Lo que no contó Perruca (alrededores de El Niño Gusano)

Andrés Pérez Perruca ha condensado en un libro de 900 páginas una generación, una ciudad, un país, una banda, varios poetas y vividores.
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¿Es posible que quede algo sin contar después de novecientas páginas? Quizá no sean historias distintas, solo miradas diferentes, algunos colores con matices, alguna especia que se guardó bajo secreto en el guiso definitivo de las páginas. El libro de Andrés Pérez Perruca, batería de El Niño Gusano, socio de El fantasma de los ojos azules, uno de los bares más importantes de la Zaragoza de los 90, colaborador de Zona de Obras y, más tarde, coordinador, agitador, demiurgo de la cultura en distintos lugares de rancio abolengo en la capital de España, Andrés Pérez Perruca ha condensado –y sí, uso esa palabra, aunque suene a broma–, una generación, una ciudad, un país, una banda, varios poetas y vividores. El libro se puede leer en distintas direcciones: siguiendo la numeración o en un orden alternativo propuesto también por el autor. Ese es el que usado yo, deambulando por los distintos estadios de El Niño Gusano, desde sus primeras canciones, incluyendo el recuerdo de los grupos maqueteros de Algora, poeta y cantante, centro del libro, fallecido en 2008 –que tras la muerte de Algora esos grupos acabarán siendo recuperados con un lujo propio de los grandes caídos por el pop–. De las maquetas al primer éxito, a la tienda de discos Plasticland, que trae los años noventa a Zaragoza en forma de vinilos de sellos pequeños y primeras grabaciones de lo que serán las discográficas independientes, con el sello autóctono Grabaciones en el Mar, dirigido por uno de los personajes más curiosos –dentro de la galería de curiosidades del Doctor Algora–, que es el ínclito Pedro Vizcaíno. Aquí voy a incluir una de las primeras historias que no se cuentan: mi mujer vivía en un pueblo pequeño y, cuando fue a estudiar a Zaragoza, compraba los discos en Plasticland. Yo, que estuve cuarenta años habitando una circunferencia con centro en casa de mis padres y radio de mil quinientos metros, nunca puse un pie allí. Eran, dicen, los mejores discos del mundo, los que Pedro y Sergio, Vizcaíno y Algora, sabían que iban a volver loco a un mundo aburrido.

Cuando estoy leyendo/escribiendo sobre Vida de un pollo blanquecino de piel fina aprovecho para engañarle con un libro sobre el único disco de Family (Nota: Un soplo en el corazón. El misterio de Family de César Prieto, editado por EFE EME) y por otro escrito por Fernando Alfaro (Nota: Mundo turbio, una novela y todas las canciones de Fernando Alfaro, editado por Contra) y me compro un libro, Plásticos, sobre la historia de las tiendas de disco en España (Nota: Plásticos, coordinado por Manuel Celso Puñonrostro y editado por LaFonoteca), cuyo prólogo escribe Andrés Perruca y el texto sobre Plasticland, Pedro Vizcaíno. Una tormenta de tres días derrota el techo del local donde guardo mis libros y mis revistas. Las goteras atraviesan el techo y empapan el libro. Me tengo que conformar con un anuncio de Plasticland que me aparece en un viejo fanzine, Estado Estacionario, publicado por la gente del bar La estación del silencio. Ese número llevaba un flexidisc de Fangoria+Family haciendo “El signo de la cruz” de Décima Víctima. También había un anuncio de El fantasma de los ojos azules. Antonio Estación y Boch, los dueños de La estación del silencio, eran habituales del Fantasma cuando cerraban su propio bar. La última canción que grabó El Niño Gusano: la canción de la pobre niña, poema de Pablo Neruda, que aparece en un recopilatorio de Zona de Obras con mucho nivel. Bunbury, Calamaro y Amaral. Más la parte independiente. Es el final. O el comienzo. Uno nunca sabe bien qué va a pasar. Rubén Scaramuzzino, la mente pensante que unió con tela de araña Latinoamérica y España, Buenos Aires y Zaragoza, le ofreció el primer trabajo de verdad a Andrés Pérez Perruca. Escribiendo en un portátil cada fin de semana. ALSA, Madrid-Zaragoza. De la avenida América a la Puerta del Carmen. Guardo bajo llaves, número primo, esos discos. Las canciones acústicas, la versión de Joy Division, los singles con pintores flamencos, Zappa y El especial amor de Zona de Obras. Rubén aparece en el libro de Perruca. Es otro de los fantasmas presentes, de los espíritus ausentes. Aparece en la misma página que Félix Romeo. Rubén y Félix. Y Sergio escribiendo sobre autores imposibles, en su clínica privada de revisión de discos. Y yo, niño de fotocopia y grapa, buscando señales entre las páginas de las revistas de los demás. Y Perruca regalándome algún texto de los que Rubén no quería para que saliera en mi fanzine, Confesiones de Margot. Y yo, obrero finalmente, espero y espero. Las llamadas de media tarde del sábado siempre traen malas noticias. Al final, o has salido o te has quedado en casa.

