Vaya anticlímax. “Garganta Profunda”, el legendario soplón del escándalo Watergate, el mismo que le soltaba perlas a Bob Woodward en un oscuro estacionamiento entre profusas nubes de humo, ha resultado ser, no un maquiavélico titiritero à la Henry Kissinger ni un hombre cercano al siniestro Richard Nixon como Alexander Haig, sino un resentido burócrata de segunda, uno de esos insiders que lo son casi por inercia y quien, cargando una cuenta pendiente, decidió vengar una decisión injusta un ascenso que creía merecer y que no recibió difundiendo información confidencial que, a la larga, terminó por cortarle la cabeza a un presidente. W. Mark Felt, hoy de 91 años, ya había tenido una larga y opaca trayectoria dentro del fbi cuando, en 1972, sintió que al fin llegaba la oportunidad de su vida en el servicio público. La muerte del legendario director del fbi, el polémico J. Edgar Hoover, abría la puerta a varios candidatos que habían esperado pacientemente su turno de escalar hasta el más alto peldaño de la pirámide del espionaje estadounidense. Felt leal y disciplinado como pocos estaba entre los candidatos. Sin embargo, Nixon, inescrutable como era, se decidió por L. Patrick Gray, un auténtico desconocido cuya única virtud era la incondicional fidelidad que le guardaba al presidente. Felt nunca olvidaría aquella injusticia. Lo único que necesitaba era una excusa para cobrarse la afrenta.
El 28 de mayo del mismo año, un grupo de cuatro cubanos exiliados y un ex empleado de la cia fueron sorprendidos mientras asaltaban las oficinas del Comité Nacional Demócrata en el edificio Watergate. Ben Bradlee, editor del Washington Post, envió al joven reportero Bob Woodward, que trabajaba en la poco glamorosa sección metropolitana, a cubrir la noticia. Allí, Woodward recibió el regalo con el que sueña todo periodista: un cabo suelto. James McCord, el jefe de la operación, confesó, en una audiencia preliminar, haber laborado en la Agencia Central de Inteligencia. Al día siguiente, Woodward ya acompañado por Carl Bernstein, el otro héroe periodístico de la historia logró acceder al archivo de los detenidos y encontró una agenda que contenía, entre otras cosas, un par de números telefónicos de la Casa Blanca. La maraña empezó a desenredarse.
Pero Woodward necesitaba otro regalo para atar los cabos del hilo que comenzaba a aparecer. Lo encontró en su viejo mentor y amigo Mark Felt. Se habían conocido en 1969, cuando Woodward, teniente de la Marina, coincidió con Felt, agente del fbi, precisamente en la Casa Blanca. Desde entonces, de acuerdo con Woodward, Felt se convirtió en una especie de padre sustituto, aconsejando al joven marine qué hacer tras sus años de uniforme. En 1972, aquella amistad tendría consecuencias históricas. Woodward llamó a Felt apenas unos días después de la irrupción en el Watergate. Felt seguramente vio llegar la hora de la venganza y comenzó a soltar, sin prisa pero sin pausa, todo lo que sabía. Al poco tiempo, Felt empezó a convocar a Woodward a las dos de la mañana a breves e intensas reuniones en la penumbra de un garaje al otro lado del Potomac: “Follow the money“, le dijo de manera célebre el confidente al periodista. Woodward comenzó a citar a “Garganta Profunda” el nuevo seudónimo de Felt y comenzaron a rodar cabezas.
Hoy, treinta y tres años después, Mark Felt ha decidido seguir su propio consejo. Con el afán de corregir otra de las injusticias de su vida todos los otros protagonistas del escándalo se han llenado los bolsillos de dinero, mientras él vive modestamente con su hija en California, el viejo Felt finalmente ha decidido hablar para asegurarle un futuro a la familia. Felt accedió a las peticiones de su hija Joan o quizá accedió, dado que lucha, desde hace años, con las secuelas de un infarto y permitió la redacción de un largo texto sobre sus años en la era Watergate. Ahora, tras el artículo que aparece en Vanity Fair de julio, W. Mark Felt seguramente recibirá ofertas millonarias para un libro autobiográfico (aunque, paradoja de paradojas, ya escribió uno en el que, naturalmente, negaba ser “Garganta Profunda”). Bob Woodward, siempre astuto, también se verá beneficiado casi de inmediato. Sabedor de que la identidad de su informante podía salir a la luz en cualquier momento, Woodward ya había escrito un libro narrando a detalle su relación con Felt. El manuscrito debe estar, ahora mismo, girando en la imprenta.
Una vez conocido el hombre detrás del secreto mejor guardado de la historia del periodismo estadounidense, ¿qué queda de “Garganta Profunda”? Quizá la discusión debiera centrarse en los motivos de Felt: no cabe duda de que Felt está lejos de ser el héroe patriota de Todos los hombres del presidente. Sin embargo, Felt tampoco es un cínico absoluto. Después de todo, alguna parte de él seguramente guardaba algo de ese sentido del deber del que presumen aquellos que han dedicado su vida entera a ésta u aquélla institución. “Garganta Profunda” llegó hasta aquel estacionamiento impulsado por dos polos opuestos de la condición humana: el resentimiento y la búsqueda de la justicia. Lo primero habría que criticárselo y lo segundo, aplaudírselo. W. Mark Felt acabó, a final de cuentas, con un gobierno paranoico, racista y vulgar. Las confidencias de “Garganta Profunda”, el olfato de Bob Woodward y el respeto ahora tan lastimado a las fuentes anónimas confiables (énfasis en el adjetivo) pusieron el alto a la desbordada desvergüenza maquiavélica de los Nixon y los Kissinger. Qué falta nos hace, en ese sentido, el grito de alguna otra garganta ambiciosa. –
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.