La tesis central de Cuentos chinos. El engaño de Washington, la mentira populista y la esperanza de América Latina, de Andrés Oppenheimer, parece ser relativamente simple: la capacidad de desarrollo de un país se basa en la certidumbre jurídica y la seguridad, y se sintetiza en una frase: no hay gobiernos de derecha, centro o izquierda, sino países que atraen los capitales y países que los ahuyentan.
Parece la simplificación de un proceso muy complejo, pero no lo es. A partir de la experiencia de China, de Irlanda, de la República Checa, de Polonia, Oppenheimer hace un recorrido por las distintas naciones latinoamericanas para ir contándonos los “cuentos chinos”, las mentiras de nuestros gobernantes y aspirantes a serlo, particularmente sustentadas en los viejos estereotipos del populismo, siempre presente, siempre derrotado y redivivo apesar de sus constantes fracasos. En realidad, como a su modo lo dice Oppenheimer, parecería que mientras China y otras naciones de Asia y Europa del Este están mirando hacia el futuro, América Latina mira hacia el pasado, y nadie sabe si Estados Unidos tiene capacidad de mirar otra cosa que no sea la guerra en Iraq y su estrategia antiterrorista.
El resultado es un libro imprescindible en un momento en el que el destino de esta parte del mundo, siempre pendular, parece buscar nuevamente el extremo populista.
Al terminar de leer Cuentos chinos se llega a conclusiones claras sobre por qué algunos países se están desarrollando, y otros no.
La idea era tratar de responder la pregunta más importante que nos hacemos todos los días: ¿por qué unos países avanzan y otros no? Lo que hice estos últimos cinco años es ver qué países están reduciendo la pobreza y cuáles están contando “cuentos chinos”, historias falsas. El título del libro juega con las palabras: por un lado quiere mostrar quiénes nos están contando cuentos chinos, qué cuentos chinos nos están contando y, por otro lado, demostrar por qué éste no va a ser el siglo de “las Américas”, como dijo Bush, sino que va a ser probablemente el siglo asiático, el siglo de China.
Comienzas con un viaje a China. ¿Qué se encuentra uno al llegar allá?
Entrevisté a mucha gente. Se me cayó la mandíbula de las cosas que vi… y cuento las cosas que vi no sólo en China, también en Polonia, la República Checa, Irlanda, España, Chile. Fui a todos estos países que están teniendo éxito en lo más importante, que es el crecimiento, el desarrollo, la reducción de la pobreza.
Muchas veces los críticos de algunos de estos países dicen: bueno, ahí se crece, pero el crecimiento, ¿para qué? Olvidémonos del crecimiento en sí que, aunque va de la mano con la disminución de la pobreza, genera mucho escepticismo sobre sus resultados. Concentrémonos en el parámetro de la reducción de la pobreza.
Y el que más afecta a una región como América Latina.
Por eso lo intento mostrar así, con una visión del mundo con ojos latinoamericanos. Lo que veo en todos estos países es que realmente toda esta discusión que escuchamos en nuestros países, sobre la derecha o la izquierda, es una discusión del siglo XIX, porque en los países que avanzan y que están haciendo disminuir la pobreza, vemos gobiernos de todos los colores políticos: vemos desde la China comunista hasta la Irlanda capitalista, pasando por el Chile o la España gobernadas por partidos socialistas, y todos ellos están teniendo éxito. Mientras tanto, la discusión que lamentablemente escuchamos todavía en muchos de nuestros países latinoamericanos ha sido superada hace veinte o treinta años allá.
Lo que sucede es que las disputas sobre la derecha y la izquierda en realidad pasan hoy por otros parámetros que no tienen nada que ver con el crecimiento y el desarrollo. Pueden pasar por el tema del aborto, el de las libertades individuales, de la ecología… pero no pasan en absoluto por la inversión, la productividad, la competitividad.
