La pasión de lo breve

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Rafael Pérez Estrada (Málaga, 1934-2000) pertenece a una estirpe rara de escritores: la de quienes brillan solos en la constelación literaria de su tiempo, alejados de escuelas, cenáculos, modas, corrientes e instituciones. Como Luis Feria, como José María Fonollosa, como Basilio Fernández, Pérez Estrada no se avino a más alianzas que las que estableció con su propio aliento creador, con sus gustos e inclinaciones, y con Málaga, “la ciudad del gozo y de la dicha”, como dejó escrito, en la que dio a conocer buena parte de su obra literaria. Breverías completas recoge uno de los capítulos más importantes de esa obra, dictada por una personalidad polifacética –Pérez Estrada fue también abogado, narrador, dibujante y dramaturgo– y luminosa: lo breve. Si un escritor como Juan Filloy, autor de novelas barrocas y voluminosas, ha afirmado que no tenía tiempo para cosas breves, a Pérez le sobró para construir un cosmos de fulgurantes concisiones. Breverías completas –“brevería” es un neologismo inventado por el propio Pérez Estrada– compendia, de la mano del diligente editor y gran conocedor de la obra perezestradiana que es José Ángel Cilleruelo, las series de aforismos que el autor malagueño publicó entre 1985 y 1992, más una antología de poemas asimismo aforísticos dispersos por su obra, que se extiende desde Valle de los Galanes, publicado en 1968 en la legendaria Ediciones del Guadalhorce, de Málaga, hasta El grito & Diario de un tiempo difícil, que vio la luz en 1999 en otro sello malagueño, Miguel Gómez Editor.

En el prólogo de la primera reunión de sus aforismos poéticos, titulada Breviario, que Pérez Estrada publicó en el ayuntamiento de Málaga en 1988, escribía el poeta: “He debido llamar a esta colección de brevedades greguerías; sin embargo, cierto pudor y la seguridad de que no todo lo que se contiene en ella tiene este carácter –sino que, junto a verdaderas greguerías, […] [hay] ínfimas veleidades poéticas, mínimos relatos, intenciones epigramáticas, sentencias, delicadas perversidades, pensamientos surgidos de lo inesperado […] y extrañas máximas de provisionalidades surrealistas– me lo han impedido.” Esta sucinta enumeración –a la que cabría añadir más elementos, como el haiku: “Ginebra Larios / y una luna de agosto / en el martini”– revela la pluralidad de formas, influencias y magisterios que reconoce Pérez Estrada en sus breverías –en las que se verifica “una radical hibridación de géneros literarios”, como señala Vicente Luis Mora en el prólogo del libro–, que fluctúan casi siempre entre el aterciopelado latigazo poético, el aforismo fundador de extraños deslumbramientos, el epigrama punzante, el microrrelato suscitador de la sonrisa o el desconcierto y, naturalmente, la greguería, es decir, Ramón Gómez de la Serna, a quien define como “titiritero único de la inteligencia” y modelo de la inspiración y la instantaneidad, valores que también Pérez Estrada reivindica para sí.

Las breverías de Pérez Estrada, como toda su obra literaria, son una explosión de la imaginación y una fuente de felicidad. Decía Borges que pocas escrituras son dichosas, y mencionaba la de Mark Twain. Yo no dudo en añadir la de Rafael Pérez Estrada. Sus aforismos trasminan lucidez y alegría, aunque hablen de cosas oscuras, o aunque inquieten; y a menudo lo hacen. Las breverías florecen en el humus de algunos temas, o quizá obsesiones: los pájaros, el agua, el amor, los ángeles, los espejos, los sueños, las muertes, Málaga. Entre borgiano y persiano –Saint John-Perse parece el antípoda de Pérez Estrada, con sus mundos tumultuosos y su épica fabulosa, pero su poesía es, en realidad, una sucesión de fogonazos imaginativos, un encadenamiento casi inacabable de laconismos–, Pérez Estrada explora minuciosamente cada asunto, permitiendo que el vuelo de la inteligencia, la metáfora y el humor –los ingredientes confesos de la greguería– destapen todos sus rincones, todas sus opacidades. A veces, es estrictamente ramoniano: “El incienso es el desodorante de la religión.” Otra veces, opta por lo lírico: “Vio una rosa desangrándose, destemplando su púrpura hasta hacerse alejandrina y pálida.” A menudo, se complace en los juegos agridulces del amor; de hecho, el erotismo impregna casi todo lo que escribe: “La mujer misteriosa, al desnudarse, descubrió que uno de sus pezones se le había hecho luminoso como la luna.” Pérez Estrada gusta también de subvertir las frases hechas y, sobre todo, las ideas hechas: “Los ángeles amorosos se dicen entre sí, ‘hombre mío, hombre mío’”, o bien: “Dice el filósofo de la oscuridad: ‘¡Braille, más Braille!’”; y de recurrir a la historia, verdadera o ficticia, para componer relatos muy distintos: “En el gran concilio de Córdoba, los padres de la Iglesia discutieron, violentamente, la cuestión de si al morir el cuerpo también muere la sombra.” La sección “Asesinatos” recuerda a los Crímenes ejemplares de otro grande (y, como Pérez Estrada, astro singular de la literatura española del siglo XX), Max Aub, y en sus breverías asoma una crueldad lúdica: “Juega el degollador cambiando de cuerpos las cabezas de sus víctimas.” Sus aforismos pueden ser patéticos, es decir, conmovedores o dolorosos, como “la sombra del ahorcado es parte del reloj de sol”, pero también hijos de una sensibilidad ahormada en una época anterior a la susceptiblemente antidiscriminatoria en la que vivimos hoy: “El semen del africano es negro y Pelikán.” Las breverías de Pérez Estrada, en fin, se hacen tristerías (y, en ocasiones, horrorerías) en otra sección del libro: “Igual que el vivo teme ser enterrado vivo, el muerto siente horror a resucitar muerto”, y se engarzan en fantásticas enumeraciones para componer prolongados poemas breves, como en el titulado “De las provocaciones poéticas”: “Los espejismos del reflejo. / […] El eco del silencio. / La inesperada ternura del asesino. / La inocencia de algunas metáforas. / La fugacidad no alcanzada de una idea. / La levedad de la palabra vuelo. / […] El tigre de Rudyard Kipling./ El sueño y el oro de los tigres de Borges…”

En la literatura de Rafael Pérez Estrada, las ideas se corporeízan en imágenes, en fabulaciones prietas como alhajas. Sus palabras son pocas, pero no se agotan en sí mismas, sino que se expanden, se multiplican, empujadas por una fantasía hirviente. Los hallazgos del poeta siempre son exactos y siempre están desnudos, aunque sean exuberantes. Pérez Estrada compuso un mundo multifacetado y seductor, del que estas Breverías completas dan una visión privilegiada. ~


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