Uno de los más influyentes filósofos de nuestro tiempo, Richard Rorty, falleció el pasado 8 de junio después de una penosa lucha contra el cáncer. Lo que sigue es el acto de apertura de lo que debió ser una larga y amplia entrevista entre nosotros y que, tristemente, tuvo que abandonarse en medio de la corriente.
Con su amplia visión intelectual y su ágil y vigoroso estilo prosaico –único entre los filósofos académicos–, Rorty zarandeó las cosas como pocos de sus contemporáneos.
Rorty fue de los primeros en cruzar el puente (ahora mejor transitado) entre las escuelas filosóficas “analítica” y “continental”. Insufló nueva vida a la tradición de pensamiento pragmatista, abogando por las ideas de los personajes fundadores como William James y –sobre todo– John Dewey. Fue él, Dewey, tanto su héroe filosófico como su modelo de demócrata intelectual, activamente comprometido con la conversación cultural del día.
Rorty siguió los pasos de su héroe. Aunque nunca realizó cruzadas activistas como Dewey, sí fue abierto y directo en debates de una amplia gama temática. Constantemente hacía reseñas críticas de libros y escribía ensayos para revistas y periódicos, con los que se dirigía a los lectores en general y no únicamente a los enterados.
El historiador Casey Blake recientemente observó: “Rorty se ha revelado como uno de nuestros intelectuales más elocuentes y vehementes… un modelo de lo que Michael Walzer ha dado en llamar ‘un crítico relacionado’, un intelectual que implora a sus conciudadanos que vivan de acuerdo con los valores morales que tanto aprecian.”
Los muchos libros de Rorty incluyen La filosofía y el espejo de la naturaleza; Consecuencias del pragmatismo; Contingencia, ironía y solidaridad; Achieving Our Country: Leftist Thought in Twentieth Century America (1998); Philosophy and Social Hope (1999) y –con Gianni Vattimo– El futuro de la religión (2005).
El año pasado, el filósofo Eduardo Mendieta armó una espléndida colección de entrevistas con Rorty titulada: Cuidemos la libertad y la verdad se cuidará sola (en la cual tuve el placer de que se incluyera una mía de 1989). Y apenas hace un mes vio la luz Philosophy as Cultural Politics, que corresponde al último volumen de los Philosophical Papers de Rorty.
Al conferírsele a Rorty la Medalla Thomas Jefferson en abril pasado, la Sociedad Estadounidense de Filosofía hizo notar su “decisiva influencia y distinguida contribución a la filosofía y, más ampliamente, a los estudios humanísticos”. Su labor –continuaba la mención– redefinió la filosofía “como interminable, democráticamente disciplinada, cuestionadora de las actividades socioculturales y de reflexión e intercambio…”
Elogiando al filósofo alemán Hans-Georg Gadamer en 2002, Rorty escribía que éste “personificaba vigorosamente lo más valioso de la tradición humanística europea”. Rorty hizo lo mismo por la tradición humanística estadounidense.
He sido siempre afecto a citar sus descripciones sobre el humanismo como la noción de que “si podemos trabajar juntos, podemos hacer de nosotros mismos cualquier cosa que nuestro ingenio y voluntad nos lleven a imaginar qué podríamos ser”.
Se le echará muchísimo de menos. ~
(Junio de 2007)
¿Cómo te sientes acerca de tu interesante compromiso de trabajo en Irán? Fuiste invitado a dictar clase en Teherán en 2004 y encontraste un gran interés por lo que tenías que decir. Más recientemente, el disidente iraní Akbar Ganji te buscó en California y ambos tuvieron una larga conversación. En marzo estuve en una librería en Teherán y vi varios de tus libros así como una colección de ensayos sobre ti en inglés y persa. Me pregunto: ¿qué te parece todo esto?
Cuando visité Teherán me sorprendí al escuchar que algunos de mis escritos se habían traducido al persa y además con una considerable cantidad de lectores. Me intrigó el hecho de que ciertos debates un tanto cuanto cargados –y que se suscitan entre filósofos europeos y estadounidenses, y en los que tomo parte– fueran de algún interés para los estudiantes iraníes. Pero en la respuesta a mi plática sobre “Democracia y filosofía” quedó claro que verdaderamente había gran interés sobre los temas ahí expuestos.
Cuando se me dijo que otra personalidad muy discutida en Teherán era Habermas, concluí que la mejor explicación por el interés sobre mi trabajo era la circunstancia de que comparto la visión de Habermas sobre la utopía socialdemócrata. En esta utopía, muchas de las funciones del presente, atendidas por miembros de las comunidades religiosas, habrían de ser tomadas por lo que Habermas llama “patriotismo constitucional”. Alguna forma de patriotismo –la solidaridad con los conciudadanos y las esperanzas compartidas por el futuro del país– es necesaria si uno ha de tomarse la política seriamente. En un país teocrático, una oposición política de izquierda debe estar preparada para contrarrestar los reclamos del clero, en el sentido de que la identidad nacional se defina por la tradición religiosa. Así pues, la izquierda requiere, específicamente, de una forma secularizada de celo moral tal que centre el respeto del ciudadano en sus semejantes, en vez de la relación de la nación con Dios.
