La claridad,
este azul inmaterial
que nace de la transparencia
y se inscribe en la corteza
de la luz, y después disiente
y regresa a su origen,
¿a dónde va?, ¿a dónde dirige
su cabellera,
sus indicios de luna,
los instrumentos
con los que aviva el fuego oscuro
de la melancolía?
Y, una vez que ha pasado,
¿qué queda de su carne íntima, del inmóvil
derrumbamiento de su ser?
La claridad me empuja al barrizal
de los espejos,
donde me enzarzo en mí, y me anego de ahora,
y me asombro de un cuerpo dictado por serpientes,
besado por serpientes, diurno, pero aturdido
de clavos;
un cuerpo
en el que burbujean recuerdos de una edad
entretejida
de esperma y pólvora;
un cuerpo
que retrocede,
aunque siga naciendo, que anochece
con cada aurora y llena
con su melaza
cada instante de la muerte,
que confecciona
la nada
y se esponja en la nada;
un cuerpo cuya sombra engloba
todas las sombras.
Siento en la mano la aspereza
de la borra que cubre el escritorio,
y la lisura del papel,
que desmiente una náusea de pronombres
y un trabarse de gónadas
y ferocidades: la voz
surca lo blanco y coloniza
las pupilas. La luz se enreda en los sonidos
en que se descompone
la tarde. Y vuelve
la claridad,
como un agua que hubiese conocido
la vorágine de la plenitud
y ahora
se dilatara en hierros quebradizos,
en negaciones glaucas; vuelve la claridad,
que difunde el rumor de los geranios,
y el hedor de lo exacto,
y el deshacerse de la luz.
Y yo, varado entre letras
que parpadean,
entrego
mi soledad –esta oclusión que soy,
este pudrirme–
a la horma informe de la tarde,
al estupor: el mundo sigue,
y busco todavía la palabra
que me desangre y me unifique. ~
(Barcelona, 1962) es poeta, traductor y crítico literario. En 2011 publicó el libro de poemas El desierto verde (El Gato Gris).