Pedro Vizcaíno, como muy bien cuenta Perruca o muy bien me cuenta alguien, monta el sello para publicar las canciones de El Niño Gusano: encuentro por internet una grabación del concierto de presentación del Palencia EP, la primera referencia del sello. Sería 1994,  Sergio sale en la foto, sobre el escenario de la sala En Bruto, flaco y con una camiseta blanca. La única canción que hacen en inglés se llama “Mouthless Shadow”. Y también otra que se llama “Aprenda inglés en siete días”. Perruca no cuenta si es una manera de acercarse a Derribos Arias, si es una versión personal de “Aprenda alemán en siete días”. Doy un salto, cualitativo y cuantitativo. Las versiones de El Niño Gusano darían para un libro entero. Voy a dedicarle unos cuantos caracteres: para empezar “No me puedo levantar”, que es de Mecano –y Algora siempre ha dicho que los Cano eran compositores muy buenos, que eran capaces de ser maliciosamente tóxicos sin que nadie se diera cuenta, solo había que escuchar “Perdido en mi habitación”– y el EP en el que aparece vende más que el primer disco, Circo Luso. Uno de los sitios que aparecen más en la primera parte del libro de Andrés Perruca es el bar Pyramis. Crisol de locuras y música, generador de leyendas urbanas (que incluyen una actuación nunca demostrada de Green Day y Nirvana antes de hacerse famosos), mezcladores de vino, Coca-cola, música siniestra y duros a cuatro pesetas. Pero aquel día, en el Pyramis, el mítico Santi Ric (apoderado de Manolo Kabezabolo, punk de camiseta vieja) los invita a tocar de teloneros de Killer Barbies. No me imagino lo guapa que estaría Silvia Superstar aquella noche, pero sí sé que Santi Ric, diez años después, en la puerta del Linares –otro bar mítico de Zaragoza–, no les perdona que empezaran tocando “No me puedo levantar”, siguieran tocando “No me puedo levantar” y así hasta siete veces. “Se creían muy graciosos”, me decía. Perruca, Vinadé, que sepáis que los punkis os la guardan. Tocaron el mismo tema siete veces. Y los sacaron a gorrazos del escenario del Pyramis.

La poeta Miriam Reyes escribió en un número del fanzine Confesiones de Margot sobre la adaptación al español de “She lost control” (Ella perdió el control) que ENG había grabado para un tributo a Joy Division. “Es la única canción en castellano de la historia que me gusta”, me dijo. Cuando se lo conté a Sergio Algora me aseguró que la habían grabado sobre la cama de uno de los miembros del grupo. No dentro, sobre. Por eso, imagino, no hay batería. Pared con Rafa Domínguez. Rafa podría haber sido un gusano. Antes y después. Estuvo con Sergio antes y después, en Tras el francés y Muy Poca Gente. 

