¿Dulce es un buen adjetivo para definir la megaexposición fotográfica “Ashes and Snow” presentada en el Zócalo de la ciudad de México? Tal vez no, pero ayuda a definir la imagen pública de un hombre empeñado en transmitir su mensaje ecológico y pacifista al mundo. Dulce es la palabra que acudió a mí al salir del Museo Nómada, construido con bambú y contenedores de barco a lo largo de 5,130 metros cuadrados, casi siete mil metros menos que el Arsenale de Venecia, donde se presentó por primera vez esta muestra. “¿Has visto Grizzly Man, el documental de Werner Herzog sobre un hombre devorado por los osos después de una convivencia de años?”, pregunto al famoso Gregory Colbert, un fotógrafo desconocido hasta 2002, capaz de declaraciones como esta: “Quiero mirar a través de los ojos de los elefantes. Quiero danzar la danza que no tiene pasos. Quiero convertirme en la danza.”
Sí, dulce es la palabra para abordar, por ahora, el rostro visible de un fenómeno emparentado con las secciones de decoración de Vogue, la moda internacional, el Discovery Channel en versión soft y un ecologismo pseudomilitante. Así, masticando la dulzura de este espectáculo multimedia –sus soportes, como se sabe, son la instalación arquitectónica, la fotografía y el video–, pienso que conocer las imágenes del ahora artista exige dos horas de cola entre mansas filas de niños, adultos y ancianos. Y la gente persevera hasta ingresar al Museo Nómada, diseñado en México por el arquitecto colombiano Samuel Vélez, pues en Japón, Nueva York y Los Ángeles fue el japonés Shigeru Ban quien recibió de Colbert el encargo de construir la “primera catedral del siglo XXI”. “¿Has visto Grizzly Man?”, repito mientras recuerdo una entrevista de Le Nouvel Observateur con Werner Herzog: “Para [Klaus] Kinski la naturaleza es decorativa como una tarjeta postal. No me gusta su lirismo romántico cargado de acentos new age sobre la armonía del universo. Si existe armonía, ésta es engañosa. Cuando se está en medio de la selva la naturaleza no tiene nada de maravillosa: es asesina.”
El autor de este bestiario celebra la pregunta. “Primero –comienza– el protagonista de Grizzly Man tenía problemas psicológicos, era un maníaco. Segundo, Herzog asegura que los osos siempre tenían la misma expresión. Hay una escena en el documental sobre Fitzcarraldo en que afirma: ‘Los pájaros no estaban cantando en la selva, ¡los pájaros gritaban!’ Es un maravilloso cineasta pero no ve a los osos. Mientras él encuentra el infierno en la naturaleza, yo veo el paraíso. La criatura más violenta de la naturaleza es el ser humano y ésta ha aprendido a tener miedo de nosotros. Aquí en el Zócalo hay mucha sangre.”
Arrobo en Venecia
El Museo Nómada, nombre de la estructura imaginada para albergar la muestra, ha suscitado arrobo aunque también rechazo, como el de Roberta Smith en The New York Times, quien ve la exposición como narcisismo y egomanía. En México se le ha calificado de populista, un adjetivo no aplicable a las muestras en las demás ciudades porque allá cada espectador pagó doce dólares para ver imágenes de gran formato en las que elefantes, osos, ballenas y pájaros hablan de la convivencia humana con el mundo animal. En ellas aparecen hermosas mujeres jóvenes (hay sólo una anciana) e inocentes niños asiáticos y africanos. Con diferencias según la sede, las imágenes se montan en un ambiente de luces suaves y música serena, en cierta forma a la manera de un spa.
“No es populismo”, señala Colbert. “Esta exposición ha estado en Italia, Estados Unidos y Japón y aquí hicimos algo distinto porque el noventa por ciento de la población no puede ir al cine. Si inspiramos a la gente por medio de la naturaleza, somos culpables; si convertimos un lugar de manifestaciones políticas en un lugar pacífico, somos culpables; si la gente piensa que la naturaleza es de izquierda o de derecha, somos culpables. Yo vengo aquí como canadiense, voto por la naturaleza y ésta no tiene partido político. Puedo decir que la envidia y los celos son dos de los peores sentimientos y surgen cuando a diario tienes cuarenta mil espectadores, un récord mundial. Hay personas con cojones [en español] para hacer esto; los que no los tienen sólo pueden escribir estas cosas.”
Colbert es un señor de 44 años, salido de la nada, con un rostro bronceado y una discreta cola de caballo. Así como no cree en la historia real filmada por Herzog, a mí me cuesta creer que él se haya retirado diez años para realizar expediciones en Egipto, Kenia, Namibia, la Antártica y Sri Lanka con el propósito de convivir con unas cuarenta especies animales. Ahora regresa y presenta su proyecto con éxito clamoroso, libre de heridas causadas por las bestias. “¿Sientes miedo a veces en tus exploraciones?”, pregunto. Colbert –quien afirma organizar sus exposiciones sin destino planeado, sin brújula y sin mapa porque parte del proceso es perderse– sonríe: “Es más bien sentirse vivo. Sólo hay que sentir respeto por los animales pues estás muy expuesto. He hecho cincuenta expediciones y nunca me ha pasado nada.”
Los elogios no siempre vienen de los críticos. Home & Garden, de The New York Times, dedicó un reportaje a su casa loft estudio fundación ubicada en el Bowery pues Colbert eligió para trabajar una elegante sala de conciertos neoyorquina construida en 1860, lugar al que invitó a cenar a trescientas celebridades después de trasladarlas en un barco rentado. Asistieron, entre otros, Donna Karan (coleccionista suya), Bianca Jagger, Susan Sarandon y Kevin Spacey. Su fundación Flying Elephants otorga cada año cincuenta mil dólares al artista o científico que más ayude a mejorar el medio ambiente. Abundan los blogs que exaltan la sensación de relajamiento suscitada por el Museo Nómada y hay quienes sostienen, parafraseando al autor, haber atisbado el mundo desde la mirada de un animal. Es el aire de los tiempos, como puede comprobarlo Spencer Tunick con sus instalaciones de desnudos en las principales ciudades del mundo, el Zócalo incluido.
De mendigo a príncipe
Cuando algo no tiene explicación es bueno seguirle la pista al dinero, dicen los que saben. En algunos reportajes se menciona que Colbert y Rolex, su principal patrocinador, rentaron por trescientos mil dólares diarios el muelle del río Hudson donde se ubicó la instalación museo de trescientos cincuenta millones de dólares. Verdaderas o no, las cifras escandalizan a muchos. Detrás de tan meteórica carrera hay financiamiento a raudales: como él mismo lo contó, el “director de documentales que mendigaba subvenciones y pasaba apuros para pagar la renta” dejó de serlo para hechizar al mundo. Los temas del Colbert documentalista eran la muerte y el sida. Ahora dice preferir el trato con elefantes, ballenas, osos e ibis, pero no menciona cómo logra la alta calidad técnica de su trabajo.
Colbert ha condenado al mercado del arte por dar millones a Damien Hirst. Esta cronista ha entrevistado a ambos artistas y confiesa que prefiere las imágenes alarmantes del británico, quizá debido a esa intensa sensación de fragilidad que transmiten. Con el bestiario del Zócalo, muchas personas pueden empalagarse o, peor, aburrirse.
¿Habrá más en el proyecto supermediático de Colbert además de la Animal Copyright Foundation, planeada para obtener ingresos de la publicidad y mejorar el medio ambiente? No lo sé. Mi primera reacción al ver sus imágenes fue admirar su silenciosa belleza. Ahora, ya empachada, me sorprende semejante megaproducto, con novela epistolar incluida y biografía de autor con tintes legendarios. Con seguridad habrá más construcciones arquitectónicamente valiosas, pero es difícil imaginar una evolución estética del artista. Aunque no manipule digitalmente ni sede a sus salvajes modelos fotográficos, Colbert puede haber llegado a su límite como mago de la armonía en el Paraíso.
¿Por qué no ejercer el mecenazgo con alguien así? El Primer Mundo apoya las causas sociales y ecológicas, trátese de reservaciones indígenas, que parecen gustar a Colbert, o de músicos latinoamericanos disfrazados de zapatistas. ~
“Ashes and Snow” se presentará en el Museo Nómada, en el Zócalo capitalino, hasta el 27 de abril.