Debo de haber descansado estos días, porque no encuentro manera de rastrear de dónde vienen las imágenes que me asaltan en la cama, en la duermevela. Esta, por ejemplo, en forma de frase pero muy fácil de visualizar: que las de Balzac son novelas sin mangas. Un hallazgo indescifrable que me resulta raro porque, siguiendo esa lógica aún muy endeble, las novelas tendrían las mangas largas, mientras que los cuentos las llevarían cortas. Veo a Balzac, en el famoso retrato en que se lleva la mano al pecho, con los hombros al aire.
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Me da la impresión de que el mundo entero se ha transformado en una tienda. Es como si cantase la letra un tanguero en un boliche: Hoy todo se vende y todo se compra… De hecho, busco la palabra boliche para cerciorarme de que la estoy usando bien, de que en efecto en esos bares se cantan o cantaban tangos, y lo que me aparece son páginas y páginas de locales de Buenos Aires donde te puedes tomar mil cócteles. Así con cualquier otra cosa. Internet se me aparece como un cuartucho donde hemos ido arrojando pelotas de ropa y cosas inservibles y ahora ya no encontramos el papel importante, sepultado. Esa búsqueda por supuesto también quiere decir que me he convertido en una gandula redomada que para saber lo que significa una palabra se confía a escribir una serie de letras en una pastilla, en lugar de levantarme a buscarlo o de llamar a algún amigo argentino (una asocial redomada también). Antes servía, antes se encontraban cosas raras, no sacapelas asquerosos, y en eso se asemejaba a nuestra mente y sus asociaciones estrambóticas, y ahora se parece a un centro comercial con la música a tope. Antes vs. Ahora, qué pesadez, lo siento. En fin, quieres saber qué es una cosa y te dicen que te la compres. Johannes Gutenberg, impresor de folletos comerciales. Tarjeta de crédito para forzar la cerradura del conocimiento. Pero la similitud paralela entre el mundo de la carne y el mundo numérico debe de haberse mantenido, lo que no sé es quién se adelantó en la marcha. Todas las quejas sobre el turismo que ha estado habiendo este verano deben de participar del mismo fenómeno. No alcanzo a dar con el axioma que lo sintetice, pero parece que hay una pulsión bulímica en el análisis. Asumo entonces que el mundo ha sufrido un cambio ontológico, como sin duda ha pasado ya en ocasiones anteriores, sin que por eso nos disolvamos de sopetón los humanos que lo habitamos, y que lo que tenemos delante es el cartel que lo anuncia. Esto explica el brevísimo momento de suspensión que quizá hayáis sentido últimamente, un instante en que no se sabía si había que coger aire más profundamente o qué, que fue el renombramiento de uno de los elementos del sistema, en el que todos los miembros tuvieron que participar, por muchos años luz de distancia a que estuvieran, y en que un delegado cósmico-solar repitió a gritos los nombres, antes de que todo siguiese girando como siempre, un nombre que condiciona la vida de los habitantes y de los vecinos, y así reenumeró, de cara a las estrellas como un borracho romántico, como un alférez legañoso y ronco: Mercurio, Venus, La Tienda, Marte, Júpiter, Saturno…
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En todos los planes que hago para los próximos meses, la clásica planificación del comienzo de curso, me detecto una voluntad de entrenamiento para un próximo mundo raro. ¿Qué habilidades nos serán más útiles para vivir en él? ¿Cómo adiestraremos el ojo para detectar en sus recién emergidos contornos una silueta amada o al menos familiar que nos oriente desde el lugar del que venimos? ¿Qué haremos, por poner un ejemplo, si nos llaman por teléfono y es una inteligencia artificial que imita la voz de un pariente o un amigo, y nos pide dinero? Es verdad que yo lo detectaría por su poca puntería, pero bueno, habrá que pensar un truco para confirmar que ese supuesto hijo necesitado es quien dice ser, y de verdad necesita la pasta. Tendremos que decirle de acuerdo, te la doy, pero antes tenemos que vernos y me la tienes que pedir en persona, y habrá que quedar en un sitio para ver su cuerpo, más difícil de imitar, por el momento, por la IA, y comparar sus gestos con los que tenemos guardados en la memoria, y quizá haya que acordar una frase clave que confirme que los dos somos quienes suponemos. ¿Pero en qué momento y cómo convendremos la frase clave, seguros de no estar cayendo en la trampa de un robot falsario? Tendremos que evocar un recuerdo compartido y estar atentos para distinguir el momento emocionante…
Si ya era raro antes, imagínate ahora el prójimo.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).