Comenzó como un ingenioso esfuerzo de marketing, pero se ha vuelto una pieza central de la identidad digital de millones de personas. Desde 2016, la compañía de streaming musical más grande del planeta ha lanzado Spotify Wrapped, una campaña consistente en presentarle a los usuarios un reporte anual de su consumo en la plataforma. Este reporte contiene una variedad de datos recabados por la misma aplicación durante un año: horas y minutos escuchados, artistas favoritos, canciones más reproducidas y algunas otras curiosidades, como el día que más música se escuchó durante los últimos 365.
Spotify Wrapped se despliega en una serie de coloridas diapositivas con gráficos en movimiento que pueden compartirse en las redes sociales con frases presuntamente en onda pero con un discurso por momentos bajoneante. “La vida pasa rápido”, comienza el Wrapped de este año, “por suerte, aquí llevamos registro”. La aplicación procede entonces a vomitar una serie de datos que parecen calibrados para un momento social de ensimismamiento y fijación ególatra.
Se me informa, por ejemplo, que durante 2024 escuché en Spotify 33,235 minutos entre música y podcasts. ¿Cómo se desglosaron estos minutos? Por favor, no permitan que mi mal gusto eclipse a mi argumento, pero aquí voy. El día que más tiempo pasé escuchando contenido en la plataforma fue el 12 de septiembre, cuando pasé ahí 623 minutos. La canción que más escuché fue “Houdini” de Dua Lipa, con lo cual estuve en el 0.005% de los oyentes principales de todo el mundo. El podcast que más escuché fue Behind the bastards, conducido por Robert Evans. Por último —porque no pienso revelar más e incluso revelar esto me parece ya atrevido—, la banda que más escuché fue Interpol, con más de 800 minutos.
Spotify Wrapped se ha vuelto una tradición en los ocho años que lleva publicándose. Desde su primera edición, la plataforma ha incentivado que el reporte se comparta en las redes sociales. Nuestros conocidos en Instagram y en X/Twitter han presumido sus resultados, muy orondos de situarse en el 0.001% de escuchas de David Bisbal o de haber reproducido 856 veces “El amor acaba” de José José, y Wrapped se ha consolidado como un símbolo de autoafirmación en la era digital, donde cierta audiencia busca estadísticas que refrenden su identidad. O al menos ese era el discurso que lo sostenía hasta este año.
Desde 2022 hemos vivido un periodo de intensa promoción de la inteligencia artificial y sus presuntas bondades. El lanzamiento de Midjourney en julio y ChatGPT en noviembre de 2022 marcaron el inicio de una era donde se nos quiere ensartar a la IA hasta en la sopa; programas de edición de gráficos y videos, bots refinados que contestan con una prosa engolada y palpablemente plástica, teléfonos de última generación que borran indeseables o añaden ausentes con un swipe. Spotify no se ha quedado atrás al incorporar esta tecnología de punta.
Este año, la plataforma presentó unos podcasts personalizados conducidos por una IA cuya voz es una invitación al suicidio. “Si escuchas algo que no te gusta, te juro que es súper fácil cambiar la vibra”, me dijo la locutora con una chavorruquez casi ofensiva hace un momento, mientras escribo este texto, para acto seguido poner uno de mis tracks favoritos: “Let the storm pass”, de Lewis Woods, que es un trepidante… sonido ambiental de lluvia y tormenta que pongo en loop para dormir. Un desastre, vaya. En algunos países angloparlantes, el Wrapped incluyó un podcast especial conducido por esta IA.
Si Wrapped es, en el fondo, poco más que un ingenioso recurso publicitario diseñado para darle la vuelta al minado de datos y presentarlo como un rico masaje al ego, en 2024 se sintió menos como un masaje y más como una fría palmada en la espalda. Además de los textos tiesos e impersonales, el Wrapped de este año presentaba una sección llamada “Tu evolución musical”, que ordenaba por delirantes “etapas” los meses según lo que se escuchó: “Marzo fue tu etapa princesa rosa de pilates strut pop”, me dijo el mío, o también: “Abril fue tu etapa criatura de la noche, juegos de ritmo e indie rock”. No puedo saber si esas conceptualizaciones provienen de una mente humana o de un azar algorítmico y, la verdad, no sé cuál de las dos posibilidades resulta peor.
Los resultados de todas estas presuntas innovaciones fueron quejas por todos lados. Los usuarios aseguraron que sus números habían sido modificados, y si ustedes como yo pierden más minutos de los que deberían en TikTok, sabrán que algunas personas parecían tener muy buenos argumentos para afirmarlo. La pena ajena fue el común denominador en todos aquellos que escucharon el podcast de sus gustos anuales o que recibieron esas categorías insulsas. “¿Odias tu Wrapped? No estás solo”, anuncia el titular de este texto de Rolling Stone que resume la experiencia de algunos usuarios: “decepcionante”, “fallida”, “carente de esfuerzo real”. Atrás quedaron los datos curiosos, las sagaces referencias a memes y el uso ingenioso de cierta información particular de cada usuario que se había visto en años pasados. Impersonal debe ser la palabra que mejor define la experiencia de Spotify Wrapped 2024.
La palabra adquiere mayor sentido cuando se recuerda que Spotify despidió al 20% de su personal hace poco y que la plataforma ha virado para incorporar a la automatización logarítmica en sus funciones. En el gélido mundo de los inversores, dejar de pagarle a unos seres humanos por realizar una labor que puede replicar una máquina es una decisión perfectamente razonable, pero la racionalidad extrema del inversionista es una trampa, como la historia ha demostrado en múltiples ocasiones.
La reacción simplista a este cuestionamiento sería mantener a los seres humanos y desechar por completo a la IA. Confieso que me siento atraído por esta postura neoludita, que aboga por incendiar la tecnología y correr de vuelta a las colinas. Confieso, también, que me parece insuficiente. La inteligencia artificial generativa no es sino una pieza más en una evolución que comenzó hace mucho tiempo y que continúa en distintos campos del conocimiento humano; lo que nosotros vemos en manifestaciones como el Spotify Wrapped o las fotos de Dua Lipa con la playera del Cruz Azul son apenas los más banales intentos por convertirla en una herramienta de uso común. En tanto una herramienta de procesamiento masivo de datos, la IA no es del todo distinta al autocompletado del correo electrónico o a la selección automática de “los mejores asientos” en el cine o en los aviones. Por mucho que me disguste, en el fondo no es algo inédito.
El error, en realidad, está en pensar que puede haber tecnología sin seres humanos. Digo esto en general, pero vuelvo al caso particular de Spotify Wrapped 2024. Las estadísticas de lo más oído están todo lo bien que quieran, pero lo que omite la plataforma es la relevancia emocional. ¿Por qué escuché tanta música ese día de septiembre? Porque me estaba preparando para un concierto de un artista que no conocía pero que le importaba a alguien que me importa. ¿Por qué escuché tanto “Houdini” de Dua Lipa? Porque no solo Dua Lipa me parece la diva más interesante del pop mainstream contemporáneo –aunque Chappelle Roan va ganándose su lugar ahí–, sino porque estaba completamente eclipsado por su puente, por la carcajada macabra que se esconde en el minuto 2:37 y por el delirante solo de Kevin Parker de Tame Impala. ¿Por qué escuché tanto Behind the bastards? Por un cruce entre mi preocupación ante la popularidad de los discursos fascistas y mi interés casi obsesivo en la humanidad de las personas que considero, chin, “malvadas”. ¿Por qué escuché tanto a Interpol? Porque, aunque son una de mis bandas favoritas y visitan la ciudad relativamente seguido, nunca había logrado ir a uno de sus conciertos y, cuando por fin lo logré, fue con el mismo amigo con el que descubrí la banda a principios de los años 2000, cuando estudiábamos la secundaria.
Spotify puede saber solo la parte más superficial de todo esto y, por lo tanto, solo puede devolverme las anotaciones más banales al respecto, pero estoy seguro de que ninguna de mis experiencias es únicamente mía: es más que probable que haya al menos algunos otros millones de personas que las compartan. El disfrute de la música es humano antes que estadístico; cualquier reducción de la experiencia a un número implica una erosión brutal de su riqueza. Spotify ha anunciado que ese rumbo le interesa menos; se rompe así la antigua promesa de un lugar donde se puede encontrar todo lo que queremos escuchar.
Lo cierto es que el lugar donde se puede encontrar todo lo que queremos escuchar ya existe y es el mundo mismo. La sobrecarga de digitalidad ha provocado, al menos en una parte de nosotros, un ansia por entornos menos totalizantes. Los curadores, los críticos musicales que parecen ya casi al borde de la extinción y al mismo tiempo muy resistentes, los coleccionistas que siguen construyendo librerías de cassettes, CDs y vinilos. Plataformas como Last.FM, Bandcamp o Soulseek pueden funcionar para conectar en línea con otros escuchas y otros músicos. Mi librería de iTunes –que mantengo en una versión vieja para poderlo conectar a un iPod clásico que siempre llevo en el bolsillo– cuenta una historia radicalmente distinta a la de Spotify Wrapped. Los listening bars y las listening parties, que nunca se fueron del todo, han experimentado un auge en la última década.
Spotify Wrapped es un espejismo en apariencia inofensivo pero, en el fondo, profundamente pernicioso. Como buen reflejo, ofrece siempre la tentación de embelesarnos demasiado con nuestra propia imagen; con su lenguaje totalizante y su pavoneo estadístico, es claro que la plataforma aspira a convertirse en la única fuente de música y podcasts a la que podamos recurrir. Por fortuna, está en nuestras manos evitar que la textura de nuestras experiencias musicales sea aplanada en pos de un gráfico digital dinámico, lustroso y hueco. Quiero pensar que por fortuna. ~
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.