En Italia mis amigos, preocupados por mi obsesión, me preguntan siempre: "¿Pero por qué Sábato?" Yo contesto de inmediato: "Por una cuestión de higiene mental".
La primera vez que leí a Sábato me dije: "¡Sábato escribe como si debiese ser leído después de diez mil años!" Inmediatamente otra idea me relampagueó en el cerebro: Sábato es uno de los últimos humanistas, un humanista en lucha con la crisis definitiva del hombre universal y concreto, es decir, del hombre cuya humanidad es única y diferente. "Únicas y diferentes son todas las nubes que hemos contemplado en la vida, las manos de los hombres y la forma y el tamaño de las hojas, los ríos, los vientos y los animales. Ningún animal fue idéntico a otro. Todo hombre fue misteriosa y sagradamente único" (Antes del fin).
Estas dos ideas, por tanto, me parecen dos motivos de un mismo tema que para mí constituye el punto de partida y de llegada de la obra de Sábato, desde Uno y el universo (1945) hasta las cartas que forman su último libro, La resistencia (2000): la fidelidad a la condición humana, una larga fidelidad a la imperfecta condición humana.
Hay una célebre afirmación de Sábato: "Un dios no escribe novelas". Bueno, esta frase es justamente famosa porque es el verdadero emblema de toda su obra, de las novelas y de los ensayos, tanto de su parte nocturna como de su parte diurna. Un emblema que es un largo elogio a la imperfección del hombre. Ya escriba sobre Leonardo, sobre Borges, sobre los problemas de la educación de nuestro tiempo, o que invente personajes como Castel, Alejandra, Martín, Sábato en todo caso no pierde jamás de vista, ni siquiera un momento, el ser "ansiosamente dual" que él mismo, como cualquier otro hombre, es. Sábato sabe muy bien que la verdadera patria del hombre es aquella "región llamada alma", región intermedia donde se mezclan sin solución de continuidad "las ideas y la sangre". Sábato también sabe muy bien, sin embargo, que el hombre ha abandonado progresivamente esta región intermedia y que, por ansia de perfección, ha racionalizado hasta tal punto el mundo que lo ha hecho inhumano.
Sin embargo, a pesar de los muchos juicios en este sentido, el pensamiento y la obra de Sábato no son un pensamiento y una obra trágicos, nihilistas. Precisamente en virtud de nuestro estatuto ontológico de seres finitos, de seres espirituales y carnales, podemos tender puentes sobre los abismos de nuestras conciencias, e interpretar participando de los acontecimientos humanos del pasado y del presente. Podemos siempre abrir, por tanto, una ventana a nuestra soledad, a los demás, a los que nos han precedido como a los que no pertenecen a nuestra geografía. Por esta razón la obra de Sábato es refractaria a todo furor abstracto, a todo bizantinismo y formalismo, males que en Europa (y un poco por todo el planeta) están ampliamente difundidos. Y por ello respondo a mis amigos italianos del siguiente modo: "¡Es una cuestión de higiene mental!" La llamada cuna de la civilización occidental está ya vacía, o bien está llena de niños de probeta (o de enfants prodiges, lo que en cierto sentido es lo mismo), de tal modo especializados en su dominio de investigación que son inatacables, cierto, pero que han perdido la confianza en la posibilidad de poseer todavía una concepción del mundo y del hombre. Y, lo que es peor, no sienten ninguna nostalgia. Europa no sólo no mira ya a su historia, sino que ni siquiera siente nostalgia.
Sábato desmistifica la gigantesca paradoja según la cual un movimiento llamado humanismo ha producido, al final, una total deshumanización de las formas y, al mismo tiempo, trata de preservar a cualquier precio la insondable capacidad onírica del hombre. Sábato
desmistifica el mundo de la racionalidad
técnica y trata de proteger y defender al individuo, ser concreto y confuso, suspendido entre el ansia de perfección y sus instintos. Por esto Sábato es uno de los últimos humanistas: porque él desmistifica la realidad sin desmitificarla.
Desmistificar sin desmitificar la realidad significa permanecer fiel a la imperfección ontológica de la condición humana, significa permanecer fiel a la esencia humanística de nuestra civilización. ¿Pero cómo puede el hombre hoy alcanzar, a través de su parte inteligible y sus pasiones, en forma al mismo tiempo inteligible y apasionada, su propia imperfección? La respuesta del autor es de las que no tienen apelación: a través del arte, en particular el arte de la novela, este territorio donde las conjeturas no asumen jamás las acciones, y donde las acciones con frecuencia no son para nada fruto de conjeturas.
Para Sábato esta región intermedia donde se mezclan sin solución de continuidad "las ideas y la sangre", esta "región llamada alma", ontológicamente ambigua, impura y propia del ser finito, concreto y confuso, coincide con el territorio que la novela explora. Cuidado: coincide, no limita. Por eso Sábato puede decir que "la novela es la patria del hombre", porque la novela es el lugar donde el hombre, desterrado en la tierra y muy lejos de los dioses de Hölderlin, se reconvierte en amigo del hombre y aprende a ser fiel a su imperfecta condición humana. –
Massimo Rizzante (1963) es poeta, ensayista y traductor. Ha formado parte desde 1992 a 1997 del Seminario sobre la Novela Europea dirigido en Paris por Milan Kundera.