Por ejemplo, regresando a las cosas que vi en China, cuento la anécdota de cuando entrevisté al director de la Academia de Ciencias de América Latina del gobierno chino, un centro de estudios que aconseja al gobierno, y que es el más prestigiado del país en ese tema. Estoy con él en Pekín. El hombre está sentado y al lado suyo está la bandera roja comunista, y él me cuenta que acaba de escribir un libro sobre las diferencias entre el desarrollo económico de China y el de América Latina. Le pregunté cuáles eran sus conclusiones principales. Para mi sorpresa dice que la conclusión más importante a la que llegaron en su país reza que en América Latina todavía estamos discutiendo la teoría de la dependencia, culpando a Estados Unidos de nuestros problemas. “Nosotros, hace alrededor de veinte años, en un congreso del Partido Comunista —decía el doctor Hu—, resolvimos que el futuro es nuestro, y que nuestra capacidad de aminorar la pobreza depende exclusivamente de nosotros, y no es culpa de nadie si no lo hacemos”.
Me pareció surrealista que muchos, en la vieja izquierda latinoamericana, estén todavía agitando banderas que los propios miembros y dirigentes del Partido Comunista más grande del mundo ya dejaron atrás.
Cuentas al inicio del libro una anécdota. Vas leyendo, camino a Pekín, que Hugo Chávez cerró los McDonald’s de Venezuela para retar a esa empresa. Y llegando a China te encuentras con que el periódico del Partido Comunista Chino se felicita de que van a abrir cientos de McDonald’s en China.
Y no sólo eso, sino que iban a recibir al directorio en pleno de McDonald’s y a ampliar la red de sucursales de seiscientas a mil en los siguientes doce meses… Fue un choque, para mí, impresionante, porque lo que comprobé en China, en Irlanda, en Polonia, es que hoy en día hay dos clases de países en el mundo: los que captan capitales y los que los espantan. Y me di cuenta de que los primeros tienen gobiernos de todos los colores políticos e ideológicos. Deng Xao Ping diría que no importa el color del gato, sino que atrape ratones. Esa frase es la que te repiten los chinos cada dos minutos, y es de un pragmatismo absoluto. Tú puedes decir qué horror, que han dejado de lado los valores. Pero yo me pregunto (y hago la salvedad de que no planteo a China como modelo para América Latina, porque lo que menos querría es una dictadura como la china o la cubana para nuestros países): ¿qué valor es más importante: reducir la pobreza o mantener un ideal que, por más noble que parezca, no hace disminuir la miseria? Yo creo que, para una persona socialmente consciente, la prioridad tendría que ser reducir la pobreza.
Porque, además, haciendo que retroceda la pobreza puedes avanzar en cualquier otro sistema político, dado que China, como tú dices, es una dictadura, pero Irlanda o España no lo son.
Y Chile tampoco, y son países muy exitosos. Todos esos países, que también han tenido éxito, tienen gobiernos democráticos.
Y la mayoría tienen gobiernos de izquierda. Pero mucho más eficientes que los nuestros.
Es lo que cuento en todas estas historias. El de China es el caso más increíble por el grado de capitalismo al que se ha llegado bajo el cascarón comunista es impresionante. Por ejemplo, cuento la entrevista con el viceministro de la Comisión de Desarrollo Económico, que es de hecho el Ministerio de Economía. Yo había hecho todos mis deberes y llevaba conmigo recortes del Wall Street Journal, del Financial Times, y le pregunto a este funcionario: “¿Es cierto que ustedes van a privatizar cien mil empresas en los próximos cinco años?”, y el hombre se enojó. Pensé que me iba a decir que ésas eran “patrañas del imperialismo” o algo así. Al contrario, me dijo que eran mentiras porque en realidad iban a privatizar muchísimas más. Lo que estamos viendo en China es una dictadura que utiliza el comunismo como un mero pretexto para mantenerse en el poder, pero que de hecho está llevando a cabo la revolución capitalista más grande de la historia. Llevan veinticuatro, veinticinco años desde el inicio de la apertura, creciendo al nueve y diez por ciento anual. Y lo que es más, hay mucha gente que dice que China está tirando hacia abajo sus propias estadísticas de crecimiento. Es una cosa que me llamó la atención: entrevistando a funcionarios chinos comprobé que reducen sus números de crecimiento en lugar de estirarlos para arriba. Cuando tú vas a un país de los nuestros y entrevistas al ministro de Economía, automáticamente te dice “no… nuestra economía está creciendo más de lo que parece, estamos a punto de dar el gran salto”.
