Caminar sobre la cuerda floja. Una conversación con el filósofo iraní Ramin Jahanbegloo

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Uno
de los intelectuales iraníes más notables, Ramin
Jahanbegloo, estuvo tras las rejas en la famosa prisión Evin,
de Teherán, donde se lo mantuvo en reclusión solitaria
durante meses sin que se levantaran cargos formales en su contra.
Jahanbegloo, hasta el día de su arresto jefe del Departamento
de Estudios Contemporáneos del Ministerio de Investigación
Cultural en Teherán, ha escrito más de veinte libros en
inglés, francés y persa, entre los que se incluyen
Conversations with Isaiah
Berlin (1991), la compilación
del volumen
Iran / Between Tradition and Modernity
(2004) y el recién publicado
Talking India:
Conversations with Ashis Nandy

(2006).

Ramin
se doctoró en filosofía por la Sorbona, fue catedrático
del Centro de Estudios sobre el Medio Oriente, de Harvard, enseñó
filosofía política en la Universidad de Toronto y es el
Profesor “Rajni Kothari” de Democracia en el Centro para el
Estudio de Sociedades en Desarrollo, en Nueva Delhi. Jahanbegloo es
uno de los fundadores de la revista
Goft-o-gu
(
Diálogo)
en Teherán y trabajó en la revista
Esprit
,
en París. En los últimos años, Ramin ha invitado
a un sinnúmero de intelectuales de la India, Europa y Estados
Unidos a impartir conferencias en Irán –Fred Dallmayr,
Timothy Garton Ash, Agnes Heller, Michael Ignatieff, Adam Michnik,
Antonio Negri, Richard Rorty y el ya fallecido Paul Ricoeur–
procediendo en verdad como un embajador filosófico entre Irán
y el mundo exterior.

La
siguiente entrevista fue realizada por correo electrónico en
enero y febrero de 2006. Aparecerá en el libro
Reading
Legitimation Crisis in Tehran
,
de pronta aparición en la Prickly Paradigm Press.

Usted
ha hablado sobre un “Renacimiento del liberalismo” que tiene
lugar en Irán. ¿Puede comentar sobre este
“Renacimiento”? ¿Qué papel tiene el liberalismo en
la vida intelectual y política del Irán de hoy?

Sartre
da inicio a su ensayo “La República del silencio” de
manera polémica, y dice: “Jamás habremos sido más
libres que bajo la ocupación alemana.” Sartre quiere decir
que durante el período de Vichy, en Francia, cada gesto tenía
el peso de un compromiso. Siempre repito esta frase aludiendo a Irán.
Suena muy paradójico, pero “jamás habremos sido más
libres que bajo la República islámica”. Quiero decir,
el día en que Irán sea democrático, los
intelectuales iraníes pondrán menos empeño en su
lucha por la idea de democracia y por los valores liberales. Hoy, en
Irán, el auge del individualismo hedonista y consumista,
acuciado por el acelerado ritmo de la urbanización y la
modernización instrumental que siguió a la Revolución
de 1979, no trae aparejada una ola de medidas liberales. Ya en los
primeros días de la Revolución, los grupos islámicos,
lo mismo que los izquierdistas, atacaron a los liberales por
considerarlos enemigos peligrosos y traidores a la Revolución.
La crisis de los rehenes estadounidenses hizo tañer las
campanas por la muerte del proyecto liberal en Irán.

Sin
embargo, durante los últimos años, con el acceso al
poder de la sociedad civil iraní y el ascenso de una nueva
generación de intelectuales posrevolucionarios, las ideas
liberales han encontrado una vida nueva y rebosante entre muchos
pensadores y estudiantes. Las ideas y la sensibilidad que componen el
liberalismo iraní contemporáneo fueron formuladas en
mayor o menor medida por intelectuales como Muhammad Ali Furunghi
hace ya un siglo. Los escritos de Furunghi y sus traducciones de ese
período eran en su mayoría discusiones sobre las normas
básicas de la constitucionalidad y sobre los pilares del
pensamiento moderno. Por ejemplo, en un texto titulado Huquq-e
Asasi Ya’ni Adab-e Mashrutiyat
, publicado en Teherán
en 1907, Furunghi escribía:

