Más que una empresa

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Borges retrató a un cartógrafo empeñado en levantar el mapa del mundo a escala natural. A escala natural se ha reproducido ahora la polémica habida en la Feria de Francfort en 1991, cuando el Ministerio de Cultura aún lo era y estaba encabezado por el socialista Jordi Solé Tura. España era el país invitado y allí se distribuyó un librito de presentación de las letras peninsulares del que fueron excluidos muchos autores que no gozaban del aprecio institucional (por ejemplo, Antonio Buero Vallejo). Ahora, en la Feria del Libro de Guadalajara, en la que España también es la nación invitada, el Ministerio ha distribuido otro librito de presentación en el que se prima, como ha señalado Juan Manuel de Prada y han difundido "casi" todos los periódicos, a los autores de un determinado grupo editorial, parte contratada de otro proyecto cultural. Paradoja: en 1991 gobernaba el Partido Socialista y hoy lo hace el Popular. Quizá el error ha sido tropezar dos veces con la misma piedra. Cualquier presentación, por exhaustiva e imparcial que sea, siempre dejará fuera de juego a alguna figura que seguramente se sentirá ofendida. Sí es cierto que el ensayito escrito por Fernando Valls destacaba muy especialmente a los narradores de su grupo editorial y a los columnistas afines (no aparecen nombres como Jaime Campmany, Alfonso Ussía o Raúl del Pozo), desconocía a importantes escritores ajenos (por ejemplo: Terenci Moix, Antonio Gala, Francisco Umbral o el propio Prada, que venden por centenares de miles sus libros) y le propinaba un puntapié a Camilo José Cela quien, nos guste o no, es uno de los dos premios Nobel vivos de nuestra lengua.
     En fin, el fondo de la cuestión es otro y nada incierto. Prada, a quien secundaron Sánchez Dragó y Armas Marcelo, denunció la existencia de un canon estético que se ha instalado en la vida cultural española y que se defiende desde esa fortaleza mediática que modula el gusto y la opinión desde el periodismo, desde sus editoriales, desde la televisión y desde el cine. ¿Tiene la culpa la empresa? Por supuesto que no: tiene en nómina a los mejores empresarios.
     Borges retrataba a Pierre Menard, un escritor empeñado en la ardua tarea de escribir el Quijote, letra por letra y con la misma ortografía y caligrafía que las utilizadas por Cervantes, aun a sabiendas de que existían la primera novela y su autor. Pierre Menard al menos era original (escribiría el Quijote del siglo XX) como original era la idea del cartógrafo. Mucho menos originales son los responsables de la política cultural española, amanuenses y cartógrafos de un proyecto heredado, que casi tiene los mismos protagonistas que los de hace nueve años. ¿Los mismos protagonistas? En clave: casi los mismos beneficiarios y casi los mismos ninguneados. El modelo no ha variado. Y es que aquí no ha pasado nada ni con mayoría relativa ni con mayoría absoluta, el modelo es el mismo, cómodo y reversible: progresismo venial (llámese lo políticamente correcto), cultura de la cortesanía y la adhesión, endogamia y, en fin, la cultura de los tópicos y no la de la crítica, la del compadreo y no la de las instituciones. La nueva derecha española ha emprendido reformas estructurales en la economía pero ha dejado la cultura como estaba. Tiene miedo a una tormenta cultural. Si hoy los ninguneados no se hacen oír, aquel proyecto cultural (cuyo origen se encuentra en la dictadura estética de la izquierda durante la larga noche del franquismo) de verdad estará cristalizando ahora por la ausencia de una alternativa real. Y es que aquel proyecto hoy es ya más que una empresa. –

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