Esta semana, al cumplir cinco años en el gobierno, el presidente Fox dijo que México es el país más atractivo del mundo para las inversiones extranjeras…
Y no es verdad. A cualquier país que vas te dicen: “Fíjese: ayer vino la empresa tal y abrió una fábrica de cacahuates en el estado tal”. Los chinos hacen lo contrario. Cuando hablas con funcionarios chinos y te preguntan “¿Qué le parece China?”, y tú les dices que no puedes creer lo que estás viendo, te responden “tenga cuidado, no se deje llevar por lo que está viendo en Pekín y en Shanghai, porque tenemos ochocientos millones de pobres que viven muy mal”. Constantemente te recuerdan qué les falta. Y sin embargo, los economistas dicen que estas cifras del diez por ciento de crecimiento anual durante veinte años consecutivos podrían estar muy por debajo de las reales, porque los estados chinos más ricos tienen que pagar un porcentaje de sus ingresos al gobierno central para ayudar a los más atrasados, y como hay tal brecha de riqueza en China y los estados de la costa son tanto más ricos, lo que muchos economistas sospechan es que Shanghai y otros reportan menos ingresos de lo que realmente tienen, y que entonces la totalidad de la economía china no está creciendo al nueve o diez por ciento sino al doce o catorce… Lo que yo constaté es que hay una tendencia entre los funcionarios chinos de no asustar a Estados Unidos y al resto del mundo con tasas de crecimiento espectaculares. Pero creo que están nadando de muertito.
Hay un punto clave en esa convicción de la superación de la teoría de la dependencia. Se percibe cotidianamente en los países que forjan ellos mismos su propio destino, respecto de los países que responsabilizan a otros de su presente, de su pasado y también de su futuro.
Por ejemplo, el caso Chávez. Para Chávez, hay una lógica económica y política en todo lo que hace. Chávez puede darse el lujo de ir a Mar del Plata a despotricar contra el ALCA porque Venezuela es un país que vende un solo producto, petróleo, que se lo compran con o sin libre comercio. Venezuela no produce nada fuera de petróleo; entonces, si mañana hubiera un ALCA, no tendría nada que venderle a nadie. Para Chávez, salir a despotricar contra el ALCA, para su propósito, que es perpetuarse en el poder, le conviene, porque así gana titulares. Para él, crear una confrontación con Estados Unidos le sirve para convertirse en un líder regional, encontrar una excusa para cercenar las libertades internas y continuar en el poder hasta el 2021, como él mismo ha dicho varias veces. Pero, para un mexicano o un argentino o un brasileño, creer en el proyecto venezolano es un delirio, porque en México, Argentina o Brasil se vive de las exportaciones de muchísimos productos, y tener un acceso preferencial a los mercados más grandes del mundo es clave.
¿Cómo insertar eso en la globalización?
En el mundo comercial del siglo XXI habrá tres bloques comerciales: el asiático, basado en China, que en el 2007 entrará a un acuerdo de libre comercio con los países de Asia; el de la Unión Europea, los veinticinco países, quizás con algunos más, como Turquía; y el de América del Norte: Canadá, Estados Unidos y México, asociado con Centroamérica, y Chile de alguna manera. Y los que no estén en alguno de los tres bloques se quedarán fuera. A Chávez, que vende una sola cosa y no tiene qué ganar con el ALCA, no le importa.