El
gobierno tiene dos poderes: el primero es hacer leyes, y el segundo,
ejercer las leyes. Si los poderes de legislación y ejecución
permanecen en manos de una sola persona o un solo grupo, la conducta
del gobierno devendrá despotismo […] Por lo tanto, un
gobierno es constitucional sólo cuando ha separado estos dos
poderes y los ha adjudicado a dos grupos distintos.

La
idea de la separación de poderes es uno de los conceptos clave
del liberalismo iraní de hoy. Para todos aquellos que apoyan
la idea del referendo sobre
y de la reforma a
la Constitución iraní, el concepto de “separación
de poderes”, y no sólo la “separación de facciones”
(como la que tenemos hoy día en Irán), resulta
esencial.

Pero
esto va más allá, pues hoy los partidarios del
liberalismo iraní perciben esta vertiente de pensamiento en
Irán como un proyecto más crítico de lo que era
en la época de Furunghi. Para la generación de
intelectuales y políticos de las décadas de 1920 y
1930, como Furunghi, Taghizadeh, Jamalzadeh y otros, el liberalismo
era una técnica de progreso, algo que se debía activar
como un programa universalmente ejecutable, sin importar los
contornos locales de la cultura. Ellos veían el liberalismo
como un sistema de protocolos que, al ser promulgados por los autores
de las políticas, aseguraba la creación de
instituciones que consagrarían el imperio de la ley y
generarían una vida pública organizada y gobernada
racionalmente. Pero la clase de liberalismo que se ha afianzado hoy
en Irán, aunque complementa la ola tradicional de liberalismo
del país, es distinta y decididamente original.

Gracias
al reciente descubrimiento y traducción de las escuelas de
pensamiento liberal dominante en el mundo angloamericano, tal como se
lo encuentra en los trabajos de Isaiah Berlin, John Rawls y Karl
Popper, y gracias a la valoración de las viejas tradiciones
(kantiana, millsiana o lockeana), una nueva tendencia de liberalismo
ha cobrado forma entre la joven generación de intelectuales
iraníes. Los liberales iraníes no niegan que las
libertades propias de una sociedad liberal puedan derivar de una
teoría o que puedan exponerse en un sistema de principios,
pero su concepción de la sociedad liberal está
relacionada con una consideración de la humanidad y de la
verdad como entidades a las que el carácter de incompletas y
la capacidad de transformarse les son inherentes. Los principios del
liberalismo iraní no pueden fundarse en la verdad religiosa,
pues la sola idea de la libre voluntad, tal como la entienden hoy los
liberales iraníes, va en contra de cualquier forma de
determinismo (religioso o histórico).

En
un país como Irán, donde la lógica de lo
teologicopolítico aún es absoluta y donde hay un solo
valor imperante, el objetivo principal de los liberales es luchar por
la idea de la inconmensurabilidad de los valores, que afirma el
pluralismo respecto de los valores éticos y de las diferentes
formas de ser. Esto quiere decir que la tarea primordial del
liberalismo iraní consiste en establecer el equilibrio
adecuado entre la racionalidad crítica y la decencia política.
La ausencia del liberalismo, simbolizada por el ascenso del
radicalismo violento e inaceptable durante la Revolución iraní
(tanto en la izquierda como en la derecha), infligió una gran
herida sobre el sentido común que rige nuestras formas de
pensamiento y acción políticos, y condujo a una
profunda confusión en torno a cuestiones de responsabilidad
moral y solidaridad humana colectiva basadas en la propia creación
individual.

