El festival de cine independiente más importante de Estados Unidos también fue el único que, tras la pandemia, mantuvo una versión en línea. Esto no vino sin costo: cada edición disminuía el número de películas que podían ser vistas en ese formato. En un principio se debía a contratos de distribución pendientes. Luego surgió otro temor: que las películas fueran grabadas por los usuarios y circularan en la red. Un temor exagerado, pensaría uno, cuando los usuarios son periodistas y críticos respaldados por medios. Pues bien: este año fueron retiradas dos películas de la plataforma, después de que se detectaran en YouTube y cuentas privadas. No es descabellado pensar que pronto desaparezca una opción que ha permitido la cobertura de películas que no cuentan con los presupuestos de publicidad de los grandes estudios. Ofrezco una selección de propuestas que me interesaron. Casualidad o no, destaca el tema del vigilantismo y la venganza por mano propia.
André is an idiot, de Tony Benna
“Es fascinante que me esté muriendo y que quiera documentarlo”, dice el André del título del documental, ganador del premio del público en su categoría, enfermo de cáncer de colon en etapa iv. Hace esta afirmación en un tono vital, que sostiene durante los más de tres años de supervivencia que abarca el documental. Llamar fascinante a su postura revela algo esencial de André: es un hombre que se sorprende de sus reacciones ante la realidad. Esto ha probado ser un arma de doble filo: si bien su ánimo ligero ante un diagnóstico terminal permite que la crónica de su deterioro sea llevadera para la audiencia, su determinación de no tomarse en serio lo llevó a confundir los primeros síntomas (sangre en heces) con simples hemorroides. A pesar de que el título del documental condena el descuido de André, más bien celebra su necesidad de hacer reír a los demás. El director, sin embargo, no pasa por alto que esa compulsión sea un mecanismo de evasión. Los mejores momentos son aquellos en los que logra confrontar a André con el miedo y la tristeza –tan necesarios como el “buen ánimo” para navegar la adversidad.
Predators, de David Osit
De 2004 a 2007, la cadena nbc transmitió con enorme éxito el programa To catch a predator. El equipo detrás detectaba en la red a posibles pedófilos y los convencía de acudir a una casa en la que supuestamente se encontrarían con un menor de edad. Cada capítulo transmitía la conversación entre el sujeto y los “niños” que le abrían la puerta (adolescentes pagados por la producción para servir de anzuelo), y el momento climático en el que el reportero Chris Hansen irrumpía en el set y le informaba que había sido “cachado”. Para mayor gozo de la audiencia, cuando este salía de la casa una cuadrilla de policía lo tacleaba y esposaba. Uno de los documentales más valientes de la competencia, Predators cuestiona la ética de programas que, en nombre de la justicia social, ponen a su disposición operativos policiacos y violan el debido proceso. Más importante, cuestiona su utilidad. El director, él mismo víctima de abuso por parte de un depredador, confronta a un Hansen narcisista y elevado a estatus de héroe y le hace saber que veía su programa en busca de respuestas que lo ayudaran a sanar. Nunca las encontró. Al mostrar las muchas formas en que Hansen arruinó vidas (incluso de los niños carnada), se entiende que el título alude a los que hacen de la humillación un espectáculo para las masas.
The things you kill, de Alireza Khatami
Una mujer llamada Hazar le cuenta a su marido Ali una pesadilla reciente: estando sola en casa de sus suegros, escucha que alguien toca la puerta. Es el padre de Ali, brutalmente golpeado, pidiendo a su nuera que “mate las luces” (expresión que se usa para indicar que algo debe permanecer oculto). En este arranque el iraní Khatami pone en práctica una lección del recién fallecido David Lynch: cuando un personaje le narra a otro un sueño, este se revela como una profecía y/o una fuerza propulsora de acontecimientos. Es así como Ali, el protagonista, comienza a sospechar que su padre, aún vivo, pudo haber sido el causante de la muerte de su madre. Su ira crece cuando se entera de episodios de violencia doméstica, de la existencia de un amante y otros secretos que sus hermanos y hermanas ayudaron a encubrir. En un acto de venganza, Ali termina por replicar la violencia que busca vengar. El retorno de lo reprimido –una posible interpretación freudiana del sueño narrado por Hazar– es el tema de una película que juega de manera brillante con la percepción del espectador. La ficción internacional ganadora del premio a mejor dirección (y mi favorita de la categoría).