Pero también, desde el punto de vista de Chávez, en un proyecto de largo plazo para Venezuela, esos recursos que provienen del petróleo se podrían utilizar para generar una economía de otras dimensiones, porque cuando bajen los precios del petróleo —como ya le ocurrió en el 2002, en el 2003—, la economía venezolana se va a derrumbar como un castillo de naipes.
Cuando Chávez asumió el poder, el petróleo estaba a ocho dólares el barril. Hoy está a 68 dólares, y aun así la pobreza en Venezuela aumentó en diez por ciento de 1999 al 2004, según el propio Instituto Nacional de Estadísticas. Por cierto, cuando el gobierno venezolano vio eso, Chávez dijo en televisión que no desmentía esas cifras, pero que la metodología era errónea, porque servía para contar la pobreza en un país capitalista, y Venezuela ya había pasado a ser un país socialista. Acto seguido, el Instituto corrigió las cifras y de la noche a la mañana, milagrosamente, se redujo la pobreza en Venezuela… por un acto de magia.
Pero, como ése, hay muchos otros grandes mitos en América Latina. Por ejemplo, ahora, en la reciente visita de Kirchner a Venezuela, los presidentes anunciaron que han decidido construir un gasoducto de 6,500 kilómetros, de Venezuela a la Argentina. Y uno se pregunta: está bien, pero ¿cómo van hacer, por ejemplo, para cruzar el Amazonas? ¿No es más simple invertir en una planta de tratamiento de gas y enviarlo por barco? Es mucho más sencillo, pero está el mito, presente en todos nuestros países, en México, en Bolivia, en Argentina, en Venezuela, en Colombia, de que lo que está en el subsuelo es lo que nos garantiza la soberanía. Es más importante tener el gas enterrado en la cuenca de Burgos que tener yacimientos productivos.
Ése es el cuento chino más grande de la actualidad, porque lo que está ocurriendo en el mundo es exactamente lo contrario: los países que tienen más recursos naturales son los más pobres. Los recursos naturales, lejos de ser una bendición son una maldición, porque convierten a los países en tontos. Venezuela, a pesar del petróleo que tiene, es uno de los países más pobres de América Latina, con los peores índices de pobreza, y esto no es culpa sólo de Chávez, viene de siempre. ¿Cuáles son los países más ricos del mundo? Luxemburgo, Suiza, Japón, Taiwán, los países nórdicos, que casi no tienen recursos naturales. Las materias primas en el mundo de hoy representan el cuatro por ciento del producto interno bruto mundial. Si te fijas en las empresas más grandes del mundo, hace veinte años eran petroleras o de alimentos, hoy en día son Microsoft, Google: empresas de servicios o de alta tecnología, que no tienen nada que ver con las materias primas.
En el libro doy el ejemplo de la taza de café que compras en Starbucks. Una taza de café allí cuesta tres dólares. De éstos, sólo tres centavos van al productor de café. El 99 por ciento de esa tasa de café va al productor de la ingeniería genética de la semilla, al distribuidor, al que hace el mercadeo, el empaque y envío, la publicidad… o sea, a todo lo que hace la economía del conocimiento. Entonces creer, como está sucediendo ahora en Bolivia con Evo Morales, que tenemos que defender nuestros recursos naturales es un cuento chino. Lo que tienen que hacer nuestros países es avanzar y vender productos cada vez más complejos, que generen más empleos e ingresos. Eso no significa que haya que olvidarse de los recursos naturales: si tu país tiene la suerte de poseer petróleo, bienvenido, usemos el petróleo. Pero lo que digo es que hay que seguir el ejemplo de Finlandia, que era un país que vivía de una materia prima: la madera. Y de la madera pasaron a producir muebles de diseño; de los muebles de diseño pasaron a producir diseños industriales; de los diseños industriales pasaron a producir el diseño de teléfonos celulares; del diseño de celulares pasaron a producirlos, y hoy día Nokia es una de las tres empresas en su tipo más grandes del mundo.