En
términos más concretos, contra el modelo revolucionario
de la ciudadanía, los liberales iraníes –los que se
desempeñan como activistas de derechos humanos, organizadores
de ONGs, intelectuales y estudiantes– sugieren un nuevo modelo: un
modelo definido en términos del acceso al poder de la sociedad
civil iraní, la ampliación de la solidaridad humana,
los proyectos de creación propia emprendidos individualmente,
la educación moral del público y el desarrollo del
vocabulario de una democracia liberal. La insistencia de los
liberales iraníes sobre el concepto de “sociedad civil”
como espacio que se yergue en necesaria oposición al Estado
constituye un freno a las tendencias arbitrarias y autoritarias de la
sociedad iraní. La creación de muchas asociaciones de
voluntarios, de revistas y diarios independientes así como de
ongs sociales y culturales, en tanto arena genuinamente participativa
de compromiso cívico, deliberación, discusión y
diálogo, ha desempeñado un papel crucial en el ascenso
de la sociedad civil en Irán. Como tal, la sociedad civil
iraní es aún un emplazamiento importante de
disentimiento y un campo de batalla para los liberales iraníes,
que intentan franquear el abismo entre las estructuras formales del
gobierno democrático y las condiciones culturales, sociales y
económicas para la realización de la democracia en
Irán.

¿Qué
pueden hacer los liberales que están fuera de Irán para
apoyar a los liberales iraníes, si es que algo pueden hacer?
Muchos sostienen que los problemas de Irán son internos y que
los “forasteros” occidentales deberían mantenerse a raya
(una opinión que comparten tanto los islamistas como muchos
marxistas). Como un universalista internacionalista, ¿qué
piensa sobre esta cuestión?

Siempre
me place leer y enseñar a Thomas Paine, el gran liberal
británico que escribe en su opúsculo Elsentido común:

Cada
rincón del viejo mundo se encuentra avasallado por la
opresión. La libertad ha sido perseguida por todo el mundo.
Asia y África la han expulsado desde hace mucho. Europa la ve
como una extraña, e Inglaterra le ha advertido que debe
partir. ¡Oh, recibid a la fugitiva y preparad a tiempo un asilo
para la humanidad!

Pues
bien, uno podría decir que la violación a la libertad y
la democracia, y la falta de respeto a las libertades individuales en
diferentes partes del mundo, se dan hoy tal como se daban en tiempos
de Paine. Puesto que la idea de los derechos humanos trasciende la
legislación local y la ciudadanía del individuo, el
apoyo a los derechos humanos puede provenir de cualquiera –sea o no
ciudadano del mismo país del que provienen los individuos
cuyos derechos se ven amenazados. Un extranjero no necesita el
permiso de un gobierno represivo para tratar de ayudar a una persona
cuyas libertades se violan. Y es que, en la medida en que los
derechos humanos son vistos como derechos que cualquier persona posee
en tanto ser humano (y no en tanto ciudadano de un país
particular), el alcance de las obligaciones correspondientes también
puede incluir a cualquier ser humano, sin importar su ciudadanía.

Así
pues, soy un universalista de los derechos humanos. Pero no creo
posible fortalecer estos derechos y los valores liberales a través
de la violencia o la fuerza militar. Estoy, empero, a favor de la
intervención humanitaria tal como la practican los activistas
de los derechos humanos y las ong de todo el mundo. La universalidad
de los derechos humanos no ha de convertirse en un doble discurso.
Los derechos humanos nos proporcionan un estándar de conducta
que nadie puede ignorar ahora. Son valores centrales y primarios de
la civilización humana. Están lejos de ser perfectos,
pero son la piedra angular de nuestra lucha diaria por la dignidad
humana en el planeta entero.

Proteger la dignidad humana no sólo
significa defenderse uno mismo ante la violencia, sino también
de defender al otro.

