Para Nathan Zuckerman el mejor momento del día llega por la noche, cuando después de cenar se hunde en su sillón a escuchar la música que pone en su equipo. Zuckerman es un hombre con amplitud de oídos, pero su estilo preferido es el jazz, en especial los discos “brasileños” de Stan Getz, los temas vocales de Chet Baker y el piano de Oscar Peterson cuando versiona a Cole Porter. Pero si la jornada ha sido condenadamente difícil prefiere escuchar Kind of Blue de Miles Davis. Zuckerman cree que la mejor manera de superar una crisis es revolcarse en ella. La acusada languidez de Kind of Blue, sobre todo de su quinto tema, “Flamenco Sketches”, convierte la vida y el tiempo en un plano horizontal donde todo ocurre a ras del suelo, arrastrándose, procurando no llamar la atención. “Flamenco Sketches” es lo más personal de todo el álbum. De hecho, si de “All Blues” o “So What” hay cientos de versiones posteriores interpretadas por otros músicos, de “Flamenco Sketches” apenas hay cuatro o cinco. A Zuckerman le gusta que su melodía y su leve ritmo no se acaben, simplemente se evaporan sin un punto final o un brillante redondeo. Tal evaporación le hace pensar que quizás “Flamenco Sketches” nunca haya dejado de sonar desde abril de 1959. El señor Zuckerman es funcionario del Estado y escritor de novelas en sus ratos libres. Como novelista está en un punto intermedio: ni un don nadie, ni un best seller. Sabe que tiene pocos lectores pero fieles y, mucho más importante, inteligentes. La noche de un desastroso martes, mientras escuchaba a Davis, Coltrane y compañía, escribió lo siguiente: “La música que escucho después de cenar no es un alivio del silencio sino algo así como su comprobación: escuchar música durante una hora o dos cada noche no me priva del silencio, sino que la música es el silencio hecho realidad”. “La música es el silencio hecho realidad” hubiese sido una frase perfecta para promocionar la salida a la calle de Kind of Blue en el verano de 1959.
Doce años después de la muerte de Davis, los críticos utilizan su nombre e influencia cuando quieren llamar la atención sobre un nuevo álbum: son los casos del último trabajo de John Scofield o de una de las nuevas sensaciones de Blue Note: el trío Medeski, Martin & Wood. Davis fue un músico muy prolífico. Tanto que, aun prescindiendo de sus últimas etapas instaladas en el free jazz y la fusión, sigue siendo un gigante en la historia del jazz. Kind of Blue tuvo mucho que ver con su trascendencia como compositor e intérprete. El disco, grabado con Columbia, tal vez sea el disco de jazz más vendido y reconocido de cuantos existen. Sobre su importancia y otros entresijos ha escrito el periodista musical Ashley Kahn un excelente libro titulado Miles Davis y Kind of Blue. La creación de una obra maestra (Alba Editorial, Barcelona, 2002). A Kahn (colaborador habitual de Rolling Stone, Mojo y The New York Times) sin duda se le ocurrió la idea del libro cuando tuvo la oportunidad de escuchar las cintas máster originales de la grabación del álbum. Columbia tenía un estudio de grabación en la calle 30 de Nueva York, en lo que era una antigua iglesia (circunstancia que le daba al estudio una sonoridad especial). El 2 de marzo de 1959, a las dos y media de la tarde, el sexteto más uno de Miles Davis iniciaba la primera sesión de grabación (fueron dos) sin sospechar que aquel día entraría por méritos propios en la historia de la música. El esquivo Jimmy Cobb, enemigo de las fotografías, fue el primero en llegar para montar con tranquilidad y esmero su batería. Después fueron llegando Paul Chambers (bajo), Cannonball Adderley y John Coltrane (saxos), Bill Evans y Wynton Kelly (pianos) y Miles Davis (trompeta). El libro de Kahn es tan generoso en detalles, información, anécdotas, datos y opiniones que merecería llevar añadido alguno de esos títulos tan americanos como “Todo lo que quiso saber y no pudo sobre Kind of Blue“, “Kind of Blue al alcance de su mano” o “¿De qué hablamos cuando hablamos de Kind of Blue?” Si el título hubiese sido este último, Ashley Kahn hubiera respondido sin dudar:
Entre otras cosas hablaríamos de la invención del jazz modal. Miles y los suyos se inventan una manera de sonar muy austera, que recorta los acordes y sus progresiones. Un estilo aparentemente simple y pobre pero muy rico en intensidad y sentimiento, donde el músico fía parte de su suerte a la improvisación. Con el jazz modal el tempo se ralentiza y se demora. A todo esto hay que añadir el sonido escueto y tenso de la trompeta de Davis. Se trata en definitiva de economía de medios pero riqueza de pasión.
El libro está organizado de manera muy lineal y didáctica. Después de un prólogo de James Cobb (el único miembro de la banda que aún está vivo), Kahn dedica una primera parte a los caminos que conducen a Kind of Blue, digamos que el hallazgo de un sonido del que son importantes precedentes el álbum Walkin y la banda sonora que Davis grabó para el filme de Louis Malle Ascensor para el cadalso. La segunda parte se centra en todo el proceso de grabación y en el relato de sus sesiones. Miles Davis tenía tan clara la “suciedad” del jazz, como dijo Hubbard, que era partidario de mantener como telón de fondo de la música todos los ruidos que se producían durante las sesiones de grabación. Una vez grabado el álbum, Kahn dedica un tercer bloque a su repercusión e impacto. Kind of Blue se convierte en un éxito de ventas y hasta consigue ser radiado con éxito en emisoras musicales no de jazz. Por último, la cuarta parte, titulada “El legado de Blue“, trata sobre la influencia que 43 años después sigue teniendo el disco en el mundo no sólo del jazz sino también del rock y del pop. Para Quincy Jones, Kind of Blue es una recapitulación de todo el jazz surgido hasta su fecha, una explosiva mezcla de pasado, presente y futuro.
De las variadísimas aportaciones que hace el libro de Kahn, me gustaría detenerme en dos detalles. Uno es la importancia, más allá de lo musical, que tenía para Davis la dignidad del colectivo negro. El título Kind of Blue (“Una especie de tristeza”) evoca el encuentro que tuvo el trompetista años antes con una viejita de Arkansas que cantaba gospel y su castigada voz. Según Davis, la experiencia de aquella mujer y de la mayoría de gente negra de su país era una experiencia de Kind of Blue. El segundo detalle que no me gustaría pasar por alto es el papel jugado en toda esta historia por el pianista Bill Evans, el músico del sexteto con más formación clásica y a la vez uno de los más abiertos. Su repercusión en los conceptos musicales de Davis es evidente. Además Evans tenía un talante intelectual, insólito entre los músicos de jazz de la época. No en vano es el encargado de escribir para el disco los comentarios que encabezan cada tema en un alarde de claridad y sencillez. A estos comentarios añade un texto que merece pasar a la historia de los manifiestos artísticos:
Existe un arte visual japonés en el que el artista está obligado a ser espontáneo. Tiene que pintar en un pergamino delgado extendido con un pincel especial y pintura negra de acuarela, de tal manera que un brochazo forzado o interrumpido destruirá la línea o atravesará el pergamino. No son posibles los borrones ni los cambios. Estos artistas deben practicar una disciplina específica, la de permitir que la idea se exprese a sí misma en comunicación con sus manos de forma tan directa que no puede interferir la deliberación. Las pinturas resultantes carecen de la composición compleja y las texturas de la pintura convencional, pero se dice que aquellos que saben ver encontrarán algo capturado que escapa a cualquier explicación. Esta convicción de que la acción directa es la reflexión más llena de significado, en mi opinión, ha inducido a la evolución de disciplinas extremadamente severas y especiales como son las del músico de jazz o el improvisador.
Kahn utiliza en el epílogo del libro un término también japonés, shibui, sin equivalente preciso en castellano e inglés, que podría significar algo así como “elegancia retenida”. El término lo utilizan los japoneses cuando la belleza de algo alcanza una gran sutileza. Es el efecto que produce Kind of Blue en Kahn. A pesar de lo mucho que ofrece el libro, da la impresión de que a su autor le preocupa no encontrar argumentos suficientes para demostrar la importancia de la obra de Miles Davis. No debería preocuparse tanto. Leer su libro y desear inmediatamente escuchar el disco es todo uno. ~