Mis puntos de vista sobre estos temas derivan de los de Habermas y John Dewey. En las primeras décadas del siglo xx, Dewey ayudó a que surgiera una cultura en la cual fuera posible, para los estadounidenses, sustituir la religiosidad cristiana con una fuerte y decidida adhesión a las instituciones democráticas (junto con una gran esperanza por el mejoramiento de esas instituciones). En décadas recientes, Habermas ha venido recomendando a los europeos esa cultura. En oposición a líderes religiosos como Benedicto xvi y los ayatolas, Habermas argumenta que la opción ante la fe religiosa no es el “relativismo” ni la “expulsión”, sino nuevas formas de solidaridad basadas en la Ilustración.
El Papa dijo recientemente: “En Europa se ha desarrollado una cultura que es la más radical contradicción, no sólo para la cristiandad, sino para todas las tradiciones religiosas y morales de la humanidad.” Dewey y Habermas habrían replicado que la cultura que surgió de la Ilustración ha respetado todo lo cristiano que ha valido la pena respetar. Occidente ha improvisado, en el curso de los últimos doscientos años, una tradición moral específicamente secularista –la que considera el libre consenso de los ciudadanos de una sociedad democrática, en vez de la voluntad divina, como fuente de imperativo moral. Este cambio de punto de vista es, creo yo, el más importante avance logrado hasta hoy en Occidente. Me gustaría pensar que los estudiantes a quienes me dirigí en Teherán, impresionados por los escritos de Habermas, e inspirados por el valor de pensadores como Ganji y Ramin Jahanbegloo, algún día harán de Irán el núcleo de la Ilustración islámica.
Tú mencionaste la gran conexión hacia las instituciones democráticas que Dewey ayudó a fomentar e igualmente “la gran esperanza en el mejoramiento de las instituciones”. Según tu opinión, ¿qué tanta necesidad de mejoramiento requieren actualmente nuestras instituciones democráticas? Hace tres años te hiciste la pregunta de si nos dirigíamos hacia algo que podría llamarse “postdemocracia”.
Antes del once de septiembre, yo habría dicho que la principal área en la cual las instituciones democráticas tenían que mejorar es la ya de sobra conocida: necesitamos poner esas instituciones a trabajar para equilibrar las expectativas de vida de los niños pobres y ricos. Se miraba como si, con el fin de la Guerra Fría, regresáramos a la tradicional
agenda socialdemócrata.
Después del once de septiembre, sin embargo, se vio claro que la derecha política trataría de sustituir con la “guerra al terrorismo global” su anticomunismo, so pretexto no sólo de mantener el Estado de seguridad nacional intacto, sino de socavar las instituciones políticas de las viejas democracias. El artículo que los editores de la London Review of Books retitularon “Postdemocracia” fue originalmente titulado “Antiterrorismo y el Estado de seguridad nacional”.
Por el tiempo en que el artículo se publicó (abril de 2004), estaba yo aterrado de que la administración Bush arrastrara a la opinión pública consigo y que lograra con esto barrer las libertades ciudadanas. Temí que el once de septiembre volviera posible lo que, en tiempos del presidente Eisenhower, él llamó “el complejo militar industrial”, a efectos de extender su poder sobre el gobierno de Estados Unidos de manera sin precedente. Predije que, si los terroristas exploraban la posibilidad de un arma nuclear que cupiera en una maleta de mano y en una ciudad occidental, las instituciones democráticas podrían no sobrevivir. A las agencias de seguridad de las democracias occidentales se les otorgarían –o simplemente éstas se tomarían– atribuciones y poderes fácticos comparables a los de la Gestapo y la KGB.
La administración Bush es ahora objeto del repudio de la opinión pública de Estados Unidos, y el desastre de Iraq hará que los futuros gobiernos europeos duden en seguir el liderazgo estadounidense. Pero sigo pensando que el fin de la democracia probablemente sería consecuencia de un terrorismo nuclear, y simplemente no sé cómo guardarnos de este peligro. Tarde o temprano, algunos grupos terroristas repetirán el once de septiembre y en mayor escala. Dudo que las instituciones democráticas tengan suficiente capacidad de recuperarse como para soportar tal tensión.
¿Sería acertado decir que te has hecho un poco hacia la izquierda en estos últimos años?
No estoy conciente de haberme hecho hacia la izquierda, y siento curiosidad sobre por qué podría parecer así. Cuando escuché las noticias sobre lo ocurrido a las Torres Gemelas, mi primer pensamiento fue: “Dios mío, Bush actuará igual que Hitler cuando se incendió el Reichstag.” Desde la elección de Reagan, nunca he pensado en los miembros del Partido Republicano sino como ávidos sinvergüenzas y gente sin escrúpulos. Y en relación con “la guerra al terror”, he descrito la misma trayectoria que muchos otros –izquierdistas–: a favor de la guerra en contra de los talibanes en Afganistán y en contra de la invasión a Iraq. Y con respecto a la política doméstica, sigo a favor de poner en remojo a los ricos y redistribuir el dinero entre los trabajadores (sin nacionalizar los medios de producción). En materia “cultural”, hubo un tiempo en que tuve ideas chapadas a la antigua, y dudas acerca de los matrimonios entre los del mismo sexo, pero ya no. Aunque esto no es cambiar mucho…
Poco tiempo después de enviarle a Richard Rorty un cuestionario para proseguir la entrevista, recibí un recado de su esposa en el que me avisaba sobre el brusco viraje, para mal, de su salud. Murió dos semanas después. ~
Traducción de Germán Toyos