Por
ello, debe haber bases sólidas para la objeción moral
cuando se violan los derechos de la gente en otra sociedad. Para mí,
uno de los problemas esenciales hoy día es promover la armonía
intercultural. Para los relativistas, como Clifford Geertz ha
señalado, “los seres humanos están conformados
exclusivamente por su cultura y, por ende, no existen características
unificadoras interculturales”. Creo que esto equivale a decir que
no hay estándares últimos del bien y el mal con los
cuales juzgar las culturas. Si esto se vuelve verdad, todos nos
convertimos en espectadores pasivos de la violencia cruda que
acontece frente a nuestros ojos. Por supuesto no creo que se pueda
utilizar la religión para juzgar nuestras acciones como buenas
o malas, pues la religión nos proporciona una filosofía
moral inmutable. Sin embargo, existen estándares éticos
que trascienden las acciones políticas en las relaciones
internacionales. Me parece que todos deben someterse por igual a un
conjunto mínimo de reglas éticas universales. Así
es como la lucha por los valores liberales del pluralismo y la
libertad negativa pueden unirse a los valores universales del
cosmopolitismo crítico. Es una ruta que conduce de la idea
kantiana de una historia universal en clave cosmopolita a la visión
de Fred Dallmayr sobre “nuestro mundo”. Los valores y las normas
no permanecen intocados por lo que considero el intercambio y
aprendizaje intercultural. No existe un modo único de vida
adecuado a todos los individuos en todo el mundo, y la gente
razonable puede, por ende, y debe, sostener discusiones y argumentos
razonables sobre los valores humanos tal como se practican en
distintas culturas. Esto significa que, contra el relativismo moral y
el universalismo hegemónico de arriba, podemos construir una
democracia cosmopolita desde abajo. En otras palabras, debemos tomar
en nuestras manos el reto de defender los valores clásicos del
liberalismo promoviendo el espíritu del cosmopolitismo y la
tolerancia de la diversidad. Después de todo, el
cosmopolitismo, en su esencia, significa abrirse a los otros, aceptar
las diferencias y vivir en la pluralidad. Pero también
significa ir más allá del propio orgullo y los propios
prejuicios nacionales, y guardar lealtad a la humanidad.

No
estoy hablando de una cultura universal que se erija en contra de las
experiencias particulares de las culturas locales. Pero sí de
un término medio entre el intervencionismo neoliberal
universalista y las posiciones de identidad particularistas. Pienso
que los liberales en todo el mundo pueden unirse a Kant y decir, con
él, que la esfera pública global es el lugar en que los
intereses privados de los miembros de la sociedad civil global pueden
reconciliarse con las obligaciones morales universales necesarias
para formar parte de un “reino de los fines”, un reino en el que
los individuos y las relaciones sean tratados como fines en sí
mismos, y no solamente como medios para otros fines. Es decir, nadie
puede pretender hoy en América, Europa o el Medio Oriente
creer en los valores liberales y no tener un sentido de solidaridad
con los individuos que están luchando por su dignidad.
Necesitamos pensar con cuidado sobre el significado de la
solidaridad. La solidaridad no se traduce en el apoyo a los que
comparten la propia posición política. Se traduce en el
apoyo a quienes luchan contra la injusticia y la violencia y a
quienes pelean por la democracia. La verdadera esperanza para los
demócratas en Irán es que este sentido de la palabra
“solidaridad” sea comprendido por los humanistas, los liberales y
los cosmopolitas de todo el mundo.

Usted
ha desarrollado un argumento de lo más elocuente sobre una
perspectiva cosmopolita. Pero déjeme preguntarle en un nivel
práctico: ¿qué podemos hacer, en términos
concretos, los internacionalistas liberales y los pluralistas
democráticos que estamos fuera de Irán por nuestros
homólogos iraníes? ¿Cómo podemos serles
útiles en su lucha?

Pienso
que el primer paso es reconocer el hecho de que hay pluralistas
democráticos en Irán que luchan por los valores
democráticos y las libertades civiles. Su lucha por el acceso
al poder de la sociedad civil iraní va más allá
de una simple competencia. El proceso de democratización en
Irán es un desafío diario no sólo político,
sino también social y cultural. La democracia no es un lugar
donde uno pueda sentarse y relajarse por el resto de su vida. Implica
una participación cívica responsable y una integridad
intelectual. Así que, sin este sentido de la responsabilidad,
no veo cómo podríamos arreglárnoslas para tener
una sociedad civil fuerte donde la gente encuentre confianza para
hablar y actuar.