Y Finlandia pasó de ser de los países más pobres de Europa a ser, hoy día, uno de los más ricos del mundo, incluso en el ámbito nórdico.
Ése es un buen ejemplo de por qué no creo en las teorías deterministas de Huntington y otros, que postulan que hay pueblos que son biológicamente propensos a progresar y otros que no. Mira Irlanda. Los irlandeses son los latinoamericanos de Europa. Tienen todos los malos estereotipos, las leyendas negras que tenemos los latinoamericanos. Son impuntuales, bebedores, bohemios, buenos para la música, para la literatura… Y si lo quieres tomar desde el punto de vista sociológico, son hasta católicos. Y también buenos futbolistas y malos supuestamente para el trabajo en equipo, para el mundo empresarial, científico, técnico, etc. Desde siempre, los irlandeses eran los bohemios y los británicos los serios, los responsables. Pero en sólo doce años, Irlanda dio la vuelta al país y pasaron de ser uno de los países más pobres de la Unión Europea a ser uno de los más ricos. Hoy, los irlandeses tiene un ingreso per capita mayor que los ingleses. Se acaba de dar a conocer una encuesta sobre cuál es el mejor país del mundo para vivir, e Irlanda apareció en el primer lugar. Hace quince años, se habrían reído. Así pues, no hay nada que impida que un país latinoamericano se convierta en uno de los países más desarrollados del mundo. Chile está haciendo bastante en ese sentido. Está reduciendo la pobreza a pasos agigantados.
Y para volver a la premisa del inicio, lo que está claro es que hay muchísimos casos de países que han hecho disminuir la pobreza desde que se insertaron en el resto del mundo, y no hay un solo caso de un país que haya logrado reducir la pobreza cerrándose al mundo.
Y eso se relaciona con otro gran mito particularmente latinoamericano, que es el papel del Estado, dado que la función del Estado, como tal, es mitigar la pobreza. Lo que tiene que hacer el Estado es todo lo necesario para captar capitales. Cuando uno habla de esto, siempre se piensa en el capital extranjero, pero también hablo del capital nacional. ¿Por qué los mexicanos, argentinos y brasileños tienen buena parte de su dinero en Miami, Nueva York o Suiza, o en el Caribe? Por la inseguridad jurídica, económica, por todo tipo de inseguridades. El Estado, lo que tiene que hacer, es crear las condiciones para que vuelvan esos capitales. Si volviera un veinte por ciento de lo que los mexicanos tienen fuera, México sería un país diferente. Sobre todo si volvieran como inversiones productivas.
Por eso el papel del Estado tiene que ser crear las condiciones para que los nacionales y los extranjeros inviertan en el país productivamente. Y, para eso, tiene que hacer muchísimas cosas. Yo no creo que el Estado tenga que retirarse a su casa y no tener una sola función: al contrario, tiene que garantizar que, por ejemplo, cuando salgas a la calle no te den un golpe en la cabeza y te quiten la billetera, o te quiten la vida.
Eso es lo que produce la fuga de capitales. La gente no va a invertir en un país en donde te asalten, te secuestren, te maten. Y no va a crear nuevas empresas cuando es mucho más fácil hacerlo en otros lugares donde hay mayor seguridad.
