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Friedrich Katz, Pancho Villa, Era, 1998.
La Revolución Mexicana fue cosa seria en su tiempo. Entre 1910 y 1911 ciudadanos de renombre se levantaron en diversos estados para protestar contra la séptima reelección del presidente Porfirio Díaz y exigir elecciones libres. El viejo mandatario se exilió. Madero, elegido por voto popular, subió al poder. Dos años después, Victoriano Huerta, un general del antiguo ejército, lo derrocó, lo mandó asesinar junto con el vicepresidente Pino Suárez e impuso su propio mandato con la cooperación de la Iglesia católica. La resistencia popular, organizada en ejércitos revolucionarios compuestos por decenas de miles de soldados —con apoyo estadounidense, que incluyó una intervención militar en 1914— arrojó al exilio al usurpador, desmembró a las viejas fuerzas federales y escenificó una "Soberana Convención Revolucionaria" para fundar un nuevo orden nacional que beneficiase a los campesinos y a los obreros en contra de la Iglesia.
Los jefes revolucionarios desconfiaron unos de otros y se dividieron. Dos de los nuevos ejércitos se aliaron contra un tercero que, en 1915, los derrotó. A pesar de otra intervención hostil por parte de los Estados Unidos, los generales revolucionarios triunfantes en 1916 y 1917 organizaron un Congreso Constituyente, instauraron una Constitución nacionalista que promulgó la reforma agraria, el sindicalismo y el anticlericalismo; convirtieron a Venustiano Carranza, su jefe civil, en primer presidente de la nueva república, y apoyaron su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, una neutralidad que beneficiaba a Alemania e iba en contra de los Estados Unidos. Más tarde se dividieron en torno a la sucesión presidencial. En 1920 uno de aquellos generales, Álvaro Obregón, el estratega de la victoria en 1915, logró el apoyo de muchos otros para derrocar al presidente antes de que Carranza pudiera imponer a otro civil. Oficiales rebeldes capturaron y ejecutaron a su antiguo Primer Jefe. Obregón, el general que encabezó el levantamiento, ganó las elecciones presidenciales. Cuando aprobó algunas demandas de tierra que hicieron los campesinos armados y protegió a las nuevas y poderosas confederaciones sindicales, hubo quienes creyeron que los "bolcheviques" andaban sueltos en México.
Pero la Revolución Mexicana nunca fue como la rusa. Sus revolucionarios mexicanos no eran marxistas ni compartían ideologías revolucionarias de ninguna otra especie. Tampoco disponían de un partido estable. En 1911 su más destacado intelectual, Luis Cabrera, declaró: "La Revolución es la revolución", en efecto (aunque no era esto exactamente lo que quería decir), "haga lo que haga el revolucionario que gane". Y lo que hicieron muchos jefes revolucionarios, antes y después de su triunfo, fueron negocios, tratos coercitivos y corruptos, explotar su poder, a sus tropas y a aquellos por quienes supuestamente habían luchado, en
beneficio personal.
Sólo algunos permanecieron fieles a la justicia de su causa. El general que salió de los campos de batalla en 1915 para convertirse en presidente en 1920, y a quien se acusaba de amparar bolcheviques en su gobierno, se había vuelto millonario al acaparar desde 1917 e mercado de garbanzo. Otros generales eran auténticos pillos. La verdadera revolución sucedió en gran medida como un acto de rebeldía contra los revolucionarios oficiales. ***
Para los norteamericanos fue una revolución particularmente interesante y confusa. En aquella época sólo conocían el país a través de imágenes: tarjetas postales, noticieros de cine, películas mudas hechas para entretener y no para explicar. Casi todas las fotos de México eran, como afirmaban los pies de grabado, escenas de "guerra", igual que las imágenes, vistas por los norteamericanos en los últimos tiempos, de conflictos en otros lugares exóticos: Cuba, Sudáfrica, China, las Filipinas, los Balcanes. No fue hasta 1914 que una película sostuvo que la guerra en México era algo especial, una protesta popular contra los ultrajes despóticos, una lucha por parte de los honestos campesinos mexicanos por obtener justicia y libertad. El título de la cinta era: El General Villa en batalla, fotografiado bajo los disparos, con escenas de la trágica historia de su juventud.1
De hecho la película iba a rescatar un prestigio revolucionario en el cual tenía un interés material el productor Harry Aitken, de la Majestic Motion Picture Company de Los Ángeles, y la Mutual Film Corporation de Nueva York. En diciembre de 1913, Francisco Villa, comandante de la mayor y más exitosa fuerza revolucionaria mexicana —la División del Norte— se había apoderado de Chihuahua, la entidad más grande del país, justo en la frontera con Texas y Nuevo México. Confiscó gigantescas propiedades rurales (ninguna de ellas norteamericana), repartió ropa y comida entre los pobres y prometió a sus soldados tierras al triunfo de la Revolución. Los corresponsales norteamericanos en El Paso se deshacían en elogios de Pancho (diminutivo de Francisco) Villa y lo llamaron el Napoléon y el Robin Hood mexicano.
Muchos directores de periódicos decidieron olvidar su carrera de "bandido" prerrevolucionario y elevar a dimensiones heroicas al insurrecto favorecido de manera más evidente por la Norteamérica oficial. El New York World y el Metropolitan enviaron a John Reed a Chihuahua para hacer reportajes sobre Villa. Aún más ambicioso, Aitken mandó a un agente a firmar contrato con el general. El 3 de enero de 1914 los representantes de Villa y de Aitken suscribieron el acuerdo: la Mutual Film Corporation compró los derechos exclusivos para filmar las batallas de Villa y exhibirlas como noticieros en los Estados Unidos, México y Canadá. A cambio, Villa recibió un adelanto de 25 mil dólares sobre 20% de regalías.