Pascal
solía decir que “nos suelen convencer más fácilmente
las razones que hemos hallado por cuenta propia que aquellas que se
les han ocurrido a otros”. Esto es muy cierto respecto de nuestra
situación en Irán. Los actores de la sociedad civil
iraní necesitan encontrar su propia lógica y su
práctica de la fraternidad, antes que seguir la que se ha
impuesto sobre ellos. Pero esto no puede hacerse sin madurez
intelectual. La madurez es la condición de posibilidad del
pluralismo en la sociedad civil iraní. Me refiero aquí
a la idea kantiana de la responsabilidad moral basada en la madurez
intelectual. Como usted sabe, Kant define la inmadurez como la
incapacidad para valerse del propio entendimiento sin la guía
de otro. En otras palabras, el uso público de la razón
es la verdadera condición de la vida democrática. De
ahí que nuestro objetivo en la sociedad civil iraní sea
crear una línea horizontal de razonamiento crítico en
la esfera pública.

Creo
sinceramente que hallar un lugar para los debates filosóficos
en la esfera pública iraní de hoy constituye el nivel
más alto de madurez política. Así es como
nuestros homólogos en Occidente o en el Este pueden ayudarnos.
He tratado de invitar a escritores, filósofos y pensadores de
diferentes partes del mundo con el fin de ayudarles a entender Irán,
pero también para ampliar con ellos las discusiones
intelectuales sobre temas de gran interés para nosotros. Los
estudiantes iraníes están ansiosos por saber más
acerca de las culturas occidentales, y sienten curiosidad por
discutir sus opiniones sobre religión, democracia, filosofía
y cultura con los intelectuales occidentales. Lo que piden no es
simpatía, sino empatía. Están ansiosos por
aprender de otros y a través de este aprendizaje ser más
maduros. Una verdad fundamental que se mantiene vigente es que la
“empatía”, en tanto opuesta a la “apatía”,
constituye el estado filosófico más deseable, incluso
el definitivo, en nuestra lucha por la madurez política. Una
sociedad civil como la nuestra, que experimenta una forma alternativa
de fraternidad cotidiana, requiere empatía y solidaridad. La
empatía, para nosotros, es la condición de pertenencia
a una esfera pública global.

En
consecuencia, no podemos pasar por un proceso de redefinición
de nuestro ser político sin haber creado esta situación
de empatía con otros. Parece claro que, en nuestra búsqueda
filosófica de madurez, necesitamos abordar la cuestión
de la empatía en el sentido de lo que Husserl llamaba
“experiencia del otro”. Es aquí donde la noción de
“solidaridad” encuentra su verdadero significado. Si entendemos
por “solidaridad” el involucrarse con la comunidad de otros para
crear un cambio, entonces la mejor forma de solidaridad con los
liberales iraníes es comprometerse en un diálogo
comprensivo y empático con ellos. Las ideas liberales son
nuevas en un país como Irán. Tienen sólo cien
años. Para interiorizarlas, la sociedad civil iraní
necesita conocerlas mejor. Esto no puede hacerse por medio de la
violencia o de la exportación de ideas. Necesitamos debatir
más entre nosotros. El internacionalismo, el liberalismo y la
democracia son conceptos poderosos y en verdad han comenzado a
dominar todos los debates dentro de la sociedad civil iraní.
Pero necesitamos examinarlos juntos críticamente. Aquí
es donde el concepto de madurez se vincula con el de solidaridad. La
solidaridad no significa caridad, no significa intervención y
no puede reducirse al altruismo. Antes bien, es algo que crece a
partir de la comprensión de una responsabilidad común.
Está en nuestra responsabilidad común como liberales
ayudar a la sociedad civil iraní a crecer.

Usted
ha dicho que “vivir en Irán es vivir en el límite y
luchar como un intelectual es como caminar sobre la cuerda floja”.
¿Puede explicar esto?