Tampoco va invertir donde no hay certidumbre jurídica, en donde hoy inviertes una cantidad de dinero y mañana, por una ocurrencia de alguien, se pierda tu inversión. ¿Qué argentino va a poner su dinero en la caja fuerte cuando el Estado hace cuatro años le abrió la caja fuerte y le sacó todo lo que tenía? Pero no quiero dar la impresión de que estoy haciendo una comparación devastadora, totalmente negativa para América Latina, porque el libro termina con un mensaje bastante optimista. Creo que hay tres o cuatro tendencias que son favorables y que nos permiten tener cierto optimismo hacia el futuro. Una de ellas tiene que ver con la seguridad jurídica: el gran mal latinoamericano de todos los tiempos ha sido la adolescencia política, que se refleja en ser países de grandes bandazos. El nuevo presidente deshace lo que hizo el anterior: quiere reinvertir la deuda, quiere refundar el país, y entonces deshace lo que hizo su antecesor. Bueno, ese maleficio se está quebrando: lo quebró Chile, donde han ganado gobiernos de derecha y de izquierda.
En el libro citas a Soledad Alvear, que fue una de las precandidatas socialistas al gobierno de Chile, donde explica que ése es un punto fundamental para el éxito del gobierno de Ricardo Lagos: “No podíamos reinventar el país porque habíamos llegado el poder”.
Eso se dio también en Brasil y es importantísimo, y se pierde de vista. Lula, a quien entrevisté poco antes de que asumiera el poder, era un izquierdista radical. Tenía todos estos mitos de los que hablábamos antes. Y sin embargo continuó las políticas económicas de su antecesor, su enemigo mortal de toda la vida, Fernando Henrique Cardoso. Y le fue bien. Brasil, al margen de los líos de corrupción del partido gobernante, ha ido mejorando. Ha reducido la pobreza y está haciendo cosas muy interesantes. Por ejemplo, está vendiendo aviones a Estados Unidos para las principales líneas aéreas. Y ésa es una tendencia positiva.
En esta lógica, lo que no hay que perder de vista es el tema de la certidumbre jurídica, que es fundamental. Y, de la mano con ello, hay que tener muy en cuenta el tema de la seguridad.
Muchos amigos, cuando sabían que estaba escribiendo este libro, me decían que hay tantos intereses creados, no sólo de los políticos, sino de los empresarios cortesanos, de sindicalistas que viven del status quo, de los intelectuales… hay tantos intereses que me decían: “Estás perdiendo tu tiempo, muy lindo, pero no va a servir para nada, porque hay demasiados intereses creados para que las cosas no cambien en México, en Argentina, en Brasil”. Y mi respuesta a eso era que las cosas estaban cambiando. Hace quince o veinte años, los ricos en México, Argentina o Brasil decían “sí, hay mucha pobreza, pero todavía se puede vivir muy bien” y los extranjeros decían “qué maravilla, qué bien se vive aquí”, porque no salían de los guetos de los barrios más exclusivos. Pero eso ha cambiado por la falta de seguridad, por la expansión de la violencia, por la droga, por la marginalidad. Hoy, la pobreza ha dejado de ser un problema exclusivo de los pobres. ¿De qué sirve tener dinero si no puedes salir a disfrutarlo, a comer una noche en un restaurante, si por robarte el carro te matan? Creo que hoy más que nunca la reducción de la pobreza es una prioridad. Primero, porque es injusta. Y segundo, porque ya vemos en otros países que se puede lograr y que hay recetas muy concretas de cómo hacerlo.Y haciéndolo puedes romper el círculo vicioso de la inseguridad, de la incertidumbre jurídica, de los costos que ello implica, en términos económicos, para un país.
Los países latinoamericanos podrían fácilmente empezar a vencer la pobreza y aumentar el bienestar de la noche a la mañana. Los ejemplos están ahí, en los países que funcionan. Los que no quieren verlos, los Chávez, los Castro, sus seguidores, es que están interesados en vender teorías conspirativas o ideologías para su propio beneficio.
¿Colocarías a López Obrador en esa lógica?
