Como tocar el deseo

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Para mí la literatura es una forma de conocimiento, donde el lenguaje se convierte en experiencia y la experiencia en lenguaje. Este intercambio es la única fórmula que me permite concebir la literatura. Hay que saber mirar las cosas, hay que traducir la realidad en palabras. Se conoce para conocerse. Realidad es todo aquello que está antes y alrededor del texto, es la suma de estímulos, influencias o efectos que arroja la decisión de ponerse a escribir: desde la memoria personal a la colectiva, pasando por todas las formas de enfrentarse a lo que llamamos mundo. El talento artístico es la estilización de la experiencia. La selección, jerarquía y síntesis de acontecimientos son formas de acceder a ese resultado final. Cuanto mayor es este trabajo en la doble dirección de la experiencia y de la forma, mayor es su potencia expresiva. Escribir es el esfuerzo continuo de traducir acontecimientos en imágenes literarias adecuadas. Primero, la mirada, es decir, el pensamiento, luego la estilística. Lo paradójico es que el lenguaje es algo artificial, una prótesis que nunca podremos manejar del todo; sería como tocar el deseo. Sin embargo, los escritores no cejamos en nuestro empeño de conquistar las palabras.
     Milan Kundera, en su libro La desprestigiada herencia de Cervantes, afirma que el novelista no es ni un profeta ni un historiador sino un explorador de la existencia. Kundera considera que cada novela propone una respuesta a la pregunta: ¿qué es la existencia humana y en qué consiste su poesía? Estoy absolutamente de acuerdo en que para escribir una novela o un relato debe producirse previamente la revelación de la existencia de un enigma. El afortunado descubrimiento de un enigma es lo que pone en marcha el pensamiento del narrador, precisamente el mismo mecanismo que se pone en marcha en la cabeza del lector.
     Sin la capacidad de hacer preguntas a la experiencia, preguntas que se formulan mediante palabras, aunque sea en la trastienda del pensamiento, y sin la necesidad de darle sentido mediante el lenguaje, creo que no hay posibilidad de literatura. Al menos, para la que a mí me interesa, que es la que abre las puertas al conocimiento. Conocimiento en sentido amplio, no solamente de códigos racionales, ni demostrativos: el conocimiento de las semejanzas, de lo metafórico, de lo difícil, de lo que es hasta entonces oscuro para nosotros.
     Pero, ¿qué es experiencia? ¿A qué clase de experiencia me estoy refiriendo? ¿Dónde acaba y termina? Y para contestaresta pregunta utilizaré las palabras de Henry James escritas en El arte de la novela:

La experiencia no es jamás limitada, ni termina nunca: es una inmensa sensibilidad, una especie de enorme telaraña de finísimos hilos sedosos suspendida en la cámara de la conciencia, que apresa en su tejido todas las partículas llevadas por el aire en la atmósfera misma de la mente; y cuando la mente es imaginativa, incorpora las más mínimas sugerencias de vida, convierte en revelaciones hasta las pulsaciones mismas del aire.

Si la literatura no es una investigación de lo experimentado, creo que entonces no vale nada. Si uno pudiera explicar mediante significados precisos aquello que cuenta, entonces debería exponer estos significados sin necesidad de construir lo literario, que es más bien interrogativo que concluyente. La literatura sigue en esto a la vida, que es también interrogante. Si la literatura fuera demostrativa entonces no habría necesidad de lector, es decir, de diálogo y se conformaría con público: ese congregado humano que aplaude o rechaza, pero que no interviene. Creo que es mucho más interesante, aunque sólo sea para vivir mejor, para darle calidad al tiempo, convertir el lenguaje en una experiencia que nos permita crecer con ella. El diálogo es el principio de todo conocimiento y estoy convencida también de que el intercambio es la única forma de hacerse rico. –

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