La primera película de Villa en acción que exhibió la Mutual, una cinta de dos rollos sobre la batalla de Ojinaga, el 10 de enero de 1914, fue decepcionante. El polvo y el humo que se levantaron en la locación y la retirada de casi todas las fuerzas enemigas (cruzaron el Río Grande para refugiarse en los Estados Unidos) hicieron que las escenas a menudo resultaran opacas y confusas. Peor aún, no hubo escenas de combate gracias a que Villa no lanzó su ataque final sino hasta el anochecer. La secuela tenía que resultar mejor. Villa planeaba movilizar a su ejército hacia el sur para atacar Torreón, una importante ciudad ferrocarrilera y algodonera. Allí la batalla sería sensacional. La Mutual organizó a su equipo cinematográfico y le compró a Villa (quien antes siempre había peleado en traje de civil) un uniforme como se debe de general.
Sin embargo, el 17 de febrero, en su cuartel de Ciudad Juárez, Villa (o su guardaespaldas) mató de un tiro a un ganadero británico que exigía indemnización por unas reses perdidas o tal vez robadas. Se produjo un escándalo internacional y hasta los periodistas que simpatizaban con él condenaron a Villa y lo llamaron un bandido nato. El New York World infamó al héroe de Reed como "un
perfecto villano."
Para defender a su socio y salvar su inversión, Aitken viajó desde Nueva York hasta Ciudad Juárez y firmó con Villa un nuevo contrato en que autorizaba a la Mutual a filmar su "vida". Aitken telegrafió a uno de los directores de la Majestic en Los Ángeles y le ordenó trasladarse a Chihuahua para empezar la filmación tan pronto como fuera posible.
El director era Cristy Cabanne. A los 25 años Cabanne había sido asistente en Nueva York de D. W. Griffith, hasta que ambos se fueron a Hollywood a filmar para la Majestic. Cabanne dirigió con éxito los primeros westerns de esta compañía. (Más tarde fue envidiado por su trabajo con las hermanas Gish y otras estrellas del cine mudo y llegó a dirigir casi 70 películas sonoras de bajo presupuesto, entre las que sobresale The Last Outlaw —El último fugitivo—, con Harry Carey y Hoot Gibson, en 1936.) Cabanne se apresuró a viajar a Ciudad Juárez. Lo acompañaba un escritor de la Majestic, quien durante el viaje en ferrocarril convirtió algunas entrevistas recientes de Villa en el guión para un western.
En cuanto llegó Cabanne filmó algunas escenas "posadas" que mostraban al mismísimo Villa apaciblemente entregado a las labores del campo. A mediados de marzo las fuerzas revolucionarias se dirigieron al sur. Cabanne envió con ellas a un equipo de cinco personas. En la verdadera Batalla de Torreón —una acometida de los quince mil hombres de Villa contra los diez mil del usurpador que se prolongó del 23 de marzo al 2 de abril— el equipo filmó por lo menos 2,600 pies de cinta, incluidos 200 pies de escenas de combates callejeros y acercamientos a las cargas con bayoneta. (Entre los camarógrafos estaba Charles Rosher, un joven de 28 años que más tarde iba a ganar el Oscar a la mejor fotografía por Sunrise [Amanecer, 1927] y The Yearling [El potro, 1946].) De vuelta en Chihuahua, Cabanne dirigió al reparto de la Majestic que representó la "vida" de Francisco Villa tal y como estaba en el guión.
Otro protegido de Griffith era Raoul Walsh, un actor de 27 años que interpretó el papel del "joven Villa". Después de representar, con mucho mayor éxito, a John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln, en The Birth of a Nation (El nacimiento de una nación), con el tiempo Walsh alcanzó su plenitud al dirigir a actores de la talla de James Cagney. Entre sus 120 películas sobresale White Heat (Fuego blanco), estelarizada por el propio Cagney y Virgina Mayo en 1949. En sus Memorias Walsh asegura que él dirigió Villa's Life (La vida de Villa).
De vez en cuando, al volver del frente, Villa se representaba a sí mismo en actitud de mando. La División del Norte ganó la Batalla de Torreón. La película, todo un éxito de cinco rollos, además de otros dos para noticieros, se estrenó el 9 de mayo en el Teatro Lyric, en el corazón de Broadway. Gracias a ella el público norteamericano quedó fascinado con el comandante de la División del Norte.
Esta es la trama: la familia Villa tiene un rancho. Francisco, el hijo, ara la tierra. Un día se ausenta en viaje de negocios. En las cercanías hay un campamento militar. Dos oficiales aparecen, coquetean con las dos hermanas de Francisco y las persiguen. Uno de ellos atrapa a la menor. Auxiliado por su camarada, la viola. Ella muere. Al regresar Francisco descubre la atrocidad, persigue a los villanos, captura y mata al violador, pero su cómplice logra escapar. Comienza la revolución. Prófugo de la injusticia, Francisco encabeza el levantamiento. Sus victorias son contundentes. En Torreón se encuentra al otro culpable. En el clímax de la película, lo elimina de un disparo. Quizá Villa será el próximo "hombre fuerte" de México. Tal vez llegue a ser presidente.