El
trabajo de un intelectual requiere vivir en el límite. Ésta
es la única manera en que puede asirse la esencia de la vida.
Lo anterior es aún más verdadero en un país
demandante como Irán. ¿Recuerda el epígrafe a la
gran novela de Somerset Maugham El
filo de la navaja
, tomado de los Upanishads: “Arduo es
pasar por el agudo filo de la navaja. Y penoso es, dicen los sabios,
el camino de la Salvación”? Supongo que lo que trato de
decir es que uno se acostumbra a vivir entre desafíos en una
sociedad donde no existe tal cosa como una vida simple y llana. La
vida no es fácil cuando tienes que vivir moralmente frente a
la falsedad. Tal vez los intelectuales en Irán han aprendido a
enfrentar una vida de desafíos porque el desafío de la
verdad es más crucial en su existencia de lo que es para
otros. Creo que uno no puede ser amigo de la verdad sin vivir en el
límite. Pero para hacer eso uno debe estar atrapado por la
idea y la pasión de que la vida y el pensamiento son una sola
cosa. Si pensar y sentirnos vivos se vuelven una sola cosa para
nosotros, entonces sin duda podemos llegar a la conclusión de
que vivir una vida de retos en Irán es un proceso importante.
Para mí, en tanto filósofo iraní, pensar
diferente es una forma de ir más allá de los desafíos
de mi vida diaria en Irán. Se trata de una apertura al mundo
que va de la mano con el acto de ser libre. Pienso que este diálogo
interno con uno mismo –este escuchar la voz interior, como Gandhi
solía decir–, y también el experimentar un agudo
sentido del mundo, podrían constituir no sólo una
búsqueda de significado, sino también la actividad
incesante e inagotable de cuestionar la naturaleza del mal al que uno
debe confrontar en la vida política.

En
Irán hemos crecido acostumbrados a vivir con el mal político,
pero no a pensar sobre él. Pienso que hoy, más que
nunca, nuestro modelo de pensamiento y nuestro modo de juzgar en la
sociedad iraní tienen un papel crucial si se trata de
determinar hacia dónde puede ir el país desde aquí.
Pensar la democracia y establecer un gobierno democrático en
un país como Irán no es tarea fácil. A
diferencia de lo que piensa la gente, es más que una simple
empresa política. El desafío aquí estriba en
concentrarse en el proceso democrático de construcción
de una conciencia: una conciencia que puede proporcionar continuidad
a las estructuras políticas de la democracia por la vía
del contraste con nuestras tradiciones autoritarias. Es aquí
donde el pensamiento filosófico viene en nuestra ayuda como
una gramática de resistencia ante la tiranía de la
tradición. Esto no significa que considere todo el tremendo
acervo de tradiciones iraníes como meros errores del pasado.
Significa que nuestras tradiciones sociales y políticas son
aceptables en la medida en que nos permitan pensar libremente.
Después de todo, podemos sentirnos en nuestras tradiciones
como en casa. Pero necesitamos distinguir entre un falso sentido de
pertenencia y el respeto por un espacio común donde pueda
tener lugar la pluralidad de voces.

Debo
admitir que guardo la mayor de las simpatías por un modo de
pensar que lleve a los intelectuales a una lucha contra la desidia y
contra la aceptación de las cosas como son, contra el hablar y
actuar por el llamado de la autoridad, de la tradición o de la
lealtad personal. Aquí, creo, yace la profunda paradoja entre
vivir en y por
la verdad, y comprometerse con una cultura donde uno pueda sentirse
como en casa. Gracias a las tradiciones occidentales de pensamiento,
aprendí a pensar filosófica y políticamente,
pero me he rehusado de manera sistemática, durante los últimos
treinta años de mi vida intelectual, a abandonar la cuestión
iraní como punto focal de mi pensamiento filosófico y
político. En Irán, un pensador independiente y crítico
que asume la responsabilidad por el estatus marginal que se le imputa
es un acróbata caminando sobre una cuerda floja. ~

Traducción
de Marianela Santoveña

©
opendemocracy.net

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