No. Cuando lo entrevisté no me dio la impresión de ser un mesiánico como Chávez. También es verdad que entrevisté a Chávez antes de que asumiera el gobierno, y se presentaba como un corderito. Pero por lo que vi en la entrevista que le hice a Andrés Manuel, parecía la Madre Teresa: muy moderado, muy pragmático, paz y amor. Lo que concluyo, a diferencia de muchos, es que no creo que fuera una catástrofe. No me preocupa tanto lo que haría López Obrador, sino lo que no haría… Me pregunto si un Andrés Manuel haría una reforma universitaria para mejorar la UNAM, para que deje de ser una de las universidades que, aunque tiene los mejores académicos y científicos, es un modelo del atraso educativo o si, por ejemplo, reformaría la industria energética.
Ya ha dicho que no.
Por eso, no me dio la impresión de ser un mesiánico que va a producir una catástrofe. Pero creo que, en el peor de los casos, significaría seis años más de parálisis, quizás cierto retroceso. Y, en el mejor de los casos, podría ser un Lula, lo que no sería tan malo.
Hay un factor que no hemos abordado y es Washington. De la misma forma que muchos países ven hacia delante, hacia el futuro, de la misma manera que parecería que América Latina mira demasiado para atrás, uno se pregunta hacia dónde mira Estados Unidos.
Un capítulo del libro se llama “Las falacias de George W. Bush”, porque el gobierno de Estados Unidos, su presidente, también cuenta cuentos chinos. Nos está contando un cuento chino impresionante cuando dice que América Latina es una prioridad para su gobierno, que quiere que el siglo XXI sea el siglo de las Américas. Lo cierto es que, desde el 11 de septiembre, las prioridades de Washington están en Iraq, en Afganistán, en otras partes del mundo.Y la política para América Latina ha estado centrada en una agenda negativa: terrorismo, narco, migración. Temas que le importan muchísimo a Washington, pero creo que es muy necesario que Estados Unidos cambie su agenda negativa por una agenda positiva.
Parecería que ni siquiera hay una agenda para América Latina.
No hay una agenda porque no hay tiempo, no hay espacio mental, no hay dedicación, no hay atención. Cuando tú estás el 99.9 por ciento de tu tiempo abocado a un tema como el fiasco de la guerra de Iraq, no le puedes dedicar espacio mental ni tiempo a otro tema, aunque quisieras. Y quizás Bush quiera. No me extrañaría que quiera, porque, por lo que me cuentan muchos presidentes de América Latina, a él le interesa la región, porque Texas es un estado fronterizo con México, que se benefició con el TLC, etc. Pero el hecho es que América Latina no está en su agenda. Y esto no va sólo para Bush. Entrevisté a Madeleine Albright cuando era secretaria de Estado, y le pregunté cuánto tiempo dedicaba a América Latina por día. Me dijo que veinte minutos. Después, hablando con quienes trabajaban para ella, se rieron: “veinte minutos: ¡ojalá!”
Pero hay otra preocupación. Hace poco, en Washington, platicando con gente del Departamento de Estado, además del terrorismo, el narcotráfico, el tráfico de gente, ponían en su agenda de peligros para la Seguridad Nacional lo que ellos llamaban el “populismo radical”de Chávez. No Castro, porque con Castro ya tenían una historia, y Lula no los preocupaba. El tema era Chávez. ¿Qué tanto preocupa Chávez a Estados Unidos?
Yo creo que esa obsesión con Chávez es de los que se ocupan de él en el Departamento de Estado. Pero, por ejemplo, cuando entrevisté a Donald Rumsfeld y le pregunté cuáles son las cosas que más lo preocupan de América Latina, me dijo que el tema que más lo inquieta de América Latina son las maras que están subiendo de Centroamérica a México y de México a Estados Unidos, a Los Ángeles, que es de donde surgieron, y están volviendo: van a Texas, a Florida, y es un tema que los intranquiliza muchísimo, porque las maras pueden ponerse al servicio de cualquier grupo criminal e incluso de los terroristas.-
(Buenos Aires, 1955) es escritor, periodista y analista político, columnista de Excélsior.