un saxo y una trompeta llenos de optimismo, se parece a alguna de las grandes canciones de Phil Collins de la década de 1980, como “I cannot Believe it’s true” o “It don’t matter to me”. La relación entre Gabriel y Collins es evidente: Collins, que era el baterista de Genesis, reemplazó a Gabriel como cantante cuando se fue del grupo. A partir de ese momento, Gabriel, Genesis y el propio Collins como solista empezaron a desarrollar cada uno carreras encaminadas hacia la música pop. Todos crearon obras maestras del género: Gabriel con So, Phil Collins con sus discos solistas de 1981, 1982 y 1985 y Genesis con sus discos de la década de 1980 (Patrick Bateman tenía razón).
Ya en la carrera solista de Gabriel inmediatamente posterior a Genesis hay canciones que parecen prefigurar lo que Collins haría a comienzos de la década de 1980 y que ahora en i/o aparece en “Olive tree”. Me refiero, por ejemplo, a “Modern love” (Peter Gabriel 1) y “Wallflower” (Peter Gabriel 4). “Start” y “Family snapshot” (Peter Gabriel 3) contienen partes de saxofón que se anticipan en un par de años a uno de los sonidos más representativos de la década de 1980. En Peter Gabriel 2, Tim Capello, saxofonista de Tina Turner, había intervenido para darle a “Perspective” una atmósfera semejante. Pero lo más importante es esto: “Intruder”, el primer tema de Peter Gabriel 3, tiene uno de los primeros usos conocidos en la música pop de un efecto llamado gated reverbe, ese eco tan particular que en 1981 le daría su sonido distintivo a la batería de Phil Collins en “In the air tonight” (y a una infinidad de canciones pop de la década del ochenta). El baterista de Peter Gabriel 3 era Phil Collins, y el gated reverbe se volvió tan influyente que hasta el día de hoy cuatro personas se debaten su invención/descubrimiento: Gabriel, Collins, Steve Lillywhite (productor de Gabriel) y Hugh Padgham (ingeniero de sonido de ese mismo disco y productor de la etapa pop de Genesis y de los discos solistas de Collins). Las primeras tres palabras de la primera canción de i/o son: “In the air”. Todo tiene que ver con todo.
“Love can heal”, una especie de reformulación de “Mercy Street”, podría ser otro de los puntos altos de este disco; la melodía, la voz de Gabriel y los coros son geniales y conmovedores, aun pese a lo elemental de la letra, lo cual demuestra que una buena letra puede ayudar a una buena canción pero una mala difícilmente la perjudica. El problema en esta canción es nuevamente la pulsión orquestal de Gabriel. No puedo evitar preguntarme por qué el compositor de “Solsbury Hill”, “In your eyes”, “Mercy Street” o “Shock the monkey” siente la necesidad de acercarse a la música “académica” como buscando una legitimación. Gabriel creó su mejor música –cada vez más cercana al post-punk, la new wave y la world music– cuando abandonó Genesis precisamente para ir en busca de un sonido más fresco, pero en i/o a menudo cae de nuevo en la trampa, con el agravante de que ni siquiera está presente el experimentalismo que caracterizaba a Genesis y otros exponentes del rock progresivo de la época. Con Genesis pasó algo parecido: dejaron el rock progresivo para hacer otra cosa que percibían como más moderna –entre los momentos más interesantes de la carrera de la banda están aquellas canciones pop en las que de golpe aparece, como sucede en el puente de “Invisible touch”, un destello progresivo–.
“And still” sí es una de las joyas del álbum. Gabriel se aleja de Coldplay y se acerca, de nuevo, a Massive Attack; es decir, a la mejor parte de sí mismo. El violonchelo en este caso no suena edulcorado ni como una pretensión de conseguir “algo más”. Gabriel cuenta que lo incluyó porque la canción es un homenaje a su madre, que amaba la música clásica: “Quería escribirle a mi madre una bonita melodía. Le encantaba la música clásica, así que pusimos un lindo violonchelo. Me llevó un tiempo obtener este resultado; no podía ser algo ni demasiado emotivo ni demasiado discreto, pero creo que al final lo conseguimos“. Era difícil que algo con tan buenas motivaciones saliera mal, y posiblemente no haya nadie más indicado que Peter Gabriel para alcanzar una síntesis entre Edward Elgar y Massive Attack.
“Live and let live”, con un título que evoca a Paul McCartney y arreglos de cuerda que parecen de George Martin, cierra el disco:
And it’s William Blake who inks his sting
Drawing out Martin Luther King
Tutu and Madiba saying rainbows do exist
The voice of the Elders coming through the mist.[Y es William Blake quien entinta su aguijón / Dibujando a Martin Luther King / Tutu y Madiba diciendo que el arco iris existe / La voz de the Elders atravesando la niebla]
William Blake dibujando un retrato de Martin Luther King. Una imagen transatlántica que resume varias de las pasiones de Gabriel. Luego, Tutu y Madiba: Desmond Tutu y Nelson Mandela. Y finalmente, The Elders, una organización sin fines de lucro que lucha por la paz y los derechos humanos y que fue lanzada por Mandela, Richard Branson y el propio Gabriel en 2007. Es decir, el disco abre con una canción que publicita una de las organizaciones de las que Gabriel forma parte y cierra con otra que hace lo propio con otra organización. No creo que haya que tomar esto como mera autopropaganda o leerlo malintencionadamente, aunque no se lo pueda dejar de señalar. Estas organizaciones (y varias otras) son parte integral de la vida de Gabriel.
El disco trata a menudo el tema de la muerte y, como se dijo, de las interconexiones: entre las partes del cuerpo (la sangre y las células ya habían estado muy presentes en los discos orquestales de Gabriel de 2010), entre las personas, entre las épocas y los recuerdos. Creo que si fuera el último álbum de Gabriel, sería un buen testamento. Las vidas que ha tocado y las que lo han tocado a él, los sonidos que ha inventado y los que ha escuchado (que son a veces los mismos), los cuadros que ha visto –cada canción de este disco tiene una imagen diseñada especialmente, por artistas que van de Ai Weiwei a Nick Cave–: todo está presente en i/o.
Gracias al artilugio de las dos mezclas (que en realidad son tres –dark, bright e in-side mix– si uno consigue la edición de lujo del disco), el oyente podrá, por un lado, descubrir empíricamente en qué consiste mezclar un disco (en 2014, Gabriel ya había dado un paso en esta dirección, cuando aprobó el uso de “Sledgehammer” e “In your eyes” a la Universidad de Nueva York para un curso interactivo de mezcla de canciones en el que los alumnos las usaron como material) y, por el otro, armar su propio álbum favorito eligiendo una de las mezclas para algunas canciones y otra para las otras. En mi caso, la elección estará a menudo determinada por encontrar cuál de las mezclas oculta mejor ciertas cosas que no me han convencido: a diferencia de una letra, un mal arreglo sí puede arruinar una buena canción, y este disco es una colección de canciones perfectas, cantadas por una voz perfecta, ocasionalmente dañadas por alguna mala idea. ~
(Buenos Aires, 1985) es licenciado en filosofía por la Universidad de Buenos Aires y tiene un máster en educación por la Universidad de Harvard. Escribió, junto a Helena Rovner, el libro La mala educación (Sudamericana, 2017). Da cursos de historia de la música y apreciación musical y escribe a menudo sobre música, política y educación en medios argentinos y extranjeros. Vive en Estados Unidos.