Life after, de Reid Davenport
Hay un número amplio de películas y documentales a favor de despenalizar la eutanasia. Añadiendo un matiz pocas veces contemplado, el documental Life after vuelve consciente al espectador de que hay un punto en el que una idea tan progresista como el derecho a decidir la propia muerte puede tomar un giro oscuro: cuando la muerte es la única opción para aquellos que la sociedad considera “inservibles”. En este caso, las personas con discapacidad. El asunto se hizo visible cuando, en 2021, el gobierno canadiense informó que, en adelante, los discapacitados eran candidatos al programa de muerte asistida. Según se demostró, esto daría lugar a un ahorro de millones de dólares en servicios de enfermería financiados por el Estado. El documental incluye testimonios de numerosas personas con discapacidad cuya única limitante es no ser autónomas y requerir cuidados. Muchos de ellos con carreras cursadas –pero discriminados por el sistema laboral– son incapaces de generar recursos que les permitan contratar servicios. Cuando eso pase, dicen, posiblemente se vean obligados a solicitar un suicidio asistido. Una tesis de Life after es que bajo la máscara de compasión se esconde un pensamiento eugenésico. ¿Exagerado? Basta ponerse en los zapatos de Davenport, con parálisis cerebral, que cuenta cómo varias personas a lo largo del tiempo le han preguntado si ha pensado en quitarse la vida. Life after recibió el premio especial del jurado en la categoría documental.
La virgen de la tosquera, de Laura Casabé
El sudor en el cuerpo de una chica que se masturba; la sangre viscosa que gotea de una bolsa de plástico; más sangre, esta vez líquida, escurriendo de la frente de un hombre golpeado que mira de manera enigmática a quien intercedió por él. Desde sus primeras secuencias, La virgen de la tosquera comunica al espectador que su historia estará marcada por lo reprimido y lo sofocante –por secretos que huelen mal–. Situada en una provincia argentina a principios del milenio, La virgen de la tosquera fusiona dos relatos de la escritora de terror Mariana Enriquez (el que da nombre a la película y “El carrito”, incluidos en Los peligros de fumar en la cama). El sentido del segundo relato –la insinuación de un embrujo– se pierde en la adaptación. Sin embargo, la película sostiene un tono inquietante. Mucho se debe a Dolores Oliverio en el rol de una chica pálida que acumula agravios y cuya venganza toma forma sobrenatural. Si bien la argentina Casabé hace un homenaje explícito a la literatura de Enriquez, su estilo visual de tomas cerradas y acento en lo sensorial recuerda a otra de las argentinas más influyentes del siglo XX: la directora Lucrecia Martel.
The perfect neighbor, de Geeta Gandbhir
En la primera secuencia del documental, la policía acude al sitio en el que una mujer ha recibido un disparo. Las secuencias siguientes informarán al espectador del contexto y las circunstancias previos al incidente: en una comunidad de Florida una mujer blanca llamada Susan Lorincz ha bombardeado a la policía con quejas sobre sus vecinos –la mayoría, negros–. Según ella, los niños se la pasan invadiendo su propiedad. Teme por su seguridad. Cuando ocurre el incidente que el propio documental anticipa, Lorincz alega haber actuado en legítima defensa. Después de todo, la protege la ley “stand your ground”, que establece que los estadounidenses pueden usar armas de fuego si perciben que su vida peligra. Lo que hace único a The perfect neighbor es que está armado en su totalidad con los videos de las cámaras corporales que portaban los policías cada vez que atendían un llamado de “la vecina perfecta”. A través de las interacciones entre los agentes y los involucrados, se puede observar el grado de peligrosidad de los niños (ninguno), la cantidad de quejas sobre la hostilidad de Lorincz (muchas) y, sobre todo, el estado de paranoia constante de una mujer que, amparada por la ley, puede usar un rifle para mitigar sus temores.
Plainclothes, de Carmen Emmi
Algunas óperas primas se delatan como tales por el impulso de su director de incluir demasiados temas y perder el foco de su premisa. Es el caso de esta ficción, pero es tal la honestidad en el tratamiento de todos ellos que uno no puede sino rendirse ante la cinta. Su título alude al nombre que utilizan los policías que se hacen pasar por civiles. Es el caso de Lucas, un joven agente con la tarea de llevar a hombres gays a baños públicos para tener sexo –y arrestarlos–. Atraído por uno de ellos, Lucas lo deja escapar y mantiene con él una relación clandestina. Situada a fines de los noventa, Plainclothes echa un ojo a la homofobia en los operativos de policía, a las dinámicas de negación en familias conservadoras y al sentimiento de culpa inculcado en jóvenes como Lucas, atrapado en esas estructuras. La promesa del thriller policiaco se diluye conforme avanza la trama, pero usa distintos formatos para dar cuenta de la paranoia del protagonista. El jurado premió a Plainclothes por su conjunto de actores y fue una de las favoritas de los críticos encuestados por la revista IndieWire. ~
Este texto aparece en la edición impresa de marzo de Letras Libres.
es crítica de cine. Mantiene en letraslibres.com la videocolumna Cine aparte y conduce el programa Encuadre Iberoamericano. Su libro Misterios de la sala oscura (Taurus) acaba de aparecer en España.