Fueron
días gloriosos. El 8 de enero de 1959, a los 32 años de
edad, Fidel Castro entró triunfalmente en La Habana y en la
historia al frente de un pequeño y pintoresco ejército
de guerrilleros barbudos. Una semana antes, el dictador Fulgencio
Batista –un militar corrupto al que le atribuían una fortuna
de varias decenas de millones de dólares robados al erario
público– había huido del país junto a sus
familiares y colaboradores más íntimos. Prácticamente
toda Cuba se volcó en las calles para recibir con aplausos al
joven héroe que había logrado el milagro de derrotar a
un ejército convencional infinitamente superior al de los
insurgentes. El entonces juvenil Fidel Castro –alto, corpulento,
locuaz hasta la desesperación de sus interlocutores– era un
abogado sin la menor experiencia profesional, divorciado de una
bonita señora cuya familia estaba vinculada al gobierno de
Batista, con la que había tenido un hijo.
De
niño rico rural a estudiante urbano
con
los jesuitas (1926-1945)
A
su vez, Castro era hijo, junto a otros cinco hermanos, del segundo
matrimonio de un rico empresario rural llegado a Cuba a fines del
siglo XIX como humilde soldado del ejército español
derrotado por Estados Unidos durante la guerra de 1898. Es posible
que ese último dato contribuyera a la posterior actitud
antiamericana del muchacho, y es más que probable que esa
percepción se reforzara durante sus estudios de bachillerato
(1940-1945), realizados en un colegio de elite que los jesuitas
españoles poseían en La Habana, muchos de ellos
simpatizantes de Francisco Franco y enemigos ideológicos de
las ideas democráticas. En todo caso, es significativo que
algunos compañeros de Castro de aquella época –la de
la Segunda Guerra Mundial– lo recuerden como un excelente atleta y
como un entusiasta partidario de los avances del ejército
alemán, fielmente seguidos en un mapa abarrotado con las
banderillas triunfantes del Tercer Reich.
El
adolescente atlético se convierte
en
un universitario revoltoso (1945-1952)
Pero
fue en la universidad (1945-1950) donde por primera vez la prensa
nacional cubana recogió el nombre de Fidel Castro, a quien
señalaban como un miembro destacado de las pandillas
gangsteriles
universitarias. Lo acusaron (sin poder demostrarlo) de participar en
los asesinatos del líder estudiantil Manolo Castro (con el que
no estaba emparentado), de Justo Fuentes, otro estudiante, y del
sargento de la policía universitaria Fernández Caral.
También, en otro hecho de sangre –éste sí ante
testigos–, de herir a balazos y a traición a un adolescente
llamado Leonel Gómez.
En
todo caso, Castro, con un expediente mediocre y esos tremebundos
antecedentes policiacos, logró graduarse de la carrera de
Derecho y comenzó a militar en el Partido Ortodoxo –grupo
que lo postulara al congreso de la República–, una formación
política vagamente socialdemócrata, dirigida por un
popular demagogo, Eduardo Chibás, que en 1951 acabó
suicidándose de un tiro en el vientre mientras lanzaba una
dramática arenga radial a sus partidarios.
Pese
a esa militancia en el Partido Ortodoxo, fue precisamente a fines de
los años cuarenta e inicios de los cincuenta cuando Castro
tuvo su primera vinculación estrecha con las ideas comunistas.
Su amigo y joven mentor Alfredo Guevara le puso en las manos ciertos
manuales marxistas, y Fidel tomó un cursillo doctrinal de
varios días que se impartía en la sede de la agrupación
de los comunistas en La Habana, que en Cuba llevaba el nombre de
Partido Socialista Popular. Armado con esas ideas revolucionarias
elementales, que le proporcionaban una visión de la realidad
internacional, un diagnóstico de los males que aquejaban al
país y le proponían soluciones drásticas,
sumadas a su ya acendrado antiamericanismo, a su temperamento
autoritario y a su pulsión psicológica por la
violencia, sólo había que esperar la oportunidad en que
fuera posible presentarse al pueblo cubano vestido de Mesías,
pero con dos pistolas al cinto.
Fue
en aquellos tiempos cuando adquirió el gusto por las grandes
aventuras internacionales: en 1948 se enroló en una frustrada
invasión desde Cuba a República Dominicana, encaminada
a derrocar al dictador Rafael L. Trujillo. La expedición no
llegó a zarpar de las costas cubanas. Pocos meses más
tarde, Fidel participó en una delegación estudiantil
cubana que viajó a Bogotá, invitada a un congreso
antiimperialista fomentado y costeado por Perón. Su presencia
en la capital colombiana coincidió con el asesinato del líder
liberal Jorge Eliécer Gaitán y los terribles disturbios
que se sucedieron. Fidel Castro, rifle en mano, con apenas veintiún
años, trató infructuosamente de sublevar a los policías
de una comisaría bogotana, por lo que resultaría
detenido. De Colombia saldrían expulsados los estudiantes
cubanos, y Fidel entre ellos, en un avión fletado por la
embajada de La Habana en ese país.
El
universitario radical se transforma en líder de la lucha
armada (1952-1956)
Esa
oportunidad –la de presentarse al pueblo como un ángel con
escopeta, como los que pintaban en las colonias americanas dentro del
arte barroco– se la dio Batista en marzo de 1952, tras organizar un
exitoso golpe militar que derribó las instituciones
democráticas de la República y lanzó al exilio
al presidente constitucional del país. A partir de ese
momento, Fidel Castro creó un grupo de acción, lo
adiestró vagamente en el manejo de armas ligeras, y el 26 de
julio de 1953, junto a varias docenas de jóvenes rebeldes, se
lanzó al asalto del Cuartel Moncada, en la ciudad de Santiago
de Cuba, en el oriente de la Isla. El plan, totalmente descabellado,
consistía en tomar la fortaleza –la segunda más
importante del país–, sustraer las armas, repartirlas al
pueblo y marchar hacia La Habana. Naturalmente, la aventura fracasó
casi de inmediato y los soldados mataron en combate o asesinaron tras
apresarlos y torturarlos a más de medio centenar de
asaltantes.
Como
consecuencia de estos hechos, Castro fue condenado a quince años
de cárcel, pero a los veintiún meses de reclusión
consiguió ser indultado a resultas de una enérgica
campaña de prensa. En el verano de 1955, acompañado de
algunos de sus seguidores, marchó a México, ya con la
idea de regresar a Cuba al frente de un grupo de insurrectos. Y así
fue: una vez en el país azteca, con el auxilio de Alberto
Bayo, un ex general de la Guerra Civil española, y de Miguel
Sánchez, un cubano ex combatiente en Corea, comenzó el
adiestramiento de las futuras guerrillas. Entre los reclutas estaba
un joven médico argentino llamado Ernesto Guevara al que sus
camaradas comenzaron a llamar “Che”. Guevara procedía de
la experiencia guatemalteca, donde en 1954 había sido
derrocado el presidente izquierdista Jacobo Arbenz tras un golpe de
estado propiciado por la CIA. Ya Guevara se consideraba marxista, y
en las discusiones políticas que entonces sostuvieron en torno
a la invasión rusa a Hungría en octubre de 1956, su
posición era francamente prosoviética. Castro se
mantenía en silencio, aunque sus compañeros de entonces
recuerdan que parecía coincidir con el argentino.
A
fines de noviembre de 1956, junto a otros 81 combatientes, finalmente
Fidel Castro zarpó rumbo a Cuba en el yate Granma, una vieja
embarcación de recreo comprada con cincuenta mil dólares
entregados por el ex presidente Carlos Prío. El plan era tan
sencillo y absurdo como el del asalto al cuartel Moncada. Poco antes
del desembarco, las fuerzas clandestinas del Movimiento 26 de Julio
–así habían nombrado al grupo fidelista–, dirigidas
por Frank País, tomarían la ciudad de Santiago de Cuba,
ese hecho coincidiría con la llegada de los expedicionarios, y
entonces comenzaría una invasión popular desde el
oriente al occidente del país. El propósito no era dar
inicio a una guerra prolongada, sino a una fulminante revolución.
Pero
no sucedió así: fracasó el intento de toma de la
ciudad; el desembarco, realizado el 2 de diciembre de 1956, fue
detectado por el ejército de Batista, y en el primer combate
las fuerzas invasoras quedaron reducidas a unos escasos dieciocho
guerrilleros que lograron internarse en la Sierra Maestra. Entre
ellos estaban Fidel, su hermano Raúl y el Che Guevara. El
resto de los expedicionarios murieron, lograron escapar o fueron
hechos prisioneros.
De
persona a personaje: el líder deviene
en
Comandante y construye su imagen
permanente
(1956-1959)
Una
vez en la Sierra Maestra, la persona llamada Fidel Castro construyó
el personaje que habitaría desde entonces: un Comandante
barbudo, vestido de verde oliva. Nunca más se quitaría
ese disfraz, lo que explica que su rostro peculiar, millones de veces
reiterado por la prensa y la televisión, sea el más
conocido de entre todos los políticos que gobiernan el
planeta.
La
aventura de Sierra Maestra duró escasamente veinticinco meses
y se saldó con tres docenas de combates menores y unos cuantos
centenares de muertos. El ejército de Batista, aunque
infinitamente más poderoso que la guerrilla, estaba
desmoralizado por la corrupción de los altos mandos y peleaba
poco y mal, mientras el conjunto de la sociedad rechazaba al
dictador. Cuando Batista sintió que había perdido el
apoyo de Estados Unidos –algo que se hizo evidente a partir de un
embargo a la venta de armas decretado por Washington en abril de
1958–, comenzó a planear su fuga.
Durante
los dos años de jefe guerrillero en Sierra Maestra, Fidel
Castro se labró una leyenda que tuvo su primer momento estelar
en una serie de tres entrevistas y reportajes que le hizo Herbert
Matthews, veterano periodista de The
New York Times. En esos textos, Fidel le aseguró a
Matthews que era sólo un demócrata, sin ningún
aprecio por el comunismo, que sólo deseaba traer la libertad
al país. Matthews lo creyó, como una década
antes había creído a Mao cuando éste le dijo que
apenas era un reformador agrario. En todo caso, en ese periodo Castro
creó el núcleo central de lo que luego sería la
estructura de su gobierno y de sus fuerzas armadas.
El
Comandante se convierte en un jefe de estado
comunista
(1959-1970)
Castro
no perdió mucho tiempo en mostrar sus verdaderas intenciones
políticas. Comenzó por fusilar a numerosos ex militares
y ex policías del régimen derrotado, pero a los pocos
meses ya se produjo un enfrentamiento dentro de las filas de los
revolucionarios, cuando se hizo evidente que había girado
hacia el comunismo y crecía la presencia soviética en
Cuba. Algunos comandantes de la Sierra Maestra escaparon al exilio
(Pedro Luis Díaz Lanz), fueron encarcelados (Huber Matos) o
fusilados (Humberto Sorí Marín). En octubre de 1960
todas las grandes empresas del país fueron nacionalizadas. Los
medios de comunicación fueron confiscados, al igual que las
escuelas. En abril de 1961, víspera de la invasión de
Bahía de Cochinos, Fidel Castro declaró paladinamente
el carácter comunista de su gobierno. Cuatro días más
tarde, la invasión, compuesta por unos mil quinientos
exiliados, adiestrados y armados por Estados Unidos, era derrotada y
casi todos los expedicionarios fueron hechos prisioneros.
El
siguiente hito histórico sucedió apenas dieciocho meses
después. En octubre de 1962 el espionaje norteamericano
descubrió bases de cohetes soviéticos en Cuba. El
presidente John F. Kennedy –que había puesto en marcha el
embargo comercial contra el gobierno cubano– ordenó el
bloqueo naval de la isla y amenazó a Moscú con destruir
las bases e invadir Cuba si los cohetes no eran retirados. Nikita
Kruschev, contra el consejo de Fidel Castro, que recomendó un
ataque nuclear preventivo contra Estados Unidos, accedió a la
petición norteamericana, pero le arrancó a Washington
la promesa de no atacar a Cuba ni propiciar que otros países
lo hicieran. El mundo estuvo más cerca que nunca
(literalmente, a minutos) de una conflagración atómica.
Fue el episodio más peligroso de la Guerra Fría.
A
partir de ese momento, el gobierno cubano –mientras se enfrentaba a
una prolongada rebelión campesina en las montañas del
Escambray– se convirtió en una de las vertientes más
agresivas del comunismo y La Habana pasó a ser el punto de
reunión del radicalismo violento de la izquierda en el mundo.
Terroristas y guerrilleros de medio planeta se adiestraron en Cuba.
Miles de homosexuales fueron internados en granjas militarizadas para
curarlos de sus “vicios burgueses”. Los presos políticos
se contaban por decenas de millares. Mientras tanto, el país
profundiza el modelo comunista. En 1967, el Che Guevara muere en
Bolivia al frente de una guerrilla. En 1968, Fidel Castro, en medio
de un espasmo colectivista, confisca todos los pequeños
negocios que quedaban en manos privadas. El desabastecimiento, la
inflación y la caída de la producción generan
una severa crisis económica en el país.
El
jefe de estado comunista se coloca en la órbita de Moscú
(1970-1992)
Abrumado
por el colapso de la economía, Fidel Castro acepta el modelo
de administración soviético y se alinea con los demás
satélites de la URSS. Moscú aumenta sus subsidios
paulatinamente, y la isla, posteriormente, se integrará en el
CAME. Castro continúa desempeñando un rol importante en
la lucha armada contra los intereses occidentales. Entre 1975 y 1989
los ejércitos cubanos pelearán en África, tanto
en Angola como en Etiopía. En 1976 Cuba promulga una nueva
constitución inspirada por la búlgara. Un año
antes el Partido Comunista había celebrado su primer congreso
y parecía que la dictadura se institucionalizaba. Era una
fantasía: Fidel continuaba mandando sin limitaciones.
Bajo
la orientación y la ayuda rusas, Cuba logra ciertos éxitos
en el terreno educativo y en los deportes. Se extienden los servicios
de salud a casi toda la población. Decenas de miles de
estudiantes cubanos marchan al campo socialista. Otras decenas de
millares de trabajadores se radican en Alemania del Este, Hungría
y otros países del bloque socialista. Cuba, sin embargo, no se
integra en el Pacto de Varsovia para no irritar a Estados Unidos
innecesariamente. En 1979 Fidel Castro alcanza el cenit de su poder
político. Sus tropas han triunfado en Angola y en Etiopía,
mientras los sandinistas, con su ayuda, han derrotado a Somoza. Lo
nombran presidente del Movimiento de los no alineados.
No
obstante, a principios de los años ochenta, Fidel Castro no
está satisfecho con la sovietización de la isla y le da
inicio a lo que llama “política de rectificación de
errores”. En abril de 1980, en setenta y dos horas, once mil
personas buscan asilo en la embajada de Perú en La Habana. Hay
mucho malestar en la sociedad cubana y Castro piensa que la URSS se
está aburguesando y que las reformas y la descentralización
introducen elementos de corrupción ideológica. Castro
es notablemente más marxista-leninista que Moscú. En
1985, Gorbachov asciende al poder en el Kremlin y trae bajo el brazo
dos mercancías que asustan a Castro: la perestroika
y la glasnost.
Castro se horroriza y por primera vez se censuran las publicaciones
soviéticas en la isla. Ya no circulará más la
revista Sputnik y
son llamados a Cuba los estudiantes que estaban en el Este. En 1989,
como parte de esos enfrentamientos, son fusilados el general Arnaldo
Ochoa, el coronel Antonio de la Guardia y otros dos oficiales. Se les
acusa de corrupción y de narcotráfico, pero el problema
de fondo era el entusiasmo de estos altos oficiales con el cambio.
A
principios de noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín y
comienza la disolución del Bloque del Este. Fidel Castro toma
el camino del inmovilismo y asegura que la isla se hundirá en
el mar para siempre antes que abandonar el comunismo. Promete que la
sociedad cubana preservará el sistema para el momento en que
la humanidad recobre la cordura. En 1991 y 1992 entra en crisis la
URSS hasta su desaparición definitiva. Boris Yeltsin pone fin
a los subsidios a Cuba. Hasta ese momento los cubanos, según
la economista Irina Zorina, habían recibido de Moscú
más de cien mil millones de dólares a lo largo de los
treinta años de fuertes vínculos políticos y
económicos.
El
Comandante inaugura el interminable
“periodo
especial” (1992-hoy)
El
fin del subsidio soviético y la desaparición del campo
socialista produjeron una contracción del consumo de los
cubanos en un 40%. En los años 1992 a 1995 esto significó
hambre y desnutrición generalizados, al extremo de que varias
decenas de millares de personas se vieron afectadas por neuritis
periférica como consecuencia de las carencias, y muchos de los
afectados quedaron ciegos.
Ante
esta situación, Castro, muy contra sus convicciones, autorizó
algunas reformas que lo ayudarán a paliar la crisis. Se asoció
con inversionistas extranjeros, estimuló el turismo,
despenalizó la tenencia de dólares, liberalizó
tímidamente la producción y comercialización de
alimentos, y permitió el trabajo por cuenta propia, pero sin
autorizar el menor atisbo de libertad política. A los pocos
años, la sociedad cubana había encajado el golpe,
aunque todavía hoy no ha recuperado los índices de
producción y consumo de 1989. Sin embargo, a principios de
2000 comenzó de nuevo una involución hacia la ortodoxia
comunista y se anularon algunas de las leves reformas emprendidas
anteriormente. El quinto congreso del Partido Comunista (1997), muy
enfático en la defensa de la ortodoxia, había señalado
el inicio de la contramarcha en dirección del colectivismo.
Aparece
Hugo Chávez y Fidel Castro renueva
su
papel de Mesías y su visión de conquista
planetaria
A
fines de 1998, mientras la sociedad cubana estabiliza poco a poco su
miseria, el teniente coronel Hugo Chávez gana las elecciones
en Venezuela. Se trata de un amigo y discípulo de Fidel que no
tarda en ofrecerle ayuda económica. En abril de 2002 Chávez
es víctima de un efímero golpe de Estado, y Castro lo
ayuda a superar la crisis y a recuperar el poder. Comienzan a
circular rumores de que Fidel Castro padece de cáncer. Los
lazos entre Chávez y Castro se multiplican.
En
diciembre de 2005, en Caracas, el canciller cubano Felipe Pérez
Roque, en un importante discurso, revela el nuevo rol de los dos
países: el eje Caracas-La Habana va a sustituir a la extinta
URSS en la tarea de conquistar el mundo para el socialismo del siglo
XXI. Bolivia, tras el triunfo de Evo Morales, se les unirá
poco después. El procedimiento será el empleado en
Venezuela: se llegará al poder por la vía democrática
y, una vez con el control del gobierno, se hará la revolución.
El marxismo no ha muerto: ha encontrado otra vía. La primera
tarea será conquistar a América Latina. Estados Unidos
luego caerá bajo el peso de sus contradicciones internas y el
empuje de los nuevos países revolucionarios. Chávez
piensa que él verá ese desenlace.
Castro
sabe que no contemplará la derrota de Estados Unidos, mas se
siente feliz. El Comandante cree que la revolución está
en marcha. Lo dice en un discurso pronunciado el 26 de julio de 2006,
pero al día siguiente sufre una copiosa hemorragia intestinal.
Lo operan de emergencia pero las complicaciones postoperatorias son
graves. A principios de agosto traspasa la autoridad y los cargos
provisionalmente a
su hermano Raúl. Es tal su apego al poder que no se atreve a
renunciar con carácter permanente ni Raúl tiene el
valor de sustituirlo plenamente. Se difunde la falsa noticia de su
pronta recuperación. Comienzan a desfilar por La Habana los
viejos y nuevos amigos. El Comandante se va apagando poco a poco.
Aseguran que aparecerá el 2 de diciembre totalmente
restablecido. Ni siquiera pueden enseñarlo. Es un pobre
anciano golpeado por las infecciones y con evidente pérdida de
sus facultades mentales. Por fin, se anuncia su muerte. Lo llora una
extensa y confusa familia de hijos conocidos, sospechados y
desconocidos. Castro ha gravitado medio siglo sobre la república
de Cuba. Los funerales son prolongados y emotivos. Deja tras de sí
un país totalmente diferente al que recibió que tardará
una generación en reinsertarse al mundo occidental. Fidel, en
cambio, nunca cambió: la persona siguió escondida tras
el personaje hasta el último minuto de su vida. Lo enterraron
disfrazado del Fidel Castro que se inventó en Sierra Maestra,
hace ya cincuenta años. ~
(La Habana, 1943) es periodista y ensayista. En 2010 recibió el Premio Juan de Mariana en defensa de la libertad. Su libro más reciente es la novela La mujer del coronel (Alfaguara, 2011).