Sin título
Una vez llegué al paraíso. Estaba vacío. Era una aldea abandonada en un lejano bosque de fronda.
También la casa de la escuela se arrendaba. Pero nadie venía.
Y el camino vecinal se angostaba por la hierba que crecía desde sus bordes. Sin embargo flotaba sobre esta aldea una corazonada humana. Eso perdura aún. Los alumnos estaban en recreo. Metían ruido y jugaban. Sólo que no se veían. Igual que la maestra eran invisibles. Y ahora venía la maestra a mi encuentro. Pude verlo porque la hierba se movía bajo sus pasos invisibles. Se paró delante mío y la miré a los ojos. Eran el cielo encima del bosque. Al saludarme con algunas palabras oí que su voz era el viento mezclado con el canto de los pájaros. Un solo paso más y habría sido invisible como ella. Cuando finalmente me alejé la oí llamar. Tres veces llamó desde el paraíso.
Espacio conciliador
En una aldea donde yo vivía había un campesino al que odiaba. Había decidido arrojarle una piedra a la cara antes de abandonar la aldea. Una tarde lo vi conduciendo su carreta desde su labor. Yo me había metido entre los árboles y él no me veía. Pero de repente contuvo el caballo y detuvo el traqueteante vagón.
Se quedó totalmente quieto un largo rato. Y poco a poco entendí que estaba escuchando el silencio del atardecer en derredor, la paz que sólo puede oír el hombre solitario. Entonces sigilosamente me alejé. –
— Traducción de Lasse Söderberg