Rodrigo Rothschild: Hace 30 años, creo, era menos común ver cine que hiciera tanta referencia a la cultura pop. Antes de que los personajes de Kevin Smith hablaran sobre Star Wars o Quentin Tarantino mandara a sus personajes a maratones de Sonny Chiba, por lo general no había tanto cine dentro del cine.[1]La excepción a la regla sería Joe Dante. Sus películas siempre parecen haber estado informadas por otras películas. Cuando dirigió una copia barata de Jaws para Roger Corman con Piranha, se encargó de que hubiera una maquinita de Jaws para hacer más transparentes sus intenciones. Y en The Howling el 50% de los personajes llevan el nombre de alguien que ha dirigido una película de hombres lobos, desde el veterano de Hammer Terrence Fisher hasta el director de la versión de Lon Chaney Jr. George Wagner, porque es una película que sabe de películas de hombres lobo.
“He’s the film geek’s film geek.” decía Tarantino sobre Dante. El tipo parece que entiende el mundo a través de las películas. En Gremlins, por ejemplo, tenemos un poblado idílico destruido por criaturas que brotan de capullos. El poblado idílico está calcado de Bedford Falls de It’s a Wonderful Life. Lo sabemos porque los personajes en Gremlins ven It’s a Wonderful Life en la tele. Y los capullos son idénticos a los de Invasion of the Body Snatchers. Lo sabemos porque Billy mira Invasion of the Body Snatchers en la tele. Cuando el papá de Billy viaja a una convención de inventores, por ahí anda Robby the Robot de Forbidden Planet. Y en el cine los habitantes de Kingston Falls pueden ver A Boy’s Life y Dark Skies, dos títulos que alguna vez tuvo E.T., cuando su guión contaba una historia diferente.
El momento más memorable de Gremlins incluso sucede en un cine. Es el lugar donde se reúnen los gremlins a ver la versión de Disney de Blancanieves. Los gremlins al parecer tienen un ciclo de vida tipo Benjamin Button. Empiezan como peludos mogwais, luego maduran a monstruos sin control que atacan violentamente a la mamá de Billy en la cocina, cual película de horror. Pero luego, más adelante se vuelven adolescentes, y destruyen el bar dónde trabaja Kate, con cierta anarquía de fraternidad universitaria tipo Animal House: Ahí la película se transforma en una comedia. Pero al final, antes de morir incinerados en el cine, Blancanieves los lleva a la niñez. La luz de la pantalla los deslumbra y su rostro se llena de un asombro ingenuo e infantil. Por un momento se ven tan inocentes como Totó en Cinema Paradiso.
Cuando empiezan a cantar “Heigh Ho”, no nos queda más que irnos de su lado y desear que el plan de Billy falle. Porque tal vez en ese momento Dante también está con ellos. Los gremlins lo dejaron transformar su película de horror en una caricatura de los Looney Tunes. Y parece que Dante haría caricaturas de los Looney Tunes de ahí en adelante, en menor (Explorers) o mayor grado (Gremlins 2), hasta que sus citas se volvieron textuales y dirigió Looney Tunes Back in Action.
Luis Reséndiz:Tu señalamiento de la erudición pop de Dante es incuestionable. Antes de comenzar, quisiera colocar las siguientes capturas –nomás para contribuir a la cosecha de referencias:
El anuncio de Rockin' Ricky Rialto, que remite a Indiana Jones:
La presencia de Robby the Robot, el robot de Forbidden Planet, y la máquina de La máquina del tiempo de la película de 1960, ¡en el mismo encuadre! (La pierna que se ve a la derechaes de Steven Spielberg, quien hace un simpático cameo pedaleando una bicicleta reclinada.)
Esta hilarante recreación de Dogs Playing Poker:
Y la presencia de la popular Fangoria, mítica revista de horror:
El ojo puede pasar un buen rato rascándole a Gremlins a ver qué más encuentra, y esa búsqueda siempre sacará algo nuevo.
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Gremlins es un buen ejemplo de cómo puede llegar la subversión, en este caso "visual", a Hollywood a través de un filme que cumple absolutamente todas las reglas de guion clásico. En Gremlins hay un interés romántico, algo esencial en la mayoría de las películas hollywoodenses; hay un planteamiento, bien cimentado, a desarrollarse en tres actos perfectamente delineados; hay un final en el que el asunto se resuelve casi en su totalidad –si bien deja una hebra de la trama suelta para que exista una posible secuela, cosa que de hecho sucedió.
Pero este apego a las normas no le impide a la película ser un fastuoso desmadre; hay de hecho algunas convenciones que incluso parecen demasiado convencionales, como si estuvieran allí precisamente para satirizar: la perfección de la familia, o la vida aparentemente afable que lleva Billy Peltzer –que, no nos engañemos, es un joven adulto que lleva el sostén económico de su familia ante la evidente imbecilidad de su padre. Es una historia oscura cubierta con capas de felicidad, y son los gremlins quienes llegan a destapar esta cloaca (basta escuchar este monólogo). En ese sentido, su presencia es liberadora y aterradora a manos iguales. No en vano la mamá de Billy entra en una especie de trance asesino cuando los gremlins la atacan, o no en vano tampoco Kate toma conciencia de lo espantoso de su trabajo cuando los gremlins la hacen atenderlos. Hasta el señor Futterman, el vecino chovinista, muere aparentemente aplastado por su propio quitanieve de fabricación estadounidense, uno de sus más grandes orgillos. Son temas duros y tristes que están cuidadosamente insertos en una película de aparente horror y comedia.
Con su humor negro y ácido, casi corrosivo, y sus delirantes secuencias de las criaturas destrozando cualquier parte del pueblo que se les atraviese –un humor y unas secuencias que serían saqueados hasta lo indecible por rip offs como Critters o Munchies–, Gremlins es una buena muestra de la verdad contenida en aquella gastada frase: "Para romper las reglas hay que conocerlas".
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