Imagen generada por inteligencia artificial.

Lo importante es ver dónde pegó la bala

La bala disparada contra Trump en Pensilvania no ha llegado al fin de su trayectoria: entró al polvorín de la polarización estadounidense.
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El ex presidente estadounidense Donald Trump fue rozado por la muerte este fin de semana. El desenlace fue afortunado para su vida, pero no se puede decir que la vida pública del país del norte esté ilesa. De hecho, está herida de gravedad. La bala que hirió la oreja del millonario político la disparó un joven cuyos desajustes ideológicos o psicológicos ignoramos, pero el peligroso contexto en que esa bala fue disparada está bien documentado. 

El instante posterior al disparo es más que elocuente: el proyectil no se alojó en el cuerpo de Trump sino en el de sus seguidores, quienes se encendieron con un estremecedor “Fight, fight, fight!” colectivo. Algunos lloraron de alivio y otros más respiraron con tranquilidad y agradecimiento al ver que su líder estaba vivo, pero lo llamativo es que una gran parte de los asistentes recibió una descarga de ferocidad.

Ha habido otros atentados. A veces provienen de una sola y aislada semilla minúscula de ajonjolí podrido en una sociedad democrática, a veces de adversarios perversos con un plan político. En ambos casos, la violencia se agota en el acto –fallido o no– y tiene impacto principalmente en las instituciones políticas.

La bala que disparó Thomas Mathew Crooks en Pensilvania tiene una particularidad muy peligrosa: aún no ha llegado al fin de su trayectoria. Si bien no acabó con la vida del candidato, sí entró directamente a un almacén de pólvora.

Estados Unidos vive una forma torcida de politización desde hace décadas y en este momento es considerada la democracia occidental en donde más rápido crece la polarización. La violencia política en redes sociales es descarnada y en la vida real se manifiesta como dificultades en espacios de ocio, familiares y lugares de trabajo.

¿No estarán más polarizados Venezuela o Francia, donde el populismo autoritario y la extrema derecha producen agrias discusiones? No. La polarización afectiva no se relaciona con la radicalización de las posturas ideológicas, sino con el aumento en la temperatura de la simpatía y antipatía hacia un grupo u otro. No tiene que ver con el aborto como práctica, la homosexualidad como pecado, la religión dogmática, el marxismo a ultranza o el veganismo extremo, sino con un vector identitario expresado en odio y amor.

¿Cómo se mide este tipo de división en una sociedad? Pues no solo a través de la militancia partidista o el voto en las elecciones, sino a través de actitudes como el nivel de rechazo familiar que genera una nuera que vota por el partido contrario, un primo que expresa simpatía por el grupo adversario o un colega de trabajo que admira u odia a los republicanos o a los demócratas.

Ese nivel de rechazo puede ir desde gestos incómodos y burla más o menos tolerable, hasta la expulsión del núcleo o incluso la violencia física1. Si estas actitudes se propagan, afectan las políticas públicas de los gobiernos, las normativas escolares y las directrices de las empresas o clubes deportivos, por ejemplo.

Trump salvó la vida, pero él es uno de los agentes inflamables de la polarización presente y tiene una enorme responsabilidad en la calentura y ferocidad futura de las elecciones de Estados Unidos. No es el único, por supuesto. Los republicanos y demócratas que imprudentemente cuelan en la discusión ideas de conspiración y mensajes emocionales a favor o en contra de la identidad de sus grupos no han colaborado para bajar la temperatura a una democracia que se ve frágil. La democracia requiere libertad para el disenso, pero necesita acuerdos básicos para que este no sea violento; necesita un campo frío, es imposible que funcione en un espacio en llamas. Lamentablemente, la bala de Pensilvania pegó en material explosivo. ~


  1. Ezra Klein lo documentó muy bien en su libro Why we’re polarized, que recoge estadística desde los 70 sobre estas actitudes. En 1978, en una escala del 1 al 100, la polarización afectiva rondaba los 28 puntos. En 2020 se registró una polarización de 56. ↩︎
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es politóloga y analista.


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