Grandes hits. Vol. 1 / Nueva generación de narradores mexicanos, de Tryno Maldonado (ed.)

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La literatura ya no es suficiente. El nuestro es el paradigma de la democracia alfabetizada, aunque de poco sirve: la sociedad desprecia al autor de literatura, exige utilizarlo, si acaso le suelta unas migajas para impedir el lugar común, tan de mal gusto, del poeta genial que muere de hambre en una pocilga. A cambio, como si se tratara de una ruptura amorosa entre adolescentes o como quien sufre del síndrome de Estocolmo, el escritor concluye: No es la sociedad, soy yo. Me encierro en mis rabias, desasosiegos y mezquindades, y ella sólo quiere música, finales felices, guiones de películas consoladoras. La disyuntiva es doblar o no la cerviz y, tras la búsqueda narcisista de la fama, algunos traicionan.

Desde el título de esta antología hay una declaración equívoca: la literatura ya no basta, hay que venderla como un listado de temas musicales. Mentiroso el título, además. Me disculpo al incurrir en el dominio de lo literal, pero Grandes hits, compilación de 19 relatos de narradores mexicanos nacidos entre 1970 y 1979, no reúne textos leídos previamente con fervor, es decir, páginas reconocidas como pilares de la narrativa reciente: son más bien, casi todos, inéditos. ¿Cómo venderlos entonces como “grandes hits”? En el título no hay parodia, sino un intento de apropiación de otro código, al considerar exiguo el literario. Además, Tryno Maldonado, el “editor” (en castellano se dice, vaya pasatismo el mío, “compilador”), confunde lo literario con lo actual: “Ésta ha sido la primera generación que recibió buena parte de su educación sentimental del plástico de una computadora, que fue arrullada con la televisión y entretenida con el joystick de un Atari o de un Nintendo.” La pregunta es: ¿y eso qué? ¿De qué forma esa circunstancia, sin duda no compartida por todos los nacidos en los años setenta sino por los provenientes de clase media alta, incide en la creación y condiciona el ejercicio crítico? ¿Gracias a la llegada a México del Atari y el Nintendo tendremos una nueva narrativa mexicana? ¿Así de fácil?

Maldonado (Zacatecas, 1977) cree que para la literatura funcionan los criterios fugaces de los canales televisivos de música, y que tratándose de escritura, cuyo tiempo se signa por la lentitud, la maduración y la espera, está bien hacer votaciones urgidas y top tens. La selección de Grandes hits (informa en la página 9) en su mayoría no es obra suya sino de una nómina de autores reconocidos, como Sergio Pitol, Margo Glantz y Juan Villoro. Pero en la página 11 afirma: “esta es la primera generación que comenzó a escribir y publicar sin la sombra de una figura patriarcal y hegemónica”. De nuevo: ¿y eso qué? Quien escribe, escribirá hasta en Siberia. Y más aún: ¿no que no había patriarcas? ¿Es esta entonces una antología de recomendados? ¿El namedropping en lugar del criterio? Popularidad entre los consagrados, eso es lo que importa: no la lectura directa de los textos por el antologador. Refiriéndose a los nombres propuestos por sus asesores, señala Maldonado que luego de la votación “estuve obligado a eliminar automáticamente… a quienes habían recibido un único voto”. ¡Sin leerlos! ¿Qué irresponsabilidad crítica es esa? Porque –se supone– para elegir hay que leer. No importa que sean muchos. Hacer una antología es un ejercicio crítico, no de relaciones públicas. Maldonado renuncia a su propio criterio para descansar en el de los escritores a los que, por famosos, consulta. ¿Y si algún jovencito ha publicado un sólido libro de narrativa no en Tusquets ni Anagrama sino en un sello independiente o del interior del país –Ficticia, la Universidad de Guanajuato, el Consejo de Cultura de Chiapas– que, por azares de la mala distribución o el carácter misántropo de quien lo escribió, no ha llegado a los ojos de las vacas sagradas? ¿Los nuevos narradores están obligados no sólo a escribir sino a cerciorarse de que sus textos sean leídos por los literatos renombrados? Identifico en el antologador un desinterés grosero ante la obra de sus coetáneos –en otros textos él ha reivindicado su desprecio en masa por las letras mexicanas, de hoy y de ayer– y una infantil impaciencia ante la literatura a secas, surja donde surja, amén de un ímpetu protagónico fácilmente seducible por la novedad y el prestigio. No es, así, Grandes hits un confiable ejercicio crítico que haya buscado discernir desde la propia lectura, por encima de las recomendaciones quién sabe si interesadas y el glamour impreciso de las grandes editoriales, dónde está la expresión narrativa reciente.

Aunque de calidad dispareja, el volumen presenta textos en general buenos; hay algunos notables. Destaco sobre todo los relatos de Alain-Paul Mallard, Eduardo Montagner, Mayra Luna y Luis Felipe Lomelí. Antonio Ortuño, Heriberto Yépez y Guadalupe Nettel no están representados con textos de la calidad ya identificada en sus libros. Algunos otros, por su parte, incurren con docilidad en la ciencia ficción como vehículo para la ocurrencia o la denuncia social, o se quedan sólo en la imaginación como pirueta de lo intrascendente, o en el escolio sin perturbación, o en el costumbrismo anecdótico del globalizado, aunque técnicamente su dicción sea, luego, congruente o irreprochable. Pero el juicio en torno de cada texto sería de menor interés en este escenario; antes bien, lo adecuado habría sido explorar algunas constantes y perplejidades de la nueva escritura narrativa, ejercicio, sin embargo, inviable a la luz de Grandes hits debido al recelo que provoca su proceso de selección.

Con todo, aventuraría un apunte provisional. Querer gustar sería la trampa a la que hay que temer. La expresión de la víscera está casi ausente de la nómina desconfiable de Grandes hits. Voces como las de Hamsun, Arlt, Oé no están viendo herederos en nuestra prosa, por lo aquí leído. Se distingue en su mayoría un aire correcto, borgesiano, prudente, pulido, a ratos modoso. Echo de menos la incorrección visceral, el exabrupto que ensucie no sólo por la anécdota o la elección del tema sino, sobre todo, por el estilo. Hablo de un estilo discordante, que vaya de lo elevado a lo sórdido, que funda distintos niveles de la existencia, que respire con enojo, asqueado ante la misma necedad de seguir creyéndole a la palabra sus ímpetus pudibundos. Lo cierto es que no tenemos nada que perder; nadie espera que escribamos. Hay pocos lectores. La letra artística pierde sus galones. El escritor puede entonces incomodar, vociferar. En la página, por supuesto. Y luego, sin el apresuramiento del que escribe en pos de la nombradía, ha de sentarse a ejercer el privilegio de la espera: que el tiempo haga germinar en la mente de lectores imprevistos el efecto paciente de su prosa.

Esa mezcla de lentitud y víscera es una posibilidad de temperamento expresivo, que no excluye a ninguna otra –y que acaso ya más de un narrador joven esté ejerciendo, pero a quien esta antología renunció a descubrir. Dada la atmósfera moral de nuestros días, especulo que el decir visceral sería oportuno o esperable, aunque, por supuesto, la literatura no exige oportunidad ni coyuntura sino expresión: mundo interno peleándose con la realidad y con el lenguaje, en sincronía con el tiempo privativo de la letra artística: la lentitud. Porque la literatura sí basta: “no sospechan que con palabras puede responderse plenamente a las dádivas del mundo”, es la línea final del relato de Alain-Paul Mallard. ~

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(Culiacán, 1976) es crítico literario y autor de la novela 'Cartas ajenas' (Ediciones B, 2011).


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