Walter Benjamin: Fragmentos de una biblioteca

De la afición del filósofo por los libros se comprenden sus largas estancias en bibliotecas. Benjamin mantenía una relación compleja con los libros.
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Una tarde de 1933, la fotógrafa judía Gisèle Freund dejó su hogar en Alemania. Freund abordó un tren en dirección a Francia; entre sus pocas pertenencias, las dos más importantes eran su cámara y una carta de aceptación de la Sorbona, donde continuaría con sus estudios de sociología. A pesar de tener conocidos en la ciudad, Freund pasaba las tardes en la Biblioteca Nacional de París, lugar que se convirtió en su sitio de estudio pero también en una especie de hogar putativo. De aquel sitio la fotógrafa recordaba:

La sala de lectura, mucho más grande, estaba cubierta por una cúpula de cristal por la que se filtraba una luz difusa y grisácea. La mayoría de los lectores eran viejos asiduos. Científicos, investigadores, periodistas y monjes eruditos compartían mesa con diputados que iban a preparar sus discursos. El aire olía a polvo y a un desinfectante dulzón que un vigilante pulverizaba de vez en cuando. Todo el mundo trabajaba en gran silencio.

El mundo y mi cámara, 2008

En esa biblioteca conoció al filósofo alemán Walter Benjamin, con quien solía jugar ajedrez en un café cercano una vez que la biblioteca cerraba. En 1937, la fotógrafa retrató a Benjamin en aquel espacio de estanterías polvosas donde el filósofo trabajaba. Es una foto en blanco y negro que define bien un contexto de trabajo. Benjamin está en primer plano, al fondo las estanterías numeradas y dos personas más que trabajan. Es probable que el filósofo no se haya percatado de la presencia de la cámara, pues en la imagen se muestra concentrado en algo, una de sus fichas tal vez, alguna anotación que posteriormente se incorporaría a su constelación de ideas, ese mapa de un pensamiento fragmentario y complejo. Sus manos están ocupadas, con una sostiene la pluma y la otra detiene la página; de su rostro pueden apreciarse los lentes y el característico bigote, pero la mirada se pierde: “Benjamin era lo que los franceses llaman un triste. […] Se consideraba a sí mismo un melancólico”, anota Susan Sontag.

La fotografía no permite ver el título de los libros con los que Benjamin trabaja, sin embargo, la imagen deja ver esa idea construida por quienes han escrito sobre el filósofo: la obstinación o compulsión de Benjamin para trasegar la frase del libro a la ficha; en el retrato pueden observarse todos los conceptos fundamentales del intelectual, esos sobre los que apuntó constantemente algo: carta, biblioteca, libro, ficha, archivo, texto, laboratorio, nota, tiempo, fugacidad.

En otra de las fotografías se muestra al filósofo compartiendo mesa, algo habitual en una biblioteca pública pero que no anula lo sugerente de la compañía. En esa biblioteca trabajaron las grandes mentes de la época, uno de ellos fue Sigfried Giedion, historiador suizo de la arquitectura, mismo que anteriormente intercambió cartas con Benjamin sobre su libro de 1928 “Building in France, Building in Iron, Building in Ferroconcrete”. Sobre el libro de Giedion, Benjamin anotó en una de las cartas[1] una premonición que le parecía excitante sobre la arquitectura: el conocimiento previo de algo, incluso antes de tener contacto con él, hacía de las experiencias algo significativo y ponía como ejemplo un libro. La misma idea perseguiría al filósofo años después cuando coleccionaba los apuntes sobre sus recorridos por los pasajes franceses.

De la afición del filósofo por los libros se comprenden sus largas estancias en bibliotecas. Benjamin mantenía una relación compleja con los libros, fue coleccionista de ejemplares, se sabe que acudía a remates de libros y al referirse a su colección apuntaba que “las posesiones y los bienes se relacionan con lo estratégico”. Tal vez con la frase explicaba porqué, por sus circunstancias personales y ante la imposibilidad de permanecer cerca de su acervo, viajaba con algunos libros en la maleta. Por ello, y en cambio, el filósofo coleccionó las notas o citas de aquello importante. Sus apuntes, que después de su muerte verían luz como “El libro de los pasajes”,  constituyen una colección de notas y reflexiones en torno a frases interesantes, pero es también el vestigio de una biblioteca que no podía viajar con el autor. Para Susan Sontag, el ejercicio de Benjamin consistía en hacer portables los fragmentos:

Miniaturizar es hacer portátil: la forma ideal de poseer cosas para un caminante o refugiado. Benjamin, desde luego, era al mismo tiempo un caminante en camino y un coleccionista, abrumado por las cosas; es decir, por pasiones. Miniaturizar es ocultar. Benjamin era atraído por lo extremadamente pequeño, como por todo lo que había que descifrar: emblemas, anagramas, escritos.

Bajo el signo de Saturno,  1980

 

Para Freund, la fotografía debía captar la conciencia del individuo, por ello los retratos que realizó a escritores no eran una puesta en escena con poses estudiadas, por el contrario, la fotógrafa buscaba los ambientes de trabajo, allí donde los personajes estaban cómodos y familiarizados, pero también en donde ocurría el flujo de conciencia del individuo. Tal vez de ahí que la fotografía de Walter Benjamin en la Biblioteca de París resulte tan hipnótica. Tener una edición de “El libro de los pasajes” y leer alguno de los fragmentos al azar es una manera de entender cómo se estructura el universo benjaminiano, algo caótico pero que siempre destaca la lucidez y profundidad oculta de algún concepto.

 



[1]La carta de Benjamin a Giedion, fechada en 1929, se encuentra publicada en la introducción que hace Sokratis Georgiadis a la edición de 1995 de “Building in France, Building in Iron, Building in Ferroconcrete” de Sigfried Giedion.

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Maestra en historiografía e historiadora de la arquitectura.


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