En la filosofía de Descartes los animales son sólo mecanismos elaboradísimos, máquinas de precisión. El humano, no, el humano es máquina, es cuerpo, pero también es alma, es animal pero pensante, animal racional, según la popular definición. Unamuno reniega en eficaz prosa: “El hombre, dicen, es un animal racional. No sé por qué no se haya dicho que es un animal afectivo o sentimental. Y acaso lo que de los demás animales le diferencia sea más el sentimiento que no la razón. Más veces he visto razonar a un gato que no reír o llorar. Acaso llore o ría por dentro, pero por dentro acaso también el cangrejo resuelva ecuaciones de segundo grado.”
Estamos de lleno en la cuestión: ¿Son los animales como sostuvo Descartes o tienen emociones? ¿Sufren? Las ecuaciones dentro del cangrejo no son otras que las emociones de los animales. Suponer lo que siente una gallina en prisión perpetua y mínima en la jaula ponedora donde la sitúa inmóvil la rapacidad del productor, revela una pesadilla. Pero ¿siente la gallina? ¿Cómo puede sufrir y desesperarse si vive en un presente continuo, sin noción de tiempo? Tal es la candente cuestión que plantea nuestro tiempo, y que no debatiremos aquí.
En vez de esa dulcificación del trato a las bestias –que puede tardar pero saldrá victoriosa– puede recordarse que Eliano afirma la existencia de cangrejos que vuelan: nacen blancos, del fango y con miedo echan a volar con unas pequeñas alas que tienen, aunque su vuelo es corto. Los cangrejos crecen y decrecen con las fases de la luna.
Prosigamos esta oblicua defensa de los animales: digamos que son laboriosos, mira si no al burro infatigable, pero no hablo de eso, hablo de los tesoros que con arte oculto y milagroso ellos saben fabricar. Ante todo, el líquido dorado cuya lenta consistencia es emblema de toda pureza, la miel, deliciosa al gusto y a la vista. Plinio, sin embargo, negó que las abejas engendren miel; según asienta traducido por el doctor Francisco Hernández, “procede del aire, la más de las veces del nacimiento de las estrellas y házese principalmente por los Caniculares (Sirio) y en ninguna manera antes de que nazcan las Cabrillas (Pléyades) por la mañana, y ansí entonces se hallan las hojas de los árboles melosas, y sienten pegajosas las vestiduras de este liquor los que estuvieren al sereno (…) ora sea este sudor del cielo, ora cierta saliva de las estrellas o zumo del aire que se purifica”. Una especie de rocío que colectan las abejas.
Las perlas, decían los antiguos, tienen más relación con el cielo que con el mar, omitiendo de entrada al impresentable orfebre, el reticente ostión, que la sueña, sueño de geómetra, mientras duerme en su prisión de nácar. Y terminemos recordando, con el poeta griego, que la perla es en realidad la hija de las bodas del mar y la piedra. ~
(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.