La otra historia de mis dientes

Sobre la recepción crítica de La historia de mis dientes en México y Estados Unidos.
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Estoy seguro de que hay un sinfín de ideas sobre el añejamiento de los libros, y mucho más seguro de que todas pasan por ciertas o reales o verdaderas con respecto al tiempo que se supone ha de pasar para que podamos “en verdad” apreciarlos; la manera en que cambian las lecturas e interpretaciones sobre ellos y en cómo se transforma ese primer impulso –casi reacción—del ejercicio crítico obsesionado con las lista y la novedad. La idea detrás, tan cursi como asumida, es que el tiempo es el mejor de los jueces.

Han pasado, más o menos, tres años de la primera edición de La historia de mis dientes de Valeria Luiselli (Sexto Piso, 2013), una novela que según veo no fue bien recibida entre la crítica nacional y que ha corrido con mejor suerte en la tradición anglófona, traducida por Christina MacSweeney y publicada en 2015 primero en Inglaterra por Granta y después en Estados Unidos por Coffe House Press, una editorial independiente de Mineápolis, Minesota.

Tomo de pretexto esta divergencia en la recepción de la obra para intentar una segunda lectura que tome en cuenta la diferencia como punta de partida.

En primer lugar, lo que dijeron los críticos –porque no encontré reseñas escrita por mujeres–  en México: que era un mal chiste, que no iba a ningún lado, que era “mero parloteo”, que los nudos narrativos no se resuelven o que ni siquiera alcanzan a desenvolverse como nudos, por citar sólo las críticas más recurrentes. Hay ejemplos aquí y aquí.

En segundo lugar, lo que se dijo en Estados Unidos: que la novela muestra una muy cuidada hechura, que es extravagante y juguetona, que la novela tiene un destino claro: hablar sobre el arte y la literatura como objetos mercantiles, y que se muestra la mano de una escritora segura y confiada en lo que hace –la confianza aparece mucho en las reseñas en inglés de este libro. Aquí hay una selección.

Más aún, hace poco más de un mes el libro ha sido nominado como mejor libro de ficción por el National Books Critics Circle, un premio que se han llevado escritores como John Updike, John Cheever, Toni Morrison, Alice Munro, Junot Díaz, Roberto Bolaño, y más recientemente Marilynne Robinson o Jenifer Egan. Esto, por supuesto, no alcanza para comprobar el fracaso de la crítica en México, pero sí para enfatizar lo mal que se opinó aquí y lo bien que se opina allá acerca del libro, cosa que intento explicar mediante las siguientes tres razones:

 

1. Son dos libros diferentes

No hace falta leer a Jauss o a Iser para saber que La historia de mis dientes y The Story of My Teeth son libros diferentes. No sólo porque la traducción es un proceso de reescritura, sino porque Valeria Luiselli lleva esta obviedad a un nivel explícito: en la edición en inglés cambian los nombres de personajes, un par de acontecimientos y se agrega un capítulo. Este nuevo capítulo, una cronología de la obra, escrito por la traductora, sitúa la vida y obras de Gustavo Sánchez Sánchez “Carretera” en perspectiva con acontecimientos históricos y anecdótico/personales del siglo XX mexicano. La vida del protagonista aparece enmarcada, por citar un ejemplo, por la expropiación petrolera, por un lado, y por el destino fatal de uno de los peces rojos del libro de cuentos de Guadalupe Nettel.

Las cronologías, igual que los árboles genealógicos, están hechos para ilustrar y demostrar un camino recto, según la norma, y para orientar a quién los ve e interpreta. Pensar en una cronología de la novela de Luiselli desde esta perspectiva implicaría pensar en un gesto de normalización del texto, que explicara o justificara todo eso que en México se interpretó como “mero parloteo” y humor fallido. En cambio, la traductora enfatiza este rasgo del libro, tematizándolo en el último capítulo: se pasa entonces de lo arbitrario o aleatorio como defecto a la ilusión de arbitrariedad como efecto.

 

2.Tienen públicos diferentes

El capítulo V de la novela cuenta la relación entre Gustavo Sánchez Sánchez “Carretera” y Beto Walser, un escritor muerto de hambre que acepta escribir la autobiografía dental del protagonista a cambio de techo y comida. Este capítulo es el más importante del libro porque: 1) obliga a reinterpretar todo lo que se ha dicho hasta ese momento, y 2) propone una crítica al mecenazgo intelectual de un Estado mitómano (Gustavo Sánchez Sánchez) y un artista acrítico, crédulo y agradecido (Beto Bálser).

(La historia de mis dientes  "se realizó con apoyo del Estímulo a la Producción de Libros derivado del artículo transitorio Cuadragásimo segundo del Presupuesto de Egresos de la Federación 2012")

Nada de esto lo entiende el lector promedio norteamericano, acostumbrado a ver al escritor como un productor de bienes o servicios. El arte como objeto mercantil, tema principal del libro, es algo perfectamente asumido en la cultura anglófona, donde se escriben libros para ganar dinero, y donde el valor estético de una obra depende de cuánto vende –porque para eso se escriben los libros: para vender.

Me parece natural que una novela que echa mano del tono picaresco –un ¿género? que desde su concepción se preocupa por las condiciones materiales de existencia del individuo– para tocar el tema del valor convencional del arte y la literatura se haya recibido tan bien.

En México, en cambio, donde estamos acostumbrados a ver a los artistas mediante el tamiz romántico que permite y fomenta el mecenazgo del Estado, la relación entre el arte y lo mercantil es tema tabú –al grado de ni siquiera comprenderse. Esto no es una alabanza al mercado neoliberal, que ha convertido en mercancía absolutamente todo, ni es crítica al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, que ha permitido la pervivencia de una clase ilustrada e intelectual cada vez más distante de todo. La presencia misma de tantos nombres de artistas y escrituras en toda la novela es ejemplo de un mundo en el que la producción cultural no significa nada más que para los miembros de la tribu; la autora ha dicho en entrevistas que su intención era vaciar de significado los nombres, pero ha hecho algo mucho mejor: mostrar que la comunidad letrada es un mundo en sí mismo, impermeable, irreconocible e inocuo para quien no pertenece a él.

 

3.Los libros y los lectores no bastan

De entre todas las reseñas y textos que he leído sobre la novela de Luiselli, hay dos que analizan otros factores relacionados con el éxito del libro. Pedro Ángel Palou, por ejemplo, señala tres características externas al libro que si bien no definen su suerte sí la ayudan: la relevancia de vivir en Nueva York, capital editorial del país; las agencias literarias; y el lugar que hay en el mercado estadounidense para las editoriales independientes y para la literatura mexicana.

Aaron Bady sitúa el libro en lo que él llama el “renacimiento” de la literatura mexicana en Estados Unidos, que no es más que una nueva ola de traducción que han llegado gracias al interés y éxito editorial de las traducciones de Bolaño. Pero más allá, su reseña toma en cuenta el proceso de escritura de la novela (cosa que muy pocos hacen) y no pierde de vista la importancia de la relación que hay entre los primeros lectores del libro –los empleados de una fábrica de jugos– y el museo de arte que esa fábrica patrocina: esos dos mundos, con todo y su incomunicación, están en la novela.

Es muy probable que la opinión crítica de la novela en México no cambie luego de la nominación y ni siquiera si la novela gana el premio. Una de las reseñas negativas, por ejemplo, confunde el idioma en que están escritas ciertas galletas de la suerte en la novela (dice japonés en lugar de chino), mientras que otra se adelanta al posible interés académico que despertará la metaficción del libro tildando a los profesores de despistados.

Lo único que estas divergencias demuestran es obvio: que siempre habrá lectores que verán una dentadura bien cuidada donde otros ven a un viejo chimuelo.

De hecho, de eso se trata la novela.

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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