De hecho, la División del Norte destruyó a las fuerzas del gobierno en el norte y en diciembre de 1914 ocupó la Ciudad de México. En 1915 la Mutual lanzó una versión reeditada de la obra de Cabanne: una cinta de cuatro rollos, The Outlaw's Revenge, From Bandit to General (La venganza del forajido: de bandolero a general), porque "el General Villa está ahora de manera casi continua bajo el escrutinio de la opinión pública…"
Pero ese mismo año otro ejército revolucionario destruyó a la División del Norte y Villa tuvo que volver a las operaciones guerrilleras. Mientras tanto, los Estados Unidos lo abandonaron y reconocieron a Venustiano Carranza, jefe del ejército vencedor y archirrival de Villa, como nuevo gobernante mexicano. El 9 de marzo de 1916 guerrilleros villistas atacaron Columbus, Nuevo México, y mataron a 17 norteamericanos. Villa se convirtió en el Osama Bin Laden de su época.
El 15 de marzo una expedición punitiva al mando del general John Pershing cruzó la frontera y entró en Chihuahua para capturarlo. De pronto los contratos y las películas de Aitken perdieron todo su valor, excepto el histórico. Otras compañías, entre ellas la Hearst y la Pathe, se encargaron entonces de filmar los noticieros. La Feinberg Amusement elaboró Following the Flag in Mexico (Tras la bandera en México) en la que se anunciaba: "Villa a cualquier costo: 20 mil dólares, a quien lo entregue vivo o muerto…"
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A partir de entonces, el caudillo del norte ha sido personificado en seis películas norteamericanas que muestran a igual número de Villas: Viva Villa, con Wallace Berry (1934); The Treasure of Pancho Villa (El tesoro de Pancho Villa), con Joseph Calleia (1955); Villa!, con Rodolfo Hoyos (1958); Villa Rides (Villa cabalga), con Yul Brynner (1968); Pancho Villa, con Telly Savalas (1972), y She Came to the Valley, también conocida como Texas in Flames (Texas en llamas), con Freddy Fender (1977). En todas ellas la figura de Villa oscila entre bandolero, vengador y patriota; quizá el concepto más cercano a que pueden llegar los norteamericanos de lo que es un revolucionario.
Su bibliografía ha sido más extensa, pero tampoco logra descifrar su personalidad. Allí está, irreal, en The Puma of the Sierras (El puma de las sierras), The Centaur of the North (El centauro del Norte), Cock of the Walk (El brabucón), etcétera. En México varias películas e innumerables libros y corridos lo han presentado todavía con mayor pasión pero de modo aún más variado: fuerza de la naturaleza mexicana, encarnación absoluta del machismo, Barbazul del pueblo, expresión de la ira popular, Quinto jinete del Apocalipsis, flagelo de los ricos y elegantes, epítome del México bronco, símbolo del país enloquecido. Cualquiera que esté interesado en descubrir quién fue en realidad Villa, qué hizo realmente y qué significa ha tenido que leer extensa y escépticamente.
A partir de entonces, el caudillo del norte ha sido personificado en seis películas norteamericanas que muestran a igual número de Villas: Viva Villa, con Wallace Berry (1934); The Treasure of Pancho Villa (El tesoro de Pancho Villa), con Joseph Calleia (1955); Villa!, con Rodolfo Hoyos (1958); Villa Rides (Villa cabalga), con Yul Brynner (1968); Pancho Villa, con Telly Savalas (1972), y She Came to the Valley, también conocida como Texas in Flames (Texas en llamas), con Freddy Fender (1977). En todas ellas la figura de Villa oscila entre bandolero, vengador y patriota; quizá el concepto más cercano a que pueden llegar los norteamericanos de lo que es un revolucionario.
Su bibliografía ha sido más extensa, pero tampoco logra descifrar su personalidad. Allí está, irreal, en The Puma of the Sierras (El puma de las sierras), The Centaur of the North (El centauro del Norte), Cock of the Walk (El brabucón), etcétera. En México varias películas e innumerables libros y corridos lo han presentado todavía con mayor pasión pero de modo aún más variado: fuerza de la naturaleza mexicana, encarnación absoluta del machismo, Barbazul del pueblo, expresión de la ira popular, Quinto jinete del Apocalipsis, flagelo de los ricos y elegantes, epítome del México bronco, símbolo del país enloquecido. Cualquiera que esté interesado en descubrir quién fue en realidad Villa, qué hizo realmente y qué significa ha tenido que leer extensa y escépticamente.
* Ya nunca más. Este libro gigantesco y magistral, la biografía de Pancho Villa por Friedrich Katz, es una obra abarcadora de enorme autoridad. El autor obtuvo dos doctorados por sus tesis sobre México. Ha escrito más de quince artículos sobre historia mexicana que han tenido gran influencia y cuatro libros acerca del pasado y el presente de América Latina. Entre ellos, un estudio premiado sobre la disputa imperialista europea y norteamericana en México durante la Primera Guerra Mundial. Katz ha investigado en más de 50 archivos públicos y diez archivos privados, en nueve países y en cuatro idiomas para encontrar información sobre Villa. El resultado es la obra de toda una vida. Tiene un poder conceptual de amplísimo trazo, hace descubrimientos decisivos, muestra una perspicacia iluminadora, un análisis convincente, un juicio escrupuloso, un razonamiento directo, relatos apasionantes, prosa clara, ingenio mordaz y extrae amplias conclusiones. Este libro no hará cesar la investigación ni los escritos sobre Villa, porque al publicarse casi seguramente impulsará la apertura de nuevas fuentes. Pero es una obra definitiva en su valoración del significado de Villa y en el planteamiento de las preguntas básicas sobre su figura.
Pancho Villa conlleva una mayor carga de autoridad gracias a la sapiencia, el refinamiento y la sabiduría que el autor heredó no tanto de su prodigiosa erudición como de su padre. Aunque sea brevemente, vale la pena mencionar la historia de este legado, por su propio valor y para señalar una razón más que académica de por qué Friedrich Katz, que tiene el título de Morton D. Hull Distinguished Service Professor of Latin American History en la Universidad de Chicago, ha trabajado durante más de 30 años en el tema de los campesinos y la
Revolución Mexicana.
La historia comienza lejos de México, en Europa Oriental, en los Cárpatos, en Bukovina, un lejano rincón del imperio austro-húngaro, una aldea situada a escasos kilómetros de la frontera con Rumania. Allí, en 1892, un vendedor de leña, Jacob Katz, y su esposa celebraron el nacimiento de su primer hijo, Israel Lieb.2 De todas las regiones austriacas, Bukovina era entonces la más arbolada, la de mayor riqueza agrícola (principalmente cereales), y la que tenía más monopolizada su tierra. También ostentaba los caballos más hermosos y era la más compleja desde el punto de vista étnico: 42% de la población hablaba ucraniano, 32% rumano, 13% yiddish, 7% alemán, y el resto polaco, húngaro, armenio, ruso y griego. La economía estaba moldeada sobre líneas étnicas: los terratenientes ausentistas hablaban rumano y alquilaban sus propiedades (llamadas "latifundios" por sus críticos), por lo general en varias extensiones y a largo plazo, a comerciantes que se expresaban en yiddish o en alemán. Ellos, a su vez, subarrendaban anualmente pequeñas parcelas compartidas a campesinos sin tierra hablantes del ucraniano o el rumano.
Czernowits, capital de Bukovina, floreciente desde que el ferrocarril de Cracovia a Kiev pasó por ella en 1866, era, en 1892, una ciudad "completamente moderna" de 50 mil habitantes, entre ellos 18 mil judíos (reformistas, ortodoxos y sionistas), con gran cantidad de escuelas y una universidad nueva, según la guía Baedecker. Sin embargo, en el campo, donde habitaba 80% de la población, pocos llegaban a la escuela. Después de Dalmacia, Bukovina era la región austriaca con el mayor número de analfabetos.
Aunque el ferrocarril del sur no entraba en ella, había varias escuelas en Sereth, la población en que nació Leib Katz y donde habitaban 1,300 familias, 500 de ellas judías. En cambio, cerca de 7,500 campesinos sin tierra carecían de toda posibilidad de instrucción. Al otro lado de la frontera, en Rumania, la mayor desgracia era "el problema campesino". A partir de 1860 los terratenientes despojaron de sus propiedades a los aldeanos, acumularon vastas extensiones de tierra y, al igual que en Bukovina, las alquilaban a largo plazo a comerciantes judíos que empleaban a los despojados como aparceros y peones. Los campesinos se rebelaron en 1888, 1889, 1894 y 1900.
Jacob Katz era ortodoxo, en Sereth se le consideraba un sabio ortodoxo. En su linaje había muchos rabinos y preparó a Lieb para serlo también. Pero en 1907, alrededor de la Pascua, los campesinos rumanos se volvieron a levantar. La revuelta superó a los movimientos del pasado y se dirigió primero contra sus arrendadores judíos y luego contra los grandes terratenientes. Lieb, quien a los quince años ya había estudiado la opresión egipcia y la liberación de los judíos, también se rebeló. Al otro lado de la frontera, un joven cliente de su padre, y amigo de Lieb, figuraba entre los líderes de la revuelta local. A pesar de la estricta prohibición austriaca para viajar a Rumania durante la violencia, Lieb se escabulló a través de la frontera y una noche contempló a los campesinos en acción. Otra noche, oculto, vio a los soldados rumanos masacrar a los campesinos y asesinar a su amigo.
Lieb regresó a Sereth, leyó a los Profetas, en especial a Isaías, abandonó sus estudios rabínicos, se volvió socialista y siguió por correspondencia un curso académico vienés. En 1908 hubo otro tipo de revuelta en el cercano Czernowitz: la Primera Conferencia acerca del yiddish. Organizada desde Nueva York por Nathan Birnbaum y Chaim Zhitlowsky, respaldada por Mendele Mokher Sefarim y Sholem Aleichem, sostuvo el primer debate internacional interpartidario sobre el yiddish como "lengua nacional" del pueblo judío. La resolución de que sí lo era ratificó el empleo del yiddish por parte de los intelectuales judíos. Sholem Asch, I.L. Peretz y otros participantes en la conferencia, organizaron una campaña en toda Bukovina para financiar estudios de lengua y literatura yiddish.
Lieb Katz se unió a este movimiento. En 1914 entró en la Universidad de Viena para estudiar historia e idiomas orientales antiguos, militó en la oposición socialista a la guerra mundial, ayudó a organizar el apoyo para la gran huelga de Viena en 1918, y se unió al partido comunista austriaco. En 1920, cuando el socialismo revolucionario ya había fracasado en Europa, obtuvo su doctorado con una tesis sobre La situación de los judíos en la Alemania del siglo XIV (cuando la Muerte Negra condujo al holocausto de los judíos), cambió su nombre por el de Leo y emprendió el viaje para seguir una nueva carrera como intelectual comunista judeo-austriaco.3
Su primera escala fue Chicago, 1920-1921, para ver a su hermana mayor y visitar la sede del socialismo revolucionario en los Estados Unidos. Segunda escala: Nueva York, 1922, para colaborar en el nuevo diario comunista yiddish Freiheit. Tercera escala: regreso a Viena, donde escribe para el periódico de su partido, Die Rote Fahne, y se casa en 1924 con una joven de la Galizia austriaca, nacida en Hashomer Hatzair. Ella también entró en el partido. Pasaron el año de 1926 en París. Volvieron a Viena y allí, en 1927, nació su hijo Friedrich. En 1930 los tres se fueron a Berlín donde, con su nuevo amigo David Bergelson, Leo Katz trabajó para el periódico alemán Rote Fahne. En 1933, en una oportuna huida de los nazis, trasladó a su familia a París. Allí se unió a la sección de judíos refugiados del partido comunista francés, editó el diario yiddish Naie Presse, y durante la guerra de España introdujo armas para el ejército republicano (algunas de ellas mediante tratos con la mafia neoyorquina). Por consiguiente fue deportado de Francia en 1938 y se mudó con su familia a Nueva York, en donde (para asombro de la mafia) devolvió al gobierno republicano en el exilio los fondos españoles que había en su cuenta.
Hizo amistad con Ernst Bloch y empezó a escribir cuentos a la manera de Sholem Aleichem acerca de los pueblos moldavos del fin de siglo, las revueltas campesinas y las aldeas en llamas. En 1940, cuando el gobierno norteamericano le negó la residencia por su filiación política, encontró asilo en la Ciudad de México a través del Comité Unido Anti-fascista para refugiados. Durante la guerra Leo Katz ayudó a organizar a los comunistas alemanes en México. Con Egon Erwin Kisch, Anna Seghers y otros amigos fundó la Comunidad Intelectual Antifascista, escribió para periódicos alemanes y austriacos en el exilio, dirigió Tribuna israelita, estableció una editorial para exiliados, y publicó una primera novela, en español y yiddish, titulada Totenjaeger (Cazadores de muertos), una de las primeras novelas sobre el Holocausto.
cartas02 En la posguerra y aún sin salir de México, dio a conocer en la editorial Knopf de Nueva York una segunda novela en inglés, Seedtime (Tiempo de sembrar), acerca de la revuelta rumana de 1907. Obtuvo reseñas favorables en The New Yorker, Saturday Review y The New Masses, y una adversa en Commentary. En 1949 él y su esposa intentaron vivir en Israel pero regresaron a instalarse en Viena. De nuevo militó en el partido austriaco como director de su periódico Volksstimme, publicó libros infantiles y una tercera novela, todo esto en Berlín Oriental. Murió en 1954, apenas a los 62 años de edad, pero de todos modos diez o quince años mayor que los hermanos, hermanas y primos, suyos y de su esposa, asesinados por los nazis. Su cuarta novela apareció póstumamente en 1955, también en Berlín Oriental. La quinta, que trata de nuevo el tema de la rebelión rumana de 1907, se publicó en Viena en 1993.
Así pues, Friedrich Katz creció entre ires y venires, empapado de política marxista e historia, y escuchando sin tregua conversaciones sobre provincias, terratenientes, comerciantes, aldeas, artesanos, campesinos, guerra y revolución, todo esto antes de que su padre lo llevara, a los 13 años, al México revolucionario. Los relatos sobre Bukovina y Rumania hicieron que México le pareciese extrañamente familiar y fascinante. En su escuela, el Liceo Franco-Mexicano, sus maestros no enseñaban la historia de México, lo que sólo incrementó su embeleso con el tema. Katz se preguntó acerca de Rumania en 1907, los campesinos mexicanos y su revolución. En 1945, gracias a amigos que la familia tenía en Nueva York, asistió a Wagner College (entonces Wagner Memorial Lutheran) en Staten Island donde obtuvo (con su amigo Peter Berger y una gran cantidad de veteranos de guerra que pudieron cursar gratis sus estudios universitarios) un primer título en ciencias sociales.
Tras graduarse en 1948, regresó a México y entró en la Escuela Nacional de Antropología e Historia para estudiar el México antiguo bajo la dirección del eminente Ignacio Bernal, Wigberto Jiménez Moreno y Pablo Martínez del Río. Cuando sus padres retornaron a Viena, él volvió con ellos, se unió al partido e ingresó a la Universidad de Viena, alma mater de su padre, con objeto de estudiar antropología precolombina. En 1954, año de la muerte de Leo Katz, recibió su doctorado con una tesis acerca de Las relaciones socioeconómicas de los aztecas en los siglos XV y XVI.4
Sus ideas políticas le impidieron seguir una carrera académica en Austria. Por tanto, a semejanza de su padre, se rehusó a presentar la segunda tesis que en el mundo germánico se requiere para aspirar a un puesto de profesor. En vez de eso, en 1956 antiguas amistades de su familia lo llamaron a Berlín Oriental y aceptó una beca en Historia Moderna, la época de su padre, en la Universidad de Humboldt. Allí comenzó una tesis acerca de su propia Rumania: el México "moderno". El seminario sobre imperialismo que Walter Markov impartía en Leipzig influyó en él de manera especial. En 1962 obtuvo con una tesis sobre el imperalismo alemán en México su otro doctorado y un cargo académico de tercer nivel en la Universidad de Humboldt. Al publicar su tesis, sin citar ni una sola vez a Walter Ulbricht, alcanzó la posición de profesor asociado.5
Mientras aún conservaba la nacionalidad austriaca, siguió muy de cerca en su partido al intelectual reformista Ernst Fischer y a su lugarteniente Franz Marek en su lucha por un "socialismo con rostro humano". Para escapar a la creciente censura que afectaba los estudios de Historia Moderna retornó al periodo precolombino e hizo una comparación magistral entre las sociedades azteca, maya e inca.6 En 1968 estaba de regreso en México con su esposa e hijos, como profesor visitante en la UNAM, cuando los aliados del Pacto de Varsovia ocuparon Checoslovaquia. Desde el extranjero apoyó la denuncia que hicieron Fischer y Marek del Panzerkommunismus, el comunismo con tanques. Aquel otoño, presenció la matanza de Tlatelolco, un detestable ejemplo de Panzerpriismo en la Ciudad de México. Al año siguiente, en la Universidad de Humboldt, bajo estricta vigilancia y otra vez casi en calidad de refugiado, ayudó a sus estudiantes a encontrar nuevos tutores y se encargó de finiquitar todos sus asuntos.
En 1970 él y su familia abandonaron Europa. Se marchó a la Universidad de Texas como profesor visitante por espacio de un año. Entonces la peregrinación llegó a su fin. En 1971 la Universidad de Chicago le dio un puesto permanente. Tuvieron que pasar tres años angustiosos antes de que la Oficina de Inmigración le permitiera hacerse residente de los Estados Unidos.
Durante la turbulencia de 1968-1969, mientras proyectaba revisar su libro sobre el imperialismo en México para su traducción al inglés, Katz se propuso escribir un libro sobre Villa. En efecto, revindicaría el tema que había fascinado a su padre en 1907 —la revolución campesina—, y lo resolvió bajo sus propios términos en México. El libro sobre el imperialismo apareció en inglés en 1981. La guerra secreta en México transformó la historia moderna mexicana al integrarle la historia moderna internacional.7 Continuó sus lecturas sobre Villa y sobre las grandes revoluciones campesinas de este siglo.
También sus reflexiones acerca de los viejos pero aún vívidos relatos sobre las complejidades rurales de Europa Oriental; los estafadores y las inversiones extranjeras; los contrabandistas y las líneas fronterizas; los gángsters y las guerras civiles; la ideología y la imaginación; los riesgos y los fracasos históricos, y la conciencia revolucionaria.
A los 70 años de edad Katz halló respuestas para sus preguntas. Con un entrenamiento académico y una herencia intelectual que ningún otro historiador del periodo revolucionario mexicano podría igualar en ninguna parte, su libro retrata de una manera singularmente interesante, balanceada, matizada y esclarecedora, el sentido de la revolución y el papel que Villa desempeñó en ella. Más que una biografía de Villa, el libro es una sabia desmistificación al estilo antiguo de su vida y sus tiempos. Mejor que ninguna otra, esta obra presenta en forma comprensible, incluso familiar, una revolución que los historiadores de otros campos (y Su Excelencia el Lector Común) antes tuvieron que leer como una exótica explosión.
&El título en inglés del libro, The Life and Times of Pancho Villa, resulta clave para entender la significación de Villa. Sólo sus "tiempos", en suma la Revolución Mexicana, lo hacen digno de la atención histórica que ha recibido. Antes de 1910 y después de 1920 no hizo nada que pudiera atraer hacia él el interés de un historiador o de un ratón de biblioteca para leer acerca de él y no de algún otro personaje. Pero entre esas dos fechas, en la improvisación compulsiva, disparatada y violenta de un nuevo régimen en México, en la primera, y durante décadas la más radical y todavía la más turbulenta de las revoluciones modernas latinoamericanas, Villa organizó el mayor y más disciplinado de todos los ejércitos revolucionarios; quizá el ejército revolucionario más numeroso en la historia latinoamericana. En 1914 tenía al menos 40 mil elementos, acaso hasta 100 mil, y le brindó el mayor apoyo militar a la reforma agraria de Emiliano Zapata. Incluso cuando lo derrotaron evitó que los civiles conservadores tomaran el control de la revolución. En su tiempo y en su parte del mundo Villa realmente fue un hombre de gran significación.
De todas las grandes interrogantes que lo rodean, cuatro merecen atención aquí. Primera, la pregunta acerca de su persona, no patológica sino normal. Normal, digamos, para el norte de México a fines del siglo XIX y principios del XX. Nacido con el nombre de Doroteo Arango en 1878 en una hacienda del estado de Durango (al Sur de Chihuahua), hijo de un aparcero, a los 16 años pudo -como alegó más tarde- haber herido por violar a su hermana al hacendado que arrendaba tierras a su familia, pero evidentemente no lo hizo. Para 1899 la policía estatal lo conocía, como a los otros jóvenes peones a los que arrestaban continuamente, sólo como un "bandido", miembro de una pandilla pueblerina a la que pronto desarticularon.
En 1901 Arango sufrió su primer arresto. Se le acusó de robar dos burros y los bultos que cargaban. Salió libre por falta de pruebas. Arrestado de nuevo cuatro días después, se le acusó de asalto y de hurtar las armas de su víctima. Fue condenado a servir como soldado de leva en el ejército. Un año después desertó, huyó a Chihuahua, cambió su nombre por el de Francisco Villa y se dedicó al trabajo honesto, como albañil, carretonero para las grandes compañías mineras norteamericanas, administrador de un corral de gallos de pelea, contratista. Durante algún tiempo incluso tuvo su propia carnicería en la ciudad de Chihuahua, pero el rastro de la ciudad pertenecía a la familia Terrazas, los más importantes hacendados de Chihuahua, que se encargaron de expulsarlo. De nuevo carretonero encargado de transportar la nómina de las compañías mineras, se cambió al respetable negocio local de hurtar ganado a los Terrazas. Sus patrones extranjeros lo consideraban un capataz honesto, inteligente, emprendedor, tosco y firme, que trabajaba con ahínco y hacía que los hombres a su mando rindieran su máxima capacidad.
A mediados de 1910 la policía de Chihuahua giró una orden de aprehensión bajo el cargo de abigeato, pero no fueron tras él sino hasta el otoño, cuando Villa mató de un tiro a un espía policial. Como muchos otros norteños, tenía una magnífica puntería, detestaba a los grandes terratenientes y valoraba la lealtad. También como ellos, era dominante, protector de los suyos, un "no demócrata", creía en la educación (que le faltaba), tenía mal carácter, galopaba con "la facilidad y la gracia de un vaquero", despreciaba a los curas y era un vigoroso practicante de la poligamia. Sus únicas características anormales eran no beber ni fumar. Después, durante la revolución, demostró ser un excelente reclutador, organizador y logista. Era incorruptible y no tenía ambiciones políticas de ningún tipo.
La segunda pregunta gira en torno a la revolución que encabezó. Ésta nunca fue la Revolución Mexicana en pleno, una contienda que ningún individuo revolucionario lidereó, sino únicamente la revolución en Chihuahua, lo que ya es mucho. La duda ya no categórica sino circunstancial se refiere a intereses provincianos, a la forma en la que se organizaron y a sus posibilidades.
Los orígenes de esta revolución de provincia yacen en la metamorfosis del oeste norteamericano que se llevó a cabo después de 1865. Gracias a ella Chihuahua (y no sólo este estado) pasó de ser una frontera remota a convertirse en un empalme de monopolios capitalistas. En una fecha tan tardía como 1880, los pobladores aislados en "colonias militares" se alquilaban a cambio de tierras para combatir a los apaches, a los intrusos que ocupaban haciendas abandonadas y a los indios de las montañas. Podían hacer que su ganado pastara en el campo abierto, cultivar la tierra y fincar sus ranchos sin necesidad de pagarle nada a nadie. Pero en 1883 el Ferrocarril Central Mexicano tendió su línea para comunicar la capital con Ciudad Juárez. Al otro lado del río Bravo entroncaba con el ramal de la Southern Pacific que iba de Nueva Orleans a Los Ángeles.
En 1886 se rindieron los últimos apaches. Para 1906 las compañías norteamericanas, británicas y alemanas de ferrocarril, madera, ganado y minería eran dueñas de la mitad de Chihuahua. El ex gobernador Luis Terrazas, el Cid de las viejas guerras apaches, poseía casi toda la tierra restante (y muchas otras cosas). Terrazas, el mexicano más rico de entonces, cercó sus propiedades con alambre de púas. Mientras tanto su yerno, gobernador del estado, asfixiaba a los últimos aldeanos con tierras, aumentaba impuestos a las nuevas clases medias y las despojaba de sus privilegios. (El clan Terrazas pudo haber dado clases a los Somoza.) Por consiguiente, la revolución que estalló en Chihuahua entre 1910 y 1911 resultó la más fuerte
del país.
No fue "premoderna". Villa, personaje secundario en aquella época, no se dedicó al "bandidaje social". Un movimiento de campesinos, peones, trabajadores y personas de clase media unidas políticamente bajo la dirección de esta clase, puso en crisis al gobierno federal y fomentó levantamientos en otros estados. No fue una revolución radical: expulsó de Chihuahua a los anarquistas. Su triunfo significó mucho más que un mero cambio de guardia: incrementó los impuestos a los grandes terratenientes. Subvertido por ellos, el movimiento se dividió en 1912 y se derrumbó en la contrarrevolución nacional de 1913.
En gran parte reunificado y militarmente organizado por Villa, este movimiento era la fuerza tras su confiscación de las propiedades de los Terrazas, tras su promesa de repartirlas al terminar la guerra y tras su alianza con la revolución zapatista en 1914. Este era un compromiso bien diferenciado y potencialmente trascendental. Si la División del Norte hubiera triunfado en todo el país en 1915, México habría tenido una reforma agraria en beneficio de los campesinos, en vez de una reforma políticamente manipulada que les llegó 20 años después. Un campesinado con tierras hubiera sido la base del nuevo régimen, no una creación final de éste.
Si, a pesar de la derrota militar nacional, la revolución en Chihuahua hubiera logrado sobrevivir, aunque sólo fuese allí, habría conseguido que los revolucionarios triunfantes le concedieran muchos más beneficios a los campesinos y a los obreros. Sin embargo, dada su estructura militar, no pudo sobrevivir a la derrota. (La revolución del sur sobrevivió gracias a que estaba organizada de otra manera.) El control norteamericano en Chihuahua fortaleció la antigua necesidad de unidad popular; pero después de que los revolucionarios triunfantes se apoderaron del estado, las guerrillas villistas atacaron por igual a enemigos y neutrales. Los Terrazas recuperaron sus tierras.
La tercera pregunta se refiere a la División del Norte y ya no es narrativa (épica, horripilante o trágica) sino causativa. Ya no asume la inevitabilidad de su derrota ni pregunta "cómo", sino reabre el prospecto contemporáneo de su victoria, para preguntar "por qué no". Las fuerzas de Villa realmente pudieron haber ganado en 1915. Aunque conservaban elementos del "pueblo en armas" de Chihuahua -voluntarios civiles en misión revolucionaria-, en dos años de combate al mando de Villa, casi todos se habían convertido en un ejército profesional.
La División del Norte no sólo era el ejército más grande y disciplinado de México, también era el más poderoso en todas las armas de combate: infantería, caballería, artillería y en todo lo referente a logística, ingeniería, hospitales de sangre y esprit de corps. Parecía invencible. No necesitaba a sus aliados del sur, a los zapatistas originales, para derrotar a la principal fuerza de su archirrival Carranza: varias unidades del noreste y del noroeste replegadas en desorden desde la Ciudad de México hasta Veracruz.
Forjado en la ofensiva y para la ofensiva, el ejército de Villa debió de haber perseguido a su enemigo hasta Veracruz. Pero en una serie de crasos errores estratégicos, y contra todos los consejos de los militares profesionales, Villa retiró al norte de la Ciudad de México a su División, lanzó ofensivas al oeste y al noreste, y permitió que las fuerzas de su archirrival se reorganizaran, se rearmaran y se materializaran en la vía ferroviaria entre él y la Ciudad de México. Después, en cuatro batallas libradas cada vez más y más al norte de esta vía, Villa volvió a cometer los mismos fatales errores tácticos. En suma, no fue la debilidad de la División del Norte, sino la obstinada arrogancia de Villa lo que arruinó la mejor oportunidad de México para tener una revolución campesina.
*** Por último, vale la pena subrayar el tema de los intereses extranjeros y Pancho Villa. Alguna vez asunto de cultura, es ahora tema de cálculo. Entre los poderes y los negocios extranjeros interesados en México, los Estados Unidos y las compañías norteamericanas eran las de mayor importancia, en especial en Chihuahua. También compañías alemanas y británicas tenían injerencia en el norte. Los revolucionarios de Chihuahua, primero en 1910 y 1911, y después bajo las órdenes de Villa de 1913 a 1915, fueron el infierno para los tenderos chinos y trataron con dureza a los comerciantes españoles. En cambio actuaban con sumo respeto ante los intereses norteamericanos, alemanes y británicos (a excepción de dos desafortunadas firmas inglesas).
Villa requería de acceso a El Paso para vender el ganado que confiscaba a los Terrazas y para comprar armas y municiones norteamericanas. Necesitaba a las grandes compañías extranjeras de minas por los salarios y los impuestos que pagaban. A cambio les prometió que los obreros de la International Workers of the World no entrarían en su dominio. Las compañías aspiraban a que Villa fuera el próximo "hombre fuerte" del país. El Departamento de Estado agradecía su consideración para con las propiedades norteamericanas.En diciembre de 1913 el presidente Wilson pensó que Villa podía ser "el único instrumento de civilización en México". Cuando los Estados Unidos intervinieron en Veracruz en 1914, Villa le aseguró a Wilson que él no compartía con otros revolucionarios las objeciones al desembarco norteamericano. El Departamento de Estado le asignó dos agentes especiales (tan corruptos como era posible) para persuadirlo de que, a cambio de ciertas concesiones, Wilson estaría dispuesto a reconocerlo como nuevo presidente de México. Sin embargo, con una cautela aún mayor tras el inicio de la guerra en Europa, Wilson le redujo el apoyo y favoreció a su archirrival Carranza para neutralizar a ambos y poner a un títere en la presidencia. Villa se retiró al darse cuenta de que los Estados Unidos querían hacer de México un protectorado.
Antes de las fatídicas batallas de 1915, un agente norteamericano le preguntó que cómo alentaría "el capital extranjero…para desarrollar el país". Villa respondió que los extranjeros no debían poseer tierras en México y que las industrias del país debían desarrollarse con capital mexicano. El reconocimiento otorgado a su archirrival por los norteamericanos lo convenció de que Carranza acababa de aceptar en secreto el protectorado que Villa rechazó. (No fue así.)
Por este motivo atacó a Columbus para provocar un enfrentamiento capaz de derrocar al gobierno carrancista que él érroneamente consideró traidor. Después de que Pershing fracasó en el intento de capturar a Villa, las compañías norteamericanas y los pillos del Departamento de Estado trataron de comprarlo. Si Villa podía comprobar que no había estado en Columbus, el corrupto jefe de la Division of Latin American Affairs le propuso que se retirara (al parecer con un salario norteamericano) "a las inmediaciones de Hagerstown en Maryland para vivir una vida callada y apacible".
Pero Villa jamás cejó en su hostilidad, no hacia los norteamericanos sino hacia el gobierno de los Estados Unidos. Entre un ataque y otro, visitó un campamento de mineros norteamericanos montado en una mula a la que llamaba "Presidente Wilson". Como afirmó, quería "hacerle cosquillas a Wilson (el que está en la Casa Blanca)" por la manera en que trataba a México.
En 1920 el nuevo gobierno mexicano hizo las paces con Villa y retiró al general y a sus últimos guerrilleros a una hacienda en Chihuahua. Pero Villa no podía borrar su fama de rebelde antinorteamericano. "Con toda probabilidad", juzga Katz, "el asesinato de Villa (en 1923) fue resultado en gran medida del deseo del gobierno mexicano de recibir el reconocimiento de los
Estados Unidos…" – Cambridge, Massachussets, enero 20, 1999. – Traducción de Laura Emilia Pacheco