Antonio Luque, Sr. Chinarro, aparece en cada uno de los capítulos de Vida de un pollo blanquecino de piel fina, es la guía sobre la que se apoya Andrés Perruca. Un libro como este no podría hacerse sin recordar los que fueron parte de El Niño Gusano, Jasón, el gran José Ramón Tenas, coleccionista y usuario de sintetizadores caseros, Paco Lahiguera, que dio lustre y guitarras y teclados en su último LP y en sus directos, Miguel Irureta y Antuan Duanel que montaron Cangrejus un verano sin vacaciones en Zaragoza. Cangrejus, por cierto, es un nombre maravilloso para un grupo, pero también lo es para una marca de jerséis en una película de Paco Martínez Soria. Escribí sobre El escarabajo más grande de Europa’, sobre 1998. El productor, Joaquín Torres, les llevó hasta la puerta de Camilo Sexto y les abrió Camilín. Estuvieron a punto de tener a Camilo haciendo coros. Las grandes leyendas urbanas. Escribí sobre Paulus e Irene, el libro de poemas de Sergio Algora que editó Olifante. Allí aparecía, por primera vez, un verso que también era una letra de canción: “Todas mis venas están vestidas de novias”. “Todas las tardes tenía fiebre”, Octavio, me contaba Sergio: “después de la siesta, antes de irme a probar sonido, antes de buscar diamantes en el Bonanza o en el Sopa de Letras o en el Fantasma. Me tomaba un paracetamol. Y se iba la fiebre. Chau. Pero un día me dijeron: mejor que no. Y me contaron que una bacteria se había metido por mi boca y había llegado a mi corazón”. A Sergio lo abrieron en canal una vez. Tuvieron que hacerlo crujir. Y, después de la recuperación, días y días en la soledad de la habitación del hospital, Andrés le llevaba revistas para adultos, en un tiempo todavía analógico, y le provocaban erecciones (las revistas, no Andrés), pero también lo hacían las pobres enfermeras, con su aroma del día entero, sus batas abiertas. Todo eso me lo contaba Sergio, todo eso lo cuenta Andrés. Explica muy bien cómo era El Niño Gusano.

Tenían que tocar en el Festival del Shaman. Era el aniversario de uno de los bares más míticos de Zaragoza (que se acabó convirtiendo en la Lata de Bombillas) y Sergio sale por la televisión, muy delgado, con el pelo corto. Tocan con Los Planetas, que presentaban Una semana en el motor de un autobús y Manta Ray antes de que se marchara Nacho Vegas a definir un nuevo lenguaje pop en España. Otra vez con el pelo corto, más hinchado, Sergio canta en el Festival de Benicàssim. Canta “Román” y salta Vinadé. Ya se ha incorporado Paco Lahiguera y eso suena bastante bien. Es el FIB de 1998. Creo. Luego lo busco. Hice artículo de casi todo, también de Circo Luso. Ese podría ser el nombre de este texto: hice artículos de casi todo. En la presentación de El escarabajo más grande de Europa Gonzalo de la Figuera escribió: Sergio Algora, voz y teclados. ¿Teclados? Sí, lo cuenta Perruca, en “Soy ruso señor”, en “Yugoslavija me gusta más”. En el concierto de Radio 3 Sergio toca una guitarra de una sola cuerda. 

Un libro pleno de recetas –no es una metáfora, no es una imagen, es una guía para aprender a cocinar en menos de mil páginas–, de listas y listas de canciones y grupos, con un eclecticismo mareante y nutritiv –tanto como los platos preparados–, resacas y amoríos velados, viajes a lugares sin nombre, gasolinas, entuertos, madrugadas que se encuentran con el amanecer y ni se saludan y, sobre todo, mucho humor aragonés. Sí, Andrés Perruca, como todos los lectores de Letras Libres saben, demuestra que, no solo todos los escritores son aragoneses, también lo es el mundo del pop en general. 

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Escribe poesía, cuentos y artículos. Colabora en distintos medios y manitene el blog Motel Margot en